LA REVELACION TRÁGICA
CUENTO
DOMINGO DE GUZMÁN HUAMAN SANCHEZ
TRASNOCHADA
I
Aún zumbaban
en mis tímpanos las melodías
encantadoras de las marineras, huaylas,
valses, dianas y pasacalles ejecutadas, a competencia, por las distintas bandas
de músicos, que amenizaron las vísperas de la octava del Señor de Mayo, en la
plazoleta del barrio tradicional de la Soledad, frente a su templo de estilo
románico.
El colorido ,
los pasos y la coreografía de grupos de
danzantes: wankillas, con vestimenta blanca, máscaras de malla de metal,
chicotes y shakapas en las pantorrillas;
los Antiwankillas, descuartizadores del Chiwa Sapra o el Negro Cautivo; los
Atawallpas, con plumajes en todo el cuerpo, interpretando danzas con
movimientos de acrobacia y números
circenses; las Pallas de Corongo, con camperas emplumadas y espejuelos,
pechera y saya bordados con hilos de oro y plata con motivos de la flora y fauna regional; Las
jijas de Chiquián con vestimenta elegante y danza señorial, moviéndose al
compás del arpa, violín y trompetas; los chimayches de Pomabamba, danzantes de
ritmo ágil al compás de violines y
arpas; los Negritos de Cochapetí, muy elegantes, con pantalón y chaleco de
casimir inglés y sombrero de paño, bandas adornadas con alhajas de oro y plata,
que se entrecruzan en el pecho y con una
campanilla en la
mano derecha recorriendo las
calles, al compás del arpa, violines, trompetas con sordina,
clarinete y saxofones que producen un sonido
característico, compitiendo con otras
orquestas.
El panorama festivo se tornaba más difuso, a medida que iba acurrucándome en los brazos de
Orfeo, hasta quedarme dormida.
II
Sentada al borde de un puquial de aguas cristalinas,
lavaba mis ropas y la de mis hermanos menores.
Cerca pastaban ovejas de vellones blancos. En la orilla de la acequia,
que pasaba por la parte inferior de la chacrita, una cerda flaquísima y sus
lechoncitos hociqueaban la tierra, para
extraer los tubérculos del sabroso "Llakchu"; y un pollino, cargador
del Señor de Ramos, enterrado en la frondosidad de un alfalfar, gozaba de un
inolvidable banquete, que le costaría un encierro de varios días y el
desembolso económico de sus amos por concepto de pago de daños del ladronzuelo
ocasional.
A media distancia, teniendo como marco un bosque de
eucaliptos y rosales, una capilla de adobes y tejas rojas, reflejaba su esbeltez en el espejo gigantesco de los nevados de San
Cristóbal y cordilleras adyacentes.
Un
ventarrón dio paso a una explosión de trinos, gorjeos, silbidos, chasquidos y tauteos, que se
expandieron envolviendo los jardines, las sementeras y los bosques tupidos de
eucaliptos, sauces, alisos y retamas fraganciosos, bajo la bóveda azul transparente con flecos de nubes ondulantes, ribeteados con puntadas de
hilos de oro extraídos del carrete de cristal y diamante del Astro Rey, lleno
de energía y calor vivificante.
Un joven delgado y alto, con poncho blanco, cabellos
largos y barbas rubias como las espigas del trigal de las pampas de Póngor,
apareció repentinamente y con voz suave y convincente me dijo:
-¡ Rosario, escucha ¡... Huarás y los pueblos del Callejón de Huaylas
serán destruidos por fuerzas telúricas incontenibles.- Al escuchar la voz
profunda, quedé tensa, casi paralizada; percibí que mis cabellos negros,
ondulados y largos se movían como las nubes que anuncian una descarga de rayos,
truenos y relámpagos.
! Rosario ¡... Mis sacerdotes y
fieles se han olvidado de la trascendencia religiosa de mi fiesta; ahora los
mayordomos y devotos son los pichicateros y delincuentes que, aparentando ser
católicos, realizan fiestas pomposas con juegos artificiales, bandas de músicos
y comilonas con la presencia de
autoridades insensibles; mientras la gente humilde se muere de hambre y
enfermedad.
- ¡Señor!... – Quise interrumpir para hacerle una pregunta, sin
hacerme caso siguió hablando.
- La juventud se ha
descarrilado y frecuenta lugares donde el vicio los atrapa y aniquila,
lentamente, hasta dejarlos inservibles. Varones y mujeres ingieren drogas y
alcohol, en vez de estudiar y sacrificarse para ser buenos profesionales, se
marchitan en las tabernas y se ajan como blancos lirios apachurrados por manos crueles
e insensibles.
