Domingo de Guzmán Huamán Sánchez
EL CURACA
DE LA HONDA DE ORO
Novela
CUIDADO RAQUEL
Mis padres eran campesinos que se dedicaban a la crianza de
animales y al cultivo de la tierra. Se levantaban con el canto del gallo; mientras
mi padre le ponía los aperos a los jumentos para llevar semillas a la
chacra mi madre preparaba el desayuno y
después de tomar el “llawapi” caliente, con
papas amarillas tiernas y rocoto molido con huacatay, partían hacia la
chacra. Yo me quedaba en la casa de mi tía Anatolia que vivía cerca a mi casa.
Como era el único hijo, mis padres temían sacarme de la
casa, aduciendo que el sol, el aire u otro fenómeno de la naturaleza podría afectarme, por lo
que acudían a un familiar solicitando mi cuidado.
-
Les dejo a mi niño hasta la noche, ya les voy a traer pasto para sus cuyes.
-
Ya primita, déjalo, para compañía de mis hijos. – respondían.
Así
fui creciendo, hasta llegar a mi niñez y asumir responsabilidades que estaban
muy distantes de mi edad.
Para
recibir el año nuevo, fuimos al fundo de Qarwanchi y durante la cena mi papá nos informó
que había recibido una llamada telefónica de tío Carlos Villafuerte, Vocal Supremo de la
Corte Superior del Perú quien le había manifestado que sus viajaban de Lima a
Cochapetí a pasar sus vacaciones, lejos del ambiente contaminado y asfixiante
de la Capital.
- La próxima
semana, llegarán los hijos de mi primo Carlos - Dijo mi padre.
- ¡ Qué
alegría¡- contestó mi madre.
- Nuestro Dominguito
ya tendrá con quines compartir las vacaciones que serán muy útiles. Afirmó mi
abuelita Añicha.
Después de
intercambiar opiniones y planificar preparativos para la recepción, decidieron
que yo permanecería en el fundo de Qarwanchi con ellos y por ser el más pequeño
merecería atención preferente de mis primos.
Pasaron los
días, tan veloz como los sueños y con la penumbra del un día sábado, llegaron mis primos. El
recibimiento fue apoteósico y me sentía el niño más feliz.
El día del
recibimiento estuvieron presentes los vecinos del fundo, mi abuelita con mi
mamá se encargaron de preparar el almuerzo con entrada de jamones, caldo de
llunka con gallina de corral, picante de cuy y como postre mazamorra de calabaza con leche.
Don Zenaido
Milla, invitado por Añicha, fue el encargado de animar la fiesta de
recibimiento.
Concluido el
almuerzo que estuvo muy animado don Zenaido en compañía de dos guitarristas,
ejecutó con su violín Stradivarius,
huainos de la región matizados con polcas, marineras y valses.
Añicha,
mi abuelita, una viejita linda, profesora cesante, de nariz aguileña con su voz
fina y dulce entonó varias canciones que fue recompensado por aplausos y vivas
de los asistentes. Su sien poblada por
canas de escarcha resaltaba, causando admiración y respeto. Hipnotizaba con sus
ojos pardos claros y transparentes, cuya mirada penetrante perforaba el alma,
poblándolo de bondad infinita.
Aún flotan en mi mente los versos del huayno siguiente:
Aún flotan en mi mente los versos del huayno siguiente:
Kuyella, munella kanekipaq Si
deseas ser agraciada y cortejada
tekuar yakuta upunkiman; debes beber infusión de
Tekuar,
waman ripapis
pukutanmi La Waman ripa
también es buena
tsetapis allim
upunkiman. Esa también
, puedes beberla.
Shumaqlla qaqlleki
kanampap Para lograr la tersura de tu faz
tsuria yakuwan
paqankiman; con agua helada
debes lavarla;
paqtsa yakupis allim
china, el agua de
catarata es buena;
tsewanpis warmi
paqankiman. también con esa debes lavarte.
FUGA
Kuyenillata munarqa Si
deseas mi amor tener
warmi, warmino kuyaramé ámame con madurez de mujer
mana sinoqa marka mayi y si no es así , mi bella paisana,
piwan, mewampis ewakullé. con cualquiera puedes marcharte.
Al
otro día, descargada la mangada, con una lluvia torrencial, el sol empezó a
filtrarse y un enorme y vistoso Arco
Iris se irguió. Saliendo de Nawin Puquio,
sumergió su cabellera brillante en el puquial de Pumapa Shimín.
Cuando
contemplábamos el bello paisaje con arreboles
que se extendían sobre el Océano Pacífico, derrochando una gama de
colores, desde el naranja intenso hasta el violeta rojizo, fuimos interrumpidos
por una exclamación de Añicha, que bajaba apresurada los peldaños de la
escalera de madera, que comunicaba el segundo piso con el patio
-
¡ Nooooo…Raquellll!...Cuidado con el Arco Iris.
Al
instante mi primita que había bajado su calzoncito y levantado la falda, muy
ruborizada volvió a bajar su faldita y dirigiéndose hacía la awicha, dijo:
-
¿ Qué sucede abuela?...¿Algo malo estoy haciendo?
-
No hija, felizmente te advertí a tiempo.- dijo la awicha, ubicándose en el
centro de la era, bordeada por pajas de cebada, recién trillada.
-
Les contaré lo que le paso a la bella de Qantu, para que ustedes sepan que las
niñas no deben orinar frente al Arco Iris.
EL ARCO IRIS
Y FLOR DE QANTU
Un
curaca próspero, dueño de extensas tierras de cultivo, que se extendían
desde los valles costeños de Huarmey
hasta las alturas de las punas de Ututu, tenía una niña que con el transcurso del tiempo fue
creciendo y desarrollándose en todas su potencialidades. Un amauta anciano y su
esposa se encargaron de su formación integral y muy pronto se destacó en la
ejecución musical y expresión poética. El nombre de la doncella era Flor de
Qantu y por sus dotes especiales era cortejada los maqtas del Suyo. Flor de Qantu, mujer alta, de tez rosada,
nariz aguileña, labios de pétalos de rosa, cuerpo escultural, formada en los moldes de los valores éticos y
morales incas, los repelía con mucha prudencia y cortesía. No hería
susceptibilidades de sus semejantes.
Una
noche estrellada con aire tibio, a la hora
del mate de manzanilla, la mamá de Flor de Qantu, pidió permiso para hablar y su esposo le concedió
muy contento.
-
¡Flor de Qantu, mi dulce y encantadora
niña, tú estas destinada a ser la servidora del Dios Inti, nuestro creador y
pronto viajaremos al Cuzco en compañía de tu padre, para que puedas
internarte en el Templo de Qorikancha; Allá
te convertirás en aklla y serás el
orgullo de la familia – dijo la madre muy entusiasmada y segura de lo que
decía.
-
La próxima semana partiremos rumbo a Machu Picchu, capital religiosa de los
incas.- afirmó el padre
-
Se hará lo que ustedes dispongan.- dijo ella muy entusiasmada
Había
llovido durante semanas, tiempo en que todas las vertientes del Pacífico se
mantuvieron cubiertas por neblina densa,
que garuaba día y noche. No se podía distinguir objetos o persona alguna más
allá de dos pasos. Cuando despejó el sol esparció su luz tibia por todo el
horizonte, levantando una capa suave y tibia de vapor de agua.
Flor
de Qantu, de figura espigada, mejilla sonrosada por el frío intenso, espalda
ancha sobre la cual caía la cascada
rubia de su cabellera blonda, contrastando con el moviendo ondulante de
sus senos, se dirigía al inmenso huerto familiar, seguido por
Wayra, perrito de olfato fino, cariñoso y juguetón. Muy suavemente, como
si fuera el aliento mismo del viento, se sentó sobre un champal.
Extrajo
su quena de caña del bolso de hilo de alpaca y tocó huaynos y yaravíes, por un
buen rato: cuando terminó las aves a su alrededor trinaban, saltaban de uno a
otro lado. Un lorito se posó sobre su hombro e imitó un suspiro profundo, como
si fuera un ser humano.
Con
sus pies finos que calzaban sandalias de cristal, recorrió una gran extensión
del huerto, cogiendo flores, deshojando pétalos y hablando con los pajarillos.
Se
acercó a la entrada de una cueva de piedra azulina y se puso de cuclillas parra
orinar. El dios Turmanyé, de cuerpo atlético, que esperaba esa oportunidad, se
redujo e introdujo a la vagina predispuesta para la fecundación, produciéndose
en todo el cuerpo de Flor de Qantu una
sensación muy extraña y cuando se levantó del lecho mullido de azucenas y
clavelinas, sintió que un alo multicolor salía de su cuerpo.
-
De Flor de Qantu nada se sabe; pero de su hijo Warakayoq sí. De sus aventuras
en el kay patsa y huq patsa, de sus castigos y auto castigos, de su bondad a
favor de los desposeídos, de sus hazañas bélicas a través del tiempo, de sus reencarnaciones como Manco Inca, Tupac Amaru
y Atusparia.
-
¡Cuéntenos abuelita, cuénnntenossss!; gritamos en coro.
-
¡Mañana hijitos, a la misma hora!- diciendo, ligerita se alejó de la era, con
dirección al amplísimo comedor.
Cuando
empezábamos a disfrutar del juego, dando
volantines sobre la paja, recién
trillada por los corceles briosos. Santa, la muchacha de Awicha, nos
llamó a cenar.
Nos
demoramos jugando el Rata Puche y el Kullu Sute.
El
Rata puche consiste en jugar las escondidas. El designado a dirigir el juego se
cubre los ojos con una manta y ordena a sus compañeros a esconderse, dentro del
área fijado. Después de un rato, se descubre los ojos y empieza a buscar a sus
compañeros, sin descuidar su área. El primero que es cogido hace de Rata puche
y los que lograran ingresar al círculo, sin ser cogidos, abonan puntos a su
favor.
En
el Cullu sute, los niños se sientan uno detrás de otro y adoptan el nombre de
una fruta. El encargado de cuidar, regar y talar los árboles frutales pregunta
los nombres que los grava en la memoria,
para después llamar a cada niño por su nombre asignado. Empieza por el primer
niño a quien lo llama por el nombre asignado, teatraliza las diversas acciones de la siembra, cuidado y tala, luego trata de retirar del lugar
donde está sentado. La tarea es difícil, porque el niño es sostenido por las manos de sus compañeros. Después del
retiro del niño de su lugar, este toma la responsabilidad del que va a sentársela
último de la fila de los niños sentados.
-
¡Niños! … ¿No han escuchado la llamada?- increpó Santa,
con cólera.
Como
pajaritos que abandonan la parva ante la presencia de un extraño, ligeritos nos
dirigimos al lavadero y después de
secarnos las manos y la cara, ingresamos al comedor.
LUCERO
Una mañana, cuando Warakayoq, el curaca de
las Vertientes del Pacífico, se alistaba para salir al campo, en compañía de su
grácil, delicada e inteligente Lucero, irrumpieron el patio real los chasquis,
Corre Caminos y Wayra, apenas podían sostenerse de pie, estaban muy cansados y
sedientos.
- Hemos
corrido durante semanas, día y noche, para avisarle que seres extraños han
invadido el reino de Huaylas, por la zona de Cátac Patac- dijo Corre Caminos,
joven alto de cabello hirsuto, delgado y cuerpo atlético.
- ¡Paciencia
¡… Tomen asiento y mientras comemos me detallarán el informe – dijo el curaca
Warakayoq.
- Se
hacen llamar los “Invencibles Antis”, son guerreros gigantes y voraces, todo
animal que encuentran a su paso, los devoran crudo, nosotros nos hemos escapado
por milagro. Las casas son destruidas, porque al pretender ingresar al interior
revientan las puertas con su corpulencia.
- No
exageren mis buenos súbditos. Serán extraños
pero gigantes como dicen, no creo.- Sentenció Warakayoq.
Dos
guapísimas muchachas, vestidas con anacus blancos, ajustados en la cintura por
un cordón color carmín de garanza, con flecos de oro, que dejaban descubiertas
la tersura de sus piernas y brazos de seda, ingresaron portando bandejas de
plata, con asado de perdices, frutas y
chicha espumante en un jarrón de oro repujado.
.-
Toda la gente del reino de Huaylas ha huido hacia las alturas de la Cordillera
Blanca. Las ciudades están a merced de los gigantes – dijo el chasqui más
joven, delgado, de tez clara y ojos de halcón, llamado Wayra.
-
¿Vendrán por estos lugares? – dijo Warakayoq, muy preocupado.
-
Estoy seguro – respondió Corre Caminos, el mayor de los chasquis y prosiguió.
-
Escondido detrás de una roca, como pajarillo asustado, he escuchado al jefe, un hombre que tiene la
altura de un eucalipto y musculatura de Chachacoma, decía: invadiremos las
Vertientes del Pacífico y no pararemos hasta llegar al Océano Pacífico, donde
hay abundante comida y playa para acampar.
Después
del informe, el curaca, sentado en un sillón de plata, tapizado con piel de
Leopardo y apoyado sobre una mesa de Carapacho, con patas talladas con figuras
geométricas, se sumergió en una meditación profunda. Llamó a sus generales y
determinó las estrategias a utilizar en una lucha desigual.
Warakayoq, de inmediato y sin muchos preámbulos, convocó
a la nobleza real de sangre y de privilegio, contrajo matrimonio con su
prometida Flor de Lucero en Atocpa y se dirigió a la fortaleza de Paramonga a
pasar su luna de miel.
A
su retorno, Warakayoq ordenó a sus waminkas, generales, el enrolamiento de los jóvenes y el entrenamiento acelerado, la dotación de armamentos,
alimentos, pertrechos para un enfrentamiento sin cuartel.
Pese
al tiempo, en plena lluvia, Warakayoq y sus huestes partieron de la plaza principal
de Cochapetí y recorrieron las calles
alfombradas con pétalos de
Kantus, retamas, qarwanchis y rima rimas, al compás de los
tambores y pututos. Los niños, ancianos y mujeres despedían a sus soldados entonando huaynos y
pasacalles, entregando amuletos y
sellando en la frente de sus generales
esperanzados besos de despedida.
Las
cordilleras se encorvaron al escuchar el eco del río Santa, a la manera de
un paréntesis colosal de nieve. Retumbaron los Andes y la
Tierra se movió, cual bajel arrastrado por una tempestad, cuando en las gélidas
cumbres de Ututupunta las huestes de Warakayoq derrotaron a los Antis que
huyeron desordenadamente por las laderas y barrancos de la Cordillera Blanca
con destino a la zona de Rupa Rupa. Warakayoq, vencedor, llegó a la ciudad de
Koronguimarka pisando los talones de los antis. Salieron a su encuentro pallas
ataviadas con vestimentas lujosas, confeccionadas con hilos de vicuñas,
pelambre de murciélago, raíces misteriosas y joyas de oro que relucían en los
cuellos blancos, cabellos rubios y muñecas de terciopelo.
A
insinuación de las pallas, que se movían como mariposas arrastradas por suave
vendaval de extrañas pasiones, Warakayoq y sus waminkas bailaron y bebieron chicha hasta caer rendidos en los brazos de las doncellas.
Warakayoq
fue elevado al rango de monarca del reino
de los Conchucos y decidió quedarse junto a sus huestes, olvidándose por
completo de las Vertientes del Pacífico.
Transcurrido
muchos años, Lucero, en compañía de Qoyllur, su hermana menor, se dirigió al
centro del jardín palaciego y trazó la última raya que podía contener la
corteza de la Chachacoma más antigua del lugar. Había transcurrido ciento
veinte lunas y ninguna noticia había recibido de su esposo y sus huestes.
Lloraba a solas y sus lágrimas, al mezclarse con el rocío, se convirtieron en
bolitas de perla y cristal, que rodaron sobre la pampa alfombrada de trébol y jaraquewas.
La soledad es una inmensidad desabitada,
como un alma sin amores, cuando más las
recorres más distante de la felicidad te encuentras. Lucero
enterado, por un Pichisanka, de todo lo sucedido durante la incursión a los
conchudos y la seducción de las pallas a
su esposo y a sus huestes, sufrió demasiado.
Poco a poco se fue marchitando, como las
flores de la Cantuta, cogidas por manos
violentas del tiempo. Llorando sin cesar
se perdía en los jardines del palacio, deshilvanando su tristeza que caía sobre los pajonales que al instante
se marchitaban, tornándose el jardín en una sábana amarillenta, arrugada y
polvorienta.
De
sus lágrimas que horadaban la roca, al pie del acantilado
donde solía pasar horas y horas, divisando los horizontes, pensando que pronto
aparecería su esposo, brotó un puquial, que por encontrarse escondido entre los
pajonales y piedras azulinas le pusieron el nombre de Uli Puquio, puquial mimetizado.
Un
día, la princesa no retornó al palacio real.
Las
doncellas, preocupadas, la buscaron por el jardín, por las avenidas
principales, por el Aclla wasi y no la encontraron; muy desesperadas se dirigieron al manantial
de Uli Puquio y arrodillándose en el
borde del lago tranquilo y transparente, observaron el interior de la masa líquida que parecía una bola gigantesca de cristal que encerraba un mundo
maravilloso e indescifrable.
