1.- HISTORIA DE LA BELLEZA.
LA
PREHISTORIA.
Los orígenes
de la estética se remontan a la prehistoria. A través del arte y de los
instrumentos de uso cotidiano que han llegado hasta nuestros días, podemos ver
cómo ya entonces existía una preocupación por la belleza. La cualidad que se
aprecia más en la mujer y que se toma como símbolo de ésta es la fertilidad.
Las esculturas y grabados nos muestran figuras femeninas voluminosas, incluso
deformes, que reflejan el interés de los prehistóricos por la fertilidad, tan
necesaria para la continuidad biológica del grupo. Entre los hallazgos más
antiguos que hacen alusión al incipiente interés femenino por la belleza,
encontramos un grabado en las cercanías de Oslo, Noruega. Este grabado
reproduce la figura de una mujer embadurnándose con grasa de reno, animal que
está al lado de la figura femenina. También en Austria, la conocida Venus de
Willendorf, y en la Costa Azul Francesa, la Venus de Grimaldi, se han hallado
representaciones de mujeres simbolizando la preocupación de éstas por el
cuidado de su belleza. Los productos de que disponía la mujer prehistórica se
limitaban, prácticamente, a la arcilla, tierras de distintos pigmentos
colorantes o toscos productos elaborados a partir de grasas animales. El afeite
más antiguo que se conoce estaba compuesto de sulfuro de antimonio. La Biblia.
Será en la Biblia donde encontraremos las primeras referencias de la belleza en
la antigüedad. El texto recoge acontecimientos en los que el papel de la
estética es significativo, por ejemplo el caso de la reina de Israel, Jezabel,
quien “adornó su cutis con afeites para seducir a Jehú y para hablarle con
mayores poderes de seducción”, o cómo esta misma reina adornaba su rostro
con “schrouda”, como hoy en día
hacen las mujeres tunecinas.
Otro ejemplo narrado en la Biblia es el de Ester,
reina de Babilonia, quien embellecía con afeites sus maravillosos ojos, hasta
el punto de ser considerada la mujer con los ojos más bellos que nunca existió.
EGIPTO: UNA
BELLEZA SOFISTICADA.
De todo es
conocida la mítica belleza de las reinas del antiguo Egipto y cómo los egipcios
embalsamaban a sus faraones. Estos Dos factores impulsaron un gran culto a la
belleza y a la cosmética, principalmente en las cortes faraónicas. Los ritos
funerarios se caracterizaban no sólo por embalsamar los cuerpos de los
difuntos, sino también por depositar junto a ellos toda clase de objetos,
alimentos y materiales preciosos para que en la vida futura disfrutasen de los
bienes terrenales. Entre estos objetos se encontraban peines de marfil, cremas,
negro para los ojos, polvo, etc. dentro de pequeños recipientes en los que estaban
grabadas las instrucciones para su uso. El refinamiento de los cuidados
estéticos era enorme. Fórmulas secretas embellecían a las reinas de Egipto que,
con mucha rapidez, eran imitadas por sus cortesanas. Los peinados, las pelucas,
los baños de leche, las estilizadas siluetas, todo formaba parte de una cultura
en la que lo espiritual, el arte, la religión y la ciencia tenían una
importancia fundamental. Especial atención merecían el cabello, la piel y los
ojos. El cabello se teñía con henna, consiguiendo mil matices encarnados o bien
se rasuraba completamente para facilitarlos continuos cambios de pelucas,
sumamente sofisticadas. Con ungüentos, afeites y baños perfumados o de leche
cuidaban de mantener una piel tersa y extremadamente suave.
Los ojos se remarcaban
en negro, engrandeciendo y suavizando su forma natural.
Las dos reinas
egipcias que más se significaron por su belleza y sus secretos de estética
fueron Nefertiti y Cleopatra.
De Nefertiti se
recuerda aún su estilizada silueta, a pesar de haber tenido seis hijos, siendo
ella quien extendió la moda del color verde para los párpados. Su busto se conserva en el Museo de Berlín.
TAHUANTINSUYO
Las prendas que portaba eran: Sucupa o Ñañaza que era un cubre cabezas, una
Lliclla que era una mantilla, un Tupu o alfiler de plata u oro, la túnica era
el Acsu, las sandalias eran las Ojotas
y una faja llamada Chumpi.
La lectura es el espíritu del conocimiento ; sino lees y comentas eres un ser muerto por no alimentar tu alma.
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