- ! Sr. ¡... ¿ Quién es Ud. Que, con
tanta crueldad, juzga a mi pueblo
y a su juventud ?.- interrogué muy indignada; pero, el siguió hablando sin
inmutarse y sus palabras eran lluvia de cánticos y esperanzas.
- Cuando el Sol empiece a declinar,
lentamente, para dar paso a la
noche tartamuda, los animales anunciarán
el momento fatal, adoptando comportamientos extraños, como cuando se aproxima un eclipse solar.
La tierra temblará y sacudirá su pelambre, como un
epiléptico, provocando deslizamientos de piedra, nieve, desmoronamiento de
edificios, desborde de lagunas; no quedará piedra sobre piedra ni piso sobre piso, sólo llantos poblarán el
ambiente y la lágrimas formarán charcos, donde se enfangarán los padre nuestros
y ave marías.
- ¡ Señor ... ¿ Quién es usted ?...¿ Por qué me
revela desgracias y fatalidades?.- volví
a preguntar.
- Soy el
Señor de la Soledad, Patrón de Huarás yAncash. Id por los pueblos del Callejón
de Huaylas, anunciando este mensaje. El que te escuche se salvará y el que no, morirá para siempre.
Cuando levanté los ojos,
con timidez, para hacerle otra pregunta, percibí una explosión de incienso que
cubría
la estructura de la
capilla de campo, en cuya
torrecilla una campanita
de bronce, empujada por el viento leve, tintineaba una canción celeste, cuyas
ondas penetraban hasta lafibras más recónditas del corazón.
La música se fue alejando
cadenciosamente y sentí que todo daba vueltas, y una fuerza extraña me
succionaba, arrastrándome hacia el centro de la tierra; desperté sobresaltada,
lanzando un grito de espanto que hizo
trizas a los cristales del ventanal de mi dormitorio de estudiante
universitario.
Eran las seis de la mañana del día 10 de Mayo; el cielo estaba
encapotado con los humos de los cohetes, de las avellanas, de las vacas
locas y de los castillos de muchos
cuerpos, quemados en las vísperas de la octava de la fiesta del Sr. de Mayo.
Los rayos intermitentes
del sol se filtraban por las rendijas de nubes movedizas y se posaban sobre la piel transparente de Churup,
laguna tejida de leyendas, que dormita
apacible a los pies del nevado de San Cristóbal.
A la hora del desayuno, mi
madre poniendo sus manos de jazmín sobre mi cabeza afiebrada, me preguntó muy preocupada.
- ¿Qué te
sucede, hija mía? ... Cuéntame.
Después de recopilar las
espigas de mi dulce sueño en la era del recuerdo y cogiendo la horqueta de los mil ensueños, narré los episodios que
se desgranaban uno tras otro como si fueran los granos
del maíz; y al final, mis
padres, devotos del Señor de Mayo, quedaron muy impresionados y me alentaron a difundir la revelación.
III
Después de tomar una taza
de café, en el Restaurante “Primavera” del Sr. Espíritu, me dirigí al cruce de
la carretera Huarás - Lima -
Callejón de Conchucos. Hablé con algunos
habitantes del lugar y pasajeros, sobre la proximidad de una desgracia que
arrasaría pueblos, desde Sayán hasta Otuzco y de las playas del mar hasta las
cumbres heladas del Huascarán.
Un borrachito que se
encontraba acurrucado en la puerta de una cantina, al escucharme se paró con
dificultad y me plantó su mirada sanguinolenta, que me produjo escalofríos de
pies a cabeza; y después de lanzar un escupitajo de saliva verde con olor a
cal, tabaco y alcohol me increpó:
¡Oye, loca ¡... ¿ estás
borracha ?...¡ Lárgate de aquí, que no estamos para escuchar cojudeces!
Sr. No seas insolente,
mírame que soy una dama.- le dije asustada.
De las personas, que se
encontraban conversando conmigo, una profesora de educación primaria, muy
indignada, le manifestó sobre la libertad de culto y pensamiento que existía en
nuestra patria.
En cambio, una Sra. gorda,
carnicera del mercado, saliendo del grupo.
le propinó una cachetada
furibunda; el insolente trastabillando
cayó de bruces
sobre el
piso cascajoso,
rompiéndose la ternilla de la nariz y fracturándose el brazo.
