viernes, 16 de octubre de 2015

Revelación trágica-Cuento





  LA REVELACION  TRÁGICA
CUENTO

DOMINGO DE GUZMÁN HUAMAN SANCHEZ


TRASNOCHADA
I
  Aún zumbaban en mis tímpanos  las melodías encantadoras de las  marineras, huaylas, valses, dianas y pasacalles ejecutadas, a competencia, por las distintas bandas de músicos, que amenizaron las vísperas de la octava del Señor de Mayo, en la plazoleta del barrio tradicional de la Soledad, frente a su templo de estilo románico.
El colorido , los pasos y la coreografía de  grupos de danzantes: wankillas, con vestimenta blanca, máscaras de malla de metal, chicotes y shakapas en  las pantorrillas; los Antiwankillas, descuartizadores del Chiwa Sapra o el Negro Cautivo; los Atawallpas, con plumajes en todo el cuerpo, interpretando danzas con movimientos de acrobacia y números  circenses; las Pallas de Corongo, con camperas emplumadas y espejuelos, pechera y saya bordados con hilos de oro y plata  con motivos de la flora y fauna regional; Las jijas de Chiquián con vestimenta elegante y danza señorial, moviéndose al compás del arpa, violín y trompetas; los chimayches de Pomabamba, danzantes de ritmo ágil al compás de violines  y arpas; los Negritos de Cochapetí, muy elegantes, con pantalón y chaleco de casimir inglés y sombrero de paño, bandas adornadas con alhajas de oro y plata, que se entrecruzan en el pecho y con una  campanilla   en  la  mano  derecha recorriendo  las   calles, al compás del arpa, violines, trompetas con sordina, clarinete   y   saxofones que producen un sonido característico,   compitiendo con otras orquestas.
El panorama festivo se tornaba más difuso, a  medida que iba acurrucándome en los brazos de Orfeo, hasta quedarme dormida.
                                                                                                                                                                                                            II
Sentada al borde de un puquial de aguas cristalinas, lavaba mis ropas y la de mis hermanos menores.  Cerca pastaban ovejas de vellones blancos. En la orilla de la acequia, que pasaba por la parte inferior de la chacrita, una cerda flaquísima y sus lechoncitos hociqueaban la tierra,  para extraer los tubérculos del sabroso "Llakchu"; y un pollino, cargador del Señor de Ramos, enterrado en la frondosidad de un alfalfar, gozaba de un inolvidable banquete, que le costaría un encierro de varios días y el desembolso económico de sus amos por concepto de pago de daños del ladronzuelo ocasional.

A media distancia, teniendo como marco un bosque de eucaliptos y rosales, una capilla de adobes y tejas rojas, reflejaba su esbeltez  en el espejo gigantesco de los nevados de San Cristóbal y cordilleras adyacentes.
 Un ventarrón  dio paso a una  explosión de trinos, gorjeos,  silbidos, chasquidos y tauteos, que se expandieron envolviendo los jardines, las sementeras y los bosques tupidos de eucaliptos, sauces, alisos y retamas fraganciosos, bajo la bóveda  azul transparente con flecos de  nubes ondulantes, ribeteados con puntadas de hilos de oro extraídos del carrete de cristal y diamante del Astro Rey, lleno de energía y calor  vivificante.
Un joven delgado y alto, con poncho blanco, cabellos largos y barbas rubias como las espigas del trigal de las pampas de Póngor, apareció repentinamente y con voz suave y convincente me dijo:
-¡ Rosario, escucha ¡... Huarás y los pueblos del Callejón de Huaylas serán destruidos por fuerzas telúricas incontenibles.- Al escuchar la voz profunda, quedé tensa, casi paralizada; percibí que mis cabellos negros, ondulados y largos se movían como las nubes que anuncian una descarga de rayos, truenos y relámpagos.
 ! Rosario ¡... Mis sacerdotes y fieles se han olvidado de la trascendencia religiosa de mi fiesta; ahora los mayordomos y devotos son los pichicateros y delincuentes que, aparentando ser católicos, realizan fiestas pomposas con juegos artificiales, bandas de músicos y comilonas  con la presencia de autoridades insensibles; mientras la gente humilde se muere de hambre y enfermedad.
 - ¡Señor!... – Quise interrumpir para hacerle una pregunta, sin hacerme caso siguió hablando.
 - La juventud  se ha descarrilado y frecuenta lugares donde el vicio los atrapa y aniquila, lentamente, hasta dejarlos inservibles. Varones y mujeres ingieren drogas y alcohol, en vez de estudiar y sacrificarse para ser buenos profesionales, se marchitan en las tabernas y se ajan como blancos lirios apachurrados por manos crueles  e insensibles.
 -  ! Sr. ¡... ¿ Quién es Ud. Que,  con  tanta crueldad,  juzga a mi pueblo y a su juventud ?.- interrogué muy indignada; pero, el siguió hablando sin inmutarse y sus palabras eran lluvia de cánticos y esperanzas.
- Cuando el Sol empiece a  declinar,  lentamente, para dar  paso a la noche tartamuda, los animales  anunciarán el momento fatal, adoptando comportamientos extraños, como cuando se aproxima  un eclipse solar.

