MIS
CUENTOS INFANTILES
DOMINGO DE GUZMAN HUAMAN SANCHEZ
SUMARIO
1.- SILENCIO TELARAÑAS
Y POLVO: Cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
2.- LA HOJA
SAGRADA: Cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
3.- APÓSTOL
SANTIAGO: cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
4.- DON
TOMACO: Cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
5.- “EL BARRANCO”:
Cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
6.- IRENE: Cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
7.-
ACRÓSTICOS: Cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
8.- AMANECERÍA
OTRA VEZ: Cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
9.-. DOLOR QUE
NUNCA CALMA: Cuento
Domingo de
Guzmán Huamán Sánchez
1.- SILENCIO
TELARAÑAS Y POLVO
Cuento
Don Pedro Simeón al retornar, después de
veinte años, a su pueblo de “Waqap”,
enclavado en las faldas de “Marka punta”, se dirigió apresurado a una casa
vieja abandonada de sus abuelos, ubicada en un lugar solitario no muy lejos del
lugar. No sabía exactamente cuándo fue construida, pero suponía que tenía más
de un siglo de existencia. El abandono que
sufrió, por generaciones sucesivas, la convirtió en una casa solitaria y
de mal semblante.
Con sus manos huesudas y delicadas de
oficinista, abrió la mansión abandonada
y percibió un olor penetrante, nauseabundo, y un frío húmedo se fue
calando en sus huesos. La casa entera parecía advertirle: ¡No ingreses...¡…
¡Noooooooo!
Decidió entrar y descubrió que el deseo
que tenía terminó siendo una pesadilla espeluznante, que jamás olvidó mientras
vivió.
Los muebles de la sala, el comedor y el
dormitorio estaban cubiertos de telarañas y polvo. Se encaminó a la cocina.
¡Qué pena! Colgaba de la pared el mandil rosado de mamá y la mesa que albergó a
más de veinte personas, durante el
almuerzo, estaba desvencijada y desierta. El silencio estaba mudo y no había
con quien hablar del pasado. Empezó el
desbordamiento de recuerdos.
En esos instantes se dibujó las
maravillas de su infancia, en compañía de sus hermanos y primos. Recordó que su juego favorito era en el patio de esa mansión
olvidada, recogía tierra y hacía pastelitos de lodo, que le quedaban
redonditos, redonditos; y una vez hechos los ponía sobre una lata de manteca a
secar al sol, ahhhh!!! Pero eso no era todo,
una vez secados al sol los pastelillos, un día sábado al final del
almuerzo, pidió permiso a su mamita linda que llevaba puesta el mandil rosado,
para servir los pastelitos y así lo hizo y cuando llegó al lugar donde estaba
sentado su primo José, a quinen lo apodaron de “Gordo Cebón” por tener una
contextura gruesa y llena de grasa, este se mofó diciéndole : ¡Pastel de
barro¡. Lleno de rabia y ¡zassssss! lo agarró a pastelazos y sus primos
quedaron con chichones y heridas en la cara y todo el cuerpo. Hubiera terminado
en una golpiza si es que la ama de casa
no intervenía con su voz y ademán angelical.
Con cabeza gacha demostrando que no le
importaba el incidente con los pasteles, desapareció para esconderse en su
refugio preferido que era un árbol de capulí donde trepó y trepó hasta lo alto
y ahí nadie lo alcanzó.
Brotaron perlas diamantinas diminutas de
su ojos y suspirando profundamente: ¡jaaaa…! exclamó: ¡Tiempos aquellos¡
Salió al patio, divisó con avidez, no
existían árboles ni menos aquel en donde se refugiaba cuando las circunstancias
de su infancia querían tratarle mal. Recordó los bellos momentos de su
infancia. Y así lo que más extrañó fue su mamá, un segmento muy importante para
que su niñez fuera maravillosa e inolvidable.
2.- LA HOJA SAGRADA
Cuento
“Genaro Chavinpalpa es un hombre sin familia,
coquero y muy trabajador, siempre tiene algo que hacer y gana dinero suficiente
para vivir.”
“En el pueblo, donde habitan sólo veinte
familias, tiene un cuarto de adobe con un corralito donde cría cerdos,
gallinas, palomas; bajo la sombra de una Campanilla tiene un cuyero donde decenas de roedores nacen, crecen y son
comercializados. En su pequeña habitación todo está en orden”.
A sus visitantes manifiesta su estado
de ánimo optimista al decir que: “Cuando se mastica las sagradas hojas de la
coca no se tiene sed, hambre ni pena”.
Pese a ingerir alimento sólo una vez al día, posee musculatura de buey
arador, agilidad felina y mirada de halcón. Siempre canta para hacer trizas los
vidrios de la soledad y rendir pleitesía a la coca:
Hoja verde de la coca
humo ralo del cigarro
con los dos la vida agarro
al tenerlos en mi boca.
Suele decir, “todo vicio he dejado, pero
a mi coca no la dejaré, porque es planta sagrada, hija de la Mama Patsa, que da
fuerza y conduce a la felicidad eterna”.