IV
Al día siguiente, desde
Rataquenua, apoyado sobre la base de la
Cruz gigantesca de cemento y con el talle apretado por las manos de Raúl,
recorrí con la vista las siluetas de las ciudades del Callejón de Huaylas.
Me estremecí
al contemplar la figura pétrea y heladade Cristo del Cementerio de
Yungay, que con el brazo extendido, parecía decir al Huascarán : " No
podrás arrasarme".
¡ Rosario, quiero estar,
siempre, a tu lado; y antes de perderte
prefiero morir, ahogado por la vorágine de
tus besos .- Me dijo Raúl,
compañero de Facultad.
- Sea como Dios disponga.-
Le contesté, al momento de sentir la
fuerte presión de sus brazos en mi talle
y los latidos fuertes de su corazón
junto al mío.
Nos internamos en las fauces horquilladas del
bosquecillo de eucaliptos en cuyas ramas piaban los gorriones, dimensionando
sus picos de oro.
Alejados de la curiosidad
y la mirada devoradora de la gente, sobre un champal y bajo la sombra de las
ramas de los eucaliptos y alisos frondosos, nos dejamos envolver por un
transparente vaho que, convertido en un
torbellino, nos arrastró a las fauces del primer e inolvidable romance de amor,
empapado de promesas, dudas y sorpresas inenarrables.
V
Con los primeros rayos del Sol, en un vehículo de "Transportes
Huandoy", llegué a Yungay y recorrí
sus
calles empedradas y
limpias, divulgando el mensaje del Señor de La Soledad. Los niños fueron los
primeros
en rodearme,
escupirme y apedrearme.
Las personas mayores me insultaron, golpearon, escupieron y casi
semi muerta me cabalgaron en un burro chúcaro que corcovó por la carretera, rumbo a la ciudad de Carás.
Las carcajadas y las burlas se agolpaban en
las paredes de mi cerebro, a punto de estallar, en una explosión de
impotencia y dolor.
Al borde del crepúsculo,
en el instante en que el día empieza a
dar paso a la noche, como la vida a la muerte, el amor al odio, los truenos a
la lluvia, la nieve a las cascadas y los ríos al océano; el pollino asustado por un perro vago, que
saltó del bosque ubicado en la curva del camino, desvió y levantando las
ancas, con mucha fuerza, me
arrojó a varios metros de distancia.
Me
incorporé adolorida y con mucha
dificultad, proseguí mi viaje por
la trocha bordeada por vegetación abundante y perfumada por retamales en
floración.
En el fundo de Canyasbamba
me atacó una jauría de perros. Si no es por la intervención de un caballero de
tez blanca con poncho rojo, sombrero de jipijapa, pañoleta blanca, chaqueta y
pantalón azul, botas de cuero negro y
espuelas de plata, que
cabalgaba un brioso caballo blanco, de cuyas fauces y herrajes de plata salían
chispas, seguro que moría despedazada como los mártires del cristianismo
primitivo.
-! He cumplido con la misión encomendada por mi Maestro, que
murió en la cruz por redimirnos del pecado original¡. Soy el Apóstol Santiago y
estaré siempre a tu lado, para cuidarte y defenderte del demonio que se
esconde en el cuerpo de los seres
inocentes.– diciéndome, se alejó.
Partió, tan veloz como el
rayo que anuncia una tempestad en los andes, levantando polvareda densa y se
perdió en la inmensidad de la noche, dando paso al chirrido de los grillos y el
croar de los sapos.
Ahora, pese al tiempo transcurrido, no puedo olvidar sus ojos azules y profundos
como el color del cielo de los Andes, que tanto extraño, pese a estar en un
mundo maravilloso de almas escogidas, cerca de la Virgen María, a Dios Padre y
Dios Hijo.
Me incorporé adolorida y
con mucha dificultad, proseguí mi viaje por la trocha bordeada por
vegetación abundante y perfumada por retamales en floración.
En el fundo de Canyasbamba
me atacó una jauría de perros. Si no es por la intervención de un caballero de
tez blanca con poncho rojo, sombrero de jipijapa, pañoleta blanca, chaqueta y
pantalón azul, botas de cuero negro y espuelas de plata, que cabalgaba un brioso
caballo blanco, de cuyas fauces y herrajes de plata salían chispas, seguro
que moría despedazada como
los mártires del cristianismo primitivo.
-! He cumplido con la misión encomendada por mi Maestro, que
murió en la cruz por redimirnos del pecado original¡. Soy el Apóstol Santiago y
estaré siempre a tu lado, para cuidarte y defenderte del demonio que se
esconde en el cuerpo de los seres
inocentes.– diciéndome, se alejó.
