viernes, 24 de mayo de 2019

WARAKAYOQ



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Domingo de Guzmán Huamán Sánchez

      EL CURACA
 DE LA HONDA DE ORO

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Novela

CUIDADO RAQUEL
Mis padres eran campesinos que se dedicaban a la crianza de animales y al cultivo de  la tierra.  Se levantaban con el canto del gallo; mientras mi padre le ponía los aperos a los jumentos para llevar semillas a la chacra  mi madre preparaba el desayuno y después de tomar el “llawapi” caliente, con  papas amarillas tiernas y rocoto molido con huacatay, partían hacia la chacra. Yo me  quedaba en la casa de  mi tía Anatolia que vivía  cerca a mi casa.
Como era el único hijo, mis padres temían sacarme de la casa, aduciendo que el sol, el aire u otro fenómeno  de la naturaleza podría afectarme, por lo que  acudían a un familiar  solicitando mi cuidado.
- Les dejo a mi niño hasta la noche, ya les voy a traer pasto para sus cuyes.
- Ya primita, déjalo, para compañía de mis hijos. – respondían.
Así fui creciendo, hasta llegar a mi niñez y asumir responsabilidades que estaban muy distantes de mi edad.
Para recibir el año nuevo, fuimos al fundo de  Qarwanchi y durante la cena mi papá nos informó que había recibido una llamada telefónica  de tío Carlos Villafuerte, Vocal Supremo de la Corte Superior del Perú quien le había manifestado que sus viajaban de Lima a Cochapetí a pasar sus vacaciones, lejos del ambiente contaminado y asfixiante de la Capital.
- La próxima semana, llegarán los hijos de mi primo Carlos - Dijo mi padre.
- ¡ Qué alegría¡- contestó mi madre.
- Nuestro Dominguito ya tendrá con quines compartir las vacaciones que serán muy útiles. Afirmó mi abuelita Añicha.
Después de intercambiar opiniones y planificar preparativos para la recepción, decidieron que yo permanecería en el fundo de Qarwanchi con ellos y por ser el más pequeño merecería atención preferente de mis primos.
Pasaron los días, tan veloz como los sueños y con la penumbra del  un día sábado, llegaron mis primos. El recibimiento fue apoteósico y me sentía el niño más feliz.
El día del recibimiento estuvieron presentes los vecinos del fundo, mi abuelita con mi mamá se encargaron de preparar el almuerzo con entrada de jamones, caldo de llunka con gallina de corral, picante de cuy y como postre  mazamorra de calabaza con leche.
Don Zenaido Milla, invitado por Añicha, fue el encargado de animar la fiesta de recibimiento.
Concluido el almuerzo que estuvo muy animado don Zenaido en compañía de dos guitarristas, ejecutó  con su violín Stradivarius, huainos de la región matizados con polcas, marineras y valses.
Añicha, mi abuelita, una viejita linda, profesora cesante, de nariz aguileña con su voz fina y dulce entonó varias canciones que fue recompensado por aplausos y vivas de los asistentes. Su sien poblada  por canas de escarcha resaltaba, causando admiración y respeto. Hipnotizaba con sus ojos pardos claros y transparentes, cuya mirada penetrante perforaba el alma, poblándolo de bondad infinita.
Aún flotan en mi mente los versos del huayno siguiente:

Kuyella, munella kanekipaq                Si deseas ser agraciada y cortejada
   tekuar yakuta upunkiman;                   debes beber infusión de Tekuar,
  waman ripapis pukutanmi                    La Waman ripa también es  buena
  tsetapis allim upunkiman.                     Esa también , puedes beberla.

                        Shumaqlla qaqlleki kanampap              Para lograr la tersura de tu faz
                        tsuria yakuwan paqankiman;                con agua helada debes lavarla;
              paqtsa yakupis allim china,                  el agua de catarata es buena;
                        tsewanpis warmi paqankiman.              también con esa debes lavarte.

          FUGA

Kuyenillata munarqa                          Si deseas mi amor tener
                         warmi, warmino kuyaramé                 ámame con madurez de mujer
mana sinoqa marka mayi                    y si no es así , mi bella  paisana,
piwan, mewampis ewakullé.               con cualquiera puedes marcharte.

Al otro día, descargada la mangada, con una lluvia torrencial, el sol empezó a filtrarse y un enorme y  vistoso Arco Iris se irguió. Saliendo de  Nawin Puquio, sumergió su cabellera brillante en el puquial de Pumapa Shimín.
Cuando contemplábamos el bello paisaje con arreboles  que se extendían sobre el Océano Pacífico, derrochando una gama de colores, desde el naranja intenso hasta el violeta rojizo, fuimos interrumpidos por una exclamación de Añicha, que bajaba apresurada los peldaños de la escalera  de madera, que comunicaba  el segundo piso con el patio
- ¡ Nooooo…Raquellll!...Cuidado con el Arco Iris.
Al instante mi primita que había bajado su calzoncito y levantado la falda, muy ruborizada volvió a bajar su faldita y dirigiéndose  hacía la awicha, dijo:
- ¿ Qué sucede abuela?...¿Algo malo estoy haciendo?        
- No hija, felizmente te advertí a tiempo.- dijo la awicha, ubicándose en el centro de la era, bordeada por pajas de cebada, recién trillada.
- Les contaré lo que le paso a la bella de Qantu, para que ustedes sepan que las niñas no deben orinar frente al Arco Iris.

EL ARCO IRIS  Y  FLOR DE  QANTU
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Un curaca próspero, dueño de extensas tierras de cultivo, que se extendían desde  los valles costeños de Huarmey hasta las alturas de las punas de Ututu, tenía una  niña que con el transcurso del tiempo fue creciendo y desarrollándose en todas su potencialidades. Un amauta anciano y su esposa se encargaron de su formación integral y muy pronto se destacó en la ejecución musical y expresión poética. El nombre de la doncella era Flor de Qantu y por sus dotes especiales era cortejada los maqtas del Suyo.  Flor de Qantu, mujer alta, de tez rosada, nariz aguileña, labios de pétalos de rosa, cuerpo escultural,  formada en los moldes de los valores éticos y morales incas, los repelía con mucha prudencia y cortesía. No hería susceptibilidades de sus semejantes.
Una noche estrellada con aire tibio, a la hora  del mate de manzanilla, la mamá de Flor de Qantu, pidió  permiso para hablar y su esposo le concedió muy contento.
- ¡Flor de Qantu,  mi dulce y encantadora niña, tú estas destinada a ser la servidora del Dios Inti, nuestro creador y pronto viajaremos al Cuzco en compañía de tu padre, para que puedas internarte  en el Templo de Qorikancha; Allá te convertirás en aklla  y serás el orgullo de la familia – dijo la madre muy entusiasmada y segura de lo que decía.
- La próxima semana partiremos rumbo a Machu Picchu, capital religiosa de los incas.-  afirmó el padre
- Se hará lo que ustedes dispongan.- dijo ella muy entusiasmada
Había llovido durante semanas, tiempo en que todas las vertientes del Pacífico se mantuvieron cubiertas  por neblina densa, que garuaba día y noche. No se podía distinguir objetos o persona alguna más allá de dos pasos. Cuando despejó el sol esparció su luz tibia por todo el horizonte, levantando una capa suave y tibia de vapor de agua.
Flor de Qantu, de figura espigada, mejilla sonrosada por el frío intenso, espalda ancha sobre la cual caía la cascada  rubia de su cabellera blonda, contrastando con el moviendo ondulante de sus senos, se dirigía al inmenso huerto familiar,  seguido por  Wayra, perrito de olfato fino, cariñoso y juguetón. Muy suavemente, como si fuera el aliento mismo del viento, se sentó sobre un champal.
Extrajo su quena de caña del bolso de hilo de alpaca y tocó huaynos y yaravíes, por un buen rato: cuando terminó las aves a su alrededor trinaban, saltaban de uno a otro lado. Un lorito se posó sobre su hombro e imitó un suspiro profundo, como si fuera un ser humano.
Con sus pies finos que calzaban sandalias de cristal, recorrió una gran extensión del huerto, cogiendo flores, deshojando pétalos y hablando con los pajarillos.
Se acercó a la entrada de una cueva de piedra azulina y se puso de cuclillas parra orinar. El dios Turmanyé, de cuerpo atlético, que esperaba esa oportunidad, se redujo e introdujo a la vagina predispuesta para la fecundación, produciéndose en todo el cuerpo de Flor de Qantu  una sensación muy extraña y cuando se levantó del lecho mullido de azucenas y clavelinas, sintió que un alo multicolor salía de su cuerpo.
- De Flor de Qantu nada se sabe; pero de su hijo Warakayoq sí. De sus aventuras en el kay patsa y huq patsa, de sus castigos y auto castigos, de su bondad a favor de los desposeídos, de sus hazañas bélicas  a través del tiempo, de sus  reencarnaciones como Manco Inca, Tupac Amaru y Atusparia.
- ¡Cuéntenos abuelita, cuénnntenossss!; gritamos en coro.
- ¡Mañana hijitos, a la misma hora!- diciendo, ligerita se alejó de la era, con dirección al amplísimo comedor.
Cuando empezábamos a disfrutar del juego,  dando volantines sobre la paja, recién  trillada por los corceles briosos. Santa, la muchacha de Awicha, nos llamó a cenar.
Nos demoramos jugando el Rata Puche y el Kullu Sute.
El Rata puche consiste en jugar las escondidas. El designado a dirigir el juego se cubre los ojos con una manta y ordena a sus compañeros a esconderse, dentro del área fijado. Después de un rato, se descubre los ojos y empieza a buscar a sus compañeros, sin descuidar su área. El primero que es cogido hace de Rata puche y los que lograran ingresar al círculo, sin ser cogidos, abonan puntos a su favor.
En el Cullu sute, los niños se sientan uno detrás de otro y adoptan el nombre de una fruta. El encargado de cuidar, regar y talar los árboles frutales pregunta los nombres que  los grava en la memoria, para después llamar a cada niño por su nombre asignado. Empieza por el primer niño a quien lo llama por el nombre asignado, teatraliza  las diversas acciones  de la siembra, cuidado  y tala, luego trata de retirar del lugar donde está sentado. La tarea es difícil, porque el niño es sostenido  por las manos de sus compañeros. Después del retiro del niño de su lugar, este toma la responsabilidad del que va a sentársela último de la fila de los niños sentados.
-         ¡Niños! … ¿No han escuchado la llamada?- increpó Santa, con cólera.
Como pajaritos que abandonan la parva ante la presencia de un extraño, ligeritos nos dirigimos  al lavadero y después de secarnos las manos y la cara, ingresamos al comedor.

LUCERO
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     Una mañana, cuando Warakayoq, el curaca de las Vertientes del Pacífico, se alistaba para salir al campo, en compañía de su grácil, delicada e inteligente Lucero, irrumpieron el patio real los chasquis, Corre Caminos y Wayra, apenas podían sostenerse de pie, estaban muy cansados y sedientos.
-       Hemos corrido durante semanas, día y noche, para avisarle que seres extraños han invadido el reino de Huaylas, por la zona de Cátac Patac- dijo Corre Caminos, joven alto de cabello hirsuto, delgado y cuerpo atlético.
-       ¡Paciencia ¡… Tomen asiento y mientras comemos me detallarán el informe – dijo el curaca Warakayoq.
-       Se hacen llamar los “Invencibles Antis”, son guerreros gigantes y voraces, todo animal que encuentran a su paso, los devoran crudo, nosotros nos hemos escapado por milagro. Las casas son destruidas, porque al pretender ingresar al interior revientan las puertas con su corpulencia.
-       No exageren mis buenos súbditos. Serán extraños  pero gigantes como dicen, no creo.- Sentenció Warakayoq.
Dos guapísimas muchachas, vestidas con anacus blancos, ajustados en la cintura por un cordón color carmín de garanza, con flecos de oro, que dejaban descubiertas la tersura de sus piernas y brazos de seda, ingresaron portando bandejas de plata, con  asado de perdices, frutas y chicha espumante en un jarrón de oro repujado.
.- Toda la gente del reino de Huaylas ha huido hacia las alturas de la Cordillera Blanca. Las ciudades están a merced de los gigantes – dijo el chasqui más joven, delgado, de tez clara y ojos de halcón, llamado Wayra.
- ¿Vendrán por estos lugares? – dijo Warakayoq, muy preocupado.
- Estoy seguro – respondió Corre Caminos, el mayor de los chasquis y prosiguió.
- Escondido detrás de una roca, como pajarillo asustado,  he escuchado al jefe, un hombre que tiene la altura de un eucalipto y musculatura de Chachacoma, decía: invadiremos las Vertientes del Pacífico y no pararemos hasta llegar al Océano Pacífico, donde hay abundante comida y playa para acampar.       
Después del informe, el curaca, sentado en un sillón de plata, tapizado con piel de Leopardo y apoyado sobre una mesa de Carapacho, con patas talladas con figuras geométricas, se sumergió en una meditación profunda. Llamó a sus generales y determinó las estrategias a utilizar en una lucha  desigual.
Warakayoq,  de inmediato y sin muchos preámbulos, convocó a la nobleza real de sangre y de privilegio, contrajo matrimonio con su prometida Flor de Lucero  en Atocpa  y se dirigió a la fortaleza de Paramonga a pasar su luna de miel.
A su retorno, Warakayoq ordenó a sus waminkas, generales,  el enrolamiento de los jóvenes y  el entrenamiento  acelerado, la dotación de armamentos, alimentos, pertrechos para un enfrentamiento sin cuartel.
Pese al tiempo, en plena lluvia, Warakayoq y sus huestes partieron de la plaza principal de Cochapetí y recorrieron las calles  alfombradas con pétalos de  Kantus,  retamas,  qarwanchis y rima rimas, al compás de los tambores y pututos. Los niños, ancianos y mujeres  despedían a sus soldados entonando huaynos y pasacalles, entregando  amuletos y sellando en  la frente de sus generales esperanzados besos de despedida.
Las cordilleras se encorvaron al escuchar el eco del río Santa, a la manera de un  paréntesis  colosal de nieve. Retumbaron los Andes y la Tierra se movió, cual bajel arrastrado por una tempestad, cuando en las gélidas cumbres de Ututupunta las huestes de Warakayoq derrotaron a los Antis que huyeron desordenadamente por las laderas y barrancos de la Cordillera Blanca con destino a la zona de Rupa Rupa. Warakayoq, vencedor, llegó a la ciudad de Koronguimarka pisando los talones de los antis. Salieron a su encuentro pallas ataviadas con vestimentas lujosas, confeccionadas con hilos de vicuñas, pelambre de murciélago, raíces misteriosas y joyas de oro que relucían en los cuellos blancos, cabellos rubios y muñecas de terciopelo.
A insinuación de las pallas, que se movían como mariposas arrastradas por suave vendaval de extrañas pasiones, Warakayoq y sus waminkas  bailaron y bebieron chicha hasta caer  rendidos en los brazos de las doncellas.
Warakayoq fue elevado al rango de  monarca del reino de los Conchucos y decidió quedarse junto a sus huestes, olvidándose por completo de las Vertientes del Pacífico.
Transcurrido muchos años, Lucero, en compañía de Qoyllur, su hermana menor, se dirigió al centro del jardín palaciego y trazó la última raya que podía contener la corteza de la Chachacoma más antigua del lugar. Había transcurrido ciento veinte lunas y ninguna noticia había recibido de su esposo y sus huestes. Lloraba a solas y sus lágrimas, al mezclarse con el rocío, se convirtieron en bolitas de perla y cristal, que rodaron sobre la pampa alfombrada  de trébol y jaraquewas.
        La soledad es una inmensidad desabitada, como un alma sin amores, cuando más  las recorres más  distante  de la felicidad te encuentras. Lucero enterado, por un Pichisanka, de todo lo sucedido durante la incursión a los conchudos y la seducción de las pallas  a su esposo y a  sus huestes, sufrió demasiado. Poco a poco se fue marchitando,  como las flores de la  Cantuta, cogidas por manos violentas del tiempo. Llorando sin cesar  se perdía en los jardines del palacio, deshilvanando su tristeza  que caía sobre los pajonales que al instante se marchitaban, tornándose el jardín en una sábana amarillenta, arrugada y polvorienta.
De sus lágrimas  que  horadaban la roca, al pie del acantilado donde solía pasar horas y horas, divisando los horizontes, pensando que pronto aparecería su esposo, brotó un puquial, que por encontrarse escondido entre los pajonales y piedras azulinas le pusieron el nombre de Uli Puquio, puquial  mimetizado.
Un día, la princesa no retornó al palacio real.
Las doncellas, preocupadas, la buscaron por el jardín, por las avenidas principales, por el Aclla wasi y no la encontraron;  muy desesperadas se dirigieron al manantial de Uli Puquio y  arrodillándose en el borde del lago tranquilo y transparente, observaron el interior  de la masa líquida que parecía  una bola  gigantesca de cristal que encerraba un mundo maravilloso e indescifrable.
En esas profundidades  revoloteaban las nubes en un azul cielo anaranjado, que servía  de bóveda a un bellísimo palacio con campos  de caza, coliseos, edificios, templos, plazas y una amplia avenida bordeada por estatuas de mármol blanco por donde la figura delicada y esbelta de Lucero, caminaba en compañía de sus doncellas.
 Después de refrescar sus pies blancos y pequeños en aguas ondulantes de una pileta y saborear uvas sabrosas escogidas de un parral recargado, se dirigió al interior del palacio y se sentó en un trono de mármol, decorado con alfombras y tapices de lana de vicuña, hilos de oro y piedras preciosas.
Unas doncellas, ágiles como el viento, le servían en una fuente de oro, frescas y sabrosas chirimoyas y un grupo de músicos, ubicados en un podio dorado, la dedicaban sus sinfonías muy delicadas a cuyo compás bailaban  mariposas multicolores, transformadas en jóvenes bellísimas.
Ante una señal  de Lucero y arrastradas por una fuerza extraña, las doncellas que la buscaban, una tras otra, se lanzaron a las profundidades  de las aguas transparentes y allí se quedaron encantadas al servicio  de su majestad terrícola, que también era la reina y señora del Urin Patsa, por designio del dios Imaymana Wirakocha.
Warakayoq a su retorno, con cientos de llamas  cargadas de joyas y víveres se estrelló contra una gigantesca roca de la sorpresa. La delegación de recepción era pobrísima,  sin emociones ni representatividad. No estaban presentes su esposa Lucero, los miembros del Consejo de Ancianos, sus padres ni parientes cercanos.
Warakayoq enterado de los sucesos acaecidos, durante su ausencia, sobre todo del sufrimiento de su esposa Lucero, solicitó a sus administradores la distribución de los alimentos, joyas, trofeos de guerra, animales y tejidos a los habitantes  leales de su reino y con el corazón, completamente destrozado por la soledad y la ausencia de sus seres queridos, ordenó  a los mejores arquitectos de su región la construcción de una fortaleza  inexpugnable, adosada a los roquedales gigantescos de Qellkama.
Warakayoq, completamente desmoralizado, dejó sus dominios en manos de un Concejo de Ancianos para su administración  y en las de un Comando de waminkas el cuidado se sus fronteras. Después de explicar los motivos de su enclaustramiento voluntario, ingresó a una de las cámaras oscuras de su fortaleza – prisión. Su castigo consistía en la pérdida de su libertad, hasta que llegue el momento del perdón de su esposa Flor de Lucero.
Pasaron los días, uno tras otro, en lenta carrera y todo transcurría en un quehacer rutinario. Las lágrimas, los suspiros y actos de contrición se habían tornado en el quehacer cotidiano y cuando  el Curaca había perdido las esperanzas de un feliz reencuentro, los guardias del asilo fueron sorprendidos por la presencia de una mujer bellísima a quien la confundieron con una diosa. Flor de Lucero de singular belleza estaba allí,  había  abandonando su palacio real en las profundidades de Uli Puquio, con la esperanza de volver a encontrarse con su esposo que pagaba caro los desatinos de su juventud, en una celda húmeda, fría, sin ver a sus seres queridos  y aislado de su pueblo que lo quería demasiado.
Los guardias del prisionero voluntario, en fracción de segundos, abrieron las puertas tapiadas, hecho que motivó la indignación del curaca que pensaba  en una violación a la orden impartida por su autoridad. Cuando empezaba a increpar a sus guardias, escuchó una voz angelical, que la reconoció al instante.
- ¡Warakayoq, esposo mío! … Gritó  Lucero, al momento de ingresar a la prisión, seguida por un séquito de doncellas.
- ¡Lucero, aquí estoyyyyyy!- respondió desde las sombras, el doblegado Warakayoq, con todas las fuerzas que le quedaban. Se arrodilló y con las barbas crecidas hizo una alfombra en el piso, para recibir a su esposa añorada.
Al sentir el palpitar del corazón del ser amado y tenerla en sus brazos, Warakayoq se arrodilló y tomando las manos de sus esposa las beso y pidió perdón, con las mejillas empapadas por las lágrimas, que brotaban en chorros de emoción.
-         Estas perdonado… ¡Warakayoq!... ¡Te amo! – diciendo, Lucero lo abrazo y besó los ojos de su esposo, que no podían distinguir objeto alguno por haberse acostumbrado a la oscuridad de la prisión.