La tierra temblará y sacudirá su pelambre, como un epiléptico, provocando deslizamientos de piedra, nieve, desmoronamiento de edificios, desborde de lagunas; no quedará piedra sobre piedra  ni piso sobre piso, sólo llantos poblarán el ambiente y la lágrimas formarán charcos, donde se enfangarán los padre nuestros y ave marías.
- ¡ Señor ... ¿ Quién es usted ?...¿ Por qué me revela desgracias y fatalidades?.-  volví a preguntar.

-  Soy el Señor de la Soledad, Patrón de Huarás yAncash. Id por los pueblos del Callejón de Huaylas, anunciando este mensaje. El que te escuche se salvará  y el que no, morirá para siempre.

Cuando levanté los ojos, con timidez, para hacerle otra pregunta, percibí una explosión de incienso que cubría
la estructura de la capilla de campo, en cuya
torrecilla una campanita de bronce, empujada por el viento leve, tintineaba una canción celeste, cuyas ondas penetraban hasta lafibras más recónditas del corazón.

La música se fue alejando cadenciosamente y sentí que todo daba vueltas, y una fuerza extraña me succionaba, arrastrándome hacia el centro de la tierra; desperté sobresaltada, lanzando  un grito de espanto que hizo trizas a los cristales del ventanal de mi dormitorio de estudiante universitario.

Eran las seis de la mañana del día 10 de Mayo; el cielo estaba encapotado con los humos de los cohetes, de las avellanas, de las vacas locas  y de los castillos de muchos cuerpos, quemados en las vísperas de la octava de la fiesta del Sr. de Mayo.

Los rayos intermitentes del sol se filtraban por las rendijas de nubes movedizas y se  posaban sobre la piel transparente de Churup, laguna tejida de leyendas, que dormita  apacible a los pies del nevado de San Cristóbal.

A la hora del desayuno, mi madre poniendo sus manos de jazmín sobre mi cabeza afiebrada,  me preguntó muy preocupada.
-  ¿Qué te  sucede, hija mía? ... Cuéntame.
Después de recopilar las espigas de mi dulce sueño en la era del recuerdo y cogiendo la horqueta  de los mil ensueños, narré los episodios que se desgranaban uno tras otro como si fueran los granos
del maíz; y al final, mis padres, devotos del Señor de Mayo, quedaron muy impresionados y me  alentaron a difundir la revelación.
                                                              III
Después de tomar una taza de café, en el Restaurante “Primavera” del Sr. Espíritu, me dirigí al cruce de la carretera  Huarás - Lima - Callejón  de Conchucos. Hablé con algunos habitantes del lugar y pasajeros, sobre la proximidad de una desgracia que arrasaría pueblos, desde Sayán hasta Otuzco y de las playas del mar hasta las cumbres heladas del Huascarán.

Un borrachito que se encontraba acurrucado en la puerta de una cantina, al escucharme se paró con dificultad y me plantó su mirada sanguinolenta, que me produjo escalofríos de pies a cabeza; y después de lanzar un escupitajo de saliva verde con olor a cal, tabaco y alcohol me increpó:

¡Oye, loca ¡... ¿  estás  borracha ?...¡ Lárgate de aquí, que no estamos para escuchar cojudeces!
Sr. No seas insolente, mírame que soy una dama.- le dije asustada.
De las personas, que se encontraban conversando conmigo, una profesora de educación primaria, muy indignada, le manifestó sobre la libertad de culto y pensamiento que existía en nuestra patria.
En cambio, una Sra. gorda, carnicera del mercado, saliendo del grupo.  le propinó  una cachetada furibunda; el insolente trastabillando  cayó  de  bruces  sobre   el 
piso  cascajoso,  rompiéndose la ternilla de la nariz y fracturándose el brazo.
                                                       IV

