martes, 9 de abril de 2019

CUENTOS PARA NIÑOS



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LEYENDAS PARA LOS NIÑOS DEL UNIVERSO


Por:

Domingo de Guzmán Huamán Sánchez


          Es autor y compositor, escritor, artista plástico, promotor cultural, antólogo y artesano.
          Natural de Cochapetí, provincia de Aija, departamento de Ancash.
Ha escrito:
Biografías:
- Santiago Antúnez de Mayolo                                     1986
- Santa Cecilia                                                              1990
         Ensayos:
-  Carlos Philipps a través de un poema                       1986
-  Canciones navideñas…                                            1987
Monografía:
         - Cochapetí                                                                   1986
 Folclore:
- Negritos de Cochapetí                                                1998
- Danzas y vestimentas tradicionales del Perú              1999
RECONOCIMIENTOS:
- Dirección de la Biblioteca  Nacional del Perú                1999
- Medalla y resolución del INC de Ancash                      1999
- Resolución y medalla de oro de ADCIJEA                   2000
- Resolución y  medalla dorada como
   Miembro honorario de CADELPO                              2001
-  Resolución y Condecoración de la ESFAP-A              2002
­- Condecoración por el Día Internacional  del Folklore  2002
- Resolución y Medalla del Sol de Yarupajá
  por ser el autor del Himno al Centenario de Bolognesi 2003
Ha desempeñado los cargos de:
- Promotor de E.BR, Extensión Educativa,
   Educación Inicial, Educ. de Adultos, etc.
   En los N.E.C. de Ticapampa, Recuay
   y  Huarás de 1972  a                                                  1990
- Director de la Escuela Superior de
   Formación   Artística de  Ancash.                             1991              
- Director del I.N.C. Región Chavín
- Director Regional de Educación de Ancash.           1989
- Prefecto de la Región Chavín.                        1990-     1991



  DOMINGO DE GUZMÁN HUAMÁN SÁNCHEZ
LEYENDA
SANTA ROSA

         Las nubes, de color plomizo oscuro, paseaban sobre la cordillera  negra de “Shiki” cuando don Moisés Jaramillo, el sacristán de la iglesia colonial de Cochapetí, notó que el portón de la joya colonial se encontraba abierto, de par en par.

- ¡No me explico¡ ¿Cómo puede estar abierto el portón pesado, si anoche, después de la novena, lo cerré con llave? - diciendo ingresó al interior, seguido de su perrito”Pichis”, y empezó a observar, paso a paso, los nichos de las imágenes.

            La fe tiene un valor azul, distante y transparente, cuando alimenta la raíz de la verticalidad o aplaca la sed horizontal de los instintos. El espacio vacío del templo se notaba más amplio porque la estructura de madera barnizada del anda de Santa Rosa de Lima no se encontraba, las flores amarillas y olorosas de los amancayes estaban tiradas en el piso de ladrillo.

- Ha desaparecido  la mamita Santa Rosa!- diciendo, salió al atrio. Gritó desesperado y sólo las paredes vetustas le respondieron con sus ecos. Se dirigió, dando trancos, a la casa de don Alberto Henostroza, presidente de la Junta de Fábrica.

-   ¿Qué sucede?... ¿Por qué tanto laberinto? – diciendo, el anciano abrió la media puerta y se topó con la figura quijotesca de don Moisés Alba.

      El sacristán, le narró todo lo que había  observado en la iglesia, resaltando la desaparición  inexplicable de la imagen venerada de Santa Rosita de Lima.

      Ante el repique insistente de las campanas de bronce, la población se reunió  en el atrio del templo, Don Alberto trató de explicar el motivo de la convocatoria.
-1-
- La noticia es mala, hermanos devotos les pido comprensión y calma. Ha desaparecido la imagen de”Santa Rosita de Lima”. Todos ustedes saben que anoche, después del rezo, la dejamos en el templo.  – Anunció don Alberto.
     
       En esos instantes, don Tomaco, apeándose de su brioso alazán, que temblaba nervioso y chorreaba sudor, se acercó ligero y con voz agitada dijo:

- ¡Don Alberto¡ … Anoche salí de mi fundo de Carmocho y antes del amanecer, al pasar por la colina de Warakayoq, he visto abierta la puerta de una preciosa catedral y dentro un sacerdote, ricamente ataviado, dirigía la novena, acompañado por un coro de niños que entonaban himnos a Santa Rosita de Lima que se encontraba  en una anda de plata, rodeada por cirios y flores aromáticas.

- Si es así, vamos a rescatarla - dijo don Alberto. Las campanas hembra y macho de la iglesia seguían lanzando a los cuatro vientos las palomas de sus tañidos.