CHUCHUQORA
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Imagen: Michael Bednarek
Imagen: Michael Bednarek
Ausente Warakayoq de los quehaceres administrativos de su región, el tiempo que transcurrió su lucha contra los Antis, la seducción de la qori yungas y su prisión voluntaria, el desorden en todo orden de cosas cundió por todas partes; Lo más notorio es lo que sucedía  en el campo agropecuario, se habían perdido tierras extensas de cultivo y la ganadería se había diezmado por la peste y falta de forrajes.
Warakayoq, conductor prudente, después de su liberación del cautiverio por su esposa Lucero, para ampliar la frontera agropecuaria de su comunidad, conformado por millares de Ayllus, se propuso colonizar las tierras abandonadas de Chucho Qora.
La piel reseca de sus laderas estaban cubiertas por lloques y chachacomas milenarios, cuyas pesadas ramas crujían, con el impulso de la ventisca, asustando a lagartijas que retozaban en rocas desnudas y afiebradas por el sol quemante.
Uriaq, su esposa Shullay y sus doce hijos, trabajando de sol a sombra, durante varios años, convirtieron la zona extensa y salvaje en una comarca próspera, llena de vegetación. Las aguas de regadío  fueron trasladadas desde Shiki, laguna engarzada en la cumbre más alta de la Cordillera Negra hasta los valles fértiles y extensos de Huarmey, a orillas del  Océano Pacífico.
Shawi el otro colono que tenía treinta hijos, apenas ganaba terreno al bosque y se conformaba con las pocas cosechas que obtenía; la mayor parte del tiempo se dedicaba a casar venados, tarugos, perdices, vizcachas y zorros. Cada fin de mes se dedicaba al huaqueo de chullpas, profanando las tumbas sagradas de sus antepasados, destruyendo hermosas construcciones arquitectónicas. Era un depredador de la fauna, de la flora y destructor de reliquias arqueológicas.
Los meses pasaron en raudo vuelo y llegó la época de las cosechas, como tantas veces, al compás de los tambores, la melodía de las quenas y flautas, de cantos, hurras eufóricas y silbidos que el viento se encargaba de trasladar de cumbre en cumbre, de pueblo en pueblo y de continente a continente.
- Yo y mi familia no vamos a poder cosechar tantas sementeras -  diciendo, Uriaq solicitó ayuda a los pobladores de las comarcas vecinas que, inmediatamente, movidos por el resorte de la solidaridad, acudieron a cosechar fanegadas y fanegadas de papas, ollucos, ocas y cañiguas, aplicando el sistema de la minka.
El último día cosecha, un grupo de personas expertas en la preparación de pachamancas construyeron hornos con terrones y piedras graníticas, para preparar la pachamanca apetecida de papas arenosas y carne fresca. Sólo para las cosechas de tanta magnitud se cazaban venados y su carne era ofrecida a la Mama Patsa, de cuyas entrañas brotaba el sustento de los animales y de los hombres.
Las familias buscaron un lugar adecuado, bajo la sombra de los árboles y sentados sobre troncos resecos y lajas de piedras saboreaban hasta el éxtasis el olor penetrante de los potajes extraídos de  las entrañas de  los hornos candentes. Las Shipas, jovencitas bellísimas y los maqtas, jóvenes fornidos y respetuosos, sirvieron la pachamanca sabrosa y humeante sobre una pampita alfombrada de pajonales. Todos comieron hasta el hartazgo; incluso el ocioso Shawi y su familia que habían  participado de la faena con visible desgano.
Después del banquete frugal, las familias abandonaron su ubicación primegia y bajo las sombras de un chachacomo frondoso, apoyados sobre la superficie de piedras redondas, decoradas con musgos resecos, bebieron chicha abundante y espumosa, fermentada durante meses. Bailaron los niños, los jóvenes y los ancianos, al compás de las cajas y de la melodía contagiante de las flautas, quenas y pinkullos, hasta el cansancio.
La “Mama Killa” abrió las compuertas de su luz e inundó los caminos sinuosos que reptaban por las laderas, las pampas y las quebradas.
Los hombres, las mujeres y los niños retornaban a sus comarcas, arriando llamas con cargas pesadas,  fruto del trabajo cooperativo de la cosecha y el repaso de  los callpalles.
La mujer y los hijos de Uriaq se retiraron  a descansar  en sus tarimas de piel de vicuña y jergas multicolores tejido a puro Kallwa. Mientras tanto,  el jefe de la familia se quedó chaqchando y qatipando a los aukis, por la abundante cosecha que los jirkas le habían prodigado.
Antes del amanecer y fuera de  lo acostumbrado, las aves empezaron a trinar alocadas, las gallinas revoloteaban en el corral y los perros apuñalaban los sienes con sus aullidos lastimeros, anunciando un suceso desagradable.
La familia de Uriaq se levantó apresurada y se dirigió al lugar donde Uriaq se había quedado chaqchando, la noche anterior.
Allí mismito, junto al batan donde se molía el ají, se chancaba charquis, se trituraba el maíz y el trigo para la kachanga de cada día,  yacía un cuerpo ensangrentado. Cerca, su perrito gemía y movía la cola, señalando con el hocico el rumbo que había tomado el asesino y sus compinches.
Allí, Uriaq estaba tendido sobre un charco gelatinoso de sangre ennegrecida, rodeada por  queresas. Su poronguito, con tapa de plata que exhibía la figura de una llama, estaba tirado junto al tallo de las chuchuqoras, a una distancia de varios pies.
Uriaq agónico ante la presencia de su familia, logró balbucir algunas palabras imperceptibles. Manaba un hilillo de sangre de sus fosas nasales y acercando su mano derecha hacia el lado izquierdo de su cuello amoratado, dijo:
-¡No dejen escapar al asesino!
Después de unos segundos, como un muñeco de trapo que pierde el equilibrio, se balanceo y expiró. La cabeza cayó pesadamente  golpeándose en el piso, produciendo un sonido aterrador, como si fuera la cabeza que cae al piso al desprenderse de su tallo. Sus manos se abrieron dejando al descubierto un mechón de cabello  hirsuto.
Warakayoq enterado de la muerte extraña de su súbdito leal, honrado y trabajador, ordenó a un piquete de hombres hábiles perteneciente al Servicio Secreto de los “Tukuy Rikoqkuna”, ojo y oído del curaca, la localización y captura del asesino para su juzgamiento y castigo ejemplar.
El “Tuku”, buho lentudo, calmado, paciente y trasnochador, testigo presencial del horrendo crimen, dio la pista del criminal y después de muchos meses de pesquisa, al fin descubrieron la guarida abandonada de un puma, donde el culpable y su familia se escondían.
El cobarde asesino, al darse cuenta de la proximidad de sus captores, trató de alcanzar la parte más alta del cerro pelado y sin  plantas de “Puka Punta”, cerro de color rojo.
Animales y hombres avanzaban tambaleando y desgarrándose el cuerpo, con las espinas punzantes de los pencales, vizcaínas y guijarros puntiagudos.
Shawi y su mujer estaban tan desesperados que se olvidaron de su último hijito, de apenas un año, en un recodo del camino serpentiente y juguetón y se dieron cuenta de su ausencia, al momento de  sentarse para descansar y comer su fiambre.
El bebito, al sentir el halago de los perros cazadores que le pasaban la lengua  por la cara, dio un grito de espanto que rompió el corazón de Warakayoq, quien lo levantó y ofreció a los dioses.
-             Este niño es inocente y no tiene por qué sufrir, me llevaré al palacio y allí crecerá sano y fuerte, para reivindicar el pecado de sus padres. – dijo Warakayoq.
En la cima de la montaña, el asesino acorralado pos sus perseguidores, repentinamente rasgó su anacu y con las tiras, en segundos, vendó los ojos de su mujer e hijos y los empujó al precipicio; en seguida, se lanzó al vacío, trizando el vientre del cielo con un alarido ensordecedor lanzado por la fragua de sus pulmones.
Ante la mirada atónita de sus perseguidores y de los “allqokuna”, perros, que arañaban el borde del precipicio, después de flotar como plumas de perdiz, por varias horas en el espacio, los cuerpos se estrellaron en las rocas agresivas.
La sangra, vísceras y trozos de carne se esparcieron por el espacio, girando como pavesas, después de un incendio. De cada gota de sangre, escaparon y se dispersaron los espíritus malignos que hoy se encuentran encerrados en el corazón mismo de las rocas, en los laberintos que conducen al palacio del Supay, convertidos en ecos que remedan el retumbar de los vientos, el rugir de los pumas. el llanto lastimero de una quena que vuela sobre los horizontes, llevando en sus alas el mensaje de los corazones sedientos de paz y cariño.

LOS ANTIS
En la Región del Rupa Rupa, vivían culebras gigantes con escamas de oro y pupilas de diamantes que, al cruzar la  Cordillera Blanca, con el frío y la lluvia, se   transformaron en guerreros malvados, de sangra fría, que trataron de conquistar los reinos de la tierra y el universo entero.
A su paso, por Chavín de Wantar, construyeron un templo ceremonial con un formidable pórtico de siete falcónidas, el laberinto del Lanzón, la plaza cuadrangular, la plazuela circular y adornaron sus paredes  con impresionantes cabezas clavas que desempeñaban el papel de guardianes que impedían el ingreso a sus laberintos, sin permiso alguno.
Jóvenes guerreros y bellas doncellas, con el alba, eran sacrificados a sus dioses sanguinarios, el Kúntur, el Jaguar y la serpiente, en el templo del Lanzón.
La marcha avasalladora de estos hombres hacia las Vertientes del Pacífico, preocupó mucho al Curaca Warakayoq, quien , después de consultar al Consejo de Ansianos, ordenó a las mujeres, varones y niños cavar túneles en el paraje de Shullkán, hasta el mismo corazón del Urín Patsa, muy cerca de la mansión del Supay.
Concluido el trabajo, ingresaron los animales y los hombres con todas sus pertenencias, luego cerraron  las entradas con gigantescas piedras, sólo manipulables desde el interior, con palabras mágicas de : ¡Shul-ka-ki¡. Los respiraderos estaban camuflados con Llumllas, Warwash, Qarapachos y Pakllash.
Los antis avanzaron arrolladores,  Shukukikunano, a cuyo paso jirkakunapis se estremecían y las comarcas se sometían sin resistencia.
Al no encontrar seres vivos ni alimentos, los invasores continuaron su marcha, desesperados, hasta las playas del mar; hambrientos como estaban, se zambullían  en las profundidades de las aguas turbulentas y devoraban la riquísima fauna marina: peces, anchovetas, tiburones, ballenas, estrellas de mar, algas y muchas otras especies y como la sed les atormentaba, bebieron las aguas saladas del mar. ¡ Cuánto más bebían, más sed tenían!.
Con el vientre hinchado, que parecían tambores de guerra, con la sed de un incendio gigantesco, buscaron agua  en la desembocadura de los ríos y siguiendo sus causes resecos, volvieron a trasmontar la Cordillera Negra.
Desde Ututupunta,  la parte más alta de la Cordillera Negra, divisaron asombrados la corriente de las aguas burbujeantes y cantarinas del  Hatún Mayu y como alud provocado por una explosión , rodaron hacia las corrientes cristalinas que avanzaban, como siempre, portando en sus lomos burbujeantes  y cristalinos la imagen de los nevados, cerros, laderas, árboles, flores y pájaros.
Desde los cerros y colinas cercanos, salvando precipicios con saltos de almas desesperadas y sedientas se lanzaron de bruces sobre la superficie líquida y bebieron hasta quedar exhaustos; luego se tendieron sobre los champales y descansaron  bajo la sombra de los quenuales añosos. Después de un reparador  descanso, emprendieron viaje hacia las alturas de la Cordillera Blanca, donde con la escarcha y la nieve recuperaron su forma primitiva y desde  las cumbres, donde los cóndores recrean su filuda visión, divisaron con añoranza, el inmenso panorama de la Selva.
Derrotados por la astucia de Warakayoq, El Curaca de la Honda de Oro, retornaron a la morada de sus antepasados, que nunca deberían haber abandonado por el bienestar de su especie

