miércoles, 21 de octubre de 2015

CUENTO: MI DESGRACIA.

MI DESGRACIA
Domingo de Guzmán Huamán Sánchez


Cuando Carla y Juliana se presentaron, salí con ellas, cargando mi  mochila conteniendo mi ropa de baño, jabón y toalla. En la intersección de los jirones Caraz y Cajamarca, detuvimos un ómnibus que se dirigía a los baños temperados de Monterrey que se encontraban a cinco kilómetros de la ciudad  y la abordamos con celeridad. 

Un fuerte ventarrón, jugueteó con nuestras cabelleras, al instante que bajamos del vehículo. Nos encontrábamos en el paradero  del balneario turístico. Cerca de la boletería, nos ubicamos  detrás de Lorenzo, compañero de aula, que dialogaba con dos extraños  melenudos de acento extranjero.
 El trato cortés de los extraños nos impresionó y le brindamos nuestra cálida amistad. El  sol  del medio día  era intenso, y como estábamos sedientos, aceptamos la invitación de  compartir unas gaseosas, en la plataforma de la piscina alta.
Subimos la escalinata con pisos de venecianos  y los laterales  adornados con columnas salomónicas de mármol. Desde la plataforma contemplamos el panorama del ambiente cerrado y junto a la baranda de alabastros, nos sentamos alrededor de una mesa  con sombrillas azul ultramar que contrastaba con el cielo celeste del balneario.
Lorenzo, extravertido, palomilla, burlón y compañero de estudios, llamó al mesero y  acercándose a él le dijo algo al oído. El haciendo un ademán de confianza se alejó del lugar, retornando, al poco rato,  con una bandeja plateada conteniendo cuatro vasos de jaibol (alto) con dos o tres cubos de hielo, llenos de Coca cola y rebanadas de naranja en los bordes.
Después que libamos el primer sorbo, Rosini se desató  lanzando piropos a diestra y siniestra, comentando acerca de la belleza del Callejón de Huaylas. Noté que era amigo íntimo de Lorenzo. Me dijo: -  ¡Dulce madona! …¿Puedo darte un  beso de amigo?
- ¡Pero, un beso de amigos¡ – le dije, acercando mi mejilla izquierda a sus labios.
- ¿Tienes, acaso, novio? – diciendo, me tomó de la mandíbula, con fuerza, y me besó en los labios. Mi reacción fue violenta, de inmediato le asesté una bofetada en la oreja. Lorenzo y Rocío soltaron una risotada, comentando algo que no logré entender.
Mi turbación  fue notoria a raíz del beso inesperado. Me levanté ruborizada y cogiendo mi mochila, que contenía mi traje de baño, con pasos  acelerados me dirigí  hacia la escalera. Rocío, la madre soltera y conviviente de Lorenzo, con su caminar ligero y bamboleante se acercó a mí,  muy presurosa y me dijo con cierta malicia.
-  Eres una tonta. ¡Aprovechemos  la oportunidad!  … !Regresa¡
-  Pero, el gringo es un atrevido - le contesté.-  Bajé la escalinata, me dirigí al vestuario No. 7 de la piscina; y después de ponerme la ropa de baño,  fui hacia el trampolín y con la ira que me carcomía el alma, me lancé a las aguas temperadas. Al rato, Lorenzo, Carla  y sus amigos hacían lo mismo.
- Pasado el incidente, cuando el sol se incendiaba en el cenit, a invitación de Lorenzo, nos dirigimos al bar del Hotel de Turistas y bebimos  vasos de Cuba Libre. Al poco rato, a mi contorno, todo daba vueltas y trastabillando quise ingresar a los servicios higiénicos  destinados para mujeres  para mojarme la cabeza.
Al momento de pararme, con pesadez, sentí que  me desvanecía y antes que cayera al piso, fui tomada de la cintura y conducida a un ambiente alfombrado con cuatro camas.
 - Aprovechemos la oportunidad; están a  nuestra merced -  sugirió una voz, que por el timbre reconocí que era de Lorenzo.
Al voltear la cabeza, noté que Lorenzo y Rocío hacían el amor, apasionadamente, en el suelo; Carla se  resistía ante el acoso de Jonathan. Delante de mí, apresuradamente, Rosini se desvestía.