Partió, tan veloz como el
rayo que anuncia una tempestad en los andes, levantando polvareda densa y se
perdió en la inmensidad de la noche, dando paso al chirrido de los grillos y el
croar de los sapos.
Ahora, pese al tiempo transcurrido, no puedo olvidar sus ojos azules y profundos
como el color del cielo de los Andes, que tanto extraño, pese a estar en un
mundo maravilloso de almas escogidas, cerca de la Virgen María, a Dios Padre y
Dios Hijo.
En la plazoleta de
Chiquinquirá de la ciudad de Caraz, al pie del monumento a la Madre, esculpido
por el artista caracino don Honorato Milla, la gente escuchó, atentamente, el
mensaje de mi revelación.
Muy contenta, retorné a
Huarás. El chofer me manifestó haber tenido revelaciones, idénticas a la mía.
VI
La mañana estaba brumosa,
muy helada y aún así me sentía animada. Me dirigí al Obispado de Huarás con la
intención de conversar con el Monseñor Valle Buena.
A los golpes fuertes del
aldabón, que tenía la forma de cabeza de un león, una ventanilla
del portón de cedro macizo
se abrió y asomó una cara angelical con
toga blanca y un lunar diminuto cerca a la nariz.
- ¿Qué desea señorita?- me
dijo, con voz áspera.
- Conversar con el Padre
Obispo, sobre la revelación del Sr. De
La Soledad, acerca de la destrucción de Huarás, los pueblos del Callejón de
Huaylas y ...– no terminé de explicar, cuando me interrumpió.
- ¿Destrucción?
...¡ Aléjate trasnochada, el Obispo no está para ... ¡ -
Me replicó y
cerró la ventanilla, con tanta
fuerza, que casi me fractura
el tabique.
Ahí mismito caí de
rodillas y sentí que todo el universo se volcaba sobre mi, formando un
torbellino de desilusiones y desencantos que aniquilan voluntades.
Cuando volví en mí, dos
manos tibias y piadosas sacudían mis hombros, tratando de reanimarme.
- ¿Niña qué te sucede ?
... ¿ Acaso estás borracha? ...
¿Te han asaltado?
- ¡ Señora. la ciudad de
Huarás será destruida ¡ ... ¡Se convertirá en polvo! ... He recibido la revelación
del Sr. de La Soledad: "¡No quedará piedra sobre piedra y hombres
de otros pueblos vendrán a restituirla, matando sus tradiciones y costumbres.
- ¿Qué dices niña? – me Interrumpió con lágrimas
que resbalaban pos sus mejillas enjutas. Proseguí.
- Huarás se convertirá en la
ciudad de todas las sangres. La lucha por el poder aplastará la moral de sus gentes, nuevos ricos surgirán en base a
la explotación de nuestros recursos naturales, nuevos movimientos surgirán para
disputarse cargos políticos y en especial los sillones municipales.
- ¡ Dios Santo ¡...
exclamó, juntando las palmas de sus manos y cogiendo sus canastas llenas de
panes tibios, se alejó apresuradamente, rumbo a la esquina del Mercado Central,
donde todas las mañanas vendía sus cuayes, semitas y molletes a una infinidad
de transeúntes.
Día y noche, recorrí los
cuatro barrios de Huarás: San Francisco, el barrio de la libertad; Huarupampa,
el singular barrio del deporte; Belén, el barrio de la unidad; y La soledad, barrio de la tradición y difusión
folclórica.
Visité familias, hogar por
hogar. Ingresé a centros educativos, mercados, capillas y de todas partes me
sacaban
con insultos, carcajadas y
burlas.
- ¡ Qué pena, tan bonita y
"coca cola"¡, decían los profesores cesantes, que se daban vueltas y
vueltas por el contorno de la plaza de
armas.
- ¡ Bruja, pecadora...¡ -
Me llamaban las cucufatas que salían de los templos, después de confesarse y
comulgar. Sus facciones me recordaban a los personajes del “Infierno” del
pintor holandés Jerónimo Bosch.
- ¡ Pobre niña...¡ - Se compadecían los borrachitos y aplacaban mi
sed con un vaso de gaseosa.
VI
El día aciago, muy
cansada, me senté en una banca de fierro con tiras de madera, bajo la sombra de
un quinual. Cerca, un tifón rodeado por
amorcillos desnudos de la pileta de bronce, adornada con zarcillos en alto
relieve, arrojaba agua que parecía
lluvia y al deshacerse en el vacío, se convertían en arco iris; unos picaflores
multicolores, con alas transparentes, succionaban los estambres de las flores singulares del
jardín, bien cuidado por las obreras del Concejo Provincial.