ASIAQ
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En las faldas del cerro Utkush y a orillas del camino de Cruz Pampa a Jaqa se encontraba el puquial de Asiaq. Sus aguas se deslizaban por las laderas y los barrancos y pese a la humedad que existía en sus veras, ni el Kikuyo crecía. Los animales y hombres, pese a tener sed, no bebían sus aguas  y si los hacían morían  al instante, acosados por dolores de cabeza, vómitos, diarrea y fuertes convulsiones.
Warakayoq, hijo del dios Turmanyé  y nieto del dios Ymaymana Wirakocha, nacido de las entrañas  de la hija del curaca Yaku Puma , al enterarse de la muerte de todo ser vivo, inspeccionó y constató  que las aguas  estaban  envenenadas. Convocó a todos los jefes de los ayllus de su región y después de un largo debate acordaron purificar las aguas  de Asiaq, con ofrendas y ceremonias religiosas, a cargo del Willaq Umu y  construir una gigantesca represa que sería alimentada con las aguas de las lagunas de Qewllanka y Shiki, enclavadas en las laderas de los cerros de Weqlla Punta.
Trabajaron millares de personas durante cincuenta años, aplicando el sistema del topo y con gigantescas ollas comunes, preparadas por mujeres vírgenes dedicadas al dios Ymaymana Wirakocha. Concluída la obra fue inaugurada con la presencia de los embajadores de las diferentes regiones del imperio de los incas y señoríos de la Sierra y Costa del Tawantinsuyo.
La gigantesca represa irrigaba a través de tres canales: El primero se dirigía hacia las comunidades de Malvas, Huayán , Succha y los valles de Huarmey. El segundo  alimentaba las extensas tierras de Tapacocha, Cotaparaco, Pararín, Llacllín, Huayllapampa, Marka, Pampas Chico y Cajacay, desde las estribaciones de la Cordillera Negra hasta las playas del Océano Pacífico. El tercero, alimentaba a los ríos que fecundan los valles de Fortaleza.
De trecho en trecho, Warakayoq mandó construir  estanques que con el transcurso del tiempo se fueron convirtiendo en lagunas y los canales en ríos subterráneos, que dieron origen a infinidad de puquiales  en las estribaciones de los cerros, dando origen a estancias cubiertas de verdor y porvenir.
Los habitantes de la región extensa que gobernaba Warakayoq se sentían orgullosos y felices con la aparición de valles y zona agrícolas extensas con cañaverales, algodonales, árboles frutales y maizales.
También las laderas y colinas de las tierras altas se cubrieron con el manto verde y flores tornasoladas de de papales, trigales, alfalfales. Las estribaciones de la Cordillera Negra, los barrancos  y cerros se convirtieron en oasis de animales silvestres: los venados, pumas, vizcachas, Wachwas, zorros, tukus y variadísimas especies que hasta hoy persisten.
 Todo era armonía, paz y justicia social, hasta la llegada de seres extraños con barbas abundantes que implantaron  las encomiendas y la santa inquisición con sistemas de suplicios diabólicos, costumbres  y ritos religiosos lindantes en la adulación, la delación, el espionaje y la farsa, con métodos de explotación inhumanos y sanciones concebibles sólo por mentes malévolas y esquizofrénicas, acuñadas y modeladas cuidadosamente por el demonio, que se posesionó del alma de los invasores.

SILLETA QAQA
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Cochapetí era un lugar agrícola, con valles y campiñas llenos de sementeras y alfalfares, árboles frutales y  alisales de hojas esmeraldas, en cuyas ramas anidaban las aves del cielo.
Wichullo,  Juez de campo, todas las mañanas con el alba, acompañado por su fiel Hocico, salía a capturar animales dañinos, que escapándose de sus corrales, sin que se dieran cuenta sus amos, se introducían en las sementeras y se daban la buena vida. Muchos animales eran conducidos al coso público, corral con paredes altas y portón segurísimo, de donde eran rescatados, previo pago del daño causado y los gastos por derecho de requisamiento al juez de Campo.
Una mañana, más temprano de lo acostumbrado, salió Wichullo con dirección a un potrero, lugar frecuentado por los animales dañinos. Se sentó a orillas de una acequia cantarina, cuyas aguas recorrían la extensión regalando melodías que contrastaban con el canto en contra punto de las avecillas del cielo.  Ocico que dormía enrollado, calentando los pies de su amo Wichullo, empezó a husmear e indicó con el ocico y las orejas la presencia de una figura extraña.
Wichullo hizo señas al animal para que no ladrara y quitándose el poncho habano, teñido con nogal del huerto de su abuelita, se ubicó detrás del cerco de piedras y agazapándose sobre un tronco de quinual añoso, pudo distinguir la presencia de una “Shipash” con trenzas largas y cuerpo fino, como el de la comadreja.
Calculó que estaba en la plenitud de su pubertad y aseguró que no tenía más de quince años de edad.
Ella, inocente y despreocupada, desenvolvió su lliclla multicolor que llevaba sobre la espalda y extrajo una hoz; se arrodillo sobre el rastrojo empapado por el “shullay”, rocío mañanero y empezó a segar el alfalfar, con mucha rapidez, como lo había hecho en otras oportunidades.
Mallka, que así se llamaba la jovencita, terció el pasto recién cortado, introdujo su cabeza en el espacio que quedaba entre el manojo de alfalfas y el nudo de las dos puntas de su lliclla. Hacía esfuerzos para levantarse, pero el rastrojo mojado lo imposibilitaba.
Wichullo, cuya misión era capturar animales dañinos, contemplo muy asombrado la escena. Pasaron, en segundos, muchos pensamientos por su mente y decidió actuar con rapidez y salvajismo.
Como un puma hambriento, avanzó por detrás del muro de piedras y de un salto felino se paró delante de la niña que, sorprendida por la presencia de un mozalbete, se quedó echada de espaldas sobre el rastrojo, con el nudo de la lliclla en el cuello, a punto de asfixiarla.
Los llantos, las súplicas, el forcejeo y los mordiscos fueron inútiles. El sol, que empezaba a despuntar, se cubrió la cara con el lienzo de una nube que pasaba raudo y el canto de las avecillas en el quenual frondoso enmudeció.
Wichullo, como guerrero vencedor en mil batallas, se paró orgulloso y después de limpiarse el sudor copioso, que chorreaba por su frente, terció el poncho sobre el hombro y se alejó silbando un huayno de ritmo cajatambino.
Tendida quedó una flor de Llumlla, marchitada por la furia del brutal sensualismo.
Por los campos, las calles y las plazas, devorada por miradas inquisidoras, ella caminaba con el vientre voluminoso, pidiendo al responsable asumir su obligación paterna.
-Cásate, por favor no quiero sufrir más humillaciones – decía Mallca al sinvergüenza Wichullo.
- ¿Casarme yo?...  ¡Ni loco que  estuviera! -  replicaba muy orondo.
- Repara el daño que me has causado, sino los dioses te castigarán- suplicaba Mallka, con lágrimas que rodaban por sus mejillas.
-¡Qué dioses ni ocho cuartos, nací para ser libre como el gavilán, quiero volar alto, cada vez más alto y desde los cielos divisar palomitas tiernas como tú, avalanzarme en picada, desplumarlas y comérmelas- respondión Wichullo y terciando su poncho sobre el hombro, se alejó pateando a las piedrecillas del camino, que a su paso se interponían, diciendo: “No seas malo, repara el daño que has causado con una infeliz niña”.
Warakayoq al recibir las quejas de la shipash mancillada, que pedía un castigo ejemplar para el malvado Wichullo, convocó al repudiado violador y ante las negativas sucesivas  del malhechor solicitó la presencia del Pitu, la temida hechicera de la comunidad.
- Pitu, utiliza todos tus poderes para que Wichullo se regenere por las buenas.
- Se hará como Ud. diga, mi Señor- respondió Pitu.
- Nuestros dioses te iluminen y te den el poder suficiente, para destroncar el mal que lleva Wichullo.
Agotados los recursos de persuasión y curación, Pitu se valió de su sobrina Dalía, joven  hechicera, cuya belleza enloquecía a los jóvenes del lugar.
Durante la fiesta del patrón Shanticho, patrono del pueblo,  Wichullo mordió el anzuelo. Comió, bebió, bailó y se divirtió con Dalía, hasta la saciedad.
Después de tres días de jarana, se dirigió a la casa de sus padres, que se encontraba en el paraje de Palli, a unos tres kilómetros de la población. En el trayecto sintió gran malestar y sus fuerzas de buey arador le iban abandonando, a medida que avanzaba. Se sentaba buscando alivio y proseguía su caminata, tambaleando de uno a otro lado.
En una curva del camino, que le conducía a su estancia, se puso de cuclillas y agarrándose la cabeza que le daba vueltas, hizo esfuerzos para vomitar y nada consiguió. Todo daba vueltas a su alrededor y cuando quiso levantarse, sus piernas empezaron a flaquear y poco a poco todo su cuerpo se fue adormeciendo.
Allí mismito  quedó convertido  en piedra y por la forma  que adoptó le dio el nombre de “Silleta Qaqa”, silla de piedra.
Pasado once años del incidente, el hijo de Mallka que se dedicaba al pastoreo pasó cerca  a Silleta Qaqa y como sentía cansancio, mientras sus ovejitas pacían en los bordes del camino, se sentó  sobre la roca y cogiendo una piedra azulina, empezó a limpiar la superficie rocosa, poblada de musgos frondosos.
- ¡Ay, hijo, no golpees mis espaldas que duele mucho¡ - dijo  una voz dolida.
El niño, con los pelos parados, se levantó y arriando sus carneros se alejó del lugar, muy sorprendido.
CORDILLERA NEGRA
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Los pobladores de los Conchudos, después de varios años de sequía sufrieron las consecuencias  de lluvias torrenciales precedidos de rayos, truenos y relámpagos que destruyeron extensas tierras de cultivo; provocaron derrumbes, precipitaciones, muertes de animales y plantas. Por todas partes se veían barrancos, precipicios y desolación.
Desesperada, la pobre gente, abandonaba su comarca y se perdía en la espesura de la selva Alta o Rupa Rupa.  Los más osados  abrieron cuatro senderos  hacia las quebradas occidentales de la Cordillera Blanca, por las alturas de Yungay, Carhuaz, Marcará y Cátac; y trasmontando las aguas turbulentas del río Santa, llegaron a las punas de Aija, Pampas Grande, Coris, Cotaparaco, Marca y chiquián, pueblos de las Vertientes del Pacífico, lugares  donde se dedicaron al abigeo.
Ante la desaparición sistemática de los mejores ejemplares de la ganadería, las comunidades organizaron piquetes de control que se encargaban del cuidado de los animales y en caso de pérdidas  rastreaban los senderos, sin lograr atrapar a los responsables.
Warakayoq, ante tanta pérdida, muy indignado, al frente de sus huestes se dirigió hacia  Huancapetí, el cerro más alto de las Vertientes del Pacífico, siguiendo las huellas de los animales sustraídos. Llegando  al pico que escarchaba a la sangre, divisó toda la extensión, desde las cumbres níveas donde el cóndor realiza acrobacias hasta las orillas del inmenso mar, donde las olas cansadas caen al final del último suspiro, arrulladas por los arreboles del atardecer. Ante tanta magnificencia, el héroe quedo maravillado del paisaje incomparable que tenía  al alcance de sus ojos y sumisas a sus pies.
Distinguió, al otro lado del Callejón de Huaylas, manadas de ganados,  substraídos de su comunidad,  apacentando al pie de la Cordillera Blanca.
Lleno de rabia y pidiendo  perdón a su dios Imaymana Wiraqocha por la actitud que tomaría, blandiendo su honda tejida con hilos de oro, plata y fibras  vegetales , disparó gigantescas rocas que desgarraron bloques inmensos de nieve y roca. Toda la tierra se movió. Parecía el fin del  universo.
Jaqrarararammmmmm…bummm…bumnnnn..bunmmm…tras…trunmmm…poq
Con los bloques desprendidos, la gente de Warakayoq levantó un gigantesco muro, durante cincuenta años, con quinientos mil hombres por día, para impedir el ingreso de los abigeos. El muro se levantó desde Qoñoq Qocha hasta Wallanka, dejando canales subterráneos para conducir las aguas puras y cristalinas del Atún Mayu hasta la playas marinas del Océano Pacífico.
Con el transcurso lento del tiempo, el inmenso muro, rico en minerales de oro y plata se convirtió en la Cordillera Negra, dando origen al hermosos Callejón de Huaylas, con estrechos y fecundos valles, con retamales de flores amarillas y perfumadas, que bordean las veras de los caminos y de los ríos, que reptan venciendo horizontes bajo un cielo eternamente apacible y azul transparente, donde las nubes parecen plumas mensajeras de la paz.

SHALLPÚN
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Los Cochapetinos atravesaban por una situación económica muy difícil. La gusanera había arrasado los papales y la helada había atacado a los Tarwis (chochos). No hubo cosecha durante varios años. La hambruna hacía estragos, los niños morían todos los días; en cambio, los vecinos de la comarca de Malvas tenían sacos y sacos de víveres apilados en sus colcas y graneros comunales, inclusive en las cuevas de los cerros. Las festividades pomposas con banquetes, borracheras, bandas de músicos y juegos artificiales eran continuas.
El amauta Wankur, acompañado de unos ancianos venerables, se dirigió a la comarca de Malvas y llegando solicito víveres en calidad de préstamo, para alimentar a la gente de su comunidad.
El engreído y soberbio Pillku, de estatura mediana, ojos saltones y rechonchos, completamente ebrio, trató despectivamente a sus visitantes, sin miramiento alguno a las canas y a las gibas que los años se encargaron en  brindarles.
- ¡Gusanos, fuera de mi presencia, no atiendo a mendigos!
- No soy mendigo señor, soy un amauta  que le pide ayuda para su pueblo a cargo de reciprocidad. “Hoy por nosotros, mañana por ustedes”- dijo Wankur.
- ¡Insolente, fuera de mi presencia! -  dijo Pillku.
- Nadie está libre de las inclemencias de la naturaleza. Mañana puede ensañarse con ustedes.
- Mañana será pero ahora soy el que manda y ordena, ¡guardias sacad a este viejo, azotadlo y metedlo a la prisión, por insolente -  ordeno al malvado.
Enterado del atropello, Warakayoq  envió emisarios a la corte del curaca Pillku, para lograr la libertad del amauta Wankur, miembro del Concejo de Ancianos de su corte. La gestión no surtió efectos positivos, al contrario, Pillku mandó tropas para invadir a Cochapetí y someter a sus habitantes a la condición de yanakunas.
Warakayoq, muy ofendido, subió colérico hasta la cima de Ishque Cruz, que se encuentra junto al cielo; y haciendo girar su honda mágica de siete colores, sobre su cabeza, por  largo rato, lanzó una gigantesca y descomunal roca que, luego de girar en el espacio durante varias horas, produciendo un ruido ensordecedor, se estrelló en el palacio dorado de Pillku.
- ¡Shallllllll pún …  Crashshsh … Jaqrararrr… pun… pun… Shalllll…
Los muros enchapados de oro y plata, mármol y piedras preciosas, hecho trizas, volaron por el espacio, engastándose en los cerros de la comunidad de Cochapetí, dando origen a las minas de oro y plata que se encuentran enterrados en el subsuelo.
En noches de luna llena, podemos notar la ubicación de estas, porque de su superficie votan llamas incandescentes, intermitentes y azulinas.
En nuestros tiempos,  la Empresa Minera  Barrick Misquichillca S.A. extrae de las entrañas de la Cordillera Negra toneladas de lingotes de oro que los obtienen siguiendo el siguiente proceso: minado, chancado, faja transportadora, lixiviación, merrill crowe, fundición, drenaje ácido de roca y destrucción de cianuro.
La destrucción del palacio, quinta maravilla del mundo Antiguo, hizo retroceder al ejército de Pillku, que ni siquiera logró cruzar el río de Qewap, lindero de los pueblos en conflicto.
Después de frustrar otro ataque, Warakayoq y sus guerreros lanzaron, con sus hondas, gigantescas papas agusanadas, que destruyeron comarcas, graneros y tambos. Estas papas, en la temporada de lluvias, germinaron y poblaron extensas zonas agrícolas de Malvas hasta la quebrada de San Miguel. La alegría danzó en los corazones, cuando en el aporque descubrieron una producción asombrosa y se avizoraba la mejor cosecha de todos los tiempos.
- Durante el papa allé prepararemos sacos y sacos de pachamanca para que los “allapaqoqkuna” coman hasta hartarse y puedan llevar a sus hogares para alimentar a sus hijos -  comentaban unos mozalbetes.
- Nosotros prepararemos abundante cushara para comer con Wakatay y papas amarillas-  decían las “pashñas”, jovencitas, regalando a manos llenas su dulce coquetería.
¡Qué desilusión! Cuando las mujeres, ancianos y niños se enterraron en los camellones para extraer abundantes tubérculos con sus “rakwas” y “keshis”, sacaron papas gigantescas completamente agusanadas.
- ¡Oh, Dios mío!,  ¿por qué este castigo? - decían las mujeres.
- ¡La maldad de nuestro cacique y la maldición de los cochapetinos está cayendo sobre nosotros – respondían los varones.
- ¡Hay que revelarnos y ajustar cuentas con el tirano! – decían los jóvenes.
- Queremos que Warakayoq sea nuestro curaca – gritaba la multitud.
Se consolidó la revuelta con la precipitación de una lluvia torrencial y al final el arco iris se irguió, anunciando una etapa nueva llena de esperanzas.
Depuesto Pillku, Warakayoq fue reconocido como curaca universal.