- ¡Ataca¡... ¿ Acaso  no eres varón? – grito Lorenzo.
Rosini,  se acerco hacía mí y empezó a desnudarme suavemente. No tuve fuerzas para impedirlo.
Cuando iba a ser violada, presentí que Carla y yo habíamos sido drogadas. Imploré a la Virgen de las Mercedes y traté de huir.
Abrí mis piernas temblorosas, ante la presión de sus rodillas y cuando se aprestaba a la penetración, me encogí, como un resorte,  estiré  mis piernas  y logré sacar por los aires a mi agresor.
 Al verlo tirado en el piso, ante el asombro de mis amigos, agarré sus testículos y con un mordisco los desprendí de sus raíces; luego, furiosa los escupí al piso alfombrado de color amarillo que se tiño con sangre roja burbujeante.
Rocío y Lorenzo cogieron mis brazos y me alejaron de mi víctima que gritaba como un chivo castrado; y, cuando Jonathan me vociferó ofendido, queriendo asestarme un lapo, cogí una cigarrera de bronce que se encontraba en la mesita de noche y  selle mi huella de desprecio en su cara.
Ante las exclamaciones desesperadas, dos botones, personas encargadas de transportar el equipaje desde el vehículo del cliente del hotel, hasta la habitación de éste y viceversa, derribaron la puerta del dormitorio e ingresaron espectacularmente.
-  ¡Horror! ... ¡Llamen a la policía! - dijo una señora alta, gorda, con moño abultado, rollos en la barriga, grasa en los brazos y vestido ajustado. Los botones salieron, como rayos, a cumplir la orden.
- ¡Regresen! – gritó la señora, con voz autoritaria y dio la contra orden.
- La presencia de los policías, puede promover un escándalo, hay que solucionar  este incidente lamentable, de otra manera.
 Me encontraba semi desnuda y furiosa. Sentía miedo y vergüenza; por eso, salí corriendo a la calle, empujando con todas mis fuerzas a las personas que se encontraban bajo el umbral de la puerta.
Caminé, sin rumbos fijos, ante el asombro de los vendedores, ambulantes instalados en las veredas del paradero pavimentado.
- ¡Cójanlo¡ - gritó la dueña del hotel, con todas las fuerzas de su voluminosa contextura.
- ¿Acaso tú puedes hacerlo? ... ¡Cobarde! – La grité y me alejé, veloz como una gacela.
Al final de la calle, volteé para ver si me seguían. ¡Horror¡ ... Rosini venía tras, con las piernas empapadas  de sangre, diciendo.
- ¡Juliana, amor  mío, espérame! –
Aligeré los pasos y no quise detenerme, ni siquiera para juntar  las tiras de mi vestido rasgado que arrastraba al huir. A medida que avanzaba a la meta desconocida, en mi mente se dibujó “la persecución de mi primo Liborio, en el campo, queriendo violarme cuando, apenas, tenía trece años; lo hubiera logrado, si en esos instantes no se presenta mi tío Zenaido Milla, con un pico en la mano derecha y lo amenazó con clavarle en el pecho, no me soltaba”.
Los gritos que salían de las gargantas de los niños asustados y las exclamaciones de sorpresa de las mujeres, enardecía a la turba del hotel que me perseguía, como jaurías apetitosas tras un venado.
¡Sálvenme, ayúdenme, por favor¡ El anormal que me sigue quiso violarme y ahora me persigue para satisfacer sus deseos enfermizos.- gritaba al momento que ingresaba al bosque de eucaliptos y retamales.
- El triste final de las personas de mal vivir es la muerte, por manos de gente honrada, porque las autoridades judiciales corruptas extraen dinero de los bolsillos de  los criminales y de sus víctimas; esos sinvergüenzas venden su conciencia al mejor postor, sin importarles la administración de justicia, de acuerdo a normas - dijo un anciano de cabellos canos y mirada autoritaria, quien tomando un hacha que se encontraba en la pared  de su casa, asestó un golpe mortal a  Rosini.