Se vale de un verbo convincente para
convencer a sus visitantes enfermos y desilusionados: “No importa que los
débiles o inferiores, los retardados
mentales, los duros de corazón reaccionen con rabia, de inconformidad o
impotencia cuando digo: “Cuando fumo mi cigarro “Inca” y mastico mi coca, los
dos me dicen: Son dulces en la boca y amargos en el vientre. Todas estas cosas
pertenecen al diario vicir y cadas cual se ejercita a su propio mal por amor a
su creencia.
La medicina oficial está cavando su
propia tumba. Los esbirros de la higiene
serán los sepultureros drlod m´rdicos. Los cacheros no se acabarán jamás, Los
médicos aprenderán a chacchar para aprender a curar.
3.- APÓSTOL SANTIAGO
cuento
“Al final del trabajo agotador de la cosecha
de papas en Cruz Pampa, doña Felicitas,
pese haber comido pachamanca con tres carnes y papas asadas en hornos
construidos con piedras y terrones para la ocasión, con quesillo fresco y
rocotos verdes, llegó a su casa muy cansada y cenó; después se metió a la cama seguido por el ¡miau,
miauuuu” de su gatito de orejas
puntiagudas y ojitos incandescentes y
quedó profundamente dormida arrullado por el ronquido del animalito.
Rezaba, arrodillada en un reclinatorio,
frente al Altar Mayor del templo virreinal, declarada Patrimonio Cultural de la
Nación y al sentir el peso ligero de unas manos giró la cabeza y sus ojos se
toparon con los del Patrón del pueblo, Apóstol Santiago.
Y el guía le pidió que sea su mayordoma
para depositar flores aromáticas y velas en su altar; luego el Santo del pueblo
cabalgó su corcel blanco y partió como rayo, dejando al rededor chispas
producidas por los herrajes al rozar con el piso pedregoso. La devota despertó
cuando los primeros rayos de la aurora se extendían en el horizonte”.
“Durante la semana, Shanticho visitó a
muchas personas, recordándoles sus
obligaciones para la Fiesta Patronal. El estaba seguro que, ese año, la celebración de su festividad
sería pomposa, con juegos artificiales, corrida de toros, comilonas,
reencuentros de centenar de cochapetinos
residentes en Lima y países extranjeros.
El 25 de julio, día central de la
festividad, el apóstol estaba radiante y con sonrisa a flor de labio, porque
los festeros le ubicaron en una anda de cedro tallado y barnizado por artesanos
de Chacas, adornado con flores variadas. Su rostro se tornó rosado porque le
vistieron con camisa blanca, pantalón azul y capa roja con grecas doradas y
sombrero de pico del mismo color; sostenía con la mano derecha enguantada una
espada de plata con empuñadura de oro.
“Entonces, después de la misa, todos los
asistentes, al compás de la banda de músicos, bajo la dirección del
trompetista “Zambo Mashi”, en procesión solemne, le
expresaron su profunda devoción, con los sentimientos de: Sabiduría, ciencia,
Piedad y Temor.”
“Después de la corrida de toros, los
comuneros y visitantes se retiraron y al día siguiente, después de la homilía
del sacerdote, los devotos recibieron la bendición y la recomendación de
cumplir con la promesa de hacer mejor la fiesta el año próximo.
Concluida la Santa Misa, los reunidos,
en el atrio empedrado con lajas de piedras azules y blancas, se dieron abrazos
de despedida y promesas de retornar.
En un extremo, sobre una mesita de
aliso, el sacristán Moisés Alejo, hombre diminuto y barrigón, anotaba en un
libro de actas los nombres de los
“Qellis”, quienes apoyarían a los festeros, en la próxima festividad, con cargo de reciprocidad.
4.- DON TOMACO
Cuento
Don Tomaco, en su brioso corcel, había
recorrido desde su fundo de “Camochó” hasta Cochapetí y al final del trayecto
se sintió cansado. Durante cuatro horas, había recorrido cuestas entrelazadas
por caminos curvilíneos, manadas pobladas por centenar de reses cuyos becerros
encerrados en chiqueros berreaban aguijoneados por el hambre; había cruzado
riachuelos bullangueros que hacían competencia con el trino de las avecillas
que saltaban de una rama a otra y otra y otra.
Se apeó, saludó al tendero, muy
atentamente y le pidió un balde de agua para su corcel “Veneno” y una cerveza
espumante para él.
Su potro sudaba copiosamente para
asegurar su regulación térmica, es uno de los pocos animales que actúa de esta
forma.
Don Antonino, uno de los tenderos más
honorables del pueblo, calmó la sed de sus visitantes. A él le ofreció una
banca forrada con pellejos de venado como asiento y al solípedo sombra, balde de agua y paja de
cebada.