SHULLKAN
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Warakayoq tenía dos sobrinos Shullkan y Yupanqui; Shullkan, joven alto, fuerte y extravertido, estaba preparado en el arte de la guerra, la crianza y el agro; en cambio,  Yupanqui, de contextura delgada, de talla mediana y taciturno, se había perfeccionado en la administración pública y el culto al Dios Imayamana Wirakocha y era un gran Arawiku, que doraba con el calor de sus versos las sementeras delicadas de la sensibilidad humana.
Shullkán, en las noches, salía del palacio a recorrer los campos floridos y bajo los ramajes frondosos de cantutas, campañillas y retamas se sentaba a componer  versos, inspirado en el  Yuraq Mayu, que con su presencia parte al Hanaq Patsa  en dos porciones inmensas de cielo. También componía temas musicales, cuando los rayos de las estrellas se filtraban a través de las ventanas de su dormitorio.
Qoyllur, la bellísima doncella, de apenas quince años, abandonando su alcoba y acompañada por una de sus damas de más confianza, se paseaba por el jardín extenso del palacio y escondida, entre  los matorrales, observaba con demasiado apasionamiento los movimientos de su primo Shullkán.
Era una noche de luna llena resplandeciente, los montes, roquedales y valles estaban completamente iluminados, sólo  las cuevas y barrancos se encontraban a oscuras.
Shullkán como de costumbre, se alejó del palacio en busca de fuertes impresiones  y motivaciones que le permitieran crear un hermoso poema y así satisfacer sus inquietudes románticas.
Sorpresivamente, el cielo encapotó y se desencadenó una tormenta; los rayos y truenos se sucedieron, un grito desgarrador atravesó las entrañas del ambiente despostillando los cristales del silencio.
La joven bella, muy asustada, pedía auxilio a gritos, acurrucada en el tronco de un árbol añoso y con la tibia de la pierna derecha fracturada.
- ¡Qoyllur, prima mía! – diciendo, Shullkán corrió desesperado, tropezándose y levantándose en el trayecto.
- ¡Auxiiiliooooo!... gritaba ella. La reventazón de los truenos, el chisporrotear incesante de los rayos trizaban los nervios y los granizos  apuñalaban los pulmones con sus hojas heladas y filudas que trizaban los alvéolos.
Se abrazaron, fuertemente, y decidieron buscar un lugar seguro para evadir la tormenta que arreciaba cada vez más.
Siguieron la ruta, por un camino negro, minado de charcos en una noche desenfrenada y loca de relámpagos. Sus pasos crujían como cascos de monstruos salvajes y las ilusiones se desvanecían como el desmayo de una pena sobre una sabana de quejidos.
Completamente empapados, después de recorrer un trecho largo del bosque, finalmente descubrieron una cueva profunda y cuando intentaron ingresar se toparon con una fiera monstruosa, que lanzando rugidos aterradores y zarpazos, les impidió el ingreso.
Gritos, rugidos, relámpagos y truenos poblaban el ambiente; finalmente, el puma ahogado por los brazos fuertes se Shullkán, se estiró pesadamente sobre el piso lodoso y resbaladizo, arrastrando a su paso al noble vencedor.
Desesperado, con uñas y dientes despellejó al puma y se dirigió hacia Qoyllur, que temblando de frío y muy asustada se encontraba pegada en la pared rocosa de la entrada de la cueva. La lluvia rodaba por sus trenzas y seguía las líneas de su cuerpo. La tomó del talle con mucha delicadeza y su contacto la hizo estremecer, desde la punta de los pies hasta el extremo de su cabellera; la besó en la mejilla aterida de frío y la cubrió con el pellejo aún tibio del puma.
Se abrazaron fuerte y olvidándose de la fractura de la tibia y la tormenta que arreciaba, empezaron a rastrillar el césped de sus cuerpos ondulantes y el pellejo tibio que cubría el cuerpo de la doncella resbaló.
La oscuridad se sumió en un silencio cómplice del primer beso y la respiración agitada retumbo en las paredes de la caverna. Se quedaron profundamente dormidos, mientras la lluvia inundaba, lentamente, la cueva convertida en un lecho nupcial.
Pasada la tempestad que había causado derrumbes, interrupción de caminos, destrucción de puentes y muerte de animales y muchos seres humanos, la desaparición de los jóvenes causó alarma y preocupación.
Cuando el sol arreboló al cielo al despuntar de una fresca mañana. Warakayoq, muy preocupado, partió frente a un escuadrón vistoso de rescate.
Después de la búsqueda, cansados y agobiados por el calor, llegaron a una cueva y se sentaron a comer los fiambres y a beber la chicha de jora en mates dorados, como espigas del pajonal; al final, decidieron abandonar el lugar y emprender viaje de retorno.
Warakayoq al doblar su poncho sobre la roca alargada, donde se había sentado, notó la forma extraña de un bloque superpuesto de dos granitos unidos fuertemente, cuyas formas eran muy delicadas.Con lágrimas que bañaban sus mejillas, divisó la extensión, perdiéndose su mirada en las turbulentas ondas de la inmensidad. El mundo cercano y circundante, ante sus ojos, se abrió inmenso, enmarañado por la espesura de lloques, carapachos, chachacomas dispersos en las laderas y quebradas pobladas de sombras con espléndido cielo azul que  se estiraba sobre los roquedales.

QANCHIS TOQO
Camino polvoriento de Cochapetí a Torqup.
Arriba, cielo celeste, nubes transparentes y el sol incandescente que baja precipitado para revolcarse en los pastizales secos; abajo quebradas profundas y manantiales cristalinos resbalando por las praderas rocosas, como lágrimas esquivas de un corazón atravesado por espinas punzantes del abandono; en la cima de Qotu, dónde los cóndores juguetean con las brisas marinas, se encuentra “Qanchis Toqo”, siete ventanas, tapizadas por fantasías.
En las entrañas de Qanchis Toqo se encuentran encantadas siete  doncellas vírgenes, vestidas con telas de algodón flecadas con hilos de oro y plata, tikpis engastados con piedras preciosas, diamantes y esmeraldas.
Cuando alguien intenta ingresar a profanar las tumbas funerarias se desatan tempestades con lluvias de fuego y aceite, la tierra ruge enloquecida provocando derrumbes aterradores que arrasa con todo, a su paso.
Las pastoras que han vivido por años, en los parajes de Qotu cuentan que en noches de luna llena y cuando el cielo está completamente despejado, salen de Siete Ventanas  doncellas de cabellos blondos, de color canela y transitan por el camino del zorro, hasta las pampas alfombradas de trébol y pajonal de “Chopi Kancha”, donde pastan infinidad de llamas rojas destinadas al sacrificio de los dioses y tomadas de las manos juegan a la ronda.
Las nubes se deslizan en el firmamento como almas puras, sin contacto con el pecado terrenal; y, capricho de ondas sonoras son los trinos que se escapan de los bosques, convertidos en enigmáticas sinfonías que alegran el ambiente celestial, acompasado por el rumiar de los camélidos.
En coro, las doncellas dicen “madre tierra” vamos a partir y detrás de cada horizonte surgirá el Lulkla Waraq  para  alumbrar nuestro camino hacia el Huk Pacha, otro mundo; luego entonan dulces canciones de melodías que extasían y encantan hasta el paroxismo:
Más bella que mil mariposas
Cochapetí, paraje de ensueños,
reclina sus ilusiones
en las laderas de Ishke Cruz

Blanca  e Inmaculada
son las cimas del Huascarán,
como la pureza desbordante
de nuestra sonrisa angelical.

Cuando la luna se zambulle en el lejano lago azul del horizonte, los auquénidos desaparecen y las doncellas se elevan muy suavemente enfilando cadenciosamente hacia  Qanchis Toqo, siete ventanas, que las esperan con sus fauces  abiertas y perfumadas con la fragancia silvestre de las flores de Qarapacho, Lloque  y Llumllas.
Las doncellas eran hermanas huérfanas de padre y estaban por contraer matrimonio con príncipes de lejanos reinos, de lugares por donde se oculta el sol, después de recorrer continentes, poblados por gentes de razas extrañas; pero, el perverso Qarawanko, cinturón negro, padrastro brujo de estas beldades, enamorado de ellas y cegado por los celos, mandó cavar siete orificios en las paredes de un precipicio rocoso y ordenó que tapiaran las entradas, dejando enterradas vivas a sus hijastras, con todas sus pertenencias, incluyendo a los “pichis”, perritos engreídos.
Las siete doncellas  que permanecen, durante milenios, en Qanchis Toqo, sólo salen en noches de luna llena de cada año bisiesto y pastan sus llamas rojas  en los pastizales de Chopi Kancha, corral del medio, donde se levantaba, en el pasado, el palacio de sus padres, curacas del lugar.
Muchos afirman haberlas visto con vestidos de seda finísima, con tikpis, aretes y brazaletes de oro y plata con piedras preciosas, sandalias de cristal y aureola en la cabeza de cabellera rubia y suelta  que hace movimientos ondulatorios, cuando bailan a compás de pututos, zampoñas, cajas, flautas y quenas ejecutadas por músicos celestiales, con vestimentas recargadas de pieles  y plumas con joyas y piedras preciosas.
Retornan a Qanchis Toqo, siete ventanas, cuando se sienten agotadas de tanto bailar y correr por pampas y lomas del lugar paradisíaco de Chopo Kancha, Utkush, Qellqma, Wataspín y Torqup. Esto sucederá hasta cuando un joven extraño, inteligente y de muchas iniciativas para el desarrollo poblacional y de buena moral, descendiente de Warakayoq, logre conquistar con mucho amor a una de las doncellas  y rompa el maleficio del padrastro hechicero y cruel.
Muchas chakwalitas, en noches de luna y en horas de descanso, señalando al cielo dicen: “De esas estrellas, las más grandes y las más luminosas son los hijos del curaca Warakayoq, que enviados por su señor padre, recorren el infinito, esperando el momento oportuno para sorprender y coger a las doncellas, hijas del Dios Jirka y convertidos, todos ellos, en seres humanos, se casarán bajo la bendición de los dioses y vivirán muy felices hasta cuando el mundo se convierta en caos, como cuando se inició”.

KIRU NANE
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El curaca Warakayoq, hombre sabio y severo, era temido y respetado por sus enemigos y amado por sus súbditos. Tenía una hija llamada Shumaq Weta, muy parecida a su esposa Flor de Lucero. En ella cifró todas sus esperanzas y encargó su educaría, dentro de las normas morales imperantes, para que sus descendientes perduren su nombre y hazañas.
El jardín imperial era grandísimo, con veredas empedradas con piedras azules, blancas, rojas y jaspeadas con cristales de diferentes colores. Estaba poblado por flores de variedades diversas, árboles frutales de especies desconocidas, en cuyas ramas anidaban las aves de exóticos plumajes y trinos encantadores.
Entre las enredaderas y los espinos se erguía un saúco solitario, con frutos abundantes de colores azabaches y muy jugosos; ni las aves, ni los hombres podían comerlos, porque estaban embrujados.
Shumaq Weta y sus doncellas, a escondidas, cogieron los frutos prohibidos y disfrutaron, entre risas y sonrisas, hasta que sus dentaduras empezaron a picarse y causarles dolores insoportables.
Warakayoq ofendido por la desobediencia de la princesa y sus doncellas, mandó construir una torre altísima, con ventanas y balcones, de donde se podía divisar, solamente, el saúco añoso, de jorobas pronunciadas, cuyos frutos caían semejantes a cascadas  de aguas negras apetecibles  y tentadores.
 En esa torre, cuya  punta arañaba las entrañas del cielo, fueron encerradas, por vida, Shumaq Weta y sus bellas doncellas Donata y Claudia. Tenían todo: joyas, vestidos, golosinas, alimentos frescos y variados, una cocinera y dos sirvientes, pero carecían de libertad y remedio para calmar el dolor insoportable de muelas.
El tiempo siguió su caminata con paso cansino y el dolor encallecía los corazones cautivos. Cada día se tornaba más insoportable y la presión de las paredes frías era traumante.
Un zorzal con pico de oro y plumaje de seda, volando, volando y volando se posó en el pasamanos del balcón de la torre del cautiverio y con un extraño silbido despertó a la princesa Shumaq Weta, Bella Flor, que dormía en su colchón  de plumas de qorikenki, aislada del mundo insoportable del dolor.
Ella lo increpó, furiosa.
- Sólo cuando duermo no siento el dolor de muelas, ¡Insensato, lárgate y no prolongues mi desdicha!…  El zorzal para sorpresa de todos los presentes, habló.
- Mi bella coya, yo conozco un remedio que cura el dolor de muelas, si  me prometes guardar el secreto, te lo diré cuando vuelva.- Dicho esto, el zorzal lanzó un silbido penetrante, a la vez lastimero y alzando vuelo se alejó veloz hacia el infinito. La princesa lo siguió con la mirada y sintió que algo extraño recorría por todas su venas y su corazón latió a prisa, acelerando su respiración y provocando suspiros empapados de amor.
Cuando el Waraq Qoyllur sumergía su blonda cabellera de luces en las lagunas de Shiki y Qewllanqa, el zorzal, posándose en los pasamanos del balcón de oro, silbó con mucha delicadeza.
La princesa no se enojó y tampoco reprendió como la primera vez, sino con mucha delicadeza y afecto lo tomó con sus manitas blancas y acercando sus labios  nacarados, llenó de besos el plumaje  sedoso del ave. Fue tan grande su sorpresa, cuando el zorzal se transformó en un gallardo guerrero.
Los barrotes de la prisión dorada se abrieron de par en par y las doncellas cautivas fueron conducidas hacia el saúco de frutos prohibidos.
Ante la sorpresa de los guardias de palacio, el guerrero extrajo de su cinturón una macana de oro y con un golpe certero derribó el árbol, que cayó estrepitosamente, lanzando un gemido lastimero que se perdió en los socavones de las minas y en las guaridas de las fieras.
El maleficio desapareció, como una exhalación del rocío al contacto de los primeros rayos del sol.
El guerrero fornido y de músculos de acero, tomó del talle a la joven princesa y la condujo al palacio  real.
 Warakayoq se sorprendió de la presencia de su hija junto a un apuesto galán y recordó  lo que su consejera de sueños le dijo: “en el vecino reino, existía una bellísima bruja que se había enamorado de un apuesto guerrero y ante la indiferencia de este lo convirtió en zorzal. El maleficio desaparecerá cuando una princesa se enamore del zorzal”.