Con los  destellos del sol, como río que corre hacia las nubes, la avalancha humana, después de larga caminata, llegó a la colina y la catedral  barroca con sus brazos de fuerzas imantadas les dio la bienvenida. Cansados y agitados por tanta emoción, los fieles se arrodillaron, santiguándose con devoción.  En ese preciso instante, una anciana  vestida de negro, apareció por el otro extremo del camino y levantando los brazos al cielo exclamó:

 -¡Achallao!

            Al instante, la monumental arquitectura se transformó  en un gigantesco bloque de piedra, con todas las características de una basílica. En su frontis quedó grabado el mural  de la Santa.

En nuestros tiempos,  ante la creación divina fluctuante en el cosmos, todo viajero, al pasar por  aquel lugar, se arrodilla y reza.
             

PISHTAQ MACHÉ

En el  paraje de Ishke Cruz, existe una cueva de roca amplísima con  paredes completamente grasientas que despiden olor nauseabundo. Animal o persona que ingresa para guarecerse de la lluvia o del calor intenso, no puede permanecer en su interior, sale inmediatamente al sentirse  atormentado por  fuerzas extrañas; y si persiste en quedarse, muere a consecuencia de un paro cardiaco o sale enloquecido,  gritando:

- ¡No me degüellen¡… ¡aléjense¡ …¡Nooooooooo¡

Una viejita, conocida  como Loca Shawi, que vive bajo el cuidado de sus hijas, en sus momentos de lucidez, cuenta que en  la época de los hacendados, los campesinos eran explotados y mal tratados, trabajaban de sol a sol sin percibir ganancia alguna. A usanza de la época, cada familia campesina poseía  un retazo de tierra que la usufructuaba a cambio de trabajos forzados.

 Los terratenientes tenían molinos de piedra con piezas de bronce, para cuyo funcionamiento requerían de grasa humana.

 Algunas damas, de belleza singular y carácter fuerte, se dedicaban a este negocio riesgoso y macabro.

Casi al anochecer, una extraña jovencita alta, buena moza, de cabellera ensortijada y labios carnosos, apareció en la población. Vestía blusa escotada de color blanco  y falda acampanada de paño negro, calzaba botines con medias blancas y gruesas. Doña Pascuala, dama distinguida le dio posada. Una vez instalada, llorando, refirió que era del pueblo vecino de Cotaparaco y que unos bandoleros habían asesinado a su esposo y robado sus ganados; por eso estaba allí para contratar los servicios de un joven vigoroso que le ayudara a rastrear a sus animales sustraídos y  estaba decidida a pagar un buen precio, con monedas de plata.
El segundo día, Julian, el hijo mayor del presidente de la comunidad, embelesado por la exuberante belleza de la supuesta viuda acompañaba a la joven vestida de luto. En la noche de luna llena, con rutilantes estrellas, se apearon  en una pampita de champal. Amarraron sus acémilas en matas de chamizas e ingresaron a una gigantesca cueva.

Dentro, la mujer  después de quitarse la casaca de cuero que llevaba puesto,  se acercó al macho cabrío y después de darle un beso prolongado le sugeríó preparar la cama en un rincón, con las silla jergas y pellones de sus cabalgaduras.

- Por favor, espérame con las frazadas calientitas, para descansar y proseguir viaje.- diciendo la morena se alejó del lugar para dar aviso a sus secuaces de la presencia de  otra  víctima. Al poco rato retornó, seguida por la proyección nerviosa de su sombra, delineada por la luna.

- ¡Amorcito, cubre tus ojos con la frazada, para desvestirme  y compartir nuestro sueño. Ordeno con palabras susurrantes.

Julián, ansioso de  hacerla suya, se cubrió la cara y suspiró profundamente.


LEYENDA
ILLA
Cuando Cochapetí  empezaba a poblarse con  emigrantes de todas las latitudes del universo: los Vicencio de Huanchac; los Lázaro y Guerrero, de Macashca; los Apolinar y Jaucala de los Conchucos; los Huamán y Rosales de Olleros; Los Aguilar, Moreno, Romero y Torre de Recuay; Los  Huerta y Gamarra de Ticapampa, los caseríos y estancias de Cochapetí se convirtieron en emporio de riqueza agrícola y ganadera.

La nueva generación, repleta de comodidades, hurtaba a las flores el rocío y a los luceros  sueños divinos. En el seno familiar recibieron orientación y subsistencia adecuada que les motivó partir a las ciudades que ofertaban mejores condiciones de vida y  oportunidades para el desarrollo personal y social.