Don Tomaco brindó, elogió y bebió con muchos
parientes y amigos que se reunieron en la cantina; finalmente, completamente
ebrio, se tendió sobre la banca alfombrada con pieles de venado y se quedó profundamente dormido.
En la espesura, cuando trozaba troncos
de chachacoma, se le apareció una mujer bellísima con encantos mitológicos,
llevaba un vestido transparente que mostraba una anatomía exuberante de hembra
quinceañera, erguida con una mirada seductora. Su postura era indolente y
pasiva.
Soltó el hacha, se limpió el sudor con el dorso de sus manos callosas.
Nervioso se acercó y junto a la aparición, sintió la atracción irresistible. El
parecía acero y ella imán.
La cogió con vehemencia salvaje y se
dejaron envolver por el remolino turbulento de la pasión. Sus vientres sudaban
y la cadera redondeada de ella se movía, se movía y movía de izquierda a
derecha, de abajo hacia arriba, levantándose, hundiéndose en el lago esponjoso
del pajonal seco que cantaba: Crac,
chirrr, crac , chirr, crac, chir...
La esposa del tendero, que era la
sobrina del visitante, interrumpió el sueño
del cliente.
¡Tío Tomaco, Tamaco! Ya es tarde,
despierta.
Despertó y preguntó.
¿Donde está ella? No la veo.
¿A quién se refiere tío?
¡Nada! Son efectos de la borrachera,
alucinación, sed y hambre.- Pidió una
botella de cerveza.
Natalia, la esposa del tendero, se
acercó y dijo:
Tio Tomaco, ya no beba, pasemos a la
cocina. He preparado un Yaku kashki con papitas tiernas de hallqa warmi que
ayer cosechamos en los parajes de Utkush
.
Gracias hija. Eres tan amable y buena
como tu madre, mi hermana que muy pronto nos abandonó, cuando apenas tenías
siete añitos.
El tío
extrajo de sus alforjas chirimoyas, paltas y pepinos, de su fundo y
entregó diciendo.
Para que endulcen sus labios y la de los chicos.
Concluido el desayuno, con huevo y
tocino con típicas papas amarillas de acompañamiento, hizo compras que llenó en
sus alforjas y cabalgando su brioso y descansado corcel, partió rumbo a su
fundo.
El galope es un aire
mucho más cómodo para el jinete, porque es más fácil seguir el movimiento del
caballo. Pero también es mucho más rápido que el trote y, por lo mismo, provoca
temor en muchos novatos. Don Tomás prefería el galope levantado y parado sobre
los estribos, levemente inclinado hacia delante, hasta que el trasero ya no
esté en contacto permanente con la montura.
Al final de la calle, levantando el
brazo derecho y blandiendo el sombrero de jipe japa se despidió.
“Hasta pronto, si Dios quiere volveré”.
5.- “EL BARRANCO”
Cuento
El chacarero se llamaba Luís Huerta que
tenía tierras de cultivo en las propiedades heredadas de su señor padre, don
Daniel Sabino; tenía veinticinco años y
su vida en el campo, desde que abandonó sus estudios en el colegio
capitalino donde se destacó como escritor, no era tan fácil ni maravillosa.
Trabajaba duro, se arriesgaba mucho y no lograba una retribución justa como
para darse una vida lujosa rodeada de comodidades y formar un hogar.
Decía que era responsable de la muerte de doña
Perfecta que la encontraron en el barranco de “Urán, los peones que fueron a
limpiar la acequia que conduce agua de la laguna de
Shiqui
a las tierras de la comunidad de Cochapetí. Las mujeres que la vieron
compartir con ella, sentados al bode de una acequia que conducía agua cantarina
que son su ¡culll culll culll! Incesante acompasaba el trino de las aves,
comentaban que el criminal era él; eso no le importaba porque estaba dedicado a
escribir un diario detallado de los pasos que siguió para asesinarla. A sus
visitantes solía decirle: “Cometí el crimen porque soy el aborrecido del pueblo y la única que
me entendía era ella”.
Conoció a Perfecta, en el mes de mayo,
durante la cosecha de papas en el paraje de Cruz Pampa, donde al centro del
Callpal construyó un horno con terrones y piedras labradas. Ella atizaba el
fogón con chamizas secas y asaba “Jallka
warmi” y “Utkush”, papas arenosas y agradables que fueron degustados con
“Kushara” fresca y quesos añejos, en el momento de descanso, cuando el sol reverberaba en el cenit.
Ella atendía a diestra y siniestra exhibiendo
sus bamboleantes y apetecible senos. Nadie se
dio cuenta del celo que le despertaban las miradas golosas de los
jóvenes a excepción de su tía Ushi que desapareció, después del almuerzo
campestre, llevando sobre la espalda una lliklla de papas escogidas.
Una tarde cuando Perfecta se dirigía a
la fuente de Paccha con un atado de ropas para lavar, la siguió hasta el lugar
donde ella cogió las ropas sucias y las
sumergió en el lavadero mandado construir por el alcalde a pedido de las
mujeres del pueblo. El se acercó y empezó aventarle piedrecillas como muestra
de su presencia y estima. Entonces conversaron y Luís le preguntó si ella
sentía algo por el. La respuesta fue una
sonrisa coqueta seguids de una sonrisa astuta.