- Los violadores no pasarán, la justicia impuesta por el pueblo triunfará.- Gritaba una madre indignada.
Las piedras y palos menudearon  sobre el cuerpo de Rosini que cayó de bruces sobre el pavimento, con los ojos desorbitados y el cuerpo convertido en charqui.
Rocío y Lorenzo que venían corriendo detrás de mí, fueron interceptados por la gente del pueblo. Cogidos fueron amarrados a un  tronco de  capulí añoso de la plazuelita.
- ¡Ellos me obligaron  a drogar a mis amigas! – gritaba Lorenzo, pidiendo clemencia a la turba enardecida.
Las pedradas y palazos propinados fueron causantes de la muerte de mis compañeros del Instituto. Sabe Dios la culpabilidad que tenían sobre el incidente provocado por dos extraños  drogadictos.
Lancé un grito desgarrador  y corrí hacia Rocío, la abracé fuertemente y traté de liberarla de su atadura. Estaba fría, lo arropé con mi pecho para comunicarle el calor de mi cuerpo sudoso.
-¡No te muevas asesina¡ – fue la voz de alarma que escuché a mis espaldas; y cuando  di la vuelta, pude notar a través del cristal de mis lágrimas, a dos policías que me apuntaban con sus armas. El sonido aterrador de un tiro se expandió por los picachos de los nevados de San Cristóbal y percibí  que una bala  caliente ingresaba hacia mi corazón.
Mientras caía al piso, sentí que mi espíritu se separaba de  mi cuerpo y se elevaba jugueteando con los nubarrones que se agitaban cadenciosamente sobre la inmensidad.
La música empezaba a poblar los ambientes de las discotecas y la luna se proyectaba en el horizonte. Faltaba media hora para llegar a mi casa, como todas las noches lo hacía, cuando retornaba del Instituto Nocturno “Hipólito Unánue”, donde estudiaba la carrera de Enfermería Técnica
ncontraba en la pared  de su casa, asestó un golpe mortal a  Rosini.
- Los violadores no pasarán, la justicia impuesta por el pueblo triunfará.- Gritaba una madre indignada.
Las piedras y palos menudearon  sobre el cuerpo de Rosini que cayó de bruces sobre el pavimento, con los ojos desorbitados y el cuerpo convertido en charqui.
Rocío y Lorenzo que venían corriendo detrás de mí, fueron interceptados por la gente del pueblo. Cogidos fueron amarrados a un  tronco de  capulí añoso de la plazuelita.
- ¡Ellos me obligaron  a drogar a mis amigas! – gritaba Lorenzo, pidiendo clemencia a la turba enardecida.
Las pedradas y palazos propinados fueron causantes de la muerte de mis compañeros del Instituto. Sabe Dios la culpabilidad que tenían sobre el incidente provocado por dos extraños  drogadictos.
Lancé un grito desgarrador  y corrí hacia Rocío, la abracé fuertemente y traté de liberarla de su atadura. Estaba fría, lo arropé con mi pecho para comunicarle el calor de mi cuerpo sudoso.
-¡No te muevas asesina¡ – fue la voz de alarma que escuché a mis espaldas; y cuando  di la vuelta, pude notar a través del cristal de mis lágrimas, a dos policías que me apuntaban con sus armas. El sonido aterrador de un tiro se expandió por los picachos de los nevados de San Cristóbal y percibí  que una bala  caliente ingresaba hacia mi corazón.
Mientras caía al piso, sentí que mi espíritu se separaba de  mi cuerpo y se elevaba jugueteando con los nubarrones que se agitaban cadenciosamente sobre la inmensidad.
La música empezaba a poblar los ambientes de las discotecas y la luna se proyectaba en el horizonte. Faltaba media hora para llegar a mi casa, como todas las noches lo hacía, cuando retornaba del Instituto Nocturno “Hipólito Unánue”, donde estudiaba la carrera de Enfermería Técnica











No hay comentarios:

Publicar un comentario