CHAMIZAS Y FLORES
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En una inspección por los territorios de su Región, Warakayoq observó que los wankurinos  eran gente muy laboriosa, que cultivaban hasta en la superficie de las rocas y de los barrancos; en cambio, sus vecinos los pariashinos eran demasiado flojos y nada les importaba la forma de vida que llevaban, pese a tener tierras fecundas no las cultivaban ni criaban animales.
Warakayoq, para dar muestra práctica de las bondades del trabajo agrícola,  motivo la siembra de pakllashkuna o  chamisas. Pasada la temporada de lluvias algo extraordinario sucedió.
Mientras los vallles, lomas, laderas, andenes de los wankurinos  estaban pobladas  por flores de variedad y colorido asombrosos, el territorio de los pariashinos se cubríeron de chamisales frondosos y pajonales altísimos que se mecían suave y lento al soplo romántico de las brisas marinas, que de tanto reptar por las laderas, llegaban  a las alturas  muy agotadas y apenas perceptibles.
Los habitantes de las comarcas vecinas, enterados de este prodigio, en avalanchas humanas, iban y venían haciendo trueque de productos de toda clase.
Los wankurinos recibían  víveres y animales a cambio de las flores, que eran cortadas en los jardines amplios, por los interesados en ofrendar a sus ídolos, a sus difuntos y en ambientar sus hogares; en cambio, los pariashinos trabajaban fuerte, de sol a sol, para arrancar de sus raices las “paellasskuna”, chamisas, tenderlas al sol para su secado respectivo y transformarlas en leñas aceitosas para avivar el fuego de los fogones; y, como tenían pastizal abundante, se convirtieron en ganaderos por excelencia. Degollaban a sus animales, luego hacían ceniza y charquis para comercializar con los hombres de las comarcas vecinas. Nada les faltaba para comer y vestirse; el trueque los volvió ricos y dueños del porvenir de sus hijos.
La motivación y la siembra de pakllashkuna  o chamizas y la  colaboración de los yanacunas, bajo la dirección y presencia de Warakayaoq, sirvió para que la población pariashina, de vagos y viciosos, borrachos y ladrones se convirtieran en hombres laboriosos que construyeron canales y diques para irrigar extensas laderas eriazos, tornándolas en sementeras de papales, ocas, mashuas, quinuas y cañiguas.
Quedaron en el olvido o como un mal recuerdo o tal vez como un sueño las épocas de ocio, timidez y vergüenza. Eran dueños de su propio destino y llegaron a entender que la “Mama Pacha”, madre tierra, brinda sus frutos a los hombres que saben cultivarla. Cuidarla  y consecharla con verdadero respeto y cariño.
El curaca Warakayoq y el grupo de yanaconas, una mañana de sol rutilante, partieron en busca de otros lugares y  otros hombres, para cumplir su misión educadora, en beneficio de la sociedad universal.

LA AWICHA
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Un personaje raro apareció en la comarca de Marka Punta, pidiendo de casa en casa alimentos, vestidos y posada.
- Regálame comida y ropa usada- decía el extraño.
Los habitantes de la comarca que eran muy soberbios, prepotentes  e inhumanos persiguieron al mendigo con perros bravos y lo corrieron del lugar.
 - ¡Vago, fuera de nuestras tierras…No queremos verte por acá. Si regresas te colgamos de la rama de un árbol!- dijeron, en coro, hombres exaltados.
En una chosita aislada del bloque poblacional, una anciana atizaba su fogón, cuando una voz desconocida la sorprendió y dijo:
-¡Awicha  me muero de hambre y sed, dame algo para comer, soy un viajero extraviado y no tengo a dónde ir.
La buena anciana invitó a su visitante a sentarse en un poyo, cubierto con pellejos de venado y convidó con mucha amabilidad:
- Sírvete “shakwicito” caliente, con papitas Wayro, buen hombre- diciendo, la awicha  le sirvió la cena y como ya era noche, tendió pellejos y frazadas de cinco guirnaldas en un ángulo del corredor para que el visitante pasara la noche.
Al despuntar el Waraq Qoyllur, planeta Venus, el joven viajero llamó al anciana para despedirse.
- Awicha, muchas gracias por el hospedaje, me voy con la esperanza de volverla a encontrar. No se vaya a sorprender con la presencia de los soldados que nuestro curaca Warakayoq enviará, para castigar a los hombres de esta comarca, por ladrones, mentirosos y ociosos.
Y extrayendo  de su morral, lleno de remiendos, un objeto multicolor, puso en manos de la  buena “chakwalita”, viejita, diciendo:
- Cuando vengan a visitarte los soldados de nuestro Curaca, sin temor alguno, muéstrales esta honda y nada malo te sucederá.
- Lo tendré en cuenta, buen hombre- respondió la viejita, al momento de dar vuelta la honda alrededor de su cintura para anudar las puntas.
- No te desprendas de ella, ni un instante- diciendo, desapareció misteriosamente como la luz de un rayo.
Transcurrido unos días, los nietos de la anciana llegaron muy asustados, con malas noticias para la viejita.
- ¡Abuelita, huyamos! Unos hombres armados hasta los dientes,  están flagelando a las mujeres y ahorcando a los varones de las comarcas vecinas.
Aún no había terminado de comunicar las malas noticias, cuando se presentaron los castigadores. La anciana, temblorosa, se adelantó y clamó:
-Por el Dios Wiraqocha y por la Santísima Virgen de la Natividad, no nos hagan daño que nada malo hemos hecho.
- Buena señora, ¿La honda que lleva en la cintura podría regalarme?… Si lo hace nada malo te pasará- solicitó el guerrero fornido y de ojos claros como el lucero.
Ella, temblando y muy asustada, recordó las palabras del mendigo… “Cuando vengan a visitarte los soldados de nuestro Curaca, sin temor alguno muestra esta honda y nada malo te sucederá”… Empezó a desatar, con dificultad, la honda multicolor que tenía ajustada al rededor de su cintura.
De entre la multitud soldadesca salió un hombre y ante el asombro de todos se despojó de sus harapos, quedando con su indumentaria real y colocándose la  mascaypacha en la frente, habló:
-Soy Warakayoq, durante los últimos meses, he visitado mis dominios y cuando llegué a esta casa me dieron comida y alojamiento a cambio de nada.
La anciana y sus nietos se pusieron de rodillas y derramaron lágrimas de alegría.
El monarca sentenció:
- Awicha, te llevaré a mi palacio y serás mi consejera, porque en medio de tanta maldad tu y tus nietos han acatado el mandato de nuestra ley observando una conducta intachable.
- Nuestros dioses te amparen buen curaca. ¡Gracias, mil gracias!- respodió anegada en llanto y rebosante de felicidad.
La anciana seguía de rodillas, cuando Warakayoq la levantó  y besándola en la frente, ordenó.
-¡Partamos!
Los gorriones y Tuktupillincitos saltaban de alegría sobre los alisos cansados que remojaban sus hojas sedientas en las frías aguas del acequión, cuando la buena señora y sus nietos fueron conducidos, en cabalgaduras bien enjaezadas, ante el asombro de los niños y algunos familiares de los súbditos castigados por faltar a los preceptos morales de su pueblo: “Ama Qella, Ama suwa y  Ama llulla”.

PUKA PANTY
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Como de costumbre el curaca Warakayoq, en compañía de sus asesores, salió a fiscalizar la actividad de sus funcionarios. Recorrió las vertientes del pacífico, ubicadas entre las punas gélidas de los Andes y las sedientas arenas del Litoral. Visitó aldeas, tambos, fortalezas, valles fecundos y puestos atestados de pescadores fornidos. Recibió buenos y malos tratos, ya que su presencia era la de un ciudadano común y corriente, dedicado al trueque de cereales.
Cansado y sediento se dirigió a un frondoso huarangal.  Al saltar un barranco, sus ojos nublados por el sudor salitroso y la polvareda percibieron a la distancia, la figura hercúlea de un jinete que cabalgaba sobre una descomunal llama roja.
- ¡Detente infeliz!... ¿A dónde vas?- preguntó el desconocido.
- Tengo sed, señor, voy en busca de un manantial y un lugar apacible para descansar- respondió Warakayoq.
- Vendrás conmigo a un mundo de ensueños donde calmarás tu sed y cansancio - le dijo el misterioso personaje que levantándolo en vilo, como si fuera achupalla, pajonal tierno, lo puso en las ancas de su cabalgadura.
El animal no galopaba sino volaba, era un raro Pegaso sin alas; transmontaba los océanos inmensos, los valles profundos, los precipicios inaccesibles, las cumbres nevadas, las tormentas con rayos y relámpagos, los túneles oscuros, las estrellas luminosas, infinidad de soles y galaxias.
Aterrado, Warakayoq cerró los párpados y preguntó.
- ¡ Señor¡ ¿Falta mucho para llegar a nuestro destino?
- Ya llegamos - le respondió el extraño.
Cuando Warakayoq abrió los párpados, contempló maravillado un panorama inimaginable.
Llanuras extensas cubiertas por sementeras y árboles frutales ondulaban de horizonte a horizonte. Las cascadas  jugueteaban con el vuelo de los cóndores, los manantiales transparentes y frescos calmaban  la sed de los cuadrúpedos, bípedos, reptiles y avecillas.
- Estamos cerca de mi gran palacio, allí podrás calmar tu sed y hambre – dijo el extraño.
- No quiero calmar sed ni hambre, quiero retornar a mi comarca, quiero estar junto a mi familia.
- Es demasiado tarde para retornar a la tierra, te conformarás  con vivir lleno de riqueza, siendo mi esclavo.
De pronto, se encontraron frente a una gigantesca conformación rocosa empapada de lava volcánica y por sus hendiduras se deslizaban masas compactas de azufre, poblando el ambiente con olor penetrante y desagradable.
El personaje misterioso, levantó los brazos y pronunció palabras cabalísticas que Warakayoq no entendió.
- abrete césamo que tu amo ha llegado
Como cascarón de huevo, cuando los pollitos van ha salir, la superficie de la gigantesca roca se resquebrajó y quedó abierta como las páginas de un libro, dando paso a una avenida larga que se extendía hasta el corazón de la tierra. A cada lado se podía notar la presencia de árboles exóticos con frutos de oro, diamantes y algunas pulpas carnosas.
Caminaron durante horas. No había soles ni bombillas, ni teas, ni lámparas; una luz extraña invadía el ambiente, delineando todas las formas.
Cruzaron una plazuelita,  en cuyo centro se levantaba una pileta de oro con incrustaciones de diamantes, perlas y esmeraldas. Cuatro cabezas de serpientes de mármol escupían agua cristalina y vaporosa que formaba una piscina térmica, en cuyas profundidades nadaban, haciendo extrañas piruetas, peces multicolores y de formas raras; algunos no tenían aletas y parecían lombrices gigantes, otros movían sus aletas de arco iris y uno que otro parecía pulpo con cabeza de ballena y ferocidad de tiburón.
- Ahora, eres mi esclavo, trabajaras para mí, durante milenios y quizás ya no vuelvas a tu mundo – dijo el extraño personaje.
- Haré  cualquier cosa con tal de regresar a la tierra y vivir en completa armonía con mi familia y mi pueblo. – prometió Warakayoq.
- Hay una posibilidad. Cambia tus ojetas por esta sandalia y cuando se hayan gastado sus plantas volverás a contemplar un paisaje con sol, entonces podrás regresar a tu mundo, la tierra. Llevarás en tus alforjas inmensa riqueza en piedras preciosas, que podrás ofrendar a tus dioses y embellecer tu palacio.
Al día siguiente, Warakayoq  fue trasladado a un potrero extenso, cuyos linderos parecían no tener fin; se encontraba amurallado con piedras gigantescas e incandescentes, tenía una sola puerta de entrada y salida, a la vez; muy cerca se encontraba una casita de piedra y techo de tejas rojas transparentes, parecía una “Chuclla” de la tierra que servía para cuidar los maizales y evitar que las mucas roben los choclos.
Las vigas terrados eran ases de serpientes delgadas que parecían las achupallas y las pajas bravas de la extensa y solitaria puna de nuestro planeta Tierra.
Una noche con cielo tachonado de estrellas, como nunca, Warakayoq contempló asombrado las silueta de un millar de llamas gordas que felices arrancaban el pastizal del potrero. Las hojas desprendidas de su tallo se convertían en serpientes que eran rumiadas por los auquénidos, con  avidez inexplicable; cuanto más comían más hambre tenían, parecían los “Yukis”, zorzales que no dejan de comer un solo instante.
De madrugada, una extraña llama, separándose de la manada, se acercó sigilosamente hacia el portón. Warakayoq que había sido advertido por el canto del gallo que vigilaba desde las ramas de un eucalipto semi desnudo, giró su honda multicolor y disparó un trozo de roca incandescente que llegó a estrellarse en una de las piernas del cuadrúpedo que intentaba escapar del potrero. El cuerpo del animal cayó pesadamente y de sus ojos brotaron unas gotas de lágrimas conmovedoras.
- Primo Warakayoq ¿Por qué me has fracturado la pierna?... no intentaba escapar, sino quería acercarme para entregarte un mensaje importante, que significa tu salida del Infierno y también la libertad de todas nosotras- dijo la llama.
- ¿Cómo puedes hablar, si eres sólo un animal irracional? – le increpó asombrado  el curaca Warakayoq.
- No soy una llama común, soy Puka Panti, esposa de tu primo Atoq, hombre bueno, honrado y trabajador, sin embargo lo traicionaba, con el Shanti, su hermano menor, que muy bien podría ser mi hijo.
- ¡Descarada, te romperé la otra  pierna!
- Warakayoq, no manches tus manos con algo insignificante. El dios Ymaymana Wiracocha  ya  me ha castigado, entregándome a la voracidad del Supay de shullkán, que  te raptó en la tierra y hoy te tiene secuestrado, sabe Dios hasta cuando. Para el, yo soy su llama favorita y la única capaz de aplacar sus arrebatos sexuales.
- ¿Y las otras llamas?- interrumpió Warakayoq.
- Son princesas  y príncipes de diferentes reinos, sacerdotes y militares de diferentes estados y religiones del cosmos, que han cometido una serie de delitos lindantes con la moral institucionalizada por el Todopoderoso Ymaymana  Wiracocha. Están condenados a tortura hasta la consumación de los siglos, alimentándose de serpientes,  alacranes, sapos, murciélago y bichos asquerosos. Salvo que tú, que posees poderes divinos, nos rescates; puedes hacerlo si quieres. -  dijo suplicante la llama que sangraba, a borbotones, por la herida abierta en una de sus piernas.
- Tú eres un monarca sabio, hijo del dios Arco Iris, eres inmortal, y cuando mueras como humano, te sentarás a la diestra de padre eterno Imaymana Wirakocha. Por el momento tú tienes tanto poder como lo tiene el Supay. ¡Sálvanos!- suplicó la llama, con lagrimas que se empozaban  en sus lagrimales de ojos vivaces.
- ¿Qué debo hacer? – replicó Warakayoq.
Arranca un bloque de roca incandescente de la inmensa muralla de este potrero y lánzala con tu honda mágica a la puerta principal del palacio de Supay  para que se abra de par en par – habló la llama cautiva.
Warakayoq no pudo dormir esa noche esperando que el Lluqlla Waraq despuntara para poner en práctica la sugerencia.
Cielo y tierra temblaron. Alaridos espeluznantes escaparon de las profundidades. Los auquénidos se convirtieron en millar de palomas blancas y se alejaron del lugar, elevando vuelo hacia el infinito profundo e insondable.
 Warakayoq sintió mareos y empezó a girar y girar como trompo “Kukash”, hasta perder el conocimiento y se desplomó como un monumento de bronce con base de arcilla.
Grande fue la sorpresa cuando despertó en el suntuoso dormitorio de su palacio; se dirigió a su trono real y notó que se encontraba rodeado por gente desconocida y joven. Solicitó la presencia de su esposa e hijos.
-¿Quién eres buena señora? – interrogó Warakayoq.
- Yo soy la coya Flor de Lucero. ¿Y qué hace Ud. sentado en el sillón real de mi esposo?
-¡Flor de Lucero, esposa mía¡ - diciendo, Warakayoq quiso levantarse para abrazarla, pero sus fuerzas habían desaparecido y estaba  completamente anciano.
- Otra vez nos abandonaste, mal hombre y regresas después de muchos años, cuando teníamos la idea que te habías muerto. – replico la esposa, que apenas podía sostenerse en su cayado de Lloque.
Warakayoq, completamente decaído, tenía delante suyo a su esposa e hijos, también ancianos. Haciendo un esfuerzo sobre humano logró abrazarlos.
- ¡Esposa mía!... ¡hijos queridos!, la historia es larga, tiempo habrá para contarles.
Abrazados se dirigieron a los ambientes interiores y se sentaron en unos bancos de Puya, tapizados con piel de venado.
Warakayoq, intentó pararse con brío, pero sintió debilidad en sus extremidades. Se acercó, con dificultad, al espejo gigante de plata pulida, colgado de una cabeza clava de Chavín, adosada a la pared de piedras labradas; y con sorpresa contempló la imagen de un honorable anciano de barbas espesas y cabellos completamente blancos que cubrían las facciones arrugadas y curtidas por el tiempo y la distancia.
- ¡Señor mío¡- Dijo un guardia real.
- ¿Qué sucede?- preguntó Warakayoq.
- Una anciana venerable acompañada con mucha gente desea conversar con su majestad.- anunció el  guardia.
Apoyado sobre los hombros de sus hijos, Warakayoq retornó a su trono y con su anuencia ingresaron a la corte, más de un centenar de personajes de ambos sexos, mayores de edad, todos vestidos de gala que daba la impresión de la cercanía de una gran fiesta.
Warakayoq al reconocer a la dama que presidía el séquito se emocionó en demasía. Se encontraba frente a la mujer a quién le fracturó la pierna, en el infierno. Allí estaba la llama que había logrado la libertad de millares de mujeres, que convertidas en palomas blancas habían abandonado el infierno. Warakayoq derramó lágrimas gruesas que resbalaron por las fisuras de su cara arrugada por la vejez y una de las lágrimas, la más gruesa cayó sobre el cuchillo de sacrificio de las vírgenes.
¡Oh, sorpresa! Retumbaron los truenos y  los relámpagos poblaron de resplandor los ambientes palaciegos. El recinto fue envuelto por  un perfume agradable y penetrante de cantutas, amancayes y retamas.
Warakayoq, su familia y sus visitantes, en un santiamén, recuperaron su estado vigoroso que tenían al momento de ser secuestrados por el Supay.

