MI DESGRACIA
Domingo de Guzmán Huamán Sánchez
Cuando Carla y Juliana se presentaron, salí con ellas, cargando mi mochila conteniendo mi ropa de baño, jabón y toalla. En la intersección de los jirones Caraz y Cajamarca, detuvimos un ómnibus que se dirigía a los baños temperados de Monterrey que se encontraban a cinco kilómetros de la ciudad y la abordamos con celeridad.
Un fuerte ventarrón, jugueteó con nuestras cabelleras, al instante que bajamos del vehículo. Nos encontrábamos en el paradero del balneario turístico. Cerca de la boletería, nos ubicamos detrás de Lorenzo, compañero de aula, que dialogaba con dos extraños melenudos de acento extranjero.
El trato cortés de los extraños nos impresionó
y le brindamos nuestra cálida amistad. El
sol del medio día era intenso, y como estábamos sedientos,
aceptamos la invitación de compartir
unas gaseosas, en la plataforma de la piscina alta.
Subimos la escalinata con
pisos de venecianos y los laterales adornados con columnas salomónicas de mármol.
Desde la plataforma contemplamos el panorama del ambiente cerrado y junto a la
baranda de alabastros, nos sentamos alrededor de una mesa con sombrillas azul ultramar que contrastaba
con el cielo celeste del balneario.
Lorenzo, extravertido,
palomilla, burlón y compañero de estudios, llamó al mesero y acercándose a él le dijo algo al oído. El
haciendo un ademán de confianza se alejó del lugar, retornando, al poco
rato, con una bandeja plateada
conteniendo cuatro vasos de jaibol
(alto) con dos o tres cubos de hielo, llenos de Coca cola y rebanadas de naranja en los
bordes.
Después que libamos el
primer sorbo, Rosini se desató lanzando
piropos a diestra y siniestra, comentando acerca de la belleza del Callejón de
Huaylas. Noté que era amigo íntimo de Lorenzo. Me dijo: - ¡Dulce madona! …¿Puedo darte un beso de amigo?
- ¡Pero, un beso de
amigos¡ – le dije, acercando mi mejilla izquierda a sus labios.
- ¿Tienes, acaso, novio? –
diciendo, me tomó de la mandíbula, con fuerza, y me besó en los labios. Mi
reacción fue violenta, de inmediato le asesté una bofetada en la oreja. Lorenzo
y Rocío soltaron una risotada, comentando algo que no logré entender.
Mi turbación fue notoria a raíz del beso inesperado. Me
levanté ruborizada y cogiendo mi mochila, que contenía mi traje de baño, con
pasos acelerados me dirigí hacia la escalera. Rocío, la madre soltera y
conviviente de Lorenzo, con su caminar ligero y bamboleante se acercó a mí, muy presurosa y me dijo con cierta malicia.
- Eres una tonta. ¡Aprovechemos la oportunidad! … !Regresa¡
- Pero, el gringo es un atrevido - le
contesté.- Bajé la escalinata, me dirigí
al vestuario No. 7 de la piscina; y después de ponerme la ropa de baño, fui hacia el trampolín y con la ira que me
carcomía el alma, me lancé a las aguas temperadas. Al rato, Lorenzo, Carla y sus amigos hacían lo mismo.
- Pasado el incidente,
cuando el sol se incendiaba en el cenit, a invitación de Lorenzo, nos dirigimos
al bar del Hotel de Turistas y bebimos
vasos de Cuba Libre. Al poco rato, a mi contorno, todo daba vueltas y
trastabillando quise ingresar a los servicios higiénicos destinados para mujeres para mojarme la cabeza.
Al momento de pararme, con
pesadez, sentí que me desvanecía y antes
que cayera al piso, fui tomada de la cintura y conducida a un ambiente alfombrado
con cuatro camas.
- Aprovechemos la oportunidad; están a nuestra merced - sugirió una voz, que por el timbre reconocí
que era de Lorenzo.
Al voltear la cabeza, noté
que Lorenzo y Rocío hacían el amor, apasionadamente, en el suelo; Carla se resistía ante el acoso de Jonathan. Delante
de mí, apresuradamente, Rosini se desvestía.