Era el medio día, ella recogió los vestidos
tendidos en el champal, la envolvió y puso a sus espaldas ajustando entre su
mandíbula y los senos las puntas de la Lliclla; llenó el balde con agua fresca
y partió hacia el pueblo con pasos ligeros. Al día siguiente cuando Perfecta se
dirigía a Qarwanchi por alfalfa para sus cuyes y cebollas para la cocina, él
esperó en la curva del camino y sin preámbulos
dijo que la amaba. Ella sonrió y manifestó que era casada. Sin pérdida
de tiempo la cogió, la tumbó y después
de un breve forcejeo ambos fueron transportados al paraíso de la entrega
placentera con besos, abrazos y chasquidos de olas embravecidas en las orillas
de la playa extensa del placer. Se levantaron y cada cual siguió su ruta sin
intercambiar palabra alguna.
A la mañana siguiente Lucho fue a la
casa de Perfecta y encontró a don Chavinillo sentado en una mecedora, al
costado del patio de su casita, solazándose bajo la sombra de un Floripondio poblado de flores blancas
ensanchadas. Le dijo que su esposa había ido a Qarwanchi a atender a sus animales y sembríos con ayuda
de su primo “Shawi”. Montó en ira y se despidió
del ciego que rebasaba por todo los poros inocencia e humildad.
Durante meses, Luís y Perfecta, a
ocultas, en los barrancos, en la cabecera de los huertos y bajo la sombra de
los quinales se veían continuamente. Luís la amaba desesperadamente, pero se
daba cuenta que Perfecta lo quería como pasatiempo.
Las crisis la permitió traicionar a su
esposo Chavinillo y a todos sus amantes circunstanciales, su manía era
abandonar su hogar y deambular por quebradas, pueblos vecinos y sementeras para
perderse en brazos de chiquillos, mozos y adultos.
Una tarde la encontró en el patio de su
casa y le invitó a sentarse, sus ojos redondos y saliendo un poco de sus
órbitas, ansiosos, su pelo hermosamente desgreñado, ayudado con una bincha para
“normalizarlo”. Le saludó por haber permitido la visita en su casa y admitirle conversar y le pidió pasar unos
momentos en su alcoba, sin contestarla le miraba ansiosa. Le dijo: “Gracias por
visitarme, por ser valiente, tu petición es genial, pero mi esposo está
descansando.
Dejó de mirarle, sus ojos se volvieron
dulces y su boca habló con voz emocionada: “por fin, sólo necesitaba que
alguien me entendiera”. Se levantó e ingresó a su cuarto diciendo. Chawinillo
abre tus brazos para que me devores.
Desde ese momento, muchos de sus
encuentros terminaban en peleas furibundas porque él siempre le preguntaba
sobre las relaciones íntimas que ella sostenía con los jóvenes de la comarca y
los foráneos que la visitaban de vez en
cuando.
En una de sus demencias discutieron
fuertemente y ella se marchó gritando y llorando sin hacer caso a las llamadas
de él.
Una mañana, muy temprano, Luís se dirigió a
“Qarwanchi” y en la puerta de la casita de don Chavinillo, que a raíz de un
accidente se quedó ciego y vivía a expensas de su esposa, se topó con Shawi que salía en compañía de
una mujer agraciada y extraña. Le manifestó que
Perfecta se había quedado en el lecho que habían compartido los tres.
Luís recordó que después de una
borrachera se había quedado en casa de un amigo con su pareja, lo que
pasó afloró con toda claridad en su mente, tenían las copas hasta la cabeza y
entonces se metieron a la cama los tres e hicieron de todo, sintió rabia y a la
vez morbo pero, siguió con ella, es difícil verla, entendió que las tres se habían acostado y que ella
era una falsa y merecía otro trato. Llegó a la conclusión de que Perfecta
era una prostituta.
Desde entonces, todas las mañanas la
esperaba en los recodos del camino y ella no aparecía. Después de una espera
interminable los vio que avanzaban jugando y dándose pellizcos, se abrazaban,
se besaban. Era marzo, la tormenta, con truenos y relámpagos sorprendió. Lís se
escondió en una cueva y extrajo de su
bolsillo un cuchillo marca “Toro”, la afilo en una piedra pulida por el tiempo,
la limpió con los dedos y después de darle un beso la envainó y guardo en el
bolsillo de su saco.
Cuando salió al encuentro de la pareja
vio que ella sola se acercaba, le
preguntó tristemente qué iba a hacer, él le respondió que tenía que matarla por
haberlo traicionado con varios, entonces, llorando le clavó el cuchillo en el
pecho y lo desbarrancó por la pendiente rocosa que terminaba en un barranco
profundo.