En
esas profundidades revoloteaban las
nubes en un azul cielo anaranjado, que servía
de bóveda a un bellísimo palacio con campos de caza, coliseos, edificios, templos, plazas
y una amplia avenida bordeada por estatuas de mármol blanco por donde la figura
delicada y esbelta de Lucero, caminaba en compañía de sus doncellas.
Después de refrescar sus pies blancos y
pequeños en aguas ondulantes de una pileta y saborear uvas sabrosas escogidas
de un parral recargado, se dirigió al interior del palacio y se sentó en un
trono de mármol, decorado con alfombras y tapices de lana de vicuña, hilos de
oro y piedras preciosas.
Unas
doncellas, ágiles como el viento, le servían en una fuente de oro, frescas y
sabrosas chirimoyas y un grupo de músicos, ubicados en un podio dorado, la
dedicaban sus sinfonías muy delicadas a cuyo compás bailaban mariposas multicolores, transformadas en
jóvenes bellísimas.
Ante
una señal de Lucero y arrastradas por
una fuerza extraña, las doncellas que la buscaban, una tras otra, se lanzaron a
las profundidades de las aguas
transparentes y allí se quedaron encantadas al servicio de su majestad terrícola, que también era la
reina y señora del Urin Patsa, por designio del dios Imaymana Wirakocha.
Warakayoq
a su retorno, con cientos de llamas
cargadas de joyas y víveres se estrelló contra una gigantesca roca de la
sorpresa. La delegación de recepción era pobrísima, sin emociones ni representatividad. No
estaban presentes su esposa Lucero, los miembros del Consejo de Ancianos, sus
padres ni parientes cercanos.
Warakayoq
enterado de los sucesos acaecidos, durante su ausencia, sobre todo del
sufrimiento de su esposa Lucero, solicitó a sus administradores la distribución
de los alimentos, joyas, trofeos de guerra, animales y tejidos a los
habitantes leales de su reino y con el
corazón, completamente destrozado por la soledad y la ausencia de sus seres
queridos, ordenó a los mejores
arquitectos de su región la construcción de una fortaleza inexpugnable, adosada a los roquedales
gigantescos de Qellkama.
Warakayoq,
completamente desmoralizado, dejó sus dominios en manos de un Concejo de
Ancianos para su administración y en las
de un Comando de waminkas el cuidado se sus fronteras. Después de explicar los
motivos de su enclaustramiento voluntario, ingresó a una de las cámaras oscuras
de su fortaleza – prisión. Su castigo consistía en la pérdida de su libertad,
hasta que llegue el momento del perdón de su esposa Flor de Lucero.
Pasaron
los días, uno tras otro, en lenta carrera y todo transcurría en un quehacer
rutinario. Las lágrimas, los suspiros y actos de contrición se habían tornado
en el quehacer cotidiano y cuando el
Curaca había perdido las esperanzas de un feliz reencuentro, los guardias del asilo
fueron sorprendidos por la presencia de una mujer bellísima a quien la
confundieron con una diosa. Flor de Lucero de singular belleza estaba allí, había abandonando
su palacio real en las profundidades de Uli Puquio, con la esperanza de volver
a encontrarse con su esposo que pagaba caro los desatinos de su juventud, en
una celda húmeda, fría, sin ver a sus seres queridos y aislado de su pueblo que lo quería demasiado.
Los
guardias del prisionero voluntario, en fracción de segundos, abrieron las
puertas tapiadas, hecho que motivó la indignación del curaca que pensaba en una violación a la orden impartida por su
autoridad. Cuando empezaba a increpar a sus guardias, escuchó una voz
angelical, que la reconoció al instante.
-
¡Warakayoq, esposo mío! … Gritó Lucero,
al momento de ingresar a la prisión, seguida por un séquito de doncellas.
-
¡Lucero, aquí estoyyyyyy!- respondió desde las sombras, el doblegado Warakayoq,
con todas las fuerzas que le quedaban. Se arrodilló y con las barbas crecidas
hizo una alfombra en el piso, para recibir a su esposa añorada.
Al
sentir el palpitar del corazón del ser amado y tenerla en sus brazos, Warakayoq
se arrodilló y tomando las manos de sus esposa las beso y pidió perdón, con las
mejillas empapadas por las lágrimas, que brotaban en chorros de emoción.
-
Estas perdonado… ¡Warakayoq!... ¡Te amo! – diciendo,
Lucero lo abrazo y besó los ojos de su esposo, que no podían distinguir objeto
alguno por haberse acostumbrado a la oscuridad de la prisión.
CHUCHUQORA
Ausente
Warakayoq de los quehaceres administrativos de su región, el tiempo que transcurrió
su lucha contra los Antis, la seducción de la qori yungas y su prisión
voluntaria, el desorden en todo orden de cosas cundió por todas partes; Lo más
notorio es lo que sucedía en el campo
agropecuario, se habían perdido tierras extensas de cultivo y la ganadería se
había diezmado por la peste y falta de forrajes.
Warakayoq,
conductor prudente, después de su liberación del cautiverio por su esposa
Lucero, para ampliar la frontera agropecuaria de su comunidad, conformado por
millares de Ayllus, se propuso colonizar las tierras abandonadas de Chucho
Qora.
La
piel reseca de sus laderas estaban cubiertas por lloques y chachacomas
milenarios, cuyas pesadas ramas crujían, con el impulso de la ventisca,
asustando a lagartijas que retozaban en rocas desnudas y afiebradas por el sol
quemante.
Uriaq,
su esposa Shullay y sus doce hijos, trabajando de sol a sombra, durante varios
años, convirtieron la zona extensa y salvaje en una comarca próspera, llena de
vegetación. Las aguas de regadío fueron
trasladadas desde Shiki, laguna engarzada en la cumbre más alta de la
Cordillera Negra hasta los valles fértiles y extensos de Huarmey, a orillas del
Océano Pacífico.
Shawi
el otro colono que tenía treinta hijos, apenas ganaba terreno al bosque y se conformaba
con las pocas cosechas que obtenía; la mayor parte del tiempo se dedicaba a
casar venados, tarugos, perdices, vizcachas y zorros. Cada fin de mes se
dedicaba al huaqueo de chullpas, profanando las tumbas sagradas de sus
antepasados, destruyendo hermosas construcciones arquitectónicas. Era un
depredador de la fauna, de la flora y destructor de reliquias arqueológicas.
Los
meses pasaron en raudo vuelo y llegó la época de las cosechas, como tantas
veces, al compás de los tambores, la melodía de las quenas y flautas, de
cantos, hurras eufóricas y silbidos que el viento se encargaba de trasladar de
cumbre en cumbre, de pueblo en pueblo y de continente a continente.
-
Yo y mi familia no vamos a poder cosechar tantas sementeras - diciendo, Uriaq solicitó ayuda a los
pobladores de las comarcas vecinas que, inmediatamente, movidos por el resorte
de la solidaridad, acudieron a cosechar fanegadas y fanegadas de papas,
ollucos, ocas y cañiguas, aplicando el sistema de la minka.
El
último día cosecha, un grupo de personas expertas en la preparación de
pachamancas construyeron hornos con terrones y piedras graníticas, para
preparar la pachamanca apetecida de papas arenosas y carne fresca. Sólo para
las cosechas de tanta magnitud se cazaban venados y su carne era ofrecida a la
Mama Patsa, de cuyas entrañas brotaba el sustento de los animales y de los
hombres.
Las
familias buscaron un lugar adecuado, bajo la sombra de los árboles y sentados
sobre troncos resecos y lajas de piedras saboreaban hasta el éxtasis el olor
penetrante de los potajes extraídos de
las entrañas de los hornos
candentes. Las Shipas, jovencitas bellísimas y los maqtas, jóvenes fornidos y
respetuosos, sirvieron la pachamanca sabrosa y humeante sobre una pampita
alfombrada de pajonales. Todos comieron hasta el hartazgo; incluso el ocioso
Shawi y su familia que habían
participado de la faena con visible desgano.
Después
del banquete frugal, las familias abandonaron su ubicación primegia y bajo las
sombras de un chachacomo frondoso, apoyados sobre la superficie de piedras
redondas, decoradas con musgos resecos, bebieron chicha abundante y espumosa,
fermentada durante meses. Bailaron los niños, los jóvenes y los ancianos, al
compás de las cajas y de la melodía contagiante de las flautas, quenas y
pinkullos, hasta el cansancio.
La
“Mama Killa” abrió las compuertas de su luz e inundó los caminos sinuosos que
reptaban por las laderas, las pampas y las quebradas.
Los
hombres, las mujeres y los niños retornaban a sus comarcas, arriando llamas con
cargas pesadas, fruto del trabajo
cooperativo de la cosecha y el repaso de
los callpalles.
La
mujer y los hijos de Uriaq se retiraron
a descansar en sus tarimas de
piel de vicuña y jergas multicolores tejido a puro Kallwa. Mientras tanto, el jefe de la familia se quedó chaqchando y qatipando
a los aukis, por la abundante cosecha que los jirkas le habían prodigado.
Antes
del amanecer y fuera de lo acostumbrado,
las aves empezaron a trinar alocadas, las gallinas revoloteaban en el corral y
los perros apuñalaban los sienes con sus aullidos lastimeros, anunciando un
suceso desagradable.
La
familia de Uriaq se levantó apresurada y se dirigió al lugar donde Uriaq se
había quedado chaqchando, la noche anterior.
Allí
mismito, junto al batan donde se molía el ají, se chancaba charquis, se trituraba
el maíz y el trigo para la kachanga de cada día, yacía un cuerpo ensangrentado. Cerca, su
perrito gemía y movía la cola, señalando con el hocico el rumbo que había
tomado el asesino y sus compinches.
Allí,
Uriaq estaba tendido sobre un charco gelatinoso de sangre ennegrecida, rodeada
por queresas. Su poronguito, con tapa de
plata que exhibía la figura de una llama, estaba tirado junto al tallo de las
chuchuqoras, a una distancia de varios pies.
Uriaq
agónico ante la presencia de su familia, logró balbucir algunas palabras
imperceptibles. Manaba un hilillo de sangre de sus fosas nasales y acercando su
mano derecha hacia el lado izquierdo de su cuello amoratado, dijo:
-¡No
dejen escapar al asesino!
Después
de unos segundos, como un muñeco de trapo que pierde el equilibrio, se balanceo
y expiró. La cabeza cayó pesadamente golpeándose en el piso, produciendo un sonido
aterrador, como si fuera la cabeza que cae al piso al desprenderse de su tallo.
Sus manos se abrieron dejando al descubierto un mechón de cabello hirsuto.
Warakayoq
enterado de la muerte extraña de su súbdito leal, honrado y trabajador, ordenó
a un piquete de hombres hábiles perteneciente al Servicio Secreto de los “Tukuy
Rikoqkuna”, ojo y oído del curaca, la localización y captura del asesino para
su juzgamiento y castigo ejemplar.
El
“Tuku”, buho lentudo, calmado, paciente y trasnochador, testigo presencial del
horrendo crimen, dio la pista del criminal y después de muchos meses de
pesquisa, al fin descubrieron la guarida abandonada de un puma, donde el
culpable y su familia se escondían.
El
cobarde asesino, al darse cuenta de la proximidad de sus captores, trató de
alcanzar la parte más alta del cerro pelado y sin plantas de “Puka Punta”, cerro de color rojo.
Animales
y hombres avanzaban tambaleando y desgarrándose el cuerpo, con las espinas
punzantes de los pencales, vizcaínas y guijarros puntiagudos.
Shawi
y su mujer estaban tan desesperados que se olvidaron de su último hijito, de
apenas un año, en un recodo del camino serpentiente y juguetón y se dieron
cuenta de su ausencia, al momento de
sentarse para descansar y comer su fiambre.
El
bebito, al sentir el halago de los perros cazadores que le pasaban la
lengua por la cara, dio un grito de
espanto que rompió el corazón de Warakayoq, quien lo levantó y ofreció a los
dioses.
-
Este niño es inocente y no tiene por qué sufrir, me
llevaré al palacio y allí crecerá sano y fuerte, para reivindicar el pecado de
sus padres. – dijo Warakayoq.
En
la cima de la montaña, el asesino acorralado pos sus perseguidores,
repentinamente rasgó su anacu y con las tiras, en segundos, vendó los ojos de
su mujer e hijos y los empujó al precipicio; en seguida, se lanzó al vacío,
trizando el vientre del cielo con un alarido ensordecedor lanzado por la fragua
de sus pulmones.
Ante
la mirada atónita de sus perseguidores y de los “allqokuna”, perros, que
arañaban el borde del precipicio, después de flotar como plumas de perdiz, por
varias horas en el espacio, los cuerpos se estrellaron en las rocas agresivas.
La
sangra, vísceras y trozos de carne se esparcieron por el espacio, girando como
pavesas, después de un incendio. De cada gota de sangre, escaparon y se
dispersaron los espíritus malignos que hoy se encuentran encerrados en el
corazón mismo de las rocas, en los laberintos que conducen al palacio del
Supay, convertidos en ecos que remedan el retumbar de los vientos, el rugir de los
pumas. el llanto lastimero de una quena que vuela sobre los horizontes,
llevando en sus alas el mensaje de los corazones sedientos de paz y cariño.
LOS ANTIS
En
la Región del Rupa Rupa, vivían culebras gigantes con escamas de oro y pupilas
de diamantes que, al cruzar la
Cordillera Blanca, con el frío y la lluvia, se transformaron en guerreros malvados, de
sangra fría, que trataron de conquistar los reinos de la tierra y el universo
entero.
A
su paso, por Chavín de Wantar, construyeron un templo ceremonial con un
formidable pórtico de siete falcónidas, el laberinto del Lanzón, la plaza
cuadrangular, la plazuela circular y adornaron sus paredes con impresionantes cabezas clavas que
desempeñaban el papel de guardianes que impedían el ingreso a sus laberintos,
sin permiso alguno.
Jóvenes
guerreros y bellas doncellas, con el alba, eran sacrificados a sus dioses
sanguinarios, el Kúntur, el Jaguar y la serpiente, en el templo del Lanzón.
La
marcha avasalladora de estos hombres hacia las Vertientes del Pacífico,
preocupó mucho al Curaca Warakayoq, quien , después de consultar al Consejo de
Ansianos, ordenó a las mujeres, varones y niños cavar túneles en el paraje de
Shullkán, hasta el mismo corazón del Urín Patsa, muy cerca de la mansión del Supay.
Concluido
el trabajo, ingresaron los animales y los hombres con todas sus pertenencias,
luego cerraron las entradas con
gigantescas piedras, sólo manipulables desde el interior, con palabras mágicas
de : ¡Shul-ka-ki¡. Los respiraderos estaban camuflados con Llumllas, Warwash, Qarapachos
y Pakllash.
Los
antis avanzaron arrolladores,
Shukukikunano, a cuyo paso jirkakunapis se estremecían y las comarcas se
sometían sin resistencia.
Al
no encontrar seres vivos ni alimentos, los invasores continuaron su marcha,
desesperados, hasta las playas del mar; hambrientos como estaban, se zambullían en las profundidades de las aguas turbulentas
y devoraban la riquísima fauna marina: peces, anchovetas, tiburones, ballenas,
estrellas de mar, algas y muchas otras especies y como la sed les atormentaba,
bebieron las aguas saladas del mar. ¡ Cuánto más bebían, más sed tenían!.
Con
el vientre hinchado, que parecían tambores de guerra, con la sed de un incendio
gigantesco, buscaron agua en la
desembocadura de los ríos y siguiendo sus causes resecos, volvieron a
trasmontar la Cordillera Negra.
Desde
Ututupunta, la parte más alta de la
Cordillera Negra, divisaron asombrados la corriente de las aguas burbujeantes y
cantarinas del Hatún Mayu y como alud
provocado por una explosión , rodaron hacia las corrientes cristalinas que
avanzaban, como siempre, portando en sus lomos burbujeantes y cristalinos la imagen de los nevados,
cerros, laderas, árboles, flores y pájaros.
Desde
los cerros y colinas cercanos, salvando precipicios con saltos de almas
desesperadas y sedientas se lanzaron de bruces sobre la superficie líquida y bebieron
hasta quedar exhaustos; luego se tendieron sobre los champales y descansaron bajo la sombra de los quenuales añosos. Después
de un reparador descanso, emprendieron
viaje hacia las alturas de la Cordillera Blanca, donde con la escarcha y la
nieve recuperaron su forma primitiva y desde las cumbres, donde los cóndores recrean su
filuda visión, divisaron con añoranza, el inmenso panorama de la Selva.