Al día siguiente, desde Rataquenua, apoyado sobre  la base de la Cruz gigantesca de cemento y con el talle apretado por las manos de Raúl, recorrí con la vista las siluetas de las ciudades del Callejón de Huaylas.
 Me estremecí  al contemplar la figura pétrea y heladade Cristo del Cementerio de Yungay, que con el brazo extendido, parecía decir al Huascarán : " No podrás arrasarme".
¡ Rosario, quiero estar, siempre, a tu lado;  y antes de perderte prefiero morir, ahogado por la vorágine de  tus besos .- Me dijo Raúl,  compañero de Facultad.
- Sea como Dios disponga.- Le contesté, al momento de   sentir la fuerte presión de sus brazos  en mi talle y los     latidos fuertes de su corazón junto al mío.
 Nos internamos en las fauces horquilladas del bosquecillo de eucaliptos en cuyas ramas piaban los gorriones, dimensionando sus picos de oro.
Alejados de la curiosidad y la mirada devoradora de la gente, sobre un champal y bajo la sombra de las ramas de los eucaliptos y alisos frondosos, nos dejamos envolver por un transparente vaho que,  convertido en un torbellino, nos arrastró a las fauces del primer e inolvidable romance de amor, empapado de promesas, dudas y sorpresas inenarrables.
                                                        V
  Con los primeros rayos del Sol,  en un vehículo de "Transportes Huandoy",  llegué a Yungay y recorrí sus
calles empedradas y limpias, divulgando el mensaje del Señor de La Soledad. Los niños fueron los primeros
en rodearme, escupirme  y apedrearme.

Las personas mayores  me insultaron, golpearon, escupieron y casi semi muerta me cabalgaron en un burro chúcaro que corcovó  por la carretera, rumbo a la ciudad de Carás.

 Las carcajadas y las burlas se agolpaban en las paredes de mi cerebro, a punto de estallar, en una explosión de impotencia  y dolor.

Al borde del crepúsculo, en el instante en que  el día empieza a dar paso a la noche, como la vida a la muerte, el amor al odio, los truenos a la lluvia, la nieve a las cascadas y los ríos al océano;  el pollino asustado por un perro vago, que saltó del bosque ubicado en la curva del camino, desvió y levantando  las  ancas,  con  mucha fuerza,   me  arrojó a varios metros de distancia.
    Me incorporé adolorida y con mucha  dificultad,  proseguí mi viaje por la trocha bordeada por vegetación abundante y perfumada por retamales en floración.
En el fundo de Canyasbamba me atacó una jauría de perros. Si no es por la intervención de un caballero de tez blanca con poncho rojo, sombrero de jipijapa, pañoleta blanca, chaqueta y pantalón azul, botas de cuero negro y
espuelas de plata, que cabalgaba un brioso caballo blanco, de cuyas fauces y herrajes de plata salían chispas, seguro que moría despedazada como los mártires del cristianismo primitivo.
-! He cumplido  con la misión encomendada por mi Maestro, que murió en la cruz por redimirnos del pecado original¡. Soy el Apóstol Santiago y estaré siempre a tu lado, para cuidarte y defenderte del demonio que se esconde  en el cuerpo de los seres inocentes.– diciéndome, se alejó.
Partió, tan veloz como el rayo que anuncia una tempestad en los andes, levantando polvareda densa y se perdió en la inmensidad de la noche, dando paso al chirrido de los grillos y el croar de los sapos.
Ahora,  pese al tiempo transcurrido,  no puedo olvidar sus ojos azules y profundos como el color del cielo de los Andes, que tanto extraño, pese a estar en un mundo maravilloso de almas escogidas, cerca de la Virgen María, a Dios Padre y Dios Hijo.
Me incorporé adolorida y con mucha  dificultad,  proseguí mi viaje por la trocha bordeada por vegetación abundante y perfumada por retamales en floración.
En el fundo de Canyasbamba me atacó una jauría de perros. Si no es por la intervención de un caballero de tez blanca con poncho rojo, sombrero de jipijapa, pañoleta blanca, chaqueta y pantalón azul, botas de cuero negro y espuelas de plata, que cabalgaba un brioso caballo blanco, de cuyas fauces y herrajes de plata salían chispas, seguro
que moría despedazada como los mártires del cristianismo primitivo.
-! He cumplido  con la misión encomendada por mi Maestro, que murió en la cruz por redimirnos del pecado original¡. Soy el Apóstol Santiago y estaré siempre a tu lado, para cuidarte y defenderte del demonio que se esconde  en el cuerpo de los seres inocentes.– diciéndome, se alejó.