Se dirigió a Cochapetí y penetró a la
casa de Perfecta donde encontró a don Chavinillo. Le confesó al ciego que venía
de la estancia de Qarwanchi, que Perfecta era la amante de Shawi y por eso lo
había matado; entonces el ciego le gritó que era un demente. Luego fue al
Gobernador y se entregó. Fue remitido a la provincia de Aija y después de un
breve juzgamiento quedó preso, en el encierro intentó darle explicación a la
última palabra del ciego: “loco” y el por qué Shawi se hubiera suicidado.
6.- IRENE
Cuento
Desciendo de una familia de artistas rico en imaginaciónn y
creatividad. Mis compañeros de estudio me han llamado “Qallwash” porque para
pintar mis cuadros utilizaba
el color amarillo; pero, hasta el momento, no se ha resuelto el
término Artista si es genialidad o la
forma elevada de expresión creativa
Aquellos
que pintan paisajes de día sueñan un mundo maravilloso de noche. En sus
recorridos raros observan los jardines
del cielo y se agitan, al dejar de bostezar, Imaginando
que han recorrido los senderos que Dante
lo hizo guiado por Beatriz. Recorren, en
frágil embarcación, el turbulento lago de las Estigias.
Confieso
que soy artista, que estoy iluminado, que hay dos momentos en mi existencia
mental: el estado de pureza que
pertenece a los sucesos de mi infancia, y un estado de oscurantismo y
desvío, que pertenece al presente y a los episodios que instituyen la segunda etapa de mi existencia.
Por eso, escuchad lo que les contaré del
primer período, y del segundo.
La
mujer de mi adolescencia, de quien tengo la fotografías clara en mi mente, era
la cuñada del hermano de mi tío padre
que se había casado con una profesora del pueblo vecino de Malvas. Se llamaba Irene.
Juntos habíamos recorrido los parajes frígidos de Ishke Cruz y pasado momentos
inolvidables en “Pishtak Maché”, Cueva del degollador, mientras la lluvia torrencial con rayos, truenos y relámpagos
hacía estragos con los pastores y sus rebaños de pelambre albo.
Pocos
llegaban al lugar maldecido por las viudas que habían perdido a sus esposos
secuestrados, asesinados y hervidos en pailas por los “Pishtaqkuna” en el
amplio recinto de la cueva misteriosa. Hacer el amor,
protegidos por paredes ciclópeas y animados por la fragancia de flores
silvestres y trino de avecillas era lo más sublime e inolvidable. Solos ,
aislados de la curiosidad de vecinos, sin preocuparnos del mundanal cuchicheo,
yo, mi amada y el manantial de la soledad.
Mis
dedos se deslizaban por caminos sinuosos de su cuerpo hasta su puquial tibio y
palpitante, así como los espacios que se extendían desde la enmarañada selva
perdiéndose en las profundidades del placer que agitaba a nuestros corazones,
con latidos del amor y la energía de los apus.
Tomados
de la mano, durante noventa días que duró la vacación, recorrimos Irene y yo
por esas laderas pobladas de ichus, pajonales y quenuales antes de que el amor
fermentara en los “Kuntus” o vasijas de
nuestros corazones.
Ocurrió
una tarde. Palabra alguna pronunciamos. Habíamos arrancado al amor toda su
furia y encanto y sentíamos el in cen dio de todos los deseos
de nuestros antepasados. Todo a nuestro
alrededor cambió. Flores aromáticas brotaron en las paredes rocosas. Y la vida
emergía en los senderos polvorientos,
todas las aves desplegaron su plumaje ante nosotros,
convirtiendo toda su trayectoria en estela esplendorosa.
Irene
embelleció, pero era una doncella normal e inocente, como la vida de los
amancayes amarillos que poblaron los cerros tornándolos embriagadores con sus
aromas edénicos.
Ningún
cambio en la naturaleza disimulaba el amor ardiente que sentía por mí.
Habiendo
pronunciado una mañana, entre lágrimas, la palabra : “Hasta pronto, amor mío y cuídate”,
partí en mi brioso corcel hacía el
lejano horizonte.
Sintió
palpitar su corazón con ritmo acelerado y supo que, su hermosura se arrugaría
con la ventisca de la lejanía. Le dolía pensar que, una vez alejados, yo
olvidaría para siempre aquellos felices lugares, transfiriendo mi amor
apasionado a otra joven. entonces, la
abracé con fuerza y juré, ante ella y
ante el patrón Shanticho, que nunca la olvidaría ni la cambiaría por otra y
poniendo a Dios como testigo juré recordarla siempre y si faltara que recibiría
el castigo más horrendo. Sus ojos se
opacaron con las lágrimas que fluían de
lo más hondo de su tristeza. Tembló y
suspiró, aceptando mi juramento que la
alivió.