Derrotados
por la astucia de Warakayoq, El Curaca de la Honda de Oro, retornaron a la
morada de sus antepasados, que nunca deberían haber abandonado por el bienestar
de su especie
ASIAQ
En
las faldas del cerro Utkush y a orillas del camino de Cruz Pampa a Jaqa se
encontraba el puquial de Asiaq. Sus aguas se deslizaban por las laderas y los barrancos
y pese a la humedad que existía en sus veras, ni el Kikuyo crecía. Los animales
y hombres, pese a tener sed, no bebían sus aguas y si los hacían morían al instante, acosados por dolores de cabeza,
vómitos, diarrea y fuertes convulsiones.
Warakayoq,
hijo del dios Turmanyé y nieto del dios
Ymaymana Wirakocha, nacido de las entrañas
de la hija del curaca Yaku Puma , al enterarse de la muerte de todo ser
vivo, inspeccionó y constató que las
aguas estaban envenenadas. Convocó a todos los jefes de los
ayllus de su región y después de un largo debate acordaron purificar las
aguas de Asiaq, con ofrendas y
ceremonias religiosas, a cargo del Willaq Umu y
construir una gigantesca represa que sería alimentada con las aguas de
las lagunas de Qewllanka y Shiki, enclavadas en las laderas de los cerros de
Weqlla Punta.
Trabajaron
millares de personas durante cincuenta años, aplicando el sistema del topo y
con gigantescas ollas comunes, preparadas por mujeres vírgenes dedicadas al
dios Ymaymana Wirakocha. Concluída la obra fue inaugurada con la presencia de
los embajadores de las diferentes regiones del imperio de los incas y señoríos
de la Sierra y Costa del Tawantinsuyo.
La
gigantesca represa irrigaba a través de tres canales: El primero se dirigía
hacia las comunidades de Malvas, Huayán , Succha y los valles de Huarmey. El
segundo alimentaba las extensas tierras
de Tapacocha, Cotaparaco, Pararín, Llacllín, Huayllapampa, Marka, Pampas Chico
y Cajacay, desde las estribaciones de la Cordillera Negra hasta las playas del
Océano Pacífico. El tercero, alimentaba a los ríos que fecundan los valles de
Fortaleza.
De
trecho en trecho, Warakayoq mandó construir
estanques que con el transcurso del tiempo se fueron convirtiendo en
lagunas y los canales en ríos subterráneos, que dieron origen a infinidad de
puquiales en las estribaciones de los
cerros, dando origen a estancias cubiertas de verdor y porvenir.
Los
habitantes de la región extensa que gobernaba Warakayoq se sentían orgullosos y
felices con la aparición de valles y zona agrícolas extensas con cañaverales,
algodonales, árboles frutales y maizales.
También
las laderas y colinas de las tierras altas se cubrieron con el manto verde y
flores tornasoladas de de papales, trigales, alfalfales. Las estribaciones de
la Cordillera Negra, los barrancos y
cerros se convirtieron en oasis de animales silvestres: los venados, pumas,
vizcachas, Wachwas, zorros, tukus y variadísimas especies que hasta hoy
persisten.
Todo era armonía, paz y justicia social, hasta
la llegada de seres extraños con barbas abundantes que implantaron las encomiendas y la santa inquisición con
sistemas de suplicios diabólicos, costumbres
y ritos religiosos lindantes en la adulación, la delación, el espionaje
y la farsa, con métodos de explotación inhumanos y sanciones concebibles sólo
por mentes malévolas y esquizofrénicas, acuñadas y modeladas cuidadosamente por
el demonio, que se posesionó del alma de los invasores.
SILLETA QAQA
Cochapetí
era un lugar agrícola, con valles y campiñas llenos de sementeras y alfalfares,
árboles frutales y alisales de hojas
esmeraldas, en cuyas ramas anidaban las aves del cielo.
Wichullo,
Juez de campo, todas las mañanas con el
alba, acompañado por su fiel Hocico, salía a capturar animales dañinos, que
escapándose de sus corrales, sin que se dieran cuenta sus amos, se introducían
en las sementeras y se daban la buena vida. Muchos animales eran conducidos al
coso público, corral con paredes altas y portón segurísimo, de donde eran
rescatados, previo pago del daño causado y los gastos por derecho de
requisamiento al juez de Campo.
Una
mañana, más temprano de lo acostumbrado, salió Wichullo con dirección a un
potrero, lugar frecuentado por los animales dañinos. Se sentó a orillas de una
acequia cantarina, cuyas aguas recorrían la extensión regalando melodías que
contrastaban con el canto en contra punto de las avecillas del cielo. Ocico que dormía enrollado, calentando los
pies de su amo Wichullo, empezó a husmear e indicó con el ocico y las orejas la
presencia de una figura extraña.
Wichullo
hizo señas al animal para que no ladrara y quitándose el poncho habano, teñido
con nogal del huerto de su abuelita, se ubicó detrás del cerco de piedras y agazapándose
sobre un tronco de quinual añoso, pudo distinguir la presencia de una “Shipash”
con trenzas largas y cuerpo fino, como el de la comadreja.
Calculó
que estaba en la plenitud de su pubertad y aseguró que no tenía más de quince
años de edad.
Ella,
inocente y despreocupada, desenvolvió su lliclla multicolor que llevaba sobre
la espalda y extrajo una hoz; se arrodillo sobre el rastrojo empapado por el
“shullay”, rocío mañanero y empezó a segar el alfalfar, con mucha rapidez, como
lo había hecho en otras oportunidades.
Mallka,
que así se llamaba la jovencita, terció el pasto recién cortado, introdujo su
cabeza en el espacio que quedaba entre el manojo de alfalfas y el nudo de las
dos puntas de su lliclla. Hacía esfuerzos para levantarse, pero el rastrojo
mojado lo imposibilitaba.
Wichullo,
cuya misión era capturar animales dañinos, contemplo muy asombrado la escena.
Pasaron, en segundos, muchos pensamientos por su mente y decidió actuar con
rapidez y salvajismo.
Como
un puma hambriento, avanzó por detrás del muro de piedras y de un salto felino
se paró delante de la niña que, sorprendida por la presencia de un mozalbete,
se quedó echada de espaldas sobre el rastrojo, con el nudo de la lliclla en el
cuello, a punto de asfixiarla.
Los
llantos, las súplicas, el forcejeo y los mordiscos fueron inútiles. El sol, que
empezaba a despuntar, se cubrió la cara con el lienzo de una nube que pasaba
raudo y el canto de las avecillas en el quenual frondoso enmudeció.
Wichullo,
como guerrero vencedor en mil batallas, se paró orgulloso y después de
limpiarse el sudor copioso, que chorreaba por su frente, terció el poncho sobre
el hombro y se alejó silbando un huayno de ritmo cajatambino.
Tendida
quedó una flor de Llumlla, marchitada por la furia del brutal sensualismo.
Por
los campos, las calles y las plazas, devorada por miradas inquisidoras, ella
caminaba con el vientre voluminoso, pidiendo al responsable asumir su
obligación paterna.
-Cásate,
por favor no quiero sufrir más humillaciones – decía Mallca al sinvergüenza
Wichullo.
-
¿Casarme yo?... ¡Ni loco que estuviera! -
replicaba muy orondo.
-
Repara el daño que me has causado, sino los dioses te castigarán- suplicaba
Mallka, con lágrimas que rodaban por sus mejillas.
-¡Qué
dioses ni ocho cuartos, nací para ser libre como el gavilán, quiero volar alto,
cada vez más alto y desde los cielos divisar palomitas tiernas como tú,
avalanzarme en picada, desplumarlas y comérmelas- respondión Wichullo y
terciando su poncho sobre el hombro, se alejó pateando a las piedrecillas del
camino, que a su paso se interponían, diciendo: “No seas malo, repara el daño
que has causado con una infeliz niña”.
Warakayoq
al recibir las quejas de la shipash mancillada, que pedía un castigo ejemplar
para el malvado Wichullo, convocó al repudiado violador y ante las negativas
sucesivas del malhechor solicitó la
presencia del Pitu, la temida hechicera de la comunidad.
-
Pitu, utiliza todos tus poderes para que Wichullo se regenere por las buenas.
-
Se hará como Ud. diga, mi Señor- respondió Pitu.
-
Nuestros dioses te iluminen y te den el poder suficiente, para destroncar el
mal que lleva Wichullo.
Agotados
los recursos de persuasión y curación, Pitu se valió de su sobrina Dalía,
joven hechicera, cuya belleza enloquecía
a los jóvenes del lugar.
Durante
la fiesta del patrón Shanticho, patrono del pueblo, Wichullo mordió el anzuelo. Comió, bebió,
bailó y se divirtió con Dalía, hasta la saciedad.
Después
de tres días de jarana, se dirigió a la casa de sus padres, que se encontraba
en el paraje de Palli, a unos tres kilómetros de la población. En el trayecto
sintió gran malestar y sus fuerzas de buey arador le iban abandonando, a medida
que avanzaba. Se sentaba buscando alivio y proseguía su caminata, tambaleando
de uno a otro lado.
En
una curva del camino, que le conducía a su estancia, se puso de cuclillas y agarrándose
la cabeza que le daba vueltas, hizo esfuerzos para vomitar y nada consiguió.
Todo daba vueltas a su alrededor y cuando quiso levantarse, sus piernas
empezaron a flaquear y poco a poco todo su cuerpo se fue adormeciendo.
Allí
mismito quedó convertido en piedra y por la forma que adoptó le dio el nombre de “Silleta
Qaqa”, silla de piedra.
Pasado
once años del incidente, el hijo de Mallka que se dedicaba al pastoreo pasó
cerca a Silleta Qaqa y como sentía
cansancio, mientras sus ovejitas pacían en los bordes del camino, se sentó sobre la roca y cogiendo una piedra azulina,
empezó a limpiar la superficie rocosa, poblada de musgos frondosos.
-
¡Ay, hijo, no golpees mis espaldas que duele mucho¡ - dijo una voz dolida.
El
niño, con los pelos parados, se levantó y arriando sus carneros se alejó del
lugar, muy sorprendido.
CORDILLERA NEGRA
Los
pobladores de los Conchudos, después de varios años de sequía sufrieron las
consecuencias de lluvias torrenciales
precedidos de rayos, truenos y relámpagos que destruyeron extensas tierras de
cultivo; provocaron derrumbes, precipitaciones, muertes de animales y plantas. Por
todas partes se veían barrancos, precipicios y desolación.
Desesperada,
la pobre gente, abandonaba su comarca y se perdía en la espesura de la selva
Alta o Rupa Rupa. Los más osados abrieron cuatro senderos hacia las quebradas occidentales de la
Cordillera Blanca, por las alturas de Yungay, Carhuaz, Marcará y Cátac; y
trasmontando las aguas turbulentas del río Santa, llegaron a las punas de Aija,
Pampas Grande, Coris, Cotaparaco, Marca y chiquián, pueblos de las Vertientes
del Pacífico, lugares donde se dedicaron
al abigeo.
Ante
la desaparición sistemática de los mejores ejemplares de la ganadería, las
comunidades organizaron piquetes de control que se encargaban del cuidado de
los animales y en caso de pérdidas
rastreaban los senderos, sin lograr atrapar a los responsables.
Warakayoq,
ante tanta pérdida, muy indignado, al frente de sus huestes se dirigió
hacia Huancapetí, el cerro más alto de
las Vertientes del Pacífico, siguiendo las huellas de los animales sustraídos. Llegando al pico que escarchaba a la sangre, divisó
toda la extensión, desde las cumbres níveas donde el cóndor realiza acrobacias
hasta las orillas del inmenso mar, donde las olas cansadas caen al final del
último suspiro, arrulladas por los arreboles del atardecer. Ante tanta magnificencia,
el héroe quedo maravillado del paisaje incomparable que tenía al alcance de sus ojos y sumisas a sus pies.
Distinguió,
al otro lado del Callejón de Huaylas, manadas de ganados, substraídos de su comunidad, apacentando al pie de la Cordillera Blanca.
Lleno
de rabia y pidiendo perdón a su dios
Imaymana Wiraqocha por la actitud que tomaría, blandiendo su honda tejida con
hilos de oro, plata y fibras vegetales ,
disparó gigantescas rocas que desgarraron bloques inmensos de nieve y roca.
Toda la tierra se movió. Parecía el fin del
universo.
Jaqrarararammmmmm…bummm…bumnnnn..bunmmm…tras…trunmmm…poq
Con
los bloques desprendidos, la gente de Warakayoq levantó un gigantesco muro,
durante cincuenta años, con quinientos mil hombres por día, para impedir el
ingreso de los abigeos. El muro se levantó desde Qoñoq Qocha hasta Wallanka,
dejando canales subterráneos para conducir las aguas puras y cristalinas del
Atún Mayu hasta la playas marinas del Océano Pacífico.
Con
el transcurso lento del tiempo, el inmenso muro, rico en minerales de oro y
plata se convirtió en la Cordillera Negra, dando origen al hermosos Callejón de
Huaylas, con estrechos y fecundos valles, con retamales de flores amarillas y
perfumadas, que bordean las veras de los caminos y de los ríos, que reptan venciendo
horizontes bajo un cielo eternamente apacible y azul transparente, donde las
nubes parecen plumas mensajeras de la paz.
SHALLPÚN
Los
Cochapetinos atravesaban por una situación económica muy difícil. La gusanera
había arrasado los papales y la helada había atacado a los Tarwis (chochos). No
hubo cosecha durante varios años. La hambruna hacía estragos, los niños morían
todos los días; en cambio, los vecinos de la comarca de Malvas tenían sacos y
sacos de víveres apilados en sus colcas y graneros comunales, inclusive en las
cuevas de los cerros. Las festividades pomposas con banquetes, borracheras,
bandas de músicos y juegos artificiales eran continuas.
El
amauta Wankur, acompañado de unos ancianos venerables, se dirigió a la comarca
de Malvas y llegando solicito víveres en calidad de préstamo, para alimentar a
la gente de su comunidad.
El
engreído y soberbio Pillku, de estatura mediana, ojos saltones y rechonchos,
completamente ebrio, trató despectivamente a sus visitantes, sin miramiento
alguno a las canas y a las gibas que los años se encargaron en brindarles.
-
¡Gusanos, fuera de mi presencia, no atiendo a mendigos!
-
No soy mendigo señor, soy un amauta que
le pide ayuda para su pueblo a cargo de reciprocidad. “Hoy por nosotros, mañana
por ustedes”- dijo Wankur.
-
¡Insolente, fuera de mi presencia! -
dijo Pillku.
-
Nadie está libre de las inclemencias de la naturaleza. Mañana puede ensañarse
con ustedes.
-
Mañana será pero ahora soy el que manda y ordena, ¡guardias sacad a este viejo,
azotadlo y metedlo a la prisión, por insolente - ordeno al malvado.
Enterado
del atropello, Warakayoq envió emisarios
a la corte del curaca Pillku, para lograr la libertad del amauta Wankur,
miembro del Concejo de Ancianos de su corte. La gestión no surtió efectos
positivos, al contrario, Pillku mandó tropas para invadir a Cochapetí y someter
a sus habitantes a la condición de yanakunas.
Warakayoq,
muy ofendido, subió colérico hasta la cima de Ishque Cruz, que se encuentra
junto al cielo; y haciendo girar su honda mágica de siete colores, sobre su
cabeza, por largo rato, lanzó una
gigantesca y descomunal roca que, luego de girar en el espacio durante varias
horas, produciendo un ruido ensordecedor, se estrelló en el palacio dorado de
Pillku.
-
¡Shallllllll pún … Crashshsh …
Jaqrararrr… pun… pun… Shalllll…
Los
muros enchapados de oro y plata, mármol y piedras preciosas, hecho trizas,
volaron por el espacio, engastándose en los cerros de la comunidad de
Cochapetí, dando origen a las minas de oro y plata que se encuentran enterrados
en el subsuelo.
En
noches de luna llena, podemos notar la ubicación de estas, porque de su
superficie votan llamas incandescentes, intermitentes y azulinas.
En
nuestros tiempos, la Empresa Minera Barrick Misquichillca S.A. extrae de las
entrañas de la Cordillera Negra toneladas de lingotes de oro que los obtienen
siguiendo el siguiente proceso: minado, chancado, faja transportadora,
lixiviación, merrill crowe, fundición, drenaje ácido de roca y destrucción de
cianuro.
La
destrucción del palacio, quinta maravilla del mundo Antiguo, hizo retroceder al
ejército de Pillku, que ni siquiera logró cruzar el río de Qewap, lindero de
los pueblos en conflicto.
Después
de frustrar otro ataque, Warakayoq y sus guerreros lanzaron, con sus hondas,
gigantescas papas agusanadas, que destruyeron comarcas, graneros y tambos.
Estas papas, en la temporada de lluvias, germinaron y poblaron extensas zonas
agrícolas de Malvas hasta la quebrada de San Miguel. La alegría danzó en los
corazones, cuando en el aporque descubrieron una producción asombrosa y se
avizoraba la mejor cosecha de todos los tiempos.
-
Durante el papa allé prepararemos sacos y sacos de pachamanca para que los
“allapaqoqkuna” coman hasta hartarse y puedan llevar a sus hogares para alimentar
a sus hijos - comentaban unos
mozalbetes.