YANAKO
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En las laderas rocosas e inaccesibles del paraje de Escalón, vivía un ser extraño de color negro con un lunar blanco en la frente. Era un coloso con pelo en pecho y todo el cuerpo poblado de vellos, que paraba huyendo de los pastores y vaqueros de Torkup; utilizaba la sagacidad para coger animales salvajes y domésticos que los devoraba con voracidad asombrosa, en medio de los matorrales y bosques tupidos de hierbas y árboles milenarios. No dejaba rastros de sus victimas y sus huellas eran borradas con ramas de plantas, haciendo imposible su captura.
Frente a la desaparición permanente de los animales y la proximidad del ataque que sentían los seres humanos, los ganaderos de las vertientes del Pacífico se reunieron, de emergencia, en la pampa de Torkup rodeada de chachacomas y lloques frondosos.
 Durante varios días se organizaron y trabajaron a nivel de cuadrillas, integradas por la flor y nata de la juventud aguerrida, que conocía como a la planta de sus manos, todo el territorio de emergencia. Se organizaron en grupos y se distribuyeron  las responsabilidades para preparar y tender trampas, para seguir las huellas  y localizar el paradero de tan extraño animal; no se sabía si era un animal o un ser humano. Después de un entrenamiento riguroso a cargo de las fuerzas del curaca Warakayoq, lograron atrapar a la temida fiera, en las laderas de Escalón.
Abrieron brechas en los breñales tupidos y de piedras  resbaladizas; luego, escalaron penosamente hasta la cumbre de guijarros puntiagudos y bajaron por laderas espinosas, cubiertas de tutes y vizcaínas que desgarraron los muslos tensos y arrancaron los nervios de toro arador.
Salvaron barrancos y utilizando sogas  fabricadas con pitas de pencas, bajaron por las paredes rocosas, cuyas salientes  cortaban las sogas.
Muchos hombres cayeron a las profundidades del precipicio y encontraron sepultura en las fauces del astutoYanash.
Una mañana, al despuntar el alba, el ambiente se pobló de rugidos aterradores. La bestia salvaje, al fin, había caído en la trampa tendida por los soldados del Curaca Warakayoq, expertos en cacerías, lances de guerra; buenos agricultores y ganaderos en tiempos de paz.
El Yanash fue atacado a pedradas y muerto a consecuencia de sendos golpes ocasionados por palos, machetes, puntas y cuchillos; Su carne fue distribuida a los perros, partícipes de la cacería; sus vísceras fueron potaje sabroso de los gatos monteses y su piel disecada se convirtió en un trofeo codiciado del Curaca, que sería ubicado en la parte más visible del salón cortesano, cerca de una gigantesca maqueta de Escalón y la guarida del Yanash.
Cuando Warakayoq y sus soldados, después de una dura jornada, descansaban bajo las ramas frondosas de los lloques y comían sus fiambres consistentes en charquis, chicharrones, canchas, cuy, papa, yuca, chirimoyas, naranjas y papayas, percibieron chillidos débiles, semejantes a los de los animales menores recién nacidos. Los hombres se dispersaron, como si fuera una explosión y se dirigieron en forma envolvente al lugar de donde procedió el sonido extraño.
Allí estaba el pequeñín, en el interior de la guarida del difunto Yanash, temblaba de miedo y soledad, sus ojitos derramaban lágrimas y sus gestos casi humanos conquistaron el afecto de Warakayoq.
El animalito, transformación increíble de una gota de sangre de Yanash que había salpicado en el interior de la cueva espaciosa, fue cogido, sin mucho esfuerzo y conducido al palacio del Curaca Warakayoq, convirtiéndose en la mascota más querida por toda la familia palaciega.
A medida que el animalito crecía y crecía, su contextura y manifestaciones eran  las de un ser humano; con la diferencia de la gente común, Yanako tenía el pecho poblado de vellos. Fue educado en las artes de la guerra y la administración de Estado. Con el transcurso de los años, se convirtió en líder de la juventud de la nobleza, por sus facultades innatas que le permitieron descollar en todas las ramas del atletismo, el arte de la guerra y las expresiones artísticas.
 Yanako, el joven guerrero, descendiente directo de Yanash, el plantígrado feroz, se enamoró de Wamanripa, princesa bellísima e inteligente; y, a ocultas sostuvieron un romance alocado, cuya pasión desenfrenada arrasaba barreras como las aguas de lluvia que bajan de los Andes y destruyen todo obstáculo que se les presenta, sin pensar en las consecuencias funestas. Vivieron el presente y se amaron como saben amar los corazones nobles y sinceros, sin tapujos ni cortapisas.
Algo imprevisto se presentó. Yanako partió a la guerra declarada por una confederación de Estados, cuyos reyes ambiciosos y sedientos de poder pretendían someter a todos los reinos pequeños y conquistar el curacazgo próspero y rico de Warakayoq.
Wamanripa, la jovencita tierna, bella, con ojos claros y transparentes como la superficie de los lagos de las cordilleras, se enclaustró en un  recinto y simulando enfermedad grave no participaba de paseos de campo, ceremonias religiosas ni cívicas; tampoco compartía alimentos con sus padres y pariente. Ocultaba su estado de gestación con mucho temor.
Cuando la primavera vestía  los campos con colores y aromas fraganciosos, la princesa Wamán Ripa dio a luz un precioso bebé, completamente velludo; Warakayoq, enterado de este hecho,  a la madre e hijo los puso al cuidado de las más diligentes acllas, en un convento destinado a Ymaymana Wirakocha.
Cuando Yanako retornó de la guerra lleno de gloria, fue recepcionado en el patio del palacio, con todos los honores de waminka; grande fue su decepción al no percibir, en lugar alguno  del palco real, a su amada Waman Ripa.
Concluida la ceremonia, Yanako, informado por un Pichichanka sobre el paradero de  su amada Wamán Ripa, burlando el control riguroso del convento, ingresó a la prisión dorada donde se encontraba su amada, rodeada de comodidades y lujo.
Cargó a su hijo y lo llenó de besos y caricias, igual hizo con Waman Ripa, que lloraba de emoción. Las doncellas, de rodillas, elevaban sus alabanzas al dios Imay Mana Wirakocha, a los Jirkas y a Turmanyé
Las puertas del convento se abrieron de par en par y la pareja enamorada se  lanzó al inmenso mar de la libertad y salieron varados en la playa de la felicidad, sin límites ni barreras.
Una mujer, demasiada extraña, salió al encuentro del guerrero y con palabras profundas y dulces le dijo:
-              Yanako, tu padre Yanash, muerto por los pastores y guerreros del Curaca Warakayoq, fue un príncipe de lejanas tierras.
-              Señora. ¿ Que ha dicho Ud.? – interrogó el Waminka.
-              Una bella y perversa mujer, con poderes brujeriles, lo convirtió en un oso gigante de color negro y con frente blanca- le respondió,
-              ¿Por qué le causó daño semejante, la maldita mujer? – volvió a preguntar Yanako.
-              Tu padre era muy apuesto y bello, por eso la hermana de una bruja, de dotes físicos y espirituales  envidiables, se enamoró y logró entregarse en espíritu y cuerpo, de día, de noche al ponerse el sol  o con el alba. Todo lugar era bueno para el amor empapado de placer. Los pajonales, las rocas, las encañadas, las cascadas y los guijarros eran, para ellos, espumas de algodón y fragancia de flores silvestres.
-               ¿Tanto amor fue causa de un daño irreparable? – volvió a preguntar, Yanako, con lágrimas que  le resbalaban por las mejillas.
-              Qara Wacha, la bruja, al enterarse del romance de su hermana, empleando sus poderes infernales, transformó al príncipe Jacinto en plantígrado y sentenció
-              ” Yanash, serás muerto  por unos pastores y de una gota de tu sangre salpicada en la pared rocosa de una cueva nacerá un descendiente tuyo y cuando este apuesto guerrero selle un beso en la frente de su primogénito mi hechizo desaparecerá. Dicho esto, la mujer extraña desapareció misteriosamente y nada se supo de ella.
WIPIS
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En una comarca alejada de la comunidad de Cochapetí, vivía un hombre afortunado. Su ganadería  era floreciente y sus graneros reventaban.Organizaba fiestas continuamente,  de padre ejemplar  se había convertido en un hombre ocioso e irresponsable y se descuidó de la formación de sus hijos. Su esposa sufría al igual que sus siete niños.
Se ausentaba por meses y por último, por años. En cada lugar tenía una concubina y en cada una varios hijos. Despilfarraba su riqueza a manos llenas.
La esposa y concubinas sufrían por el abandono de Wipis que así se llamaba este mal hombre alto, delgado, nariz aguileña y cabellos rojizos. Sólo  la amante de turno vivía en medio de todas las comodidades.
Como de costumbre, en una de sus correrías, Warakayoq visitó la casa de Wipis, grande fue la sorpresa e indignación al encontrar a la mujer de éste muy enferma y a sus hijos desnutridos, harapientos e incapaces de  hacer faena alguna.
Warakayoq enterado de las  fechorías de Wipis, ordenó su captura y sometido a juicio por el Consejo de Ancianos, fue condenado a la pena de muerte  por apedreamiento y el reo  fue conducido al centro de la plaza en medio de gran alboroto, amenazas e insultos.
Las campanas hembra y macho tañían sin cesar, convocando a una reunión. Por los  senderos angostos que bajaban de los cerros, como serpientes jóvenes  que huyen de sus nidos, millares de personas se deslizaban a la plaza ceremonial, de forma circular, que  se convirtió en una telaraña gigantesca. Las arañas eran las personas sedientas de sangre y venganza y la única mosca era Wipis.
 Al término del castigo ejemplar, en medio de la plaza ceremonial quedó un montículo formado con las piedras arrojadas por los verdugos circunstanciales que dejaron el cuerpo de Wipis convertido en una masa sanguinolenta, enterrada y libre de la apetencia de las aves  carroñeras que volaban en círculo infinitos,  arriba en el cielo azul que todo lo ve y nada siente.
Después de muchas lunas, Llupicho  joven alto y delgado, de manos grandes y caminar lento, hijo mayor de Wipis, asumió la responsabilidad de velar por el bienestar de la familia. Lo primero que hizo fue ordenar la apertura de los graneros que su padre los había mandado  tapiar.
Y como el montículo de piedras, cubierto por arbustos, chuchuqoras, llakchus, jara qewas y tréboles afeaban a la plaza ceremonial, Llupicho dio una segunda orden que consistía en sacar las yerbas, piedras, desparecer el montículo y extraer los restos de su padre, para darle sepultura humana, ya que su alma deambulaba por el mundo asustando con sus apariciones en noches de Luna y parajes  solitarios. Muchos de sus detractores habían enloquecido con sus pariciones y frecuentaban las comarcas vecinas dando lástima por su presencia física horripilante y expresiones incomprensivas.
¡Oh, que sorpresa!...en las ranuras de las pocas piedras que quedaban pululaban millares de culebras. Al sentir la presencia de los hombres, se esparcieron y desaparecieron en un santiamén.
La gente asombrada, buscó la explicación y al rastrear el lugar por donde se habían escapado encontraron, al pie del cementerio, un túnel profundo que se dirigía al centro de la Tierra. Cuando quisieron internarse, recibieron en la cara una lluvia de fuego y azufre, seguido de una voz profunda y ronca. ¡ no me sigannnnn!... Nooooooooo…¡ Sálvense ¡…¡ Unos perros alados me arrastran al reino del Supayyyyy!

PAPA WETA
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Warakayoq, el curaca de la Honda de Oro, líder las Vertientes del Pacífico viajó al Cuzco llevando ofrendas de piedras preciosas, talegas de joyas de oro y plata, lana de vicuña y de murciélagos, como ofrenda al dios Sol, en los altares de Machu Picchu.
Durante su ausencia,  los ayllus de  las Vertientes del Pacífico se dedicaron al ocio y a los placeres, descuidaron sus sementeras, cerraron las minas y consumieron  sus animales y plantas, sin hacer nada por reemplazarlos. No había riego, desyerbe ni cosechas,
La hambruna diezmó a pueblos íntegros y sólo algunas personas de buen corazón, quedaron salvos del castigo de las plagas.
A su retorno, Warakayoq se puso muy triste y abrazando a su esposa e hijos lloró amargamente, al pie de Ishque wanka, cerro guardián y protector del pueblo de Cochapetí
- Sin hombres, sin sementeras y con el hambre diezmando a las pocas criaturas que quedan… ¡ Qué hago?- Se lamentaba Warakayoq.
- Esposo mío regresa a Cuzco en compañía de algún súbdito y de las avecillas que habitan en nuestros jardines a solicitar a nuestro soberano Pachacutec, semillas para sembrar nuestros campos- sugirió su buena esposa Flor de Qantu.
La Mama killa cubrió los caminos y horizontes con un inmenso tul blanco, transparente y brillante como nunca antes. Warakayoq y su legión de avecillas emprendieron viaje a la Ciudad Imperial.
En la inmensa plaza militar de la fortaleza de Saksawaman, las aves, por orden de llegada, recibieron en sus picos, semillas de toda clase, de las más conocidas  a la más exóticas.
Las aves después de un suculento desayuno, servido por ñushtas bellísimas, muy contentas emprendieron su viaje de retorno.
El curaca Warakayoq y el winchus tornasol cerraban la fila de la delegación numerosa, que al cruzar el espacio oscurecían los parajes, asustando a hombres y bestias.
Warakayoq transportaba sobre sus hombros las semillas más pesadas de los árboles frutales y el winchus que había llegado al último, por entretenerse en saborear el néctar de las flores del valle de Vilcabamba, recibió sobre su pico una semilla de papa amarilla, tan pesada, que le imposibilitaba  volar a prisa, junto con sus compañeros.
 Cuando retornaron a Cochapetí, Warakayoq y su delegación tuvieron un  recibimiento apoteósico; y con los pocos hombres que quedaban a sus órdenes, empezó la faena del barbecho de las extensas tierras fertilizadas con majadas e inmediatamente efectuó la tarea de siembra,  alentado por melodías y ritmos de cajas, flautas y zampoñas.
En pocos meses, las tierras  de las Vertientes del Pacífico, empezaron a frutecer. Todo era armonía, alegría, ilusiones, esperanzas y comprensión. Las chachacomas, lloques, qarapachos, quenuales y taras brindaron sus sombras a los hombres y avecillas del cielo; los papales venteaban sus flores moradas y blancas convidando al millar  de picaflores y  abejas su néctar codiciado, materia prima para la cera y la miel.
Pampas extensas y laderas preñaban sementeras de quinua, cañigua, papa, olluco, maíz y árboles frutales. Las chacras y potreros de animales estaban bordeados por pencales y tunales, por retamales de flores fraganciosas y alisales de troncos añosos.