La bienaventuranza no sólo se debió al esfuerzo desplegado por  hombres venidos de otros lugares, en condición de arrieros, mercachifles, pastores, arrendatarios, sino al designio de los dioses tutelares andinos.

Una señora, llamada  Kishti, por extraña revelación, supo del lugar donde pacían animales ovinos y lanares que al ser descubiertos se convertían en “illas” fecundantes.
 Por la revelación  del secreto, pedía monedas de nueve décimos y libras esterlinas que iba acumulando en cofres de cuero, después de separar una parte para la iglesia del pueblo.

Doña Kishti cumplía con  su información, conduciendo a los interesados al lugar donde estaban las illas, dioses, de todos los animales, recomendándoles no difundir el hallazgo.

            La gente honesta era un río que cabalgaba la pureza con los brincos de las illas  por las cumbres, las escarchas y la luz de las estrellas; acudía al lugar  y cogiendo una figura del animal de su preferencia se alejaba para retornar cada fin de mes con sus ofrendas de coca, cigarros, alimentos crudos o cocidos. Este comportamiento era recompensado por la madre tierra con buena cosecha  y ganadería próspera.

            Muchas personas, insatisfechas, no conformes con sus illas de productos  vegetales, se llevaban las illas de los animales  para lograr el crecimiento de su ganadería y liberarse de los sufrimientos; pero, como la avaricia corroe el alma, la ofrenda a la madre tierra era paupérrima.

La temporada de buenas cosechas y abundante cría fue reemplazada por años de  plagas y hambruna que diezmaron todo.

leyenda


EL TORO BARROSO

            Shiki de  aguas tornasoladas y diamantinas, alimentada por Qewllanka, desde tiempos inmemoriales fecunda las tierras extensas de dos comunidades vecinas: Cochapetí y Malvas.

De la versión recogida de las personas de edad avanzada, que solían pastar sus ovejas cerca de Quewllanka, se deduce que en noches de luna llena, de sus aguas tranquilas sale un toro barroso con cuernos de plata y  brama, fijando sus ojos de fuego  a los cuatro puntos cardinales.

En esa hora los patos y  wachwas que duermen tranquilos en medio de los totorales, asustados se despiertan y empiezan a surcar  el cielo poblado de estruendosos ecos. A ellos mismos los quiere silenciar los bramidos, más las aves tercas no callan aunque los cazadores deseen el potaje de sus carnes frescas y celebren en casa la inmortalidad de un cumpleaños.

Las cuevas ocultas por los ichus y los quenuales abren, desmesuradamente, sus fauces y del corazón de los cerros, una tras otra, salen terneras gordas con el respiro empapado en el rostro de la vida inundando bramidos y explosionando latidos junto al amanecer anclado entre sus muslos.

Huelen, arrugando sus fosas nasales, y  nerviosas recorren la extensa pampa atraídas por fuerzas extrañas. Es una manada de vagina cruel, hembras predispuestas para satisfacer tormentas de excesos y parir noches infinitas.

Se acercan muy nerviosas y se ubican alrededor del macho  corpulento, con testuz de plata y aliento de lluvia amiga y confidente. Brama con fuerza y hace temblar los cerros y se mueve inquieto olisqueando a las terneras que levantan sus colas  que arremolinan el viento helado de la puna.

Se yerguen las cumbres rocosas, cuyas turgencias se enervan por  debajo  de la blusa de escarcha y tempestades que provocan las inquietas nubes que se desparraman en la pampa  extensa del cielo.

Al final, el toro se queda pasmado  ante su sombra, arañando la tierra champosa con sus pezuñas afiladas por la juventud, midiéndose para darse cuenta  si es un macho. Pero luego de calcularse en la inmensidad, examinarse hasta las médulas, frente a su sombra, ahí parada, atina a creer que así y nada más que así es un toro sobrenatural, rodeado de hembras fecundantes.

El macho  suena en las profundidades, es la voz de nuevas generaciones que llaman desde el fondo  del vientre de las reses, es la prolongación de la especie hasta la consumación de los siglos.

Es la voz de las espermas que cabalgan, es tropel de rocíos que se depositan en los labios enfueguecidos de las mañanas llenas de esperanzas, es la exclamación de horas perdidas en la inocencia.

Si al momento del encaste, las terneras son observadas por personas extrañas y las miradas recorren los cuerpos pasmados por el placer con la limpieza de una mazorca, con la pasión de una manzana, estas parirán becerros bicéfalos que apenas nacidos morirán y nunca más, las terneras podrán preñar.

La inmensa pampa convertida en sepulcro  de tiernos becerros se convierte en un páramo donde los ichus no prenden, las aves no anidan, y los hombres no vuelven a recorrerla por la presencia de vientos huracanados que arrasan todo a su paso.  