-
Nosotros prepararemos abundante cushara para comer con Wakatay y papas
amarillas- decían las “pashñas”,
jovencitas, regalando a manos llenas su dulce coquetería.
¡Qué
desilusión! Cuando las mujeres, ancianos y niños se enterraron en los
camellones para extraer abundantes tubérculos con sus “rakwas” y “keshis”,
sacaron papas gigantescas completamente agusanadas.
-
¡Oh, Dios mío!, ¿por qué este castigo? -
decían las mujeres.
-
¡La maldad de nuestro cacique y la maldición de los cochapetinos está cayendo
sobre nosotros – respondían los varones.
-
¡Hay que revelarnos y ajustar cuentas con el tirano! – decían los jóvenes.
-
Queremos que Warakayoq sea nuestro curaca – gritaba la multitud.
Se
consolidó la revuelta con la precipitación de una lluvia torrencial y al final
el arco iris se irguió, anunciando una etapa nueva llena de esperanzas.
Depuesto
Pillku, Warakayoq fue reconocido como curaca universal.
SHULLKAN
Warakayoq
tenía dos sobrinos Shullkan y Yupanqui; Shullkan, joven alto, fuerte y
extravertido, estaba preparado en el arte de la guerra, la crianza y el agro;
en cambio, Yupanqui, de contextura
delgada, de talla mediana y taciturno, se había perfeccionado en la
administración pública y el culto al Dios Imayamana Wirakocha y era un gran
Arawiku, que doraba con el calor de sus versos las sementeras delicadas de la
sensibilidad humana.
Shullkán,
en las noches, salía del palacio a recorrer los campos floridos y bajo los
ramajes frondosos de cantutas, campañillas y retamas se sentaba a componer versos, inspirado en el Yuraq Mayu, que con su presencia parte al
Hanaq Patsa en dos porciones inmensas de
cielo. También componía temas musicales, cuando los rayos de las estrellas se
filtraban a través de las ventanas de su dormitorio.
Qoyllur,
la bellísima doncella, de apenas quince años, abandonando su alcoba y
acompañada por una de sus damas de más confianza, se paseaba por el jardín
extenso del palacio y escondida, entre
los matorrales, observaba con demasiado apasionamiento los movimientos
de su primo Shullkán.
Era
una noche de luna llena resplandeciente, los montes, roquedales y valles
estaban completamente iluminados, sólo
las cuevas y barrancos se encontraban a oscuras.
Shullkán
como de costumbre, se alejó del palacio en busca de fuertes impresiones y motivaciones que le permitieran crear un
hermoso poema y así satisfacer sus inquietudes románticas.
Sorpresivamente,
el cielo encapotó y se desencadenó una tormenta; los rayos y truenos se
sucedieron, un grito desgarrador atravesó las entrañas del ambiente
despostillando los cristales del silencio.
La
joven bella, muy asustada, pedía auxilio a gritos, acurrucada en el tronco de
un árbol añoso y con la tibia de la pierna derecha fracturada.
-
¡Qoyllur, prima mía! – diciendo, Shullkán corrió desesperado, tropezándose y
levantándose en el trayecto.
-
¡Auxiiiliooooo!... gritaba ella. La reventazón de los truenos, el chisporrotear
incesante de los rayos trizaban los nervios y los granizos apuñalaban los pulmones con sus hojas heladas
y filudas que trizaban los alvéolos.
Se
abrazaron, fuertemente, y decidieron buscar un lugar seguro para evadir la
tormenta que arreciaba cada vez más.
Siguieron
la ruta, por un camino negro, minado de charcos en una noche desenfrenada y
loca de relámpagos. Sus pasos crujían como cascos de monstruos salvajes y las
ilusiones se desvanecían como el desmayo de una pena sobre una sabana de
quejidos.
Completamente
empapados, después de recorrer un trecho largo del bosque, finalmente descubrieron
una cueva profunda y cuando intentaron ingresar se toparon con una fiera
monstruosa, que lanzando rugidos aterradores y zarpazos, les impidió el
ingreso.
Gritos,
rugidos, relámpagos y truenos poblaban el ambiente; finalmente, el puma ahogado
por los brazos fuertes se Shullkán, se estiró pesadamente sobre el piso lodoso
y resbaladizo, arrastrando a su paso al noble vencedor.
Desesperado,
con uñas y dientes despellejó al puma y se dirigió hacia Qoyllur, que temblando
de frío y muy asustada se encontraba pegada en la pared rocosa de la entrada de
la cueva. La lluvia rodaba por sus trenzas y seguía las líneas de su cuerpo. La
tomó del talle con mucha delicadeza y su contacto la hizo estremecer, desde la
punta de los pies hasta el extremo de su cabellera; la besó en la mejilla
aterida de frío y la cubrió con el pellejo aún tibio del puma.
Se
abrazaron fuerte y olvidándose de la fractura de la tibia y la tormenta que
arreciaba, empezaron a rastrillar el césped de sus cuerpos ondulantes y el
pellejo tibio que cubría el cuerpo de la doncella resbaló.
La
oscuridad se sumió en un silencio cómplice del primer beso y la respiración
agitada retumbo en las paredes de la caverna. Se quedaron profundamente
dormidos, mientras la lluvia inundaba, lentamente, la cueva convertida en un
lecho nupcial.
Pasada
la tempestad que había causado derrumbes, interrupción de caminos, destrucción
de puentes y muerte de animales y muchos seres humanos, la desaparición de los
jóvenes causó alarma y preocupación.
Cuando
el sol arreboló al cielo al despuntar de una fresca mañana. Warakayoq, muy
preocupado, partió frente a un escuadrón vistoso de rescate.
Después
de la búsqueda, cansados y agobiados por el calor, llegaron a una cueva y se sentaron
a comer los fiambres y a beber la chicha de jora en mates dorados, como espigas
del pajonal; al final, decidieron abandonar el lugar y emprender viaje de
retorno.
Warakayoq
al doblar su poncho sobre la roca alargada, donde se había sentado, notó la
forma extraña de un bloque superpuesto de dos granitos unidos fuertemente,
cuyas formas eran muy delicadas.Con lágrimas que bañaban sus mejillas, divisó
la extensión, perdiéndose su mirada en las turbulentas ondas de la inmensidad.
El mundo cercano y circundante, ante sus ojos, se abrió inmenso, enmarañado por
la espesura de lloques, carapachos, chachacomas dispersos en las laderas y
quebradas pobladas de sombras con espléndido cielo azul que se estiraba sobre los roquedales.
QANCHIS TOQO
Camino
polvoriento de Cochapetí a Torqup.
Arriba,
cielo celeste, nubes transparentes y el sol incandescente que baja precipitado
para revolcarse en los pastizales secos; abajo quebradas profundas y
manantiales cristalinos resbalando por las praderas rocosas, como lágrimas
esquivas de un corazón atravesado por espinas punzantes del abandono; en la
cima de Qotu, dónde los cóndores juguetean con las brisas marinas, se encuentra
“Qanchis Toqo”, siete ventanas, tapizadas por fantasías.
En
las entrañas de Qanchis Toqo se encuentran encantadas siete doncellas vírgenes, vestidas con telas de
algodón flecadas con hilos de oro y plata, tikpis engastados con piedras
preciosas, diamantes y esmeraldas.
Cuando
alguien intenta ingresar a profanar las tumbas funerarias se desatan
tempestades con lluvias de fuego y aceite, la tierra ruge enloquecida
provocando derrumbes aterradores que arrasa con todo, a su paso.
Las
pastoras que han vivido por años, en los parajes de Qotu cuentan que en noches
de luna llena y cuando el cielo está completamente despejado, salen de Siete
Ventanas doncellas de cabellos blondos,
de color canela y transitan por el camino del zorro, hasta las pampas
alfombradas de trébol y pajonal de “Chopi Kancha”, donde pastan infinidad de
llamas rojas destinadas al sacrificio de los dioses y tomadas de las manos juegan
a la ronda.
Las
nubes se deslizan en el firmamento como almas puras, sin contacto con el pecado
terrenal; y, capricho de ondas sonoras son los trinos que se escapan de los
bosques, convertidos en enigmáticas sinfonías que alegran el ambiente celestial,
acompasado por el rumiar de los camélidos.
En
coro, las doncellas dicen “madre tierra” vamos a partir y detrás de cada
horizonte surgirá el Lulkla Waraq para
alumbrar nuestro camino hacia el Huk Pacha, otro mundo; luego entonan
dulces canciones de melodías que extasían y encantan hasta el paroxismo:
Más
bella que mil mariposas
Cochapetí,
paraje de ensueños,
reclina
sus ilusiones
en
las laderas de Ishke Cruz
Blanca
e Inmaculada
son
las cimas del Huascarán,
como
la pureza desbordante
de
nuestra sonrisa angelical.
Cuando
la luna se zambulle en el lejano lago azul del horizonte, los auquénidos
desaparecen y las doncellas se elevan muy suavemente enfilando cadenciosamente
hacia Qanchis Toqo, siete ventanas, que
las esperan con sus fauces abiertas y perfumadas
con la fragancia silvestre de las flores de Qarapacho, Lloque y Llumllas.
Las
doncellas eran hermanas huérfanas de padre y estaban por contraer matrimonio
con príncipes de lejanos reinos, de lugares por donde se oculta el sol, después
de recorrer continentes, poblados por gentes de razas extrañas; pero, el
perverso Qarawanko, cinturón negro, padrastro brujo de estas beldades,
enamorado de ellas y cegado por los celos, mandó cavar siete orificios en las
paredes de un precipicio rocoso y ordenó que tapiaran las entradas, dejando
enterradas vivas a sus hijastras, con todas sus pertenencias, incluyendo a los
“pichis”, perritos engreídos.
Las
siete doncellas que permanecen, durante
milenios, en Qanchis Toqo, sólo salen en noches de luna llena de cada año
bisiesto y pastan sus llamas rojas en
los pastizales de Chopi Kancha, corral del medio, donde se levantaba, en el
pasado, el palacio de sus padres, curacas del lugar.
Muchos
afirman haberlas visto con vestidos de seda finísima, con tikpis, aretes y brazaletes
de oro y plata con piedras preciosas, sandalias de cristal y aureola en la
cabeza de cabellera rubia y suelta que
hace movimientos ondulatorios, cuando bailan a compás de pututos, zampoñas,
cajas, flautas y quenas ejecutadas por músicos celestiales, con vestimentas
recargadas de pieles y plumas con joyas
y piedras preciosas.
Retornan
a Qanchis Toqo, siete ventanas, cuando se sienten agotadas de tanto bailar y
correr por pampas y lomas del lugar paradisíaco de Chopo Kancha, Utkush,
Qellqma, Wataspín y Torqup. Esto sucederá hasta cuando un joven extraño,
inteligente y de muchas iniciativas para el desarrollo poblacional y de buena
moral, descendiente de Warakayoq, logre conquistar con mucho amor a una de las
doncellas y rompa el maleficio del
padrastro hechicero y cruel.
Muchas
chakwalitas, en noches de luna y en horas de descanso, señalando al cielo
dicen: “De esas estrellas, las más grandes y las más luminosas son los hijos
del curaca Warakayoq, que enviados por su señor padre, recorren el infinito,
esperando el momento oportuno para sorprender y coger a las doncellas, hijas
del Dios Jirka y convertidos, todos ellos, en seres humanos, se casarán bajo la
bendición de los dioses y vivirán muy felices hasta cuando el mundo se
convierta en caos, como cuando se inició”.
KIRU NANE
El
curaca Warakayoq, hombre sabio y severo, era temido y respetado por sus
enemigos y amado por sus súbditos. Tenía una hija llamada Shumaq Weta, muy
parecida a su esposa Flor de Lucero. En ella cifró todas sus esperanzas y encargó
su educaría, dentro de las normas morales imperantes, para que sus
descendientes perduren su nombre y hazañas.
El
jardín imperial era grandísimo, con veredas empedradas con piedras azules,
blancas, rojas y jaspeadas con cristales de diferentes colores. Estaba poblado
por flores de variedades diversas, árboles frutales de especies desconocidas,
en cuyas ramas anidaban las aves de exóticos plumajes y trinos encantadores.
Entre
las enredaderas y los espinos se erguía un saúco solitario, con frutos abundantes
de colores azabaches y muy jugosos; ni las aves, ni los hombres podían
comerlos, porque estaban embrujados.
Shumaq
Weta y sus doncellas, a escondidas, cogieron los frutos prohibidos y disfrutaron,
entre risas y sonrisas, hasta que sus dentaduras empezaron a picarse y
causarles dolores insoportables.
Warakayoq
ofendido por la desobediencia de la princesa y sus doncellas, mandó construir
una torre altísima, con ventanas y balcones, de donde se podía divisar,
solamente, el saúco añoso, de jorobas pronunciadas, cuyos frutos caían
semejantes a cascadas de aguas negras
apetecibles y tentadores.
En esa torre, cuya punta arañaba las entrañas del cielo, fueron
encerradas, por vida, Shumaq Weta y sus bellas doncellas Donata y Claudia.
Tenían todo: joyas, vestidos, golosinas, alimentos frescos y variados, una
cocinera y dos sirvientes, pero carecían de libertad y remedio para calmar el
dolor insoportable de muelas.
El
tiempo siguió su caminata con paso cansino y el dolor encallecía los corazones
cautivos. Cada día se tornaba más insoportable y la presión de las paredes
frías era traumante.
Un
zorzal con pico de oro y plumaje de seda, volando, volando y volando se posó en
el pasamanos del balcón de la torre del cautiverio y con un extraño silbido
despertó a la princesa Shumaq Weta, Bella Flor, que dormía en su colchón de plumas de qorikenki, aislada del mundo
insoportable del dolor.
Ella
lo increpó, furiosa.
-
Sólo cuando duermo no siento el dolor de muelas, ¡Insensato, lárgate y no
prolongues mi desdicha!… El zorzal para
sorpresa de todos los presentes, habló.
-
Mi bella coya, yo conozco un remedio que cura el dolor de muelas, si me prometes guardar el secreto, te lo diré
cuando vuelva.- Dicho esto, el zorzal lanzó un silbido penetrante, a la vez
lastimero y alzando vuelo se alejó veloz hacia el infinito. La princesa lo
siguió con la mirada y sintió que algo extraño recorría por todas su venas y su
corazón latió a prisa, acelerando su respiración y provocando suspiros
empapados de amor.
Cuando
el Waraq Qoyllur sumergía su blonda cabellera de luces en las lagunas de Shiki
y Qewllanqa, el zorzal, posándose en los pasamanos del balcón de oro, silbó con
mucha delicadeza.
La
princesa no se enojó y tampoco reprendió como la primera vez, sino con mucha
delicadeza y afecto lo tomó con sus manitas blancas y acercando sus labios nacarados, llenó de besos el plumaje sedoso del ave. Fue tan grande su sorpresa,
cuando el zorzal se transformó en un gallardo guerrero.
Los
barrotes de la prisión dorada se abrieron de par en par y las doncellas
cautivas fueron conducidas hacia el saúco de frutos prohibidos.
Ante
la sorpresa de los guardias de palacio, el guerrero extrajo de su cinturón una
macana de oro y con un golpe certero derribó el árbol, que cayó
estrepitosamente, lanzando un gemido lastimero que se perdió en los socavones
de las minas y en las guaridas de las fieras.
El
maleficio desapareció, como una exhalación del rocío al contacto de los
primeros rayos del sol.
El
guerrero fornido y de músculos de acero, tomó del talle a la joven princesa y
la condujo al palacio real.
Warakayoq se sorprendió de la presencia de su
hija junto a un apuesto galán y recordó
lo que su consejera de sueños le dijo: “en el vecino reino, existía una
bellísima bruja que se había enamorado de un apuesto guerrero y ante la
indiferencia de este lo convirtió en zorzal. El maleficio desaparecerá cuando
una princesa se enamore del zorzal”.
CHAMIZAS Y FLORES
En
una inspección por los territorios de su Región, Warakayoq observó que los
wankurinos eran gente muy laboriosa, que
cultivaban hasta en la superficie de las rocas y de los barrancos; en cambio,
sus vecinos los pariashinos eran demasiado flojos y nada les importaba la forma
de vida que llevaban, pese a tener tierras fecundas no las cultivaban ni
criaban animales.
Warakayoq,
para dar muestra práctica de las bondades del trabajo agrícola, motivo la siembra de pakllashkuna o chamisas. Pasada la temporada de lluvias algo
extraordinario sucedió.
Mientras
los vallles, lomas, laderas, andenes de los wankurinos estaban pobladas por flores de variedad y colorido asombrosos,
el territorio de los pariashinos se cubríeron de chamisales frondosos y
pajonales altísimos que se mecían suave y lento al soplo romántico de las
brisas marinas, que de tanto reptar por las laderas, llegaban a las alturas
muy agotadas y apenas perceptibles.
Los
habitantes de las comarcas vecinas, enterados de este prodigio, en avalanchas
humanas, iban y venían haciendo trueque de productos de toda clase.