SHIKI
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Las extensas tierras de Malvas y Cochapetí eran regadas por las aguas de las lagunas de Shiki y Qewllanka. El líquido vital recorría muchas leguas por canales de piedra. Una mitad para Cochapetí y la otra para Malvas.
Cierta vez, en Cochapetí, empezó a escasear el agua y sólo podía regarse la mitad de las sementeras; mientras tanto, en Malvas el preciado líquido se desperdiciaba.
Esta situación preocupó a Warakayoq que emprendió viaje hacia la boca toma  de la laguna Shiki, que se encontraba a veinte kilómetros río abajo. Caminó  por las orillas de la acequia, sin encontrar filtración alguna. Al fin, al medio día de sol candente que incendiaba con sus rayos los cerros y las colinas, llegó a su destino.
En la compuerta de Shiki, bebió abundante agua fresca; se secó los labios con el dorso de su mano izquierda y después de recrear su vista en los blancos penachos del Huascarán se sentó sobre una alfombra tupida de paja brava en floración. De su alforja viajera, tejida con lanas multicolores que resaltaban los diseños de Utsupa murún, Tukupa Nawín y Aquir weta , extrajo su fiambre  y comió con avidez la cecina, el jaka picante y la canchita tostada con manteca negra. Degustado el fiambre, se quedó dormido.
 -“Los malvacinos, durante años, han profundizado la acequia que conduce agua para su comarca y los han vuelto a tapiar con piedras grandes y terrones del oconal, por eso corre por la acequia de ellos más cantidad de agua, mientras que la dotación para la tierras de Cochapetí es menor”- Le reveló, en sueños, el dios Imaymana Wirakocha y extendiendo sus brazos  sobre Warakayoq le dio su bendición y se retiró acompañado por  doncellas celestiales ricamente ataviadas.
Warakayoq se despertó sobresaltado y divisó, con mucha tristeza, extensos territorios de sus dominios cubiertos de pastizales , árboles y arbustos completamente secos; una chispa sería suficiente para provocar un incendio pavoroso que arrasaría elementos culturales  y naturales  que a través del tiempo fueron adquiriendo su estructura admirable.
Sentado sobre la compuerta, meditó profundamente  y tomó la decisión que creía la más conveniente. Se quitó la ropa y después de respirar profundamente el aire helado de las alturas, desde la parte más alta de la compuerta ciclópea se lanzó a las profundidades de las aguas transparentes de color cielo y recorrió por debajo de la compuerta, horadando el corazón de la tierra hasta la altura de Oqshí, dando origen al río Qewap que irriga, durante todo el año, tierras extensas de la zona templada de las vertientes del Pacífico.
Este río al juntarse con sus afluentes dio origen al río Huarmey, que después de irrigar las plantaciones  de árboles frutales y alimentos de pan llevar de los extensos valles de  San Miguel, Wiña, Huambo, María Cristina y Congón desemboca en el Océano Pacífico.
Concluída su faena, Warakayoq solicitó la ayuda de un cóndor que tenía abrigado el cuello con una chalina blanca y como corona una cresta roja que hacía contraste con el paisaje espacial insondable.
El cóndor bajó su altura y Warakayoq subió a sus lomos y cuando estuvo adecuadacamente ubicado, emprendieron vuelo y después de dar tres vueltas aterrizó en la boca toma de Shiki, donde se encontraban los vestidos dejados y la honda de oro del Curaca.

        
 AGRICULTOR Y PESCADOR
      Cuando Warakayoq terminó de vestirse y se aprestaba a retornar a su palacio, se presentó el dios Ymaymana Wirakocha y sentándose a su costado, sobre una laja de piedra azulina, le habló con  firmeza y afecto paternal.
-             Warakayoq, el hecho de haber rescatado las aguas robadas por los  malvacinos  y dado origen al río Quewap que  ha mejorado las condiciones agrícolas de extensos valles, te obliga viajar a la Costa y coordinar acciones de gobierno con  tus súbdito de Huarmey.
-                ¿Y qué mensaje llevo? – interrogó el curaca.
-             Diles a los  agricultores de Huarmey, que a partir de la fecha tendrán agua abundante, durante todo el año, para cultivar las tierras pródigas de sus valles. Cuando visites la caleta de Culebras las Atún qocha shipashkuna, señoritas marinas con piel escamosa, demasiada sensuales, tratarán seducirte e impedir que retornes a Cochapetí; evítalas, alejándote de ellas  con diplomacia y sin  hacer caso a sus requerimientos tentadores.
-             ¡Oh Señor¡- exclamo Warakayoq.
-             Cuando te hayas liberado de ellas, te extraviarás y el sendero que recorras se bifurcará en dos: A un lado notarás guarangales despoblados, sin aves ni mariposas. Al lado opuesto dos lomas  se alzarán, el pico de uno de ellos parecerá alcanzar las nubes; en medio de las dos colinas hay una encañada  angosta engastada de totorales que conduce  al mar tempestuoso y por allí te introducirás. Al final encontrarás una cueva socavada por el golpe de las olas marinas donde vive un pescador  de edad avanzada y de apariencia  jovial,  su canasta contendrá  siete pececitos, aparentemente muertos, en cuyas bocas hay dos filas de apretados  dientes. El pescador permanecerá,  todo el tiempo que estés frente a él, con el cuerpo escondido en la cueva y cogiendo sus alimentos  con una caña de pescar, esperando que te acerques distraído y cuando estés a su alcance liberará a sus peces que convirtiéndose en monstruos  te triturarán, sin darte oportunidad alguna de salvación.
-    La otra colina es baja, allí hay una wanka larga rodeada por wankas pequeñas, al costado existe un árbol frondoso en cuya sombra un agricultor, cansado de cultivar la tierra, inclina su cuerpo sobre la corteza áspera y toma su siesta. Cuando alguien se le acerca  lanza su hilo de pescar que se enrolla alrededor del cuello de la víctima y convirtiéndose en tentáculos de pulpo succiona la sangre de su víctima, ocasionándole la muerte instantánea.
No te acerques a ninguna de las colinas. Siéntate bajo la sombra de la wanka y aparecerán a tus pies  algas y peces cocidos, tómalos y come sin apresuramiento.
Las mujeres se acercarán a pedir que bailes con ellas y los varones te invitarán chicha espumante, no les hagas caso y termina tus alimentos sin dejar residuo alguno. Si dejas alguna partícula  de alimento se convertirá en un tiburón y te devorará.
               Warakayoq, cumplió las indicaciones con minuciosidad y después de permanecer  en el lugar, durante una semana, retornó a sus dominios.
            En el trayecto, unas jovencitas seductoras instaladas en unas ramadas ubicadas en el margen del río Huarmey le ofrecieron chirimoyas para calmar la sed y asientos para descansar.
- ¡Oh, célebre Warakayoq, curaca noble de los cochapetinos ! detente un momento y acércate  para mitigar tu cansancio con chicha espumante, preparada  por nosotras tus súbditas.- dijo una doncella alta, regalándole una sonrisa.
            -  Descansa un rato en esta hamaca que yo misma velaré tu sueño y no permitiré que, ni siquiera, el viento roce tu piel – Le dijo la segunda que era más pequeña, agresiva y de bustos voluminosos  que bamboleaban al ritmo de su andar.
            - Muchas gracias jovencitas, me urge llegar a Cochapetí  lo más pronto  posible y no debo perder un instante de mi precioso tiempo. – diciendo, el Curaca prosiguió su viaje.
            A poca distancia, percibió un silbido melancólico y apareció el agricultor que dejó en la playa.
            - Ey amigo, gusto de volver a verte.- dijo.
            - De igual manera.- respondió Warakayoq.
         - ¿Nos acompañaremos hasta la curva? Tengo coca y si quieres aplacar la sed y el hambre  te doy unas hojas para que chakches- ofreció el agricultor.
            - Gracias amigo, hasta pronto, diciendo se alejó Warakayoq.
          Después de escapar de las garras de  las pashñas  y del agricultor llegó a Kuchi, donde unos festeros, que danzaban pasacalles y bebían abundante y espumante chicha de jora, le invitaron a descansar y a almorzar.
            - ¡Ey amigo, ven  y comparte nuestra fiesta.- invitó el más anciano, extendiéndole un  poto de chicha refrescante.
          Recordando  la advertencia del dios Ymaymana Wirakocha se pasó de largo, cuesta arriba hacia las punas y  en Wataspín. A unos kilómetros de Cochapetí, es cuando cayó sobre él la furia del dios de Malvas. El cielo desencadenó una lluvia torrencial que provocó huaycos que arrasaron todo a su paso, retrazando su llegada.
           Después de vencer dificultades y con la salud resquebrajada llegó a su palacio, donde su esposa e hijos le condujeron  a su alcoba, en estado de coma.


 RECUPERACION DE WARAKAYOQ
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Warakayoq se restableció, en base a frotaciones con yerbas aromáticas curativas, pócimas y cuidados intensivos.  Pasó semanas, sentado en su trono, relatando sus aventuras, dando énfasis al trabajo arduo desplegado en la apertura del túnel, que dio origen  al rio Quewap que desemboca en el Océano Pacífico.
Informó  que por recomendación del Dios Imaymana Wirakocha, se había dirigido a las playas de Huarmey  para  olvidar  los malos ratos que había pasado.
 Concluido el relato, su esposa e hijos le prodigaron de regalos, mimos y atenciones, entre bromas y anécdotas, hasta que la noche, como siempre, les invitó a pernoctar  placenteramente hasta la hora del canto de los pajarillos.
          Restablecido, Warakayoq en compañía de su familia y el séquito real se dirigió al paraje de Ukush, donde se  levantaba el templo de Atoqpa, a ofrendar  preces a sus dioses.
        En el trayecto, se le acercó un  perro que, después de prodigarle caricias, le indicó con la nariz y la cola tiesa el lugar donde se encontraba un nicho, perforado en el corazón de la roca de Qellqama. Después de explorar el interior amplísimo del nicho, en compañía de su familia.-  expreso.
            - ¿Fiel amigo, para qué nos has traído, si aquí no hay nada importante?
            - Un momento, ¡guarden silencio¡ .- dijo el animal y mirando fijamente la pared rocosa, lanzó llamaradas de fuego hacia la pared del lado oriental que al disolverse dejó descubierto un ambiento amplísimo con varios pasadizos, en cuyas paredes se encontraban adosadas varias cabezas claves de diamante.
- ¡ Oh, prodigio¡, gritó la mujer de Wareakayoq.
- ¿Asombroso!- exclamó el curaca.
Sorprendidos contemplaron la riqueza acumulada frente a ellos. Joyas de oro y plata, escudos, lanzas, pectorales, pulsera, orejeras de  oro repujado con incrustaciones de piedras preciosas, miniaturas para niños, paneras, vasos, ollas, mantos multicolores de lana de vicuña y muchas artesanías de acabado sorprendente.
Se sentaron estupefactos, sobre bancos tallados de chachacoma que enfilaban paralelos hacia el interior. Deliberaron sobre la riqueza acumulada  que la tenían al alcance de sus manos.
- Mandaremos  las dos terceras partes al Cuzco y lo que queda será para el embellecimiento de nuestro templo que se encuentra deteriorado por el paso de los siglos.- Sentenció el Curaca.
- Les bendigo por la decisión tomada  y espero que se cumpla para que su reino tenga felicidad. - diciendo el perro se transformó en el dios Jaguar, que dando un salto  se elevó para perderse en el horizonte, dejando tras de sí  luminosidad, como los reflejos del oro que se encontraba ante ellos.
La mesa estaba tendida y las acllas servían manjares y bebidas entonando cánticos religiosos que se introducían por los poros y se apoderaban del espíritu, haciendo latir  de emoción  los corazones que ese día habían sufrido fuertes impresiones.
Concluido el banquete, se dirigieron a un amplísimo balcón instalado en una plataforma, cerca al santuario. Entre risas y sonrisas, recorrieron  su vista por el extenso panorama.
 Al atardecer retornaron a Cochapetí con cientos de llamas cargados de tesoros, gentilmente donados por el dios Jaguar, una de las tres deidades importantes  del Imperio de Chavín de Wantar.
EL CASTIGO DE SHIKU
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En  Kuntur wasi provincia alejada del reino de Warakayoq, todos convivían sin hacerse daño; la paz reinaba por doquier, los hombres no sembraban ni estaban sometidos a trabajos forzados, vivían cerca de mil años, alimentándose de frutos, raíces, tubérculos y la pesca que la madre naturaleza les prodigaba. Las aves eran libres, se alimentaban a gusto y anidaban en la rama de los árboles que más les agradaba. La vida era muy placentera y fácil, sin peleas, odios ni rencores. No existían las palabras libertad ni opresión, oferta ni demanda.
De pronto apareció un ser extraño, de ojos vivaces e hipnotizadores, cuerpo atlético, bonachón y extrovertido. Sus compañeras eran muy lindas, El varón con el calor de sus ojos encendía la fogata, mientras las mujeres modelaban la arcilla hasta convertirla en “kuntu” gigante destinado a la fermentación de la chicha.
Comían carne cocida de venado, bebían chicha y mareados cometían una serie de barbaridades. Desnudos  rodaban sobre la  alfombra mullida y tibia de los pajonales, deshojando los pétalos de la sensualidad en presencia de los niños, jóvenes y ancianos.
            Al momento que salía el sol, un día, una de las chicas, joya de caoba  preciosísima procedió cogerlo  a su pareja de modo  coactivo, extasiándose en la dureza y largueza del paisaje penetrante.
             Al sentir que su cuerpo era apretado con  suavidad, el macho empezaba  aullar como un lobo, lo que motivaba que la hembra se tirara de espaldas sobre el pajonal, lista  a recibir los rayos del sol mañanero. Y el Sol se lanzaba sobre la piel  palpitante y candente totalmente desnuda, introduciéndose con bastante paciencia en sus poros,  su irradiación se tornaba inacabable, pues debía calentar la frigidez del cuerpo. Cuando llegaba el instante esperado del primer aullido de la morena; la gringa  le acariciaba  las espaldas al varón  y la china le frotaba  el pecho, haciendo que impulsara sus suspiros con empujones electrizantes. Cuando la cabellera del sol incandescente  tocaba el fondo  del misterioso lago y voraz océano femenino  todos se abrazaban fervorosamente, sacando a relucir la alegría  erótica, moviéndose en roda de paz, al compás de pasacalles ejecutados por los suspiros. El ritmo de las caderas, ingresaba a la velocidad   del movimiento uniformemente  acelerado, desesperante, aullante. La morena completamente mareada, de tanto dar vueltas y vueltas, levantaba  entre  sus piernas el cuerpo del Ichic Ollco, decidida a triturarle  con sus caderas combativas y vencedoras en mil batallas. Esta escena se repetía permanentemente sin importarles la cantidad de niños y adolescentes estaban observándoles
 El mal ejemplo fue seguido por los hombres de todas las comarcas de  la comunidad de Cochapetí y pronto fue asimilado por otras naciones. Dios que todo ve y todo sabe, sufrió mucho por el desvío de su creación e hizo comparecer ante sí a Warakayoq, el curaca de la honda de oro y le dijo.
-              Envía a tu sobrino Shiku  a Kuntur Wasi para que advierta a los hombres a dejar el vicio y las malas costumbres, antes que mi ira caiga sobre ellos.
Shiku , con recomendación expresa de Warakayoq, partió rumbo a la comarca indicada. Cruzó ríos, venció vacíos, sorteó el bombardeo de los asteroides y cometas, salvó oscuridades y soportó el frío de los nevados, se quemó las alas en las pestañas de los volcanes y en los laberintos del Urin Patsa sufrió la mortificación de los chillidos, gritos y arañazos de las hordas del Supay.
Después de muchos meses, llegó a un valle amplísimo donde todo era hermoso, todo invitaba a la vida sosegada y placentera.
Doncellas vestidas con finísimos trajes de vivos colores, adornadas con joyas preciosas, despidiendo perfumes  penetrantes, sedujeron al elegante y guapo Shiku.
El enviado de Warakayoq se olvidó de la misión delicada a cumplir.
Shiku reunió a todos los arquitectos de Kuntur Wasi y les encargó un proyecto para la edificación de un palacio, el más grande del planeta, con todas las comodidades que pueda satisfacer al enviado de los dioses. Mandó reclutar a los campesinos  de todo el orbe y frente a capataces indolentes, trabajaron día y noche, para hacer realidad sus sueños de potentado.
Convocó a las mujeres más bellas del universo y formó un harem donde, en compañía de los hombres más ricos y poderosos de la Tierra, disfrutaba de banquetes, juegos, deportes, dentro de un marco del placer y la sensualidad sin límites, mientras el pueblo sufría hambre y los niños morían atacados por diversas clases de enfermedades. El agro y la ganadería, cada día, ofrecían menos posibilidades de vida. El mundo era un crisol de disconformidad.
En Cochapetí, la mujer y los hijos de Shiku, sufrían desconsolados, temían por su vida. Warakayoq partió en su busca y después  varios meses de recorrer las comunidades campesinas de las vertientes del Pacífico llegó a Kuntur Wasi.
 Grande fue la sorpresa al encontrar a Shiku, completamente  ebrio, rodeado de  doncellas que se contorsionaban al ritmo de una música sensual. Afuera los niños y ancianos se morían de hambre, sólo los cerdos y los perros estaban gordos, porque se alimentaban a gusto con los desperdicios de los banquetes y comilonas continuos.
Warakayoq y su séquito pasaron por la punta de sus espadas de plata a los  malvados y corrompidos. Los ruegos y promesas fueron en vano.
Hombres y mujeres bañados con sangre, chicha y excrementos eran presa de buitres, perros y ratas.
A los pocos hombres honestos que quedaban, Warakayoq les dijo.
- ¡Raza maldita, ninguno vivirá más de cien años!...Serán atacados por enfermedades y diezmados por las guerras, generadas por los potentados y patriarcas de las sectas religiosas.
Se construirán cárceles donde sufrirán a consecuencia de riñas, venganzas y sentencias desacertadas de los jueces.
En fin la muerte rondará y castigará implacablemente a todos los  seres vivos, hombres, animales y plantas
-              ¡Perdón¡…¡Perdón! Nosotros somos venerables- decían muchos.
-         Tú Shiku, por desobediente, por haber caído en el fango de la tentación y la sensualidad te convertirás en ave perjuro y glotón, cuanto más comas más hambre tendrás. Ninguna mujer te será fiel.
Desde entonces, los hombres estamos condenados a morir en cualquier momento. Morimos antes de nacer, apenas nacido y cuando menos esperamos. Shiku, convertido en zorzal que canta y baila cuando llueve, vive solamente para comer, traga y nunca se llena porque todo  el tiempo para defecando y su mujer adultera y sinvergüenza se preña y concibe hijos de cuantas aves consigue a su paso.
Por eso, abatido por tanta desgracia, lanza a los cuatro vientos su canto lastimero:
         Warmí, tsurí chichu
Jetá kutá,pior,pior.
         Warmí, tsurí chichu
Jetá, kutá,pior,pior.