Distante
del paradisíaco Cochapetí, formé mi hogar en la ciudad de Huaraz, entre las
cordilleras Blanca y Negra, cerca muy cerca del coloso Huascarán. La cueva de
“Pishtaq Maché”, las laderas de Ishke Cruz” desaparecieron del panorama del
recuerdo. Y la arrulladora melodía, más
suave que el arpa del “Zambo Mashi”,
director del Conjunto Musical Folclórico Los Amancayes de Carmocho, salvo la
voz de Irene, fue apagándose poco a poco, en murmullos cada vez más sordos,
hasta que la corriente del río Santa, al fin, se dimensionó. Y por último,
mangadas de nubes voluminosas se posaron sobre los lomos de los picos elevados
del Huascarán, Huandoy y Hualcán.
Apoderándose
de los resplandores dorados y magníficos del Callejón de Huaylas.
Pasado
el tiempo, las promesas de Irene no cayeron en saco roto, pues escuché el
balanceo de sus palabras y las olas del perfume de su cabellera flotaban
siempre en el ambiente de mi Taller de Pintura originando un latido pesado de
mi corazón, y una vez -¡ah, sólo una vez!-
despertó de un sueño, como el sueño de la muerte, con la presión de unos
labios espirituales tibios sobre los míos que estaban helados como el cielo del
San Cristóbal.
Me dolía la cama, las cortinas y la cómoda por los
recuerdos de mi dulce Irene que la
abandoné en busca de otros latidos y otros movimientos.
Viví
en Huarás que fue arrasada por el sismo del 31 de mayo, donde todas las casas
cayeron y la ciudad fue borrada, junto con mis dulces sueños que maduraron en
Cochapetí.
El
apoyo de los países del universo que convirtieron a Huarás en Capital de
fraternidad mundial, la fastuosidad y la bonanza y el boom minero y la belleza
embriagadora de las mujeres intoxicaron mi mente. Sin embargo, mi alma seguía
fiel a su juramento, y las indicaciones de la presencia de Irene todavía me
llegaban en las silenciosas horas de la noche. De pronto, cesaron las
manifestaciones descritas y el mundo cambió ante mis ojos y quedé tentado de
las bondades féminas, el dinero y el licor
que me a tentaron y succionaron, pues aterrizó de algún lugar, de
lejanísima tierra, a la renaciente ciudad donde residía, una jovencita ante
cuya presencia mi corazón traidor se encorvó, a cuya figura me incliné sin
resistencia, con el ardiente sometimiento amoroso. ¿Qué era, en verdad, mi
pasión por la joven de Malvas, en comparación con el ardor que me provocaba
Alejandrina?
¡Ah, incomparable ángel Alejandrina! De veras, no
me
quedaba aliento para ninguna otra. ¡Ah, sublime aparición, Alejandrina! Y al
contemplar en las honduras de sus pupilas, donde moraba el recuerdo, sólo pensé
en ellos, y en ella.
Me
casé en Semana Santa; perdí el temor a la maldición que había conjurado, y su
padecimiento no me doblegó. Soy sincero, pero sólo una vez en la quietud de la
noche, llegaron a través de la mampara los suaves suspiros que me habían
abandonado, y adoptaron la voz dulce, familiar, para decir: «¡Descansa en paz y
de Dios goza! Escucha, el Amor es inquebrantable. Abriendo tu corazón enamorado
a la noble Alejandrina, estás libre, por razones que conocerás en el Cielo, de
tus juramentos a Irene.»
7.- ACRÓSTICOS
CUENTO
Enclavado en las alturas de la
Cordillera Negra, Cochapetí con su cerro Ishke Cruz, Dos cruces, pasa por ser
un celoso guardián de sus antiguas tradiciones. Pueblo eminentemente agrícola y
ganadero, su nombre proviene del quechua Qocha, laguna y Peteq, altura; allí se
encontraba mi centro educativo, donde estudié con mi tía Pelagia y mi prima
Casilda. A la hora del recreo, generalmente, me quedaba en el salón de clases,
escribiendo acrósticos.
Yo era un niño introvertido que canalizaba mis esfuerzos hacia un crecimiento personal, me
preocupaba por mi propio mundo. Era ajeno a los juegos grupales, desconfiado
que buscaba casi siempre estar solo.
En cambio mis compañeras eran
demasiadas extrovertidas, preocupadas por el mundo externo. Hacían amigos
fácilmente y disfrutaban llevando la conversación en el grupo y dándose
abiertamente hacia los demás.
El Primer poema que escribí fue para
Casilda, mi hermana
espiritual, cuyos padres eran mis
padrinos de bautizo. Se sentaba junto a mí, en una de las carpetas vi
personales que nuestro profesor y director del C.E.Nº 1708 de Cochapetí, había
conseguido, gracias a una gestión realizada en el Ministerio de Educación.
Logro muy importante para nuestra promoción, ya que durante los cuatro años de
primaria nos habíamos sentado en sillas,
troncos de eucalipto o tablas puestas sobre hileras de adobes.