Los
wankurinos recibían víveres y animales a
cambio de las flores, que eran cortadas en los jardines amplios, por los
interesados en ofrendar a sus ídolos, a sus difuntos y en ambientar sus
hogares; en cambio, los pariashinos trabajaban fuerte, de sol a sol, para arrancar
de sus raices las “paellasskuna”, chamisas, tenderlas al sol para su secado
respectivo y transformarlas en leñas aceitosas para avivar el fuego de los
fogones; y, como tenían pastizal abundante, se convirtieron en ganaderos por
excelencia. Degollaban a sus animales, luego hacían ceniza y charquis para
comercializar con los hombres de las comarcas vecinas. Nada les faltaba para
comer y vestirse; el trueque los volvió ricos y dueños del porvenir de sus
hijos.
La
motivación y la siembra de pakllashkuna
o chamizas y la colaboración de
los yanacunas, bajo la dirección y presencia de Warakayaoq, sirvió para que la
población pariashina, de vagos y viciosos, borrachos y ladrones se convirtieran
en hombres laboriosos que construyeron canales y diques para irrigar extensas
laderas eriazos, tornándolas en sementeras de papales, ocas, mashuas, quinuas y
cañiguas.
Quedaron
en el olvido o como un mal recuerdo o tal vez como un sueño las épocas de ocio,
timidez y vergüenza. Eran dueños de su propio destino y llegaron a entender que
la “Mama Pacha”, madre tierra, brinda sus frutos a los hombres que saben
cultivarla. Cuidarla y consecharla con
verdadero respeto y cariño.
El
curaca Warakayoq y el grupo de yanaconas, una mañana de sol rutilante,
partieron en busca de otros lugares y
otros hombres, para cumplir su misión educadora, en beneficio de la
sociedad universal.
LA AWICHA
Un
personaje raro apareció en la comarca de Marka Punta, pidiendo de casa en casa alimentos,
vestidos y posada.
-
Regálame comida y ropa usada- decía el extraño.
Los
habitantes de la comarca que eran muy soberbios, prepotentes e inhumanos persiguieron al mendigo con
perros bravos y lo corrieron del lugar.
- ¡Vago, fuera de nuestras tierras…No queremos
verte por acá. Si regresas te colgamos de la rama de un árbol!- dijeron, en
coro, hombres exaltados.
En
una chosita aislada del bloque poblacional, una anciana atizaba su fogón,
cuando una voz desconocida la sorprendió y dijo:
-¡Awicha me muero de hambre y sed, dame algo para
comer, soy un viajero extraviado y no tengo a dónde ir.
La
buena anciana invitó a su visitante a sentarse en un poyo, cubierto con
pellejos de venado y convidó con mucha amabilidad:
-
Sírvete “shakwicito” caliente, con papitas Wayro, buen hombre- diciendo, la
awicha le sirvió la cena y como ya era
noche, tendió pellejos y frazadas de cinco guirnaldas en un ángulo del corredor
para que el visitante pasara la noche.
Al
despuntar el Waraq Qoyllur, planeta Venus, el joven viajero llamó al anciana para
despedirse.
-
Awicha, muchas gracias por el hospedaje, me voy con la esperanza de volverla a
encontrar. No se vaya a sorprender con la presencia de los soldados que nuestro
curaca Warakayoq enviará, para castigar a los hombres de esta comarca, por
ladrones, mentirosos y ociosos.
Y
extrayendo de su morral, lleno de
remiendos, un objeto multicolor, puso en manos de la buena “chakwalita”, viejita, diciendo:
-
Cuando vengan a visitarte los soldados de nuestro Curaca, sin temor alguno, muéstrales
esta honda y nada malo te sucederá.
-
Lo tendré en cuenta, buen hombre- respondió la viejita, al momento de dar
vuelta la honda alrededor de su cintura para anudar las puntas.
-
No te desprendas de ella, ni un instante- diciendo, desapareció misteriosamente
como la luz de un rayo.
Transcurrido
unos días, los nietos de la anciana llegaron muy asustados, con malas noticias
para la viejita.
-
¡Abuelita, huyamos! Unos hombres armados hasta los dientes, están flagelando a las mujeres y ahorcando a
los varones de las comarcas vecinas.
Aún
no había terminado de comunicar las malas noticias, cuando se presentaron los
castigadores. La anciana, temblorosa, se adelantó y clamó:
-Por
el Dios Wiraqocha y por la Santísima Virgen de la Natividad, no nos hagan daño que
nada malo hemos hecho.
-
Buena señora, ¿La honda que lleva en la cintura podría regalarme?… Si lo hace
nada malo te pasará- solicitó el guerrero fornido y de ojos claros como el
lucero.
Ella,
temblando y muy asustada, recordó las palabras del mendigo… “Cuando vengan a
visitarte los soldados de nuestro Curaca, sin temor alguno muestra esta honda y
nada malo te sucederá”… Empezó a desatar, con dificultad, la honda multicolor
que tenía ajustada al rededor de su cintura.
De
entre la multitud soldadesca salió un hombre y ante el asombro de todos se
despojó de sus harapos, quedando con su indumentaria real y colocándose la mascaypacha en la frente, habló:
-Soy
Warakayoq, durante los últimos meses, he visitado mis dominios y cuando llegué
a esta casa me dieron comida y alojamiento a cambio de nada.
La
anciana y sus nietos se pusieron de rodillas y derramaron lágrimas de alegría.
El
monarca sentenció:
-
Awicha, te llevaré a mi palacio y serás mi consejera, porque en medio de tanta
maldad tu y tus nietos han acatado el mandato de nuestra ley observando una
conducta intachable.
-
Nuestros dioses te amparen buen curaca. ¡Gracias, mil gracias!- respodió
anegada en llanto y rebosante de felicidad.
La
anciana seguía de rodillas, cuando Warakayoq la levantó y besándola en la frente, ordenó.
-¡Partamos!
Los
gorriones y Tuktupillincitos saltaban de alegría sobre los alisos cansados que
remojaban sus hojas sedientas en las frías aguas del acequión, cuando la buena
señora y sus nietos fueron conducidos, en cabalgaduras bien enjaezadas, ante el
asombro de los niños y algunos familiares de los súbditos castigados por faltar
a los preceptos morales de su pueblo: “Ama Qella, Ama suwa y Ama llulla”.
PUKA PANTY
Como
de costumbre el curaca Warakayoq, en compañía de sus asesores, salió a fiscalizar
la actividad de sus funcionarios. Recorrió las vertientes del pacífico,
ubicadas entre las punas gélidas de los Andes y las sedientas arenas del Litoral.
Visitó aldeas, tambos, fortalezas, valles fecundos y puestos atestados de
pescadores fornidos. Recibió buenos y malos tratos, ya que su presencia era la
de un ciudadano común y corriente, dedicado al trueque de cereales.
Cansado
y sediento se dirigió a un frondoso huarangal.
Al saltar un barranco, sus ojos nublados por el sudor salitroso y la
polvareda percibieron a la distancia, la figura hercúlea de un jinete que
cabalgaba sobre una descomunal llama roja.
-
¡Detente infeliz!... ¿A dónde vas?- preguntó el desconocido.
-
Tengo sed, señor, voy en busca de un manantial y un lugar apacible para
descansar- respondió Warakayoq.
-
Vendrás conmigo a un mundo de ensueños donde calmarás tu sed y cansancio - le
dijo el misterioso personaje que levantándolo en vilo, como si fuera achupalla,
pajonal tierno, lo puso en las ancas de su cabalgadura.
El
animal no galopaba sino volaba, era un raro Pegaso sin alas; transmontaba los
océanos inmensos, los valles profundos, los precipicios inaccesibles, las
cumbres nevadas, las tormentas con rayos y relámpagos, los túneles oscuros, las
estrellas luminosas, infinidad de soles y galaxias.
Aterrado,
Warakayoq cerró los párpados y preguntó.
-
¡ Señor¡ ¿Falta mucho para llegar a nuestro destino?
-
Ya llegamos - le respondió el extraño.
Cuando
Warakayoq abrió los párpados, contempló maravillado un panorama inimaginable.
Llanuras
extensas cubiertas por sementeras y árboles frutales ondulaban de horizonte a
horizonte. Las cascadas jugueteaban con
el vuelo de los cóndores, los manantiales transparentes y frescos calmaban la sed de los cuadrúpedos, bípedos, reptiles y
avecillas.
-
Estamos cerca de mi gran palacio, allí podrás calmar tu sed y hambre – dijo el
extraño.
-
No quiero calmar sed ni hambre, quiero retornar a mi comarca, quiero estar
junto a mi familia.
-
Es demasiado tarde para retornar a la tierra, te conformarás con vivir lleno de riqueza, siendo mi
esclavo.
De
pronto, se encontraron frente a una gigantesca conformación rocosa empapada de
lava volcánica y por sus hendiduras se deslizaban masas compactas de azufre,
poblando el ambiente con olor penetrante y desagradable.
El personaje
misterioso, levantó los brazos y pronunció palabras cabalísticas que Warakayoq
no entendió.
- abrete césamo que tu amo ha llegado
Como
cascarón de huevo, cuando los pollitos van ha salir, la superficie de la
gigantesca roca se resquebrajó y quedó abierta como las páginas de un libro,
dando paso a una avenida larga que se extendía hasta el corazón de la tierra. A
cada lado se podía notar la presencia de árboles exóticos con frutos de oro,
diamantes y algunas pulpas carnosas.
Caminaron
durante horas. No había soles ni bombillas, ni teas, ni lámparas; una luz
extraña invadía el ambiente, delineando todas las formas.
Cruzaron
una plazuelita, en cuyo centro se
levantaba una pileta de oro con incrustaciones de diamantes, perlas y
esmeraldas. Cuatro cabezas de serpientes de mármol escupían agua cristalina y
vaporosa que formaba una piscina térmica, en cuyas profundidades nadaban,
haciendo extrañas piruetas, peces multicolores y de formas raras; algunos no
tenían aletas y parecían lombrices gigantes, otros movían sus aletas de arco
iris y uno que otro parecía pulpo con cabeza de ballena y ferocidad de tiburón.
-
Ahora, eres mi esclavo, trabajaras para mí, durante milenios y quizás ya no
vuelvas a tu mundo – dijo el extraño personaje.
-
Haré cualquier cosa con tal de regresar
a la tierra y vivir en completa armonía con mi familia y mi pueblo. – prometió
Warakayoq.
-
Hay una posibilidad. Cambia tus ojetas por esta sandalia y cuando se hayan
gastado sus plantas volverás a contemplar un paisaje con sol, entonces podrás
regresar a tu mundo, la tierra. Llevarás en tus alforjas inmensa riqueza en
piedras preciosas, que podrás ofrendar a tus dioses y embellecer tu palacio.
Al
día siguiente, Warakayoq fue trasladado
a un potrero extenso, cuyos linderos parecían no tener fin; se encontraba
amurallado con piedras gigantescas e incandescentes, tenía una sola puerta de
entrada y salida, a la vez; muy cerca se encontraba una casita de piedra y
techo de tejas rojas transparentes, parecía una “Chuclla” de la tierra que
servía para cuidar los maizales y evitar que las mucas roben los choclos.
Las
vigas terrados eran ases de serpientes delgadas que parecían las achupallas y
las pajas bravas de la extensa y solitaria puna de nuestro planeta Tierra.
Una
noche con cielo tachonado de estrellas, como nunca, Warakayoq contempló
asombrado las silueta de un millar de llamas gordas que felices arrancaban el
pastizal del potrero. Las hojas desprendidas de su tallo se convertían en
serpientes que eran rumiadas por los auquénidos, con avidez inexplicable; cuanto más comían más
hambre tenían, parecían los “Yukis”, zorzales que no dejan de comer un solo
instante.
De
madrugada, una extraña llama, separándose de la manada, se acercó sigilosamente
hacia el portón. Warakayoq que había sido advertido por el canto del gallo que
vigilaba desde las ramas de un eucalipto semi desnudo, giró su honda multicolor
y disparó un trozo de roca incandescente que llegó a estrellarse en una de las
piernas del cuadrúpedo que intentaba escapar del potrero. El cuerpo del animal
cayó pesadamente y de sus ojos brotaron unas gotas de lágrimas conmovedoras.
-
Primo Warakayoq ¿Por qué me has fracturado la pierna?... no intentaba escapar,
sino quería acercarme para entregarte un mensaje importante, que significa tu
salida del Infierno y también la libertad de todas nosotras- dijo la llama.
-
¿Cómo puedes hablar, si eres sólo un animal irracional? – le increpó
asombrado el curaca Warakayoq.
-
No soy una llama común, soy Puka Panti, esposa de tu primo Atoq, hombre bueno,
honrado y trabajador, sin embargo lo traicionaba, con el Shanti, su hermano
menor, que muy bien podría ser mi hijo.
-
¡Descarada, te romperé la otra pierna!
-
Warakayoq, no manches tus manos con algo insignificante. El dios Ymaymana
Wiracocha ya me ha castigado, entregándome a la voracidad
del Supay de shullkán, que te raptó en
la tierra y hoy te tiene secuestrado, sabe Dios hasta cuando. Para el, yo soy
su llama favorita y la única capaz de aplacar sus arrebatos sexuales.
-
¿Y las otras llamas?- interrumpió Warakayoq.
-
Son princesas y príncipes de diferentes
reinos, sacerdotes y militares de diferentes estados y religiones del cosmos,
que han cometido una serie de delitos lindantes con la moral institucionalizada
por el Todopoderoso Ymaymana Wiracocha.
Están condenados a tortura hasta la consumación de los siglos, alimentándose de
serpientes, alacranes, sapos, murciélago
y bichos asquerosos. Salvo que tú, que posees poderes divinos, nos rescates;
puedes hacerlo si quieres. - dijo
suplicante la llama que sangraba, a borbotones, por la herida abierta en una de
sus piernas.
-
Tú eres un monarca sabio, hijo del dios Arco Iris, eres inmortal, y cuando
mueras como humano, te sentarás a la diestra de padre eterno Imaymana
Wirakocha. Por el momento tú tienes tanto poder como lo tiene el Supay.
¡Sálvanos!- suplicó la llama, con lagrimas que se empozaban en sus lagrimales de ojos vivaces.
-
¿Qué debo hacer? – replicó Warakayoq.
Arranca
un bloque de roca incandescente de la inmensa muralla de este potrero y lánzala
con tu honda mágica a la puerta principal del palacio de Supay para que se abra de par en par – habló la
llama cautiva.
Warakayoq
no pudo dormir esa noche esperando que el Lluqlla Waraq despuntara para poner
en práctica la sugerencia.
Cielo
y tierra temblaron. Alaridos espeluznantes escaparon de las profundidades. Los
auquénidos se convirtieron en millar de palomas blancas y se alejaron del
lugar, elevando vuelo hacia el infinito profundo e insondable.
Warakayoq sintió mareos y empezó a girar y
girar como trompo “Kukash”, hasta perder el conocimiento y se desplomó como un
monumento de bronce con base de arcilla.
Grande
fue la sorpresa cuando despertó en el suntuoso dormitorio de su palacio; se
dirigió a su trono real y notó que se encontraba rodeado por gente desconocida
y joven. Solicitó la presencia de su esposa e hijos.
-¿Quién
eres buena señora? – interrogó Warakayoq.
-
Yo soy la coya Flor de Lucero. ¿Y qué hace Ud. sentado en el sillón real de mi
esposo?
-¡Flor
de Lucero, esposa mía¡ - diciendo, Warakayoq quiso levantarse para abrazarla,
pero sus fuerzas habían desaparecido y estaba
completamente anciano.
-
Otra vez nos abandonaste, mal hombre y regresas después de muchos años, cuando
teníamos la idea que te habías muerto. – replico la esposa, que apenas podía
sostenerse en su cayado de Lloque.
Warakayoq,
completamente decaído, tenía delante suyo a su esposa e hijos, también
ancianos. Haciendo un esfuerzo sobre humano logró abrazarlos.
-
¡Esposa mía!... ¡hijos queridos!, la historia es larga, tiempo habrá para
contarles.
Abrazados
se dirigieron a los ambientes interiores y se sentaron en unos bancos de Puya, tapizados
con piel de venado.
Warakayoq,
intentó pararse con brío, pero sintió debilidad en sus extremidades. Se acercó,
con dificultad, al espejo gigante de plata pulida, colgado de una cabeza clava
de Chavín, adosada a la pared de piedras labradas; y con sorpresa contempló la
imagen de un honorable anciano de barbas espesas y cabellos completamente
blancos que cubrían las facciones arrugadas y curtidas por el tiempo y la
distancia.
-
¡Señor mío¡- Dijo un guardia real.
-
¿Qué sucede?- preguntó Warakayoq.
-
Una anciana venerable acompañada con mucha gente desea conversar con su
majestad.- anunció el guardia.
Apoyado
sobre los hombros de sus hijos, Warakayoq retornó a su trono y con su anuencia
ingresaron a la corte, más de un centenar de personajes de ambos sexos, mayores
de edad, todos vestidos de gala que daba la impresión de la cercanía de una
gran fiesta.