         Mi mujer y mis hijas en cinta,
                        las pateo y las pego hacen  peor, peor.
                        Mi mujer y mis hijas en cinta
                        las pateo y las pego hacen  peor, peor.

EPILOGO
El Sol brillaba con todo su esplendor, la naturaleza extendía ante  nuestra vista el abrazo celestial de su panorama, jamás  descrito por un ser humano.
Nos despedimos, con lágrimas,  de los niños de toda la comarca que compartieron con nosotros sus experiencias, vivencias, sueños, ansiedades, idioma y sus juegos extraídos del morral del folklore.
Mis primos se perdieron en los barrancos de Takllush poblados de exuberante  vegetación y frutas silvestres que cogieron  para saborear.
 Mientras yo y mi prima Raquel acompañados por Diana, perrita traviesa de mi abuelita Añicha, nos dirigimos a Chankor Qocha, manantial que brota del corazón de la roca, cuya pequeña cascada al esparcirse sobre las hojas sedientas de los helechos, da origen  a dos arco iris: el macho y la hembra.
Estuvimos un buen tiempo, esperando que el Ichic Ollco, duende de las fuentes salga  golpeando su panza voluminosa para jugar a las escondidas, pero el muy bandido no salió.
- Niños esperan en vano, el Ichic Ollco no saldrá del corazón del estanque hasta cuando la Luna Llena sumerja sus rayos en las entrañas de sus aguas o una niña inocente se presente sin compañía, entonces la convencerá  con preciosos regalos traídos del Huk Patsa y se la llevará a su palacio de cristal y oro, donde no falta golosinas, juguetees y vestidos.-  Nos dijo un hombre alto, fornido, de ojos que tenían varios colores como el arco iris; llevaba puesto un  anacu negro ajustado en la cintura con una faja multicolor, manga cero y cuello circular con pespuntes de colores; cruzaba su cuerpo desde el hombro derecho hasta  la cadera izquierda una honda bellísima tejida con hilos de oro y plata. En la frente lucía una mascaypacha, también de siete colores con borlas de hilos de vicuña y oro, adornadas con piedras preciosas.
-              Señor ¿Quién es Ud.? – pregunté al extraño.
-              Señor, a Ud. lo conozco- dijo mi prima Raquel.
-              ¿ Me conoces?- Preguntó el personaje extraño.
-              Sí señor, nuestra abuelita nos ha hablado de sus hazañas, durante las vacaciones que hoy terminan y se ha comprometido a seguir narrándonos, el resto de sus aventuras, el próximo año, si Dios quiere.
-              Niños, en las próximas vacaciones yo mismo les haré partícipe de mis aventuras, defendiendo la justicia y proclamando la paz entre los hombres, - nos dijo, al momento de mostrarnos una sonrisa enigmática.
Luego nos levantó con sus brazos fuertes sobre sus espaldas, como si fuéramos plumas y convirtiéndose en un halcón gigante se elevó hasta el infinito, de donde contemplamos todas las ciudades del mundo  apiñadas de construcciones y  pobladas por gentes de todas las razas, credos, religiones, ideología y ambiciones desmedidas. Nos dimos cuenta que los mares ocupan las tres  cuartas partes de la Tierra. Debajo de nosotros se  cruzaban los barcos, cruceros, cohetes y misiles impulsados por  ambiciones.
Empezamos a descender y sentí mareos al igual que mi prima Raquel. Nos abrazamos fuerte. El halcón bajaba a velocidad y se posó sobre una inmensa planicie de nube blanca.
Un fuerte sacudón del catre me despertó, parecía temblor.
-              Levántate Domingo, ya nos vamos- me dijo Raquel, rociando  mi cara con un chorro de agua heladísima, que trajo en el hoyuelo de sus manitas moradas por el frío.
-              ¡Raquel¡…¿ Dónde está él?
-              ¿Quién él?- Me respondió sorprendida.
Quise decir Warakayoq, pero la voz dulce de mi Awicha me volvió a la realidad.
-              ¡Niños!...El desayuno  está servido, pasen al comedor.
Con la cabeza que me daba vueltas,  me dirigí al comedor; y al pasar por el patio con arquerías de medio punto y maceteros con plantas en floración, ví a los caballos ensillados y bien enjaezados.
“Qara Macho”, que así se llama el repuntero  de mi awicha  ajustaba las cinchas de las acémilas y ponía orden para que las flores del jardín del patio no sean arrancadas por las bestias. Unos chiquillos, con llanquis y sombreros de paño  rotoso, liberaban dos becerros del chiquero y lo arriaron hacia el pampón donde dos vacas  se encontraban mancornadas. Dos jovencitas con trenzas largas y mandil blanco se acercaron y rápidamente maniobraron para que los becerros  tetaran ligeramente los  pezones, para hincharlos como si fueran pelotas; luego, con mucha agilidad, ataron en uno de los brazos de las vacas y sacaron la leche , dejando uno para el alimento del futuro ternero.
Los besos y abrazos de despedida se mezclaron con lágrimas y promesas de retorno y visitas próximas.
Aún, después de muchos meses, percibo el tintinear de los herrajes de los caballos briosos en el camino empedrado bordeado por alisos, eucaliptos y quenuales que saliendo  del fundo de Qarwanchi se bifurcan en el horizonte más próximo.

ABUNDANTE AGUA PARA  EL VALLE DE HUARMEY
-Leyenda-
Don Moshi, había tardado muchas semanas en la reparación de la compuerta de la laguna de Shiki y cuando se disponía  regresar  a Cochapetí fue interceptado pon un  extraño personaje. Era un anciano de contextura delgada, estatura alta, cabellos desgreñados y blancos, joroba prolongada; llevaba en la mano derecha un  bastón de Lloque  que le permitía trasladarse con facilidad. Habló con voz calmada y acento señorial.
- Moshi, en tu condición de Juez de Aguas, venciendo dificultades has logrado  represar la laguna  de Shiki, impidiendo que los comuneros de Malvas sigan robando el agua a los caseríos de Oqup, Waqap, Yauyán, Wataspín y Wichay.
-              Sólo he cumplido con mi obligación, señor.
-              No soy ningún señor, soy Ymaymana Wirakocha, dios de los Andes.
-              Diosito, discúlpame.
-              Con tu trabajo de represa de la laguna  y canalización de sus aguas, con ayuda de tus conciudadanos, has logrado el aumento del caudal del río Quewap.
-              Mi intención ha sido trabajar en beneficio de mi comunidad.
-              Has mejorado las condiciones agrícolas de extensas tierras de cultivo
-              Gracias diosito.
-              Para que tu tarea concluya, tienes que visitar los valles extensos y coordinar acciones de riego con los chacareros de Huarmey, que en su mayoría son gente procedente de las vertientes del Pacífico: Cochapetí, Malvas, Huayán , Succha, La Merced, Coris, Huacllán y Aija.
-               ¿Y qué mensaje voy a llevar? – interrogó Moshi.
-               Diles a los  agricultores de Huarmey, que a partir de la fecha tendrán agua abundante, durante todo el año. Huamba, Congón, Maria Cristina, Barbacay, entre otros, se convertirán en fuentes de riqueza agrícola y ganadera.
-               ¿Solito voy a viajar?- interrogó Don Moshi, arrugando su frente y laceando, con los dedos de sus manos  nervudas, su cabellera espesa y negra.
-               Sí, solito has nacido, solito has de morir y solito vas a realizar una gran tarea que beneficiará  a mucha gente.
-               Cumpliré  gustoso con el encargo de su divinidad.
-               ¡Escucha bien y grábatelo en la mente¡ En la caleta culebras, las jatún qocha shipashkuna, sirenas, demasiada bonitas, tratarán seducirte e impedir que retornes a Cochapetí; evítalas, alejándote de ellas, por ningún motivo hagas caso a sus requerimientos.
-               ¡Oh dios  Ymaymana Wirakocha¡- exclamo Moshi.
-               Cuando te hayas liberado de ellas, recorrerás el camino que después de un largo trecho se dividirá en dos. A un lado notarás guarangales secos, sin aves ni mariposas. Al lado opuesto dos lomas  se alzarán, el pico de uno de ellos parecerá alcanzar las nubes; en medio de las dos colinas hay una encañada  angosta poblada por  totorales que conduce  al mar tempestuoso y por allí te introducirás.
-               ¡Que miedo!
-                Al final encontrarás una cueva  formada por golpes de los barrenos potentes de olas marinas. Allí vive un pescador  de avanzada edad y de apariencia  jovial,  su canasta contendrá  siete cabrillas, aparentemente muertos, en cuyas bocas hay dos filas de  dientes filudos. El pescador permanecerá,  todo el tiempo que estés frente a él, con el cuerpo escondido en la cueva y cogiendo sus alimentos  con una caña de pescar, esperando que te acerques distraído y cuando estés a su alcance liberará a sus peces que convirtiéndose en monstruos  te triturarán, sin darte oportunidad alguna de salvación.
-               ¡Oh, qué miedo!... Dios Imaymana Wirakocha ¿No podrías mandar a otro en mi reemplazo?- preguntó Moshi y sin responder a su inquietud, Ymaymana Wirakocha, continuó hablando con mucha tranquilidad.
-                La otra colina es baja, allí hay una wanka larga rodeada por wankakuna, al costado existe un árbol frondoso en cuya sombra un agricultor, cansado de cultivar la tierra, inclina su cuerpo sobre la corteza áspera y toma su siesta. Cuando alguien se le acerca  lanza su hilo de pescar que se enrolla alrededor del cuello de la víctima y, convirtiéndose en tentáculos de pulpo, succiona la sangre del atrapado, ocasionándole  muerte instantánea.
-               ¿Qué debo hacer, para no caer en las garras de los monstruos?
-    No te acerques a ninguna de las colinas. Siéntate bajo la sombra de la wanka  grande. Aparecerá cerca a tus pies bandejas con alimentos cocidos en base a peces,  algas, tomates, cebollas y camarones. Tómalos y come, sin apresuramiento.
Las mujeres se acercarán a pedir que bailes con ellas y los varones te invitarán chicha espumante, no les hagas caso y termina tus alimentos sin abandonar residuo alguno. Si dejas alguna partícula  de alimento se convertirá en un tiburón y te devorará.
-               Gracias dios Ymaymana Wirakocha por las indicaciones- diciendo se encaminó a la estancia de Qarwanchi, lugar donde vivía con toda su familia.
A la hora de ingerir alimentos, contó a su esposa e hijos sobre  la aparición  y encargos  del dios Ymaymana Wirakocha.
Al tercer día, con ayuda de su esposa hizo los preparativos del viaje.
 Con su alforjita repleta de fiambre para diez días, antes que el alba despuntara  emprendió viaje, después de tomar su llawapi, consistente en sopa  de papas con queso añejo, huevos batidos y su canchita Pakchu.
Moshi, varón fornido de treinta años de edad, con musculatura de toro arador, mirada penetrante como de gato, pecho y espalda como la de un puma, cumplió las indicaciones con minuciosidad y después de permanecer  alejado de su familia, durante una luna, retornó a  laspunas frías donde su pueblito de Cochapetí se balanceaba  al pie del apu Ishke Cruz.
 En el trayecto, unas jovencitas bonitas instaladas en una ramada fresca, ubicada en una de las márgenes del  río Huarmey, le ofrecieron chirimoyas maduras para calmar la sed y asientos para descansar.
- ¡Gua paisa! Detente un momento y acércate  para aliviar tu cansancio con chicha espumante, preparada  por nosotras, tus amigas.- dijo una doncella morena alta, de senos y nalgas pronunciados y de sonrisa encantadora.
Moshi se detuvo sin pronunciar palabra alguna y las miró con ojos desorbitados.
         -  ¡Gua paisa! … Descansa un rato en esta hamaca que yo misma velaré tu sueño y no permitiré que, ni siquiera, el viento roce tu piel – Le dijo la segunda mujer de ojos rasgados,  pequeña, agresiva y de caminar ligero.
         - ¡Muchas gracias jovencitas!...Me urge llegar a Cochapetí,  lo más pronto  posible, no debo perder un instante de mi precioso tiempo. – diciendo,  Moshi se despidió.
A poca distancia de la ramadita fue alcanzado por  el agricultor que dejó en la caleta de Culebras.
         -  Ey amigo, gusto de volver a verte ¡- dijo, extendiéndole  el brazo.
         -  De igual manera.- respondió Moshi.
         - ¿Nos acompañamos hasta la curva? … Tengo coca suficiente y si quieres aplacar tu sed te doy un puñado de hojas para que chakches - ofreció el agricultor que llevaba un sombrero de paja Guayaquil a la pedrada.
         Caminaron  un largo trecho y al llegar a la primera curva notaron que el  camino se bifurcaba. El agricultor viró hacia la izquierda  y se perdió entre frondosos carrizales.
            Don Moshi, después de escapar de las garras de  las doncellas morenas sensuales  y del agricultor, llegó al paraje de  Kuchi, donde el camino se divide en tres; el primero que conduce hacia el pueblito de Malvas; el del centro hacia Cochapetí y el tercero hacia los caseríos de Wiña, Oqup y Waqap.
        En el lugar del  cruce, bajo la sombra de pacaes, paltas, chirimoyas y plátanos, un grupo de festeros avanzaba danzando una wayllashyada, de tono alegre y festivo, ejecutada por flautas y cajas.
         Don Moshi, saludó con  gesto respetuoso y se alejó del grupo para continuar su camino. El festero principal y su  esposa, una mujer gorda y de sonrisa contajia nte, le hicieron señas para que se acercara.
- ¡Ey amigo, ven  y comparte nuestra fiesta.
Se acercó con ansias de calmar su sed; pero recordó las advertencias del dios Ymaymana Wirakocha  y  pasó de largo, cuesta arriba hacia las punas
Cuando se encontraba en Wataspín, a unos kilómetros de Cochapetí, cayó
sobre él la furia de la naturaleza. El cielo desencadenó una lluvia torrencial que
provocó huaycos que arrasaron todo a su paso. Los caminos quedaron cubiertos por rocas y árboles arrancados desde sus raíces;en pocas horas el ambiente se pobló con olores pestilentes ocasionados por la descomposición de animales muertos por galgas y avenidas de agua de lluvia espesa.
En la penumbra de la noche flecada por  llovizna intermitente, Moshi se acercó a su vivienda; los perros salieron a su alcance, ladrando, después aullando y movimiento la cola, en señal de recibimiento.
Sin fuerzas y devorado por la fiebre quiso ingresar a su choza, cuando cayó fulminado al piso, golpeándose la frente que empezó a sangrar, dejando el piso completamente cubierto con mancha rojo. Su esposa e hijos, envuelto por las pavesas del susto,  dando gritos desesperados y con ayuda de algunos vecinos,  lo trasladaron a su  a su alcoba, despojándole, previamente,  de la vestimenta húmeda, sucia y hecho jirones.
Las curanderas, a petición de Benilda esposa de Moshi y de sus hijos diagnosticaron el mal del Juez de Aguas y prepararon  emplastos, pócimas, grasa de cuy que lo administraron durante varios días  hasta lograr la mejoría del hombre que supo cumplir el encargo del dios Ymaymana Wirakocha, en beneficio de los agricultores de la provincia de Huarmey.


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