- ¡Ataca¡... ¿ Acaso no eres varón? – grito Lorenzo.
Rosini, se acerco hacía mí y empezó a desnudarme
suavemente. No tuve fuerzas para impedirlo.
Cuando iba a ser violada,
presentí que Carla y yo habíamos sido drogadas. Imploré a la Virgen de las
Mercedes y traté de huir.
Abrí mis piernas
temblorosas, ante la presión de sus rodillas y cuando se aprestaba a la
penetración, me encogí, como un resorte,
estiré mis piernas y logré sacar por los aires a mi agresor.
Al verlo tirado en el piso, ante el asombro de
mis amigos, agarré sus testículos y con un mordisco los desprendí de sus
raíces; luego, furiosa los escupí al piso alfombrado de color amarillo que se
tiño con sangre roja burbujeante.
Rocío y Lorenzo cogieron
mis brazos y me alejaron de mi víctima que gritaba como un chivo castrado; y,
cuando Jonathan me vociferó ofendido, queriendo asestarme un lapo, cogí una
cigarrera de bronce que se encontraba en la mesita de noche y selle mi huella de desprecio en su cara.
Ante las exclamaciones
desesperadas, dos botones, personas encargadas de transportar el
equipaje desde el vehículo del cliente del hotel,
hasta la habitación de éste y viceversa, derribaron la puerta del dormitorio e
ingresaron espectacularmente.
- ¡Horror! ... ¡Llamen a la policía! - dijo una
señora alta, gorda, con moño abultado, rollos en la barriga, grasa en los brazos y vestido ajustado. Los
botones salieron, como rayos, a cumplir la orden.
- ¡Regresen! – gritó la
señora, con voz autoritaria y dio la contra orden.
- La presencia de los
policías, puede promover un escándalo, hay que solucionar este incidente lamentable, de otra manera.
Me encontraba semi desnuda y furiosa. Sentía
miedo y vergüenza; por eso, salí corriendo a la calle, empujando con todas mis
fuerzas a las personas que se encontraban bajo el umbral de la puerta.
Caminé, sin rumbos fijos,
ante el asombro de los vendedores, ambulantes instalados en las veredas del
paradero pavimentado.
- ¡Cójanlo¡ - gritó la
dueña del hotel, con todas las fuerzas de su
voluminosa contextura.
- ¿Acaso tú puedes
hacerlo? ... ¡Cobarde! – La grité y me alejé, veloz como una gacela.
Al final de la calle,
volteé para ver si me seguían. ¡Horror¡ ... Rosini venía tras, con las piernas
empapadas de sangre, diciendo.
- ¡Juliana, amor mío, espérame! –
Aligeré los pasos y no
quise detenerme, ni siquiera para juntar
las tiras de mi vestido rasgado que arrastraba al huir. A medida que
avanzaba a la meta desconocida, en mi mente se dibujó “la persecución de mi
primo Liborio, en el campo, queriendo violarme cuando, apenas, tenía trece años;
lo hubiera logrado, si en esos instantes no se presenta mi tío Zenaido Milla,
con un pico en la mano derecha y lo amenazó con clavarle en el pecho, no me
soltaba”.
Los gritos que salían de
las gargantas de los niños asustados y las exclamaciones de sorpresa de las
mujeres, enardecía a la turba del hotel que me perseguía, como jaurías
apetitosas tras un venado.
¡Sálvenme, ayúdenme, por
favor¡ El anormal que me sigue quiso violarme y ahora me persigue para
satisfacer sus deseos enfermizos.- gritaba al momento que ingresaba al bosque
de eucaliptos y retamales.
- El triste final de las
personas de mal vivir es la muerte, por manos de gente honrada, porque las
autoridades judiciales corruptas extraen dinero de los bolsillos de los criminales y de sus víctimas; esos
sinvergüenzas venden su conciencia al mejor postor, sin importarles la
administración de justicia, de acuerdo a normas - dijo un anciano de cabellos
canos y mirada autoritaria, quien tomando un hacha que se encontraba en la
pared de su casa, asestó un golpe mortal
a Rosini.