Warakayoq
al reconocer a la dama que presidía el séquito se emocionó en demasía. Se
encontraba frente a la mujer a quién le fracturó la pierna, en el infierno.
Allí estaba la llama que había logrado la libertad de millares de mujeres, que
convertidas en palomas blancas habían abandonado el infierno. Warakayoq derramó
lágrimas gruesas que resbalaron por las fisuras de su cara arrugada por la
vejez y una de las lágrimas, la más gruesa cayó sobre el cuchillo de sacrificio
de las vírgenes.
¡Oh,
sorpresa! Retumbaron los truenos y los
relámpagos poblaron de resplandor los ambientes palaciegos. El recinto fue
envuelto por un perfume agradable y
penetrante de cantutas, amancayes y retamas.
Warakayoq,
su familia y sus visitantes, en un santiamén, recuperaron su estado vigoroso
que tenían al momento de ser secuestrados por el Supay.
YANAKO
En
las laderas rocosas e inaccesibles del paraje de Escalón, vivía un ser extraño
de color negro con un lunar blanco en la frente. Era un coloso con pelo en
pecho y todo el cuerpo poblado de vellos, que paraba huyendo de los pastores y
vaqueros de Torkup; utilizaba la sagacidad para coger animales salvajes y
domésticos que los devoraba con voracidad asombrosa, en medio de los matorrales
y bosques tupidos de hierbas y árboles milenarios. No dejaba rastros de sus
victimas y sus huellas eran borradas con ramas de plantas, haciendo imposible
su captura.
Frente
a la desaparición permanente de los animales y la proximidad del ataque que
sentían los seres humanos, los ganaderos de las vertientes del Pacífico se
reunieron, de emergencia, en la pampa de Torkup rodeada de chachacomas y
lloques frondosos.
Durante varios días se organizaron y
trabajaron a nivel de cuadrillas, integradas por la flor y nata de la juventud
aguerrida, que conocía como a la planta de sus manos, todo el territorio de
emergencia. Se organizaron en grupos y se distribuyeron las responsabilidades para preparar y tender trampas,
para seguir las huellas y localizar el
paradero de tan extraño animal; no se sabía si era un animal o un ser humano.
Después de un entrenamiento riguroso a cargo de las fuerzas del curaca
Warakayoq, lograron atrapar a la temida fiera, en las laderas de Escalón.
Abrieron
brechas en los breñales tupidos y de piedras
resbaladizas; luego, escalaron penosamente hasta la cumbre de guijarros
puntiagudos y bajaron por laderas espinosas, cubiertas de tutes y vizcaínas que
desgarraron los muslos tensos y arrancaron los nervios de toro arador.
Salvaron
barrancos y utilizando sogas fabricadas
con pitas de pencas, bajaron por las paredes rocosas, cuyas salientes cortaban las sogas.
Muchos
hombres cayeron a las profundidades del precipicio y encontraron sepultura en
las fauces del astutoYanash.
Una
mañana, al despuntar el alba, el ambiente se pobló de rugidos aterradores. La
bestia salvaje, al fin, había caído en la trampa tendida por los soldados del
Curaca Warakayoq, expertos en cacerías, lances de guerra; buenos agricultores y
ganaderos en tiempos de paz.
El
Yanash fue atacado a pedradas y muerto a consecuencia de sendos golpes ocasionados
por palos, machetes, puntas y cuchillos; Su carne fue distribuida a los perros,
partícipes de la cacería; sus vísceras fueron potaje sabroso de los gatos
monteses y su piel disecada se convirtió en un trofeo codiciado del Curaca, que
sería ubicado en la parte más visible del salón cortesano, cerca de una
gigantesca maqueta de Escalón y la guarida del Yanash.
Cuando
Warakayoq y sus soldados, después de una dura jornada, descansaban bajo las
ramas frondosas de los lloques y comían sus fiambres consistentes en charquis,
chicharrones, canchas, cuy, papa, yuca, chirimoyas, naranjas y papayas,
percibieron chillidos débiles, semejantes a los de los animales menores recién
nacidos. Los hombres se dispersaron, como si fuera una explosión y se
dirigieron en forma envolvente al lugar de donde procedió el sonido extraño.
Allí
estaba el pequeñín, en el interior de la guarida del difunto Yanash, temblaba
de miedo y soledad, sus ojitos derramaban lágrimas y sus gestos casi humanos conquistaron
el afecto de Warakayoq.
El
animalito, transformación increíble de una gota de sangre de Yanash que había
salpicado en el interior de la cueva espaciosa, fue cogido, sin mucho esfuerzo
y conducido al palacio del Curaca Warakayoq, convirtiéndose en la mascota más
querida por toda la familia palaciega.
A
medida que el animalito crecía y crecía, su contextura y manifestaciones
eran las de un ser humano; con la
diferencia de la gente común, Yanako tenía el pecho poblado de vellos. Fue
educado en las artes de la guerra y la administración de Estado. Con el
transcurso de los años, se convirtió en líder de la juventud de la nobleza, por
sus facultades innatas que le permitieron descollar en todas las ramas del
atletismo, el arte de la guerra y las expresiones artísticas.
Yanako, el joven guerrero, descendiente
directo de Yanash, el plantígrado feroz, se enamoró de Wamanripa, princesa
bellísima e inteligente; y, a ocultas sostuvieron un romance alocado, cuya
pasión desenfrenada arrasaba barreras como las aguas de lluvia que bajan de los
Andes y destruyen todo obstáculo que se les presenta, sin pensar en las
consecuencias funestas. Vivieron el presente y se amaron como saben amar los
corazones nobles y sinceros, sin tapujos ni cortapisas.
Algo
imprevisto se presentó. Yanako partió a la guerra declarada por una
confederación de Estados, cuyos reyes ambiciosos y sedientos de poder
pretendían someter a todos los reinos pequeños y conquistar el curacazgo próspero
y rico de Warakayoq.
Wamanripa,
la jovencita tierna, bella, con ojos claros y transparentes como la superficie
de los lagos de las cordilleras, se enclaustró en un recinto y simulando enfermedad grave no
participaba de paseos de campo, ceremonias religiosas ni cívicas; tampoco
compartía alimentos con sus padres y pariente. Ocultaba su estado de gestación
con mucho temor.
Cuando
la primavera vestía los campos con
colores y aromas fraganciosos, la princesa Wamán Ripa dio a luz un precioso
bebé, completamente velludo; Warakayoq, enterado de este hecho, a la madre e hijo los puso al cuidado de las
más diligentes acllas, en un convento destinado a Ymaymana Wirakocha.
Cuando
Yanako retornó de la guerra lleno de gloria, fue recepcionado en el patio del
palacio, con todos los honores de waminka; grande fue su decepción al no
percibir, en lugar alguno del palco
real, a su amada Waman Ripa.
Concluida
la ceremonia, Yanako, informado por un Pichichanka sobre el paradero de su amada Wamán Ripa, burlando el control riguroso
del convento, ingresó a la prisión dorada donde se encontraba su amada, rodeada
de comodidades y lujo.
Cargó
a su hijo y lo llenó de besos y caricias, igual hizo con Waman Ripa, que
lloraba de emoción. Las doncellas, de rodillas, elevaban sus alabanzas al dios
Imay Mana Wirakocha, a los Jirkas y a Turmanyé
Las
puertas del convento se abrieron de par en par y la pareja enamorada se lanzó al inmenso mar de la libertad y
salieron varados en la playa de la felicidad, sin límites ni barreras.
Una
mujer, demasiada extraña, salió al encuentro del guerrero y con palabras
profundas y dulces le dijo:
-
Yanako, tu padre Yanash, muerto por los pastores y
guerreros del Curaca Warakayoq, fue un príncipe de lejanas tierras.
-
Señora. ¿ Que ha dicho Ud.? – interrogó el Waminka.
-
Una bella y perversa mujer, con poderes brujeriles, lo
convirtió en un oso gigante de color negro y con frente blanca- le respondió,
-
¿Por qué le causó daño semejante, la maldita mujer? –
volvió a preguntar Yanako.
-
Tu padre era muy apuesto y bello, por eso la hermana de
una bruja, de dotes físicos y espirituales
envidiables, se enamoró y logró entregarse en espíritu y cuerpo, de día,
de noche al ponerse el sol o con el
alba. Todo lugar era bueno para el amor empapado de placer. Los pajonales, las
rocas, las encañadas, las cascadas y los guijarros eran, para ellos, espumas de
algodón y fragancia de flores silvestres.
-
¿Tanto amor fue
causa de un daño irreparable? – volvió a preguntar, Yanako, con lágrimas
que le resbalaban por las mejillas.
-
Qara Wacha, la bruja, al enterarse del romance de su
hermana, empleando sus poderes infernales, transformó al príncipe Jacinto en
plantígrado y sentenció
-
” Yanash, serás muerto
por unos pastores y de una gota de tu sangre salpicada en la pared
rocosa de una cueva nacerá un descendiente tuyo y cuando este apuesto guerrero
selle un beso en la frente de su primogénito mi hechizo desaparecerá. Dicho
esto, la mujer extraña desapareció misteriosamente y nada se supo de ella.
WIPIS
En
una comarca alejada de la comunidad de Cochapetí, vivía un hombre afortunado.
Su ganadería era floreciente y sus
graneros reventaban.Organizaba fiestas continuamente, de padre ejemplar se había convertido en un hombre ocioso e
irresponsable y se descuidó de la formación de sus hijos. Su esposa sufría al
igual que sus siete niños.
Se
ausentaba por meses y por último, por años. En cada lugar tenía una concubina y
en cada una varios hijos. Despilfarraba su riqueza a manos llenas.
La
esposa y concubinas sufrían por el abandono de Wipis que así se llamaba este
mal hombre alto, delgado, nariz aguileña y cabellos rojizos. Sólo la amante de turno vivía en medio de todas
las comodidades.
Como
de costumbre, en una de sus correrías, Warakayoq visitó la casa de Wipis, grande
fue la sorpresa e indignación al encontrar a la mujer de éste muy enferma y a sus
hijos desnutridos, harapientos e incapaces de
hacer faena alguna.
Warakayoq
enterado de las fechorías de Wipis, ordenó
su captura y sometido a juicio por el Consejo de Ancianos, fue condenado a la
pena de muerte por apedreamiento y el
reo fue conducido al centro de la plaza
en medio de gran alboroto, amenazas e insultos.
Las
campanas hembra y macho tañían sin cesar, convocando a una reunión. Por los senderos angostos que bajaban de los cerros,
como serpientes jóvenes que huyen de sus
nidos, millares de personas se deslizaban a la plaza ceremonial, de forma
circular, que se convirtió en una
telaraña gigantesca. Las arañas eran las personas sedientas de sangre y venganza
y la única mosca era Wipis.
Al término del castigo ejemplar, en medio de
la plaza ceremonial quedó un montículo formado con las piedras arrojadas por los
verdugos circunstanciales que dejaron el cuerpo de Wipis convertido en una masa
sanguinolenta, enterrada y libre de la apetencia de las aves carroñeras que volaban en círculo infinitos, arriba en el cielo azul que todo lo ve y nada
siente.
Después
de muchas lunas, Llupicho joven alto y
delgado, de manos grandes y caminar lento, hijo mayor de Wipis, asumió la
responsabilidad de velar por el bienestar de la familia. Lo primero que hizo
fue ordenar la apertura de los graneros que su padre los había mandado tapiar.
Y
como el montículo de piedras, cubierto por arbustos, chuchuqoras, llakchus,
jara qewas y tréboles afeaban a la plaza ceremonial, Llupicho dio una segunda
orden que consistía en sacar las yerbas, piedras, desparecer el montículo y
extraer los restos de su padre, para darle sepultura humana, ya que su alma
deambulaba por el mundo asustando con sus apariciones en noches de Luna y
parajes solitarios. Muchos de sus
detractores habían enloquecido con sus pariciones y frecuentaban las comarcas
vecinas dando lástima por su presencia física horripilante y expresiones
incomprensivas.
¡Oh,
que sorpresa!...en las ranuras de las pocas piedras que quedaban pululaban
millares de culebras. Al sentir la presencia de los hombres, se esparcieron y
desaparecieron en un santiamén.
La
gente asombrada, buscó la explicación y al rastrear el lugar por donde se
habían escapado encontraron, al pie del cementerio, un túnel profundo que se
dirigía al centro de la Tierra. Cuando quisieron internarse, recibieron en la
cara una lluvia de fuego y azufre, seguido de una voz profunda y ronca. ¡ no me
sigannnnn!... Nooooooooo…¡ Sálvense ¡…¡ Unos perros alados me arrastran al
reino del Supayyyyy!
PAPA WETA
Warakayoq,
el curaca de la Honda de Oro, líder las Vertientes del Pacífico viajó al Cuzco
llevando ofrendas de piedras preciosas, talegas de joyas de oro y plata, lana
de vicuña y de murciélagos, como ofrenda al dios Sol, en los altares de Machu
Picchu.
Durante
su ausencia, los ayllus de las Vertientes del Pacífico se dedicaron al
ocio y a los placeres, descuidaron sus sementeras, cerraron las minas y
consumieron sus animales y plantas, sin
hacer nada por reemplazarlos. No había riego, desyerbe ni cosechas,
La
hambruna diezmó a pueblos íntegros y sólo algunas personas de buen corazón,
quedaron salvos del castigo de las plagas.
A
su retorno, Warakayoq se puso muy triste y abrazando a su esposa e hijos lloró
amargamente, al pie de Ishque wanka, cerro guardián y protector del pueblo de
Cochapetí
-
Sin hombres, sin sementeras y con el hambre diezmando a las pocas criaturas que
quedan… ¡ Qué hago?- Se lamentaba Warakayoq.
-
Esposo mío regresa a Cuzco en compañía de algún súbdito y de las avecillas que
habitan en nuestros jardines a solicitar a nuestro soberano Pachacutec,
semillas para sembrar nuestros campos- sugirió su buena esposa Flor de Qantu.
La
Mama killa cubrió los caminos y horizontes con un inmenso tul blanco,
transparente y brillante como nunca antes. Warakayoq y su legión de avecillas
emprendieron viaje a la Ciudad Imperial.
En
la inmensa plaza militar de la fortaleza de Saksawaman, las aves, por orden de
llegada, recibieron en sus picos, semillas de toda clase, de las más
conocidas a la más exóticas.
Las
aves después de un suculento desayuno, servido por ñushtas bellísimas, muy
contentas emprendieron su viaje de retorno.
El
curaca Warakayoq y el winchus tornasol cerraban la fila de la delegación
numerosa, que al cruzar el espacio oscurecían los parajes, asustando a hombres
y bestias.
Warakayoq
transportaba sobre sus hombros las semillas más pesadas de los árboles frutales
y el winchus que había llegado al último, por entretenerse en saborear el
néctar de las flores del valle de Vilcabamba, recibió sobre su pico una semilla
de papa amarilla, tan pesada, que le imposibilitaba volar a prisa, junto con sus compañeros.
Cuando retornaron a
Cochapetí, Warakayoq y su delegación tuvieron un recibimiento apoteósico; y con los pocos
hombres que quedaban a sus órdenes, empezó la faena del barbecho de las
extensas tierras fertilizadas con majadas e inmediatamente efectuó la tarea de
siembra, alentado por melodías y ritmos
de cajas, flautas y zampoñas.
En pocos meses, las tierras
de las Vertientes del Pacífico, empezaron a frutecer. Todo era armonía,
alegría, ilusiones, esperanzas y comprensión. Las chachacomas, lloques,
qarapachos, quenuales y taras brindaron sus sombras a los hombres y avecillas
del cielo; los papales venteaban sus flores moradas y blancas convidando al millar de picaflores y abejas su néctar codiciado, materia prima
para la cera y la miel.
Pampas extensas y laderas preñaban sementeras de quinua,
cañigua, papa, olluco, maíz y árboles frutales. Las chacras y potreros de
animales estaban bordeados por pencales y tunales, por retamales de flores
fraganciosas y alisales de troncos añosos.
SHIKI
Las
extensas tierras de Malvas y Cochapetí eran regadas por las aguas de las
lagunas de Shiki y Qewllanka. El líquido vital recorría muchas leguas por
canales de piedra. Una mitad para Cochapetí y la otra para Malvas.
Cierta
vez, en Cochapetí, empezó a escasear el agua y sólo podía regarse la mitad de
las sementeras; mientras tanto, en Malvas el preciado líquido se desperdiciaba.
Esta
situación preocupó a Warakayoq que emprendió viaje hacia la boca toma de la laguna Shiki, que se encontraba a
veinte kilómetros río abajo. Caminó por
las orillas de la acequia, sin encontrar filtración alguna. Al fin, al medio
día de sol candente que incendiaba con sus rayos los cerros y las colinas, llegó
a su destino.
En
la compuerta de Shiki, bebió abundante agua fresca; se secó los labios con el
dorso de su mano izquierda y después de recrear su vista en los blancos
penachos del Huascarán se sentó sobre una alfombra tupida de paja brava en
floración. De su alforja viajera, tejida con lanas multicolores que resaltaban
los diseños de Utsupa murún, Tukupa Nawín y Aquir weta , extrajo su
fiambre y comió con avidez la cecina, el
jaka picante y la canchita tostada con manteca negra. Degustado el fiambre, se
quedó dormido.