El último día de la semana, notando mi
comportamiento raro, mi maestro, dejando a mis compañeros de clase jugando en
el campo de recreo, regresó y me sorprendió escribiendo un acróstico con tinta
roja en un papel con guardillas. Decía:
Casilda, hermana y tormento de mis sueños,
Acuño con tinta carmesí estos versos de amor
Suplicando al divino de salud nos colme,
Implorando a Ñaticha y patrón Shanticho
Las bendiciones para en la vida triunfar
Dando a nuestros padres satisfacciones mil,
Ahí cuando la vejez amparo y afecto reclama.
Sin pedir explicaciones, me arrebató el
papelito y llenó al bolsillo, increpándome que salga a jugar con mis
compañeros.
Recuerdo que me dijo: “En cuerpo sano
mente sana”. “Cada cosa en su lugar y cada lugar para cada cosa”; “el recreo se
ha hecho para recrearse”.
A una semana del incidente, solicitó me
acercara a su pupitre y devolviéndome el papelito me felicitó y dijo a mis
compañeros de clase, que en el aula
había nacido un poeta que volará como el gavilán, alto. Muy alto y solicitó un
caluroso aplauso; luego me dijo, dentro de cinco días, Pelagia, la compañera de
ustedes, cumple sus quince años y quedan invitados a su fiesta. En el momento adecuado, nuestro
poeta declamará el acróstico dedicado a
mi hija, compañera de ustedes. ¡Bravo! Gritaron mis compañeros y ella se paró
para recibir aclamaciones anticipadas.
En la noche fui a su casa y le abordé con preguntas. ¿Qué flores te
gustan?; ¿Cuál es tu color preferido?;
¿Qué profesión te gustaría abrazar? y otras interrogantes más que me permitiría
diseñar el armazón del acróstico que le declamaría, llegado el momento.
Las personas somos los seres vivos
menos felices del mundo, no como los animales que con vivir son felices. Somos
infelices pero cada uno de una manera distinta.
Estamos continuamente buscando la
felicidad, pero siempre encontramos algún obstáculo que no nos deja
completarla.
Faltaba un día para el momento esperado.
Ella fue al fundo de sus padres, en compañía de Gerarda, ama de llaves de la
familia, para abastecerse de cuyes, gallinas, huevos, papas, orégano y rocotos
para la celebración de su cumpleaños. Eran las cinco de la tarde cuando
retornaba al pueblo, con cargas sobre el lomo de un jumento y las espaldas de
la muchacha. Apuraba la marcha del animal, azuzando desde su cabalgadura.
De pronto, del borde del camino, que
sin duda descansaba protegida por el chamizal,
salió una perdiz volando y asustó al caballo que corcovó. Ella salió
disparada por los aires y cayó al borde de un precipicio y al intentar
levantarse y avanzar hacia el camino, trastabilló y rodó por la pendiente
escarpada, cayendo al fondo del precipicio por donde corría el riachuelo. Murió
ahogada en el “bonle”.
La muchacha, empapada con lágrimas y la
vestimenta desgarrada por el esfuerzo realizado por rescatar el cuerpo de su
ama, testigo de la caída, relató cómo ocurrió el accidente. “Estaba detrás de
la recua y cuando noté el incidente, rodé por la pendiente y caí cerca al
cuerpo inerte de Pelagia e hice esfuerzos para reanimarla y todo fue inútil. Grité con todas mis fuerzas, pidiendo
auxilio. Hasta que don Serafín, hombrecito bajo y macilento con bola de coca en
el carrillo, se acercó y pudimos trasladar el cuerpo inerte y ensangrentado al
borde de la acequia por
donde corría el agua con su culll, culll, culll…incesante.
De pronto me sentí rodeada por
mucha gente que trasladaron a la difunta
a la casa de mi profesor, donde se veló, durante dos noches entre ramos de
flores, cirios enlutados y ella sobre un lecho de seda blanca, con algodón en
las fosas nasales, sonreía, ofertando su serenidad a través del cristal de
ataúd”.
No hubo fiesta de quince años, sino el entierro de una niña, la luz de los
ojos de sus padres. Junto a las primeras lampadas de tierra, apretando, con
mucha fuerza, mis manos la prometí en completo silencio, que cuando vaya a
donde ella está, le recitaré un acróstico en su fiesta de cumpleaños, allá en
el cielo.
Desde aquel momento aciago, todas las
noches escribo y destruyo acrósticos y seguiré escribiendo hasta cuando haya
logrado darle un acabado como ella, seguro, está esperando.
8.- AMANECERÍA OTRA VEZ
Cuento
Llegó el momento en que la noche caía lentamente,
cuando el sol sumergió su blonda cabellera en las profundidades turbulentas del
misterioso Océano Pacífico.
Los cerros escarpados de las punas frígidas y las
lomas multiformes de arenales sedientos
de la costa, las planta frutales de los valles y los maizales de
barbas doradas de las quebradas eran una
unidad.