Partió, tan veloz como el rayo que anuncia una tempestad en los andes, levantando polvareda densa y se perdió en la inmensidad de la noche, dando paso al chirrido de los grillos y el croar de los sapos.
Ahora,  pese al tiempo transcurrido,  no puedo olvidar sus ojos azules y profundos como el color del cielo de los Andes, que tanto extraño, pese a estar en un mundo maravilloso de almas escogidas, cerca de la Virgen María, a Dios Padre y Dios Hijo.
En la plazoleta de Chiquinquirá de la ciudad de Caraz, al pie del monumento a la Madre, esculpido por el artista caracino don Honorato Milla, la gente escuchó, atentamente, el mensaje de mi revelación.

Muy contenta, retorné a Huarás. El chofer me manifestó haber tenido revelaciones, idénticas a la mía.

                                                          VI

La mañana estaba brumosa, muy helada y aún así me sentía animada. Me dirigí al Obispado de Huarás con la intención de conversar con el Monseñor Valle Buena.
A los golpes fuertes del aldabón, que  tenía  la forma de cabeza de un león, una  ventanilla  del  portón de cedro macizo se  abrió y asomó una cara angelical con toga blanca y un lunar diminuto cerca a la nariz.
- ¿Qué desea señorita?- me dijo, con voz áspera.

- Conversar con el Padre Obispo, sobre la revelación  del Sr. De La Soledad, acerca de la destrucción de Huarás, los pueblos del Callejón de Huaylas y ...– no terminé de explicar, cuando me interrumpió.
- ¿Destrucción? ...¡ Aléjate trasnochada, el Obispo no está para ... ¡  -  Me  replicó  y  cerró  la ventanilla, con tanta fuerza, que casi  me  fractura  el tabique.
Ahí mismito caí de rodillas y sentí que todo el universo se volcaba sobre mi, formando un torbellino de desilusiones y desencantos que aniquilan voluntades.
Cuando volví en mí, dos manos tibias y piadosas sacudían mis hombros, tratando de reanimarme.
- ¿Niña qué te sucede ? ... ¿ Acaso estás borracha? ...
  ¿Te han asaltado?
-    ¡ Señora. la ciudad de Huarás será destruida ¡ ... ¡Se convertirá en polvo! ...     He recibido la revelación  del Sr. de La Soledad: "¡No quedará piedra sobre piedra y hombres de otros pueblos vendrán a restituirla, matando sus tradiciones y costumbres.

-     ¿Qué dices niña? – me Interrumpió con lágrimas que resbalaban pos sus mejillas enjutas. Proseguí.
-    Huarás se convertirá en la ciudad de todas las sangres. La lucha por el poder aplastará la moral de  sus gentes, nuevos ricos surgirán en base a la explotación de nuestros recursos naturales, nuevos movimientos surgirán para disputarse cargos políticos y en especial los sillones municipales.
- ¡ Dios Santo ¡... exclamó, juntando las palmas de sus manos y cogiendo sus canastas llenas de panes tibios, se alejó apresuradamente, rumbo a la esquina del Mercado Central, donde todas las mañanas vendía sus cuayes, semitas y molletes a una infinidad de transeúntes.
Día y noche, recorrí los cuatro barrios de Huarás: San Francisco, el barrio de la libertad; Huarupampa, el singular barrio del deporte; Belén, el barrio de la unidad; y  La soledad, barrio de la tradición y difusión folclórica.
Visité familias, hogar por hogar. Ingresé a centros educativos, mercados, capillas y de todas partes me sacaban
con insultos, carcajadas y burlas.
- ¡ Qué pena, tan bonita y "coca cola"¡, decían los profesores cesantes, que se daban vueltas y vueltas  por el contorno de la plaza de armas.
- ¡ Bruja, pecadora...¡ - Me llamaban las cucufatas que salían de los templos, después de confesarse y comulgar. Sus facciones me recordaban a los personajes del “Infierno” del pintor  holandés Jerónimo Bosch.
- ¡ Pobre niña...¡ -  Se compadecían los borrachitos y aplacaban mi sed con un vaso de gaseosa.