-“Los malvacinos, durante años, han
profundizado la acequia que conduce agua para su comarca y los han vuelto a
tapiar con piedras grandes y terrones del oconal, por eso corre por la acequia
de ellos más cantidad de agua, mientras que la dotación para la tierras de
Cochapetí es menor”- Le reveló, en sueños, el dios Imaymana Wirakocha y
extendiendo sus brazos sobre Warakayoq
le dio su bendición y se retiró acompañado por
doncellas celestiales ricamente ataviadas.
Warakayoq
se despertó sobresaltado y divisó, con mucha tristeza, extensos territorios de
sus dominios cubiertos de pastizales , árboles y arbustos completamente secos;
una chispa sería suficiente para provocar un incendio pavoroso que arrasaría
elementos culturales y naturales que a través del tiempo fueron adquiriendo su
estructura admirable.
Sentado
sobre la compuerta, meditó profundamente
y tomó la decisión que creía la más conveniente. Se quitó la ropa y
después de respirar profundamente el aire helado de las alturas, desde la parte
más alta de la compuerta ciclópea se lanzó a las profundidades de las aguas
transparentes de color cielo y recorrió por debajo de la compuerta, horadando
el corazón de la tierra hasta la altura de Oqshí, dando origen al río Qewap que
irriga, durante todo el año, tierras extensas de la zona templada de las
vertientes del Pacífico.
Este
río al juntarse con sus afluentes dio origen al río Huarmey, que después de irrigar
las plantaciones de árboles frutales y
alimentos de pan llevar de los extensos valles de San Miguel, Wiña, Huambo, María Cristina y Congón
desemboca en el Océano Pacífico.
Concluída
su faena, Warakayoq solicitó la ayuda de un cóndor que tenía abrigado el cuello
con una chalina blanca y como corona una cresta roja que hacía contraste con el
paisaje espacial insondable.
El
cóndor bajó su altura y Warakayoq subió a sus lomos y cuando estuvo
adecuadacamente ubicado, emprendieron vuelo y después de dar tres vueltas
aterrizó en la boca toma de Shiki, donde se encontraban los vestidos dejados y
la honda de oro del Curaca.
AGRICULTOR
Y PESCADOR
Cuando
Warakayoq terminó de vestirse y se aprestaba a retornar a su palacio, se
presentó el dios Ymaymana Wirakocha y sentándose a su costado, sobre
una laja de piedra azulina, le habló con firmeza y afecto paternal.
-
Warakayoq, el hecho de haber rescatado las aguas robadas por los malvacinos y dado origen al río Quewap que ha mejorado las condiciones agrícolas de
extensos valles, te obliga viajar a la Costa y coordinar acciones de gobierno
con tus súbdito de Huarmey.
-
¿Y qué mensaje llevo? – interrogó el curaca.
-
Diles a los agricultores de
Huarmey, que a partir de la fecha tendrán agua abundante, durante todo el año,
para cultivar las tierras pródigas de sus valles. Cuando visites la caleta de
Culebras las Atún qocha shipashkuna, señoritas marinas con piel escamosa,
demasiada sensuales, tratarán seducirte e impedir que retornes a Cochapetí;
evítalas, alejándote de ellas con
diplomacia y sin hacer caso a sus requerimientos
tentadores.
-
¡Oh Señor¡- exclamo Warakayoq.
-
Cuando te hayas liberado de ellas, te extraviarás y el sendero que
recorras se bifurcará en dos: A un lado notarás guarangales despoblados, sin
aves ni mariposas. Al lado opuesto dos lomas se alzarán, el pico de uno de ellos parecerá
alcanzar las nubes; en medio de las dos colinas hay una encañada angosta engastada de totorales que
conduce al mar tempestuoso y por allí te
introducirás. Al final encontrarás una cueva socavada por el golpe de las olas
marinas donde vive un pescador de edad
avanzada y de apariencia jovial, su canasta contendrá siete pececitos, aparentemente muertos, en cuyas
bocas hay dos filas de apretados
dientes. El pescador permanecerá,
todo el tiempo que estés frente a él, con el cuerpo escondido en la
cueva y cogiendo sus alimentos con una
caña de pescar, esperando que te acerques distraído y cuando estés a su alcance
liberará a sus peces que convirtiéndose en monstruos te triturarán, sin darte oportunidad alguna
de salvación.
- La otra colina es baja, allí
hay una wanka larga rodeada por wankas pequeñas, al costado existe un árbol
frondoso en cuya sombra un agricultor, cansado de cultivar la tierra, inclina
su cuerpo sobre la corteza áspera y toma su siesta. Cuando alguien se le acerca lanza su hilo de pescar que se enrolla
alrededor del cuello de la víctima y convirtiéndose en tentáculos de pulpo
succiona la sangre de su víctima, ocasionándole la muerte instantánea.
No te acerques a ninguna
de las colinas. Siéntate bajo la sombra de la wanka y aparecerán a tus
pies algas y peces cocidos, tómalos y
come sin apresuramiento.
Las mujeres se
acercarán a pedir que bailes con ellas y los varones te invitarán chicha
espumante, no les hagas caso y termina tus alimentos sin dejar residuo alguno.
Si dejas alguna partícula de alimento se
convertirá en un tiburón y te devorará.
Warakayoq, cumplió las indicaciones con
minuciosidad y después de permanecer en
el lugar, durante una semana, retornó a sus dominios.
En
el trayecto, unas jovencitas seductoras instaladas en unas ramadas ubicadas en
el margen del río Huarmey le ofrecieron chirimoyas para calmar la sed y
asientos para descansar.
- ¡Oh, célebre Warakayoq,
curaca noble de los cochapetinos ! detente un momento y acércate para mitigar tu cansancio con chicha
espumante, preparada por nosotras tus súbditas.-
dijo una doncella alta, regalándole una sonrisa.
- Descansa un rato en esta hamaca que yo misma
velaré tu sueño y no permitiré que, ni siquiera, el viento roce tu piel – Le
dijo la segunda que era más pequeña, agresiva y de bustos voluminosos que bamboleaban al ritmo de su andar.
- Muchas gracias jovencitas, me urge
llegar a Cochapetí lo más pronto posible y no debo perder un instante de mi
precioso tiempo. – diciendo, el Curaca prosiguió su viaje.
A
poca distancia, percibió un silbido melancólico y apareció el agricultor que dejó
en la playa.
- Ey amigo, gusto de volver a
verte.- dijo.
- De igual manera.- respondió
Warakayoq.
-
¿Nos acompañaremos hasta la curva? Tengo coca y si quieres aplacar la sed y el hambre
te doy unas hojas para que chakches-
ofreció el agricultor.
- Gracias amigo, hasta pronto,
diciendo se alejó Warakayoq.
Después de escapar de las garras de las pashñas
y del agricultor llegó a Kuchi, donde unos festeros, que danzaban
pasacalles y bebían abundante y espumante chicha de jora, le invitaron a
descansar y a almorzar.
- ¡Ey amigo, ven y comparte nuestra fiesta.- invitó el más
anciano, extendiéndole un poto de chicha
refrescante.
Recordando la advertencia del dios Ymaymana Wirakocha se
pasó de largo, cuesta arriba hacia las punas y en Wataspín. A unos kilómetros de Cochapetí, es
cuando cayó sobre él la furia del dios de Malvas. El cielo desencadenó una
lluvia torrencial que provocó huaycos que arrasaron todo a su paso, retrazando
su llegada.
Después de vencer dificultades y con la salud
resquebrajada llegó a su palacio, donde su esposa e hijos le condujeron a su alcoba, en estado de coma.
RECUPERACION DE WARAKAYOQ
Warakayoq se restableció, en
base a frotaciones con yerbas aromáticas curativas, pócimas y cuidados
intensivos. Pasó semanas, sentado en su
trono, relatando sus aventuras, dando énfasis al trabajo arduo desplegado en la
apertura del túnel, que dio origen al
rio Quewap que desemboca en el Océano Pacífico.
Informó que por recomendación del Dios Imaymana
Wirakocha, se había dirigido a las playas de Huarmey para olvidar
los malos ratos que había pasado.
Concluido el relato, su esposa e hijos le
prodigaron de regalos, mimos y atenciones, entre bromas y anécdotas, hasta que
la noche, como siempre, les invitó a pernoctar placenteramente hasta la hora del canto de los
pajarillos.
Restablecido, Warakayoq en compañía de su
familia y el séquito real se dirigió al paraje de Ukush, donde se levantaba el templo de Atoqpa, a ofrendar preces a sus dioses.
En el trayecto, se le acercó un perro que, después de prodigarle caricias, le
indicó con la nariz y la cola tiesa el lugar donde se encontraba un nicho,
perforado en el corazón de la roca de Qellqama. Después de explorar el interior
amplísimo del nicho, en compañía de su familia.- expreso.
- ¿Fiel amigo, para qué nos has
traído, si aquí no hay nada importante?
- Un momento, ¡guarden silencio¡ .- dijo
el animal y mirando fijamente la pared rocosa, lanzó llamaradas de fuego hacia
la pared del lado oriental que al disolverse dejó descubierto un ambiento
amplísimo con varios pasadizos, en cuyas paredes se encontraban adosadas varias
cabezas claves de diamante.
- ¡ Oh, prodigio¡, gritó la mujer de Wareakayoq.
- ¿Asombroso!- exclamó el curaca.
Sorprendidos contemplaron la
riqueza acumulada frente a ellos. Joyas de oro y plata, escudos, lanzas,
pectorales, pulsera, orejeras de oro
repujado con incrustaciones de piedras preciosas, miniaturas para niños,
paneras, vasos, ollas, mantos multicolores de lana de vicuña y muchas artesanías
de acabado sorprendente.
Se sentaron estupefactos, sobre
bancos tallados de chachacoma que enfilaban paralelos hacia el interior. Deliberaron
sobre la riqueza acumulada que la tenían
al alcance de sus manos.
- Mandaremos las dos terceras partes al Cuzco y lo que
queda será para el embellecimiento de nuestro templo que se encuentra
deteriorado por el paso de los siglos.- Sentenció el Curaca.
- Les bendigo por la decisión tomada
y espero que se cumpla para que su reino tenga felicidad. - diciendo el
perro se transformó en el dios Jaguar, que dando un salto se elevó para perderse en el horizonte,
dejando tras de sí luminosidad, como los
reflejos del oro que se encontraba ante ellos.
La mesa estaba tendida y las acllas servían manjares y bebidas
entonando cánticos religiosos que se introducían por los poros y se apoderaban
del espíritu, haciendo latir de
emoción los corazones que ese día habían
sufrido fuertes impresiones.
Concluido el banquete, se dirigieron a un amplísimo balcón instalado
en una plataforma, cerca al santuario. Entre risas y sonrisas, recorrieron su vista por el extenso panorama.
Al atardecer retornaron a
Cochapetí con cientos de llamas cargados de tesoros, gentilmente donados por el
dios Jaguar, una de las tres deidades importantes del Imperio de Chavín de Wantar.
EL
CASTIGO DE SHIKU
En Kuntur wasi provincia alejada del reino de
Warakayoq, todos convivían sin hacerse daño; la paz reinaba por doquier, los
hombres no sembraban ni estaban sometidos a trabajos forzados, vivían cerca de
mil años, alimentándose de frutos, raíces, tubérculos y la pesca que la madre
naturaleza les prodigaba. Las aves eran libres, se alimentaban a gusto y
anidaban en la rama de los árboles que más les agradaba. La vida era muy
placentera y fácil, sin peleas, odios ni rencores. No existían las palabras
libertad ni opresión, oferta ni demanda.
De
pronto apareció un ser extraño, de ojos vivaces e hipnotizadores, cuerpo
atlético, bonachón y extrovertido. Sus compañeras eran muy lindas, El varón con
el calor de sus ojos encendía la fogata, mientras las mujeres modelaban la
arcilla hasta convertirla en “kuntu” gigante destinado a la fermentación de la
chicha.
Comían
carne cocida de venado, bebían chicha y mareados cometían una serie de
barbaridades. Desnudos rodaban sobre
la alfombra mullida y tibia de los
pajonales, deshojando los pétalos de la sensualidad en presencia de los niños,
jóvenes y ancianos.
Al momento que salía el
sol, un día, una de las chicas, joya de caoba
preciosísima procedió cogerlo a
su pareja de modo coactivo, extasiándose
en la dureza y largueza del paisaje penetrante.
Al sentir que su cuerpo era apretado con suavidad, el macho empezaba aullar como un lobo, lo que motivaba que la
hembra se tirara de espaldas sobre el pajonal, lista a recibir los rayos del sol mañanero. Y el
Sol se lanzaba sobre la piel palpitante
y candente totalmente desnuda, introduciéndose con bastante paciencia en sus
poros, su irradiación se tornaba
inacabable, pues debía calentar la frigidez del cuerpo. Cuando llegaba el
instante esperado del primer aullido de la morena; la gringa le acariciaba
las espaldas al varón y la china
le frotaba el pecho, haciendo que
impulsara sus suspiros con empujones electrizantes. Cuando la cabellera del sol
incandescente tocaba el fondo del misterioso lago y voraz océano femenino todos se abrazaban fervorosamente, sacando a
relucir la alegría erótica, moviéndose
en roda de paz, al compás de pasacalles ejecutados por los suspiros. El ritmo
de las caderas, ingresaba a la velocidad
del movimiento uniformemente
acelerado, desesperante, aullante. La morena completamente mareada, de
tanto dar vueltas y vueltas, levantaba entre
sus piernas el cuerpo del Ichic Ollco, decidida a triturarle con sus caderas combativas y vencedoras en
mil batallas. Esta escena se repetía permanentemente sin importarles la
cantidad de niños y adolescentes estaban observándoles
El mal ejemplo fue seguido por los hombres de
todas las comarcas de la comunidad de
Cochapetí y pronto fue asimilado por otras naciones. Dios que todo ve y todo
sabe, sufrió mucho por el desvío de su creación e hizo comparecer ante sí a
Warakayoq, el curaca de la honda de oro y le dijo.
-
Envía a tu sobrino Shiku a Kuntur Wasi para que advierta a los hombres
a dejar el vicio y las malas costumbres, antes que mi ira caiga sobre ellos.
Shiku
, con recomendación expresa de Warakayoq, partió rumbo a la comarca indicada. Cruzó
ríos, venció vacíos, sorteó el bombardeo de los asteroides y cometas, salvó
oscuridades y soportó el frío de los nevados, se quemó las alas en las pestañas
de los volcanes y en los laberintos del Urin Patsa sufrió la mortificación de los
chillidos, gritos y arañazos de las hordas del Supay.
Después
de muchos meses, llegó a un valle amplísimo donde todo era hermoso, todo
invitaba a la vida sosegada y placentera.
Doncellas
vestidas con finísimos trajes de vivos colores, adornadas con joyas preciosas,
despidiendo perfumes penetrantes, sedujeron
al elegante y guapo Shiku.
El
enviado de Warakayoq se olvidó de la misión delicada a cumplir.
Shiku
reunió a todos los arquitectos de Kuntur Wasi y les encargó un proyecto para la
edificación de un palacio, el más grande del planeta, con todas las comodidades
que pueda satisfacer al enviado de los dioses. Mandó reclutar a los
campesinos de todo el orbe y frente a
capataces indolentes, trabajaron día y noche, para hacer realidad sus sueños de
potentado.
Convocó
a las mujeres más bellas del universo y formó un harem donde, en compañía de
los hombres más ricos y poderosos de la Tierra, disfrutaba de banquetes,
juegos, deportes, dentro de un marco del placer y la sensualidad sin límites,
mientras el pueblo sufría hambre y los niños morían atacados por diversas
clases de enfermedades. El agro y la ganadería, cada día, ofrecían menos
posibilidades de vida. El mundo era un crisol de disconformidad.
En
Cochapetí, la mujer y los hijos de Shiku, sufrían desconsolados, temían por su
vida. Warakayoq partió en su busca y después
varios meses de recorrer las comunidades campesinas de las vertientes
del Pacífico llegó a Kuntur Wasi.
Grande fue la sorpresa al encontrar a Shiku,
completamente ebrio, rodeado de doncellas que se contorsionaban al ritmo de
una música sensual. Afuera los niños y ancianos se morían de hambre, sólo los
cerdos y los perros estaban gordos, porque se alimentaban a gusto con los
desperdicios de los banquetes y comilonas continuos.
Warakayoq
y su séquito pasaron por la punta de sus espadas de plata a los malvados y corrompidos. Los ruegos y promesas
fueron en vano.
Hombres
y mujeres bañados con sangre, chicha y excrementos eran presa de buitres,
perros y ratas.
A
los pocos hombres honestos que quedaban, Warakayoq les dijo.
-
¡Raza maldita, ninguno vivirá más de cien años!...Serán atacados por
enfermedades y diezmados por las guerras, generadas por los potentados y
patriarcas de las sectas religiosas.