Parecía querer ingresar a nuestros hogares con los
párpados cansados y dispuestos a cerrar para descansar hasta el amanecer, algo
que los hombres no pueden explicar, como si la locura se generalizara y los
hombres locos, locos buscaran una cama para pernoctar placenteramente,
olvidándose de todo.
El anciano se sentía, entonces, un abuelo muy
cansado con el pecho fibroso que le
impedía respirar con normalidad y una sequedad en la garganta que quería
aplacar la sed del cuerpo jadeante y doblado hacia adelante, ojos y boca
abierta.
Se dirige a su dormitorio con deseos de extender su cuerpo cansado de tanto trajinar
por los senderos de la incomprensión. Pensaba en un nuevo amanecer y su
anochecer con sombras y manchas violetas
tornándose negra en la faz del horizonte, dar satisfacción al cuerpo sería placentero
después de tantos años vividos. Con la cabeza en el suave almohadón estira los
pies huesudos y fríos, como ensayando
para reposar en el ataúd.
Empezó a sumergirse en los brazos ansiosos y suaves
del sueño placentero. … todo caía lentamente
bajo sus párpados y amanecería para dar paso a otro anochecer.
9.- DOLOR QUE NUNCA CALMA
Cuento
Don Mariano Cuentas, hombre de
estatura mediana, cabellos hirsutos,
nariz aguileña y desafiante, sentado detrás de
su pupitre de nogal, dialoga con los delegados de las veinte provincias
de la Región Ancash, entre todos ellos
resalta la figura de Damián Ceno Simeón que tiene un metro ochenta centímetros
de talla, cuello macizo, músculos fibrosos de buey arador que los exhibe
orgulloso.
Manifiesta que la desaparición
misteriosa de cinco comuneros de Cochapetí y uno de Cotaparaco, pueblos vecinos
de las vertientes del pacífico, se supone que ha sido fruto de un plan maquinado y ejecutado por los
abigeo organizados en coordinación de ciertos políticos que ambicionan llegar
al poder aprovechando de los paros pacíficos en protesta por la pésima
administración de justicia y administración pública en general.
Como presidente de las Rondas
Campesinas de Ancash está en la obligación de informarles y solicitarles su
parecer con un paro a convocarse, en respaldo a los seis desaparecidos que pese
a la búsqueda intensa, durante meses, por los comuneros de la franja occidental
de las vertientes del Pacífico y la intervención policial ni rastros.
Haciendo de las punas frías un
escenario macabro que quedará sellado en la historia de nuestros pueblos que
claman justicia y orden. El tabletear de las cascadas sobre la superficie fría
de las pendientes rocosas, el silbido de los vientos y los gritos desgarradores
de los torturados salvajemente, antes de morir, seguirá orquestando temor, en
el espacio, por la consumación de los siglos.
Damián, sin necesidad de pararse, con
voz ronca y segura, manifiesta su adhesión
y convocatoria para un paro
pacífico de solidaridad con los familiares que
han perdido a sus seres queridos y sugiere como fecha, dentro de tres
días.
Apenas concluida la reunión, acudió a
la imprenta y en veinte minutos entrega, a cada delegado, abundante material
impreso de convocatoria. Tenemos que dar ejemplo de unión y fortaleza porque
los ronderos tenemos como lema: “Nunca de rodillas, siempre de pie”.
El cielo del mes de mayo es límpido.
Aparece y desaparece en cada paradero junto con su veinte ronderos. Recorren a
pie zonas abruptas, pampas de arenal que impiden el avance de los pasos,
cumbres nevadas con ichos silbadores; las mujeres macilentas se movilizan
preparando fiambres y disponiendo a sus
hijos a una persona mayor que se quedará bajo la responsabilidad de los menores
y los jóvenes empiezan a concentrarse en
las urbes. Todo el mundo empieza a batir el pañuelo de la protesta, protegidos
por los santos patrones de sus pueblos.
Ante una multitud concentrada en las
plazas de armas de las provincias, los Ronderos trasmiten el mensaje
concordado. Mariano y Damián, al frente de millar de personas, desembocan a la
plaza mayor de Huarás, donde Pedro Pablo Atusparia invocó a sus huestes actuar
con calma y tomar la Prefectura, y desde un tabladillo improvisado con
cilindros, cada uno en su turno, invocan al Supremo Gobierno tomar las medidas
adecuadas para lograr el bienestar del Perú y se eviten por todos los medios
pacíficos los enfrentamientos y que los
parlamentarios tomen las medidas adecuadas para enmendar errores con proyectos
de ley adecuados.
Concluido el paro, cada grupo retorna a
su lugar de origen en camiones fletados por los gobiernos locales, mientras los
dirigentes se dirigen al local de las
Rondas Campesinas para realizar la sesión de evaluación.
Don Mariano, hombre de estatura
mediana, cabellos hirsutos, nariz aguileña y desafiante, sentado detrás de su pupitre de nogal, dialoga con los delegados
de las veinte provincias de la Región Ancash; apertura la asamblea de
evaluación del Paro Pacífico que acaba de concluir a nivel departamental.
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