                                                          VI
El día aciago, muy cansada, me senté en una banca de fierro con tiras de madera, bajo la sombra de un quinual. Cerca, un tifón rodeado  por amorcillos desnudos de la pileta de bronce, adornada con zarcillos en alto relieve, arrojaba agua  que parecía lluvia y al deshacerse en el vacío, se convertían en arco iris; unos picaflores multicolores, con alas transparentes, succionaban  los estambres de las flores singulares del jardín, bien cuidado por las obreras del Concejo Provincial.
Cansada, me quedé profundamente dormida y desperté sobresaltada, al escuchar los gritos, lamentos y ruidos ensordecedores que desgarraban mis tímpanos. 
- ¡Auxilio, auxilio ¡... ¡ Dios mío¡ ...
Pedían socorro los niños, las mujeres y los varones de  toda edad y condición social. La tierra temblaba y se resquebrajaba. Los edificios se derrumbaban como castillos de naipes, los árboles sacudían sus ramas como impulsados por una terciana: el llanto de los niños rompía los cristales del ventanal del alma, los postes del alumbrado público caían estrepitosamente, aplastando todo a su paso.
Un manto asfixiante  de polvareda densa cubrió la ciudad de Huarás y los pueblos del Callejón de Huaylas, ocultando la belleza de su  paisaje singular .
 Vísceras y sesos sanguinolentos  pendían de las ramas de los árboles y de algunos cables del alumbrado público.
En el atrio empedrado de la  Catedral de San Sebastián de Huarás,  un voluminoso cuerpo con cabeza calva, sotana negra y casulla  granate se arrastraba pesadamente, dejando tras de sí una huella empapada con sangre, parecía una víbora  herida, pidiendo ayuda l infierno.
.La gente  corría de uno a otro lado sin percatarse de nada y preocuparse de nadie.
Reconocí al Padre Obispo y corrí para socorrerlo,
cuando un bloque de piedra labrada, desprendido de la torre de la Catedral barroca, me aplastó, dejándome convertida en una ostia de carne y hueso machacados.
Como en sueños, sentí que mi alma se desprendió de mi cuerpo y fue elevándose lentamente hacía el infinito, parecía una pluma suave arrastrada por el vendaval frío de las altas cumbres del Ande,
La ciudad  de Yungay,  que no había sufrido los daños del sismo, se pobló de música sensual escapada de los aparatos electrónicos; los jóvenes improvisaron una fiesta popular en las calles, que a la hora de la penumbra, fue interrumpida por un ruido estruendoso que arañó los tímpanos y la  bóveda celeste. Un  bloque gigantesco de nieve, desprendido de la cresta norte del Huascarán, arrasó campiñas y sepultó a  la ciudad.
Solamente  tres palmeras enjutas  quedaron en la que fue la plaza principal,  diciendo con la rigidez de sus tallos: ¡bicéfalo Matash Raju, te excediste!”
El Sol sumergía su blonda cabellera en las profundidades del Océano, dejando tras de sí una capa extensa de olas teñidas con sangre. Yo seguía elevándome, cada vez más rápido, hasta llegar al lugar donde me encuentro hoy, junto a mis padres,  que murieron de pena, después de sobrevivir algunos años a la penosa catástrofe.
Después de la desgracia, los damnificados sufrieron
una serie de atropellos y  de actos inhumanos. Los voluntarios de  la Cruz Roja y de la JAN se dedicaron a la rapiña y fueron los responsables del padecimiento de ciudadanos honestos, que por el simple hecho de protestar contra los abusos, robos y violaciones, fueron maltratados y encerrados en las prisiones destinadas para maleantes y criminales avezados.
 El abuso de  los funcionarios del Gobierno Dictatorial de turno y el negociado de las ayudas recibidas de los diversos países del mundo, canalizadas por la Cruz Roja Internacional, provocó la reacción popular que fue tomando fuerza y creciendo, cada día por segundo,  como las ambiciones de un bárbaro conquistador, que no deja crecer yerbas al paso de sus briosos corceles de herrajes machacadores de conciencias.
La ciudadanía salió a las calles y se enfrentó con las fuerzas del orden, cayó Velasco y surgió Morales; cayó Morales y surgió Belaúnde, cayó Belaúnde y surgió Alan, cayó Alan y surgió el triunvirato Fuji-Monte-Cinismo. La marcha de los Cuatro suyos, propugnada por toda la ciudadanía del Perú,  dio paso a un Gobierno de Transición y la convocatoria a  elecciones presidenciales  y congresales, caracterizado por los golpes bajos y pleitos caseros. Los gobiernos seguirán cayendo y el pueblo peruano seguirá hundiéndose hasta cuando el cuando sea cuando.


FINAL

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