Se
construirán cárceles donde sufrirán a consecuencia de riñas, venganzas y
sentencias desacertadas de los jueces.
En
fin la muerte rondará y castigará implacablemente a todos los seres vivos, hombres, animales y plantas
-
¡Perdón¡…¡Perdón! Nosotros somos venerables- decían
muchos.
- Tú Shiku, por desobediente, por haber caído en el fango
de la tentación y la sensualidad te convertirás en ave perjuro y glotón, cuanto
más comas más hambre tendrás. Ninguna mujer te será fiel.
Desde
entonces, los hombres estamos condenados a morir en cualquier momento. Morimos
antes de nacer, apenas nacido y cuando menos esperamos. Shiku, convertido en
zorzal que canta y baila cuando llueve, vive solamente para comer, traga y
nunca se llena porque todo el tiempo
para defecando y su mujer adultera y sinvergüenza se preña y concibe hijos de
cuantas aves consigue a su paso.
Por
eso, abatido por tanta desgracia, lanza a los cuatro vientos su canto
lastimero:
Warmí, tsurí chichu
Jetá kutá,pior,pior.
Warmí, tsurí chichu
Jetá,
kutá,pior,pior.
Mi mujer y mis hijas en cinta,
las
pateo y las pego hacen peor, peor.
Mi mujer y mis hijas en
cinta
las pateo y las pego
hacen peor, peor.
EPILOGO
El
Sol brillaba con todo su esplendor, la naturaleza extendía ante nuestra vista el abrazo celestial de su
panorama, jamás descrito por un ser
humano.
Nos
despedimos, con lágrimas, de los niños
de toda la comarca que compartieron con nosotros sus experiencias, vivencias,
sueños, ansiedades, idioma y sus juegos extraídos del morral del folklore.
Mis
primos se perdieron en los barrancos de Takllush poblados de exuberante vegetación y frutas silvestres que
cogieron para saborear.
Mientras yo y mi prima Raquel acompañados por
Diana, perrita traviesa de mi abuelita Añicha, nos dirigimos a Chankor Qocha,
manantial que brota del corazón de la roca, cuya pequeña cascada al esparcirse
sobre las hojas sedientas de los helechos, da origen a dos arco iris: el macho y la hembra.
Estuvimos
un buen tiempo, esperando que el Ichic Ollco, duende de las fuentes salga golpeando su panza voluminosa para jugar a
las escondidas, pero el muy bandido no salió.
-
Niños esperan en vano, el Ichic Ollco no saldrá del corazón del estanque hasta
cuando la Luna Llena sumerja sus rayos en las entrañas de sus aguas o una niña
inocente se presente sin compañía, entonces la convencerá con preciosos regalos traídos del Huk Patsa y
se la llevará a su palacio de cristal y oro, donde no falta golosinas,
juguetees y vestidos.- Nos dijo un
hombre alto, fornido, de ojos que tenían varios colores como el arco iris;
llevaba puesto un anacu negro ajustado
en la cintura con una faja multicolor, manga cero y cuello circular con
pespuntes de colores; cruzaba su cuerpo desde el hombro derecho hasta la cadera izquierda una honda bellísima
tejida con hilos de oro y plata. En la frente lucía una mascaypacha, también de
siete colores con borlas de hilos de vicuña y oro, adornadas con piedras
preciosas.
-
Señor ¿Quién es Ud.? – pregunté al extraño.
-
Señor, a Ud. lo conozco- dijo mi prima Raquel.
-
¿ Me conoces?- Preguntó el personaje extraño.
-
Sí señor, nuestra abuelita nos ha hablado de sus
hazañas, durante las vacaciones que hoy terminan y se ha comprometido a seguir
narrándonos, el resto de sus aventuras, el próximo año, si Dios quiere.
-
Niños, en las próximas vacaciones yo mismo les haré
partícipe de mis aventuras, defendiendo la justicia y proclamando la paz entre
los hombres, - nos dijo, al momento de mostrarnos una sonrisa enigmática.
Luego
nos levantó con sus brazos fuertes sobre sus espaldas, como si fuéramos plumas
y convirtiéndose en un halcón gigante se elevó hasta el infinito, de donde
contemplamos todas las ciudades del mundo
apiñadas de construcciones y
pobladas por gentes de todas las razas, credos, religiones, ideología y ambiciones
desmedidas. Nos dimos cuenta que los mares ocupan las tres cuartas partes de la Tierra. Debajo de
nosotros se cruzaban los barcos,
cruceros, cohetes y misiles impulsados por
ambiciones.
Empezamos
a descender y sentí mareos al igual que mi prima Raquel. Nos abrazamos fuerte. El
halcón bajaba a velocidad y se posó sobre una inmensa planicie de nube blanca.
Un
fuerte sacudón del catre me despertó, parecía temblor.
-
Levántate Domingo, ya nos vamos- me dijo Raquel,
rociando mi cara con un chorro de agua
heladísima, que trajo en el hoyuelo de sus manitas moradas por el frío.
-
¡Raquel¡…¿ Dónde está él?
-
¿Quién él?- Me respondió sorprendida.
Quise decir
Warakayoq, pero la voz dulce de mi Awicha me volvió a la realidad.
-
¡Niños!...El desayuno
está servido, pasen al comedor.
Con
la cabeza que me daba vueltas, me dirigí
al comedor; y al pasar por el patio con arquerías de medio punto y maceteros
con plantas en floración, ví a los caballos ensillados y bien enjaezados.
“Qara
Macho”, que así se llama el repuntero de
mi awicha ajustaba las cinchas de las
acémilas y ponía orden para que las flores del jardín del patio no sean
arrancadas por las bestias. Unos chiquillos, con llanquis y sombreros de
paño rotoso, liberaban dos becerros del
chiquero y lo arriaron hacia el pampón donde dos vacas se encontraban mancornadas. Dos jovencitas
con trenzas largas y mandil blanco se acercaron y rápidamente maniobraron para
que los becerros tetaran ligeramente los pezones, para hincharlos como si fueran
pelotas; luego, con mucha agilidad, ataron en uno de los brazos de las vacas y
sacaron la leche , dejando uno para el alimento del futuro ternero.
Los
besos y abrazos de despedida se mezclaron con lágrimas y promesas de retorno y
visitas próximas.
Aún,
después de muchos meses, percibo el tintinear de los herrajes de los caballos
briosos en el camino empedrado bordeado por alisos, eucaliptos y quenuales que
saliendo del fundo de Qarwanchi se
bifurcan en el horizonte más próximo.
ABUNDANTE AGUA PARA EL VALLE DE HUARMEY
-Leyenda-
Don
Moshi, había tardado muchas semanas en la reparación de la compuerta de la
laguna de Shiki y cuando se disponía
regresar a Cochapetí fue
interceptado pon un extraño personaje. Era
un anciano de contextura delgada, estatura alta, cabellos desgreñados y blancos,
joroba prolongada; llevaba en la mano derecha un bastón de Lloque que le permitía trasladarse con facilidad.
Habló con voz calmada y acento señorial.
-
Moshi, en tu condición de Juez de Aguas, venciendo dificultades has logrado represar la laguna de Shiki, impidiendo que los comuneros de
Malvas sigan robando el agua a los caseríos de Oqup, Waqap, Yauyán, Wataspín y
Wichay.
-
Sólo he cumplido con mi obligación, señor.
-
No soy ningún señor, soy Ymaymana Wirakocha, dios de
los Andes.
-
Diosito, discúlpame.
-
Con tu trabajo de represa de la laguna y canalización de sus aguas, con ayuda de tus
conciudadanos, has logrado el aumento del caudal del río Quewap.
-
Mi intención ha sido trabajar en beneficio de mi
comunidad.
-
Has mejorado las condiciones agrícolas de extensas
tierras de cultivo
-
Gracias diosito.
-
Para que tu tarea concluya, tienes que visitar los
valles extensos y coordinar acciones de riego con los chacareros de Huarmey,
que en su mayoría son gente procedente de las vertientes del Pacífico:
Cochapetí, Malvas, Huayán , Succha, La Merced , Coris, Huacllán y Aija.
-
¿Y
qué mensaje voy a llevar? – interrogó Moshi.
-
Diles
a los agricultores de Huarmey, que a
partir de la fecha tendrán agua abundante, durante todo el año. Huamba, Congón,
Maria Cristina, Barbacay, entre otros, se convertirán en fuentes de riqueza
agrícola y ganadera.
-
¿Solito
voy a viajar?- interrogó Don Moshi, arrugando su frente y laceando, con los
dedos de sus manos nervudas, su
cabellera espesa y negra.
-
Sí,
solito has nacido, solito has de morir y solito vas a realizar una gran tarea
que beneficiará a mucha gente.
-
Cumpliré gustoso con el encargo de su divinidad.
-
¡Escucha
bien y grábatelo en la mente¡ En la caleta culebras, las jatún qocha
shipashkuna, sirenas, demasiada bonitas, tratarán seducirte e impedir que
retornes a Cochapetí; evítalas, alejándote de ellas, por ningún motivo hagas
caso a sus requerimientos.
-
¡Oh
dios Ymaymana Wirakocha¡- exclamo Moshi.
-
Cuando
te hayas liberado de ellas, recorrerás el camino que después de un largo trecho
se dividirá en dos. A un lado notarás guarangales secos, sin aves ni mariposas.
Al lado opuesto dos lomas se alzarán, el
pico de uno de ellos parecerá alcanzar las nubes; en medio de las dos colinas
hay una encañada angosta poblada
por totorales que conduce al mar tempestuoso y por allí te
introducirás.
-
¡Que
miedo!
-
Al final encontrarás una cueva formada por golpes de los barrenos potentes
de olas marinas. Allí vive un pescador
de avanzada edad y de apariencia
jovial, su canasta contendrá siete cabrillas, aparentemente muertos, en
cuyas bocas hay dos filas de dientes
filudos. El pescador permanecerá, todo
el tiempo que estés frente a él, con el cuerpo escondido en la cueva y cogiendo
sus alimentos con una caña de pescar,
esperando que te acerques distraído y cuando estés a su alcance liberará a sus
peces que convirtiéndose en monstruos te
triturarán, sin darte oportunidad alguna de salvación.
-
¡Oh,
qué miedo!... Dios Imaymana Wirakocha ¿No podrías mandar a otro en mi
reemplazo?- preguntó Moshi y sin responder a su inquietud, Ymaymana Wirakocha,
continuó hablando con mucha tranquilidad.
-
La otra colina es baja, allí hay una wanka
larga rodeada por wankakuna, al costado existe un árbol frondoso en cuya sombra
un agricultor, cansado de cultivar la tierra, inclina su cuerpo sobre la
corteza áspera y toma su siesta. Cuando alguien se le acerca lanza su hilo de pescar que se enrolla
alrededor del cuello de la víctima y, convirtiéndose en tentáculos de pulpo,
succiona la sangre del atrapado, ocasionándole
muerte instantánea.
-
¿Qué
debo hacer, para no caer en las garras de los monstruos?
- No te
acerques a ninguna de las colinas. Siéntate bajo la sombra de la wanka grande. Aparecerá cerca a tus pies bandejas
con alimentos cocidos en base a peces,
algas, tomates, cebollas y camarones. Tómalos y come, sin
apresuramiento.
Las mujeres se acercarán a pedir que bailes con
ellas y los varones te invitarán chicha espumante, no les hagas caso y termina
tus alimentos sin abandonar residuo alguno. Si dejas alguna partícula de alimento se convertirá en un tiburón y te
devorará.
-
Gracias
dios Ymaymana Wirakocha por las indicaciones- diciendo se encaminó a la
estancia de Qarwanchi, lugar donde vivía con toda su familia.
A la hora de ingerir alimentos, contó a su esposa e
hijos sobre la aparición y encargos
del dios Ymaymana Wirakocha.
Al tercer día, con ayuda de su esposa hizo los
preparativos del viaje.
Con su
alforjita repleta de fiambre para diez días, antes que el alba despuntara emprendió viaje, después de tomar su llawapi,
consistente en sopa de papas con queso
añejo, huevos batidos y su canchita Pakchu.
Moshi, varón fornido de treinta años de edad, con
musculatura de toro arador, mirada penetrante como de gato, pecho y espalda
como la de un puma, cumplió las indicaciones con minuciosidad y después de
permanecer alejado de su familia,
durante una luna, retornó a laspunas frías donde su pueblito
de Cochapetí se balanceaba al pie del
apu Ishke Cruz.
En el
trayecto, unas jovencitas bonitas instaladas en una ramada fresca, ubicada en
una de las márgenes del río Huarmey, le
ofrecieron chirimoyas maduras para calmar la sed y asientos para descansar.
- ¡Gua paisa! Detente un momento y acércate para aliviar tu cansancio con chicha
espumante, preparada por nosotras, tus
amigas.- dijo una doncella morena alta, de senos y nalgas pronunciados y de
sonrisa encantadora.
Moshi se detuvo sin pronunciar palabra alguna y las
miró con ojos desorbitados.
-
¡Gua paisa! … Descansa un rato en esta hamaca que yo misma velaré tu
sueño y no permitiré que, ni siquiera, el viento roce tu piel – Le dijo la
segunda mujer de ojos rasgados, pequeña,
agresiva y de caminar ligero.
- ¡Muchas gracias jovencitas!...Me urge
llegar a Cochapetí, lo más pronto posible, no debo perder un instante de mi
precioso tiempo. – diciendo, Moshi se
despidió.
A poca distancia de
la ramadita fue alcanzado por el
agricultor que dejó en la caleta de Culebras.
-
Ey amigo, gusto de volver a verte ¡- dijo, extendiéndole el brazo.
-
De igual manera.- respondió Moshi.
- ¿Nos acompañamos hasta la curva? …
Tengo coca suficiente y si quieres aplacar tu sed te doy un puñado de hojas
para que chakches - ofreció el agricultor que llevaba un sombrero de paja
Guayaquil a la pedrada.
Caminaron un largo trecho y al llegar a la primera
curva notaron que el camino se
bifurcaba. El agricultor viró hacia la izquierda y se perdió entre frondosos carrizales.
Don Moshi, después de escapar de las
garras de las doncellas morenas
sensuales y del agricultor, llegó al
paraje de Kuchi, donde el camino se
divide en tres; el primero que conduce hacia el pueblito de Malvas; el del
centro hacia Cochapetí y el tercero hacia los caseríos de Wiña, Oqup y Waqap.
En el lugar del cruce, bajo la sombra de pacaes, paltas, chirimoyas y plátanos, un grupo de festeros avanzaba danzando una wayllashyada, de tono alegre y festivo, ejecutada por flautas y cajas.
Don Moshi, saludó con gesto respetuoso y se alejó del grupo para continuar su camino. El festero principal y su esposa, una mujer gorda y de sonrisa contajia nte, le hicieron señas para que se acercara.
En el lugar del cruce, bajo la sombra de pacaes, paltas, chirimoyas y plátanos, un grupo de festeros avanzaba danzando una wayllashyada, de tono alegre y festivo, ejecutada por flautas y cajas.
Don Moshi, saludó con gesto respetuoso y se alejó del grupo para continuar su camino. El festero principal y su esposa, una mujer gorda y de sonrisa contajia nte, le hicieron señas para que se acercara.
- ¡Ey amigo,
ven y comparte nuestra fiesta.
Se acercó con
ansias de calmar su sed; pero recordó las advertencias del dios Ymaymana
Wirakocha y pasó de largo, cuesta arriba hacia las punas
Cuando se
encontraba en Wataspín, a unos kilómetros de Cochapetí, cayó
sobre él la furia de la naturaleza. El cielo
desencadenó una lluvia torrencial que
provocó huaycos que arrasaron todo a su paso. Los
caminos quedaron cubiertos por rocas y árboles arrancados desde sus raíces;en
pocas horas el ambiente se pobló con olores pestilentes ocasionados por la
descomposición de animales muertos por galgas y avenidas de agua de lluvia
espesa.
En la penumbra de
la noche flecada por llovizna
intermitente, Moshi se acercó a su vivienda; los perros salieron a su alcance,
ladrando, después aullando y movimiento la cola, en señal de recibimiento.
Sin fuerzas y
devorado por la fiebre quiso ingresar a su choza, cuando cayó fulminado al piso,
golpeándose la frente que empezó a sangrar, dejando el piso completamente
cubierto con mancha rojo. Su esposa e hijos, envuelto por las pavesas del
susto, dando gritos desesperados y con
ayuda de algunos vecinos, lo trasladaron
a su a su alcoba, despojándole,
previamente, de la vestimenta húmeda,
sucia y hecho jirones.
Las curanderas, a
petición de Benilda esposa de Moshi y de sus hijos diagnosticaron el mal del
Juez de Aguas y prepararon emplastos,
pócimas, grasa de cuy que lo administraron durante varios días hasta lograr la mejoría del hombre que supo
cumplir el encargo del dios Ymaymana Wirakocha, en beneficio de los
agricultores de la provincia de Huarmey.
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