Cansada, me quedé profundamente dormida y desperté sobresaltada, al
escuchar los gritos, lamentos y ruidos ensordecedores que desgarraban mis
tímpanos.
- ¡Auxilio, auxilio ¡... ¡
Dios mío¡ ...
Pedían socorro los niños,
las mujeres y los varones de toda edad y
condición social. La tierra temblaba y se resquebrajaba. Los edificios se
derrumbaban como castillos de naipes, los árboles sacudían sus ramas como impulsados
por una terciana: el llanto de los niños rompía los cristales del ventanal del
alma, los postes del alumbrado público caían estrepitosamente, aplastando todo
a su paso.
Un manto asfixiante de polvareda densa cubrió la ciudad de Huarás
y los pueblos del Callejón de Huaylas, ocultando la belleza de su paisaje singular .
Vísceras y sesos sanguinolentos pendían de las ramas de los árboles y de
algunos cables del alumbrado público.
En el atrio empedrado de
la Catedral de San Sebastián de
Huarás, un voluminoso cuerpo con cabeza
calva, sotana negra y casulla granate se
arrastraba pesadamente, dejando tras de sí una huella empapada con sangre,
parecía una víbora herida, pidiendo
ayuda l infierno.
.La gente corría de uno a otro lado sin percatarse de
nada y preocuparse de nadie.
Reconocí al Padre Obispo y
corrí para socorrerlo,
cuando un bloque de piedra
labrada, desprendido de la torre de la Catedral barroca, me aplastó, dejándome
convertida en una ostia de carne y hueso machacados.
Como en sueños, sentí que
mi alma se desprendió de mi cuerpo y fue elevándose lentamente hacía el
infinito, parecía una pluma suave arrastrada por el vendaval frío de las altas
cumbres del Ande,
La ciudad de Yungay,
que no había sufrido los daños del sismo, se pobló de música sensual
escapada de los aparatos electrónicos; los jóvenes improvisaron una fiesta
popular en las calles, que a la hora de la penumbra, fue interrumpida por un
ruido estruendoso que arañó los tímpanos y la
bóveda celeste. Un bloque
gigantesco de nieve, desprendido de la cresta norte del Huascarán, arrasó
campiñas y sepultó a la ciudad.
Solamente tres palmeras enjutas quedaron en la que fue la plaza
principal, diciendo con la rigidez de
sus tallos: ¡bicéfalo Matash Raju, te excediste!”
El Sol sumergía su blonda cabellera en las profundidades del
Océano, dejando tras de sí una capa extensa de olas teñidas con sangre. Yo
seguía elevándome, cada vez más rápido, hasta llegar al lugar donde me
encuentro hoy, junto a mis padres, que murieron
de pena, después de sobrevivir algunos años a la penosa catástrofe.
Después de la desgracia, los damnificados sufrieron
una serie de atropellos
y de actos inhumanos. Los voluntarios
de la Cruz Roja y de la JAN se dedicaron
a la rapiña y fueron los responsables del padecimiento de ciudadanos honestos,
que por el simple hecho de protestar contra los abusos, robos y violaciones,
fueron maltratados y encerrados en las prisiones destinadas para maleantes y
criminales avezados.
El abuso de
los funcionarios del Gobierno Dictatorial de turno y el negociado de las
ayudas recibidas de los diversos países del mundo, canalizadas por la Cruz Roja
Internacional, provocó la reacción popular que fue tomando fuerza y creciendo,
cada día por segundo, como las
ambiciones de un bárbaro conquistador, que no deja crecer yerbas al paso de sus
briosos corceles de herrajes machacadores de conciencias.
La ciudadanía salió a las
calles y se enfrentó con las fuerzas del orden, cayó Velasco y surgió Morales;
cayó Morales y surgió Belaúnde, cayó Belaúnde y surgió Alan, cayó Alan y surgió
el triunvirato Fuji-Monte-Cinismo. La marcha de los Cuatro suyos, propugnada
por toda la ciudadanía del Perú, dio
paso a un Gobierno de Transición y la convocatoria a elecciones presidenciales y congresales, caracterizado por los golpes
bajos y pleitos caseros. Los gobiernos seguirán cayendo y el pueblo peruano
seguirá hundiéndose hasta cuando el cuando sea cuando.
FINAL
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