- Los violadores no
pasarán, la justicia impuesta por el pueblo triunfará.- Gritaba una madre
indignada.
Las piedras y palos
menudearon sobre el cuerpo de Rosini que
cayó de bruces sobre el pavimento, con los ojos desorbitados y el cuerpo
convertido en charqui.
Rocío y Lorenzo que venían
corriendo detrás de mí, fueron interceptados por la gente del pueblo.
Cogidos fueron amarrados a un tronco
de capulí añoso de la plazuelita.
- ¡Ellos me obligaron a drogar a mis amigas! – gritaba Lorenzo,
pidiendo clemencia a la turba enardecida.
Las pedradas y palazos
propinados fueron causantes de la muerte de mis compañeros del Instituto. Sabe
Dios la culpabilidad que tenían sobre el incidente provocado por dos
extraños drogadictos.
Lancé un grito
desgarrador y corrí hacia Rocío, la
abracé fuertemente y traté de liberarla de su atadura. Estaba fría, lo arropé
con mi pecho para comunicarle el calor de mi cuerpo sudoso.
-¡No te muevas asesina¡ –
fue la voz de alarma que escuché a mis espaldas; y cuando di la vuelta, pude notar a través del cristal
de mis lágrimas, a dos policías que me apuntaban con sus armas. El sonido
aterrador de un tiro se expandió por los picachos de los nevados de San
Cristóbal y percibí que una bala caliente ingresaba hacia mi corazón.
Mientras caía al piso,
sentí que mi espíritu se separaba de mi
cuerpo y se elevaba jugueteando con los nubarrones que se agitaban
cadenciosamente sobre la inmensidad.
La música
empezaba a poblar los ambientes de las discotecas y la luna se proyectaba en el
horizonte. Faltaba media hora para llegar a mi casa, como todas las noches lo
hacía, cuando retornaba del Instituto Nocturno “Hipólito Unánue”, donde
estudiaba la carrera de Enfermería Técnica
ncontraba en la
pared de su casa, asestó un golpe mortal
a Rosini.
- Los violadores no
pasarán, la justicia impuesta por el pueblo triunfará.- Gritaba una madre
indignada.
Las piedras y palos
menudearon sobre el cuerpo de Rosini que
cayó de bruces sobre el pavimento, con los ojos desorbitados y el cuerpo
convertido en charqui.
Rocío y Lorenzo que venían
corriendo detrás de mí, fueron interceptados por la gente del pueblo.
Cogidos fueron amarrados a un tronco
de capulí añoso de la plazuelita.
- ¡Ellos me obligaron a drogar a mis amigas! – gritaba Lorenzo,
pidiendo clemencia a la turba enardecida.
Las pedradas y palazos
propinados fueron causantes de la muerte de mis compañeros del Instituto. Sabe
Dios la culpabilidad que tenían sobre el incidente provocado por dos
extraños drogadictos.
Lancé un grito
desgarrador y corrí hacia Rocío, la
abracé fuertemente y traté de liberarla de su atadura. Estaba fría, lo arropé
con mi pecho para comunicarle el calor de mi cuerpo sudoso.
-¡No te muevas asesina¡ –
fue la voz de alarma que escuché a mis espaldas; y cuando di la vuelta, pude notar a través del cristal
de mis lágrimas, a dos policías que me apuntaban con sus armas. El sonido
aterrador de un tiro se expandió por los picachos de los nevados de San
Cristóbal y percibí que una bala caliente ingresaba hacia mi corazón.
Mientras caía al piso,
sentí que mi espíritu se separaba de mi
cuerpo y se elevaba jugueteando con los nubarrones que se agitaban
cadenciosamente sobre la inmensidad.
La música
empezaba a poblar los ambientes de las discotecas y la luna se proyectaba en el
horizonte. Faltaba media hora para llegar a mi casa, como todas las noches lo
hacía, cuando retornaba del Instituto Nocturno “Hipólito Unánue”, donde
estudiaba la carrera de Enfermería Técnica
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