La maldición ha convertido en piedra al toro barroso con cuernos de plata y ojos de rubí. Allí cerca, las voces resbalan, golpeándose los hocicos, en la soledad donde la paciencia se retuerce como el condenado a fuego eterno.

LEYENDA

ENEMIGOS ETERNOS

El sol, deidad creador del cielo, la tierra y de los seres que pueblan el universo, penetra sus rayos a los vientres de las hijas de  Mama Pacha y logra fecundarlas llegando a tener dos  vástagos  fuertes, que con el transcurso del tiempo se convierten en mozos fornidos y viajeros.

Qewap es un joven gallardo, hijo de la bellísima doncella Shiki, que emprende viaje hacia la costa, en busca de una doncella, hija del Jatun Qocha, Océano Pacífico, para contraer matrimonio y formar su hogar,  como lo desea  su padre Inti.

Jatún mayu es otro joven nacido en las alturas de Ututu, hermano por línea paterna  de Qewap, porque es hijo del dios Inti, también hace su recorrido paralelo  a su hermano. Sigue su recorrido, mientras la noche se tumba en la hierba para acostarse con las estrellas en un lecho seco de hojitas de  algarrobo.

Qewap, en su recorrido se resiste a morir en su caída, salta y se desmaya, reacciona y brinca en  su cause y se expande alrededor moviéndose entre sus orillas. Satiriza  las facciones del cielo, en su cuerpo hay zigzag y lucero en sus almas y va en pos  de la leche derramada en los senos pequeños de una virgen.

Jatun Mayu lleva en sus lomos millares de camarones  para regalar a los habitantes de Cotaparaco, Santa Cruz y San Isidro que en compensación le brindan hojas de coca, chicha de jora  y cancha. Su voz suena en el corazón, es la voz de los niños que nos llaman desde el fondo de la miseria. Es la voz peregrina de la sangre que camina hasta ahogarse en las orillas de la muerte.

Ambos se dirigen hacia el mar en busca de aventuras amorosas. Son caminos terribles  de lluvia, granizo y  suspiros que se extienden incansables, van de un alba a otro y no vuelven a pie sino
en alas de viento, convertidos en nubes ondulantes.
En noches de cuarto menguante, cuando los jóvenes toman sus alimentos en una posada de Kuchi, una hermosa doncella aparece  sonriente y con la mirada enigmática roba el corazón de los jóvenes. Estos se miran coléricos y desatan su furia, alimentado por los celos.

      Se yerguen los cerros áridos y sedientos y los senos de las lomas enrojecen por debajo de las nubes, por las ramas y los suspiros de los gorriones. Los jóvenes dan  gritos descomunales y se desplazan a mil kilómetros por hora  originando ruidos  estridentes con sus talones que hieren sus causes. Se acercan al valley  la hembra aterrada huye dejando tras sus encajes y joyas. La desnudez y esbeltez es trampa que atrae y desespera a la mocedad.

Se acercan los jóvenes entre sí y se aproximan a la doncella. Inhalan la piel salitrosa, las plurales osadías de su blonda cabellera, y la liturgia de los versos de su piel.

Los mancebos extienden sus brazos, tratando de atraparla , pero como la sangre atrapa la sangre, sin saber que son hermanos, se abrazan  y hacen un pacto de unidad  para lograr sus propósitos.

En ese preciso instante, la doncella se detiene, retrocede y se  acerca hacia sus perseguidores y sellando un beso en los labios de los mancebos, huye como el viento, por el extenso valle.

Los jóvenes no pueden separarse y se convierten en el río Huarmey, que en su recorrido recibe afluentes y asume la responsabilidad divina de fecundar valles y aplacar la sed de hombres, animales y nubes.

Todos los años, a partir del mes de febrero hasta  mayo, se repite este fenómeno. El valle de Huarmey  se convierte en fuente de riqueza, gracias a la presencia del río Huarmey que fecunda sementeras y aplaca la sed  de veranos, que madura huertos y sazona frutos deliciosos.
LEYENDA
MARKA  HIRKA

En las alturas de la estancia de Monasterio se encuentra Marka Punta, ciudad pre inca, enterrada por el tiempo. En ella vivía una mujer ciega, bajo el amparo de sus siete hijos.

Después de las faenas diarias, al atardecer, se sentaban debajo de una chachacoma alta y frondosa que bamboleaba su humanidad de bosque y sol milenario, besando a la noche y a las rutilantes auroras con sus pupilas cansadas de frío pedernal.

En temporada de lluvia, los hijos de la cieguita se abrazaban para convertirse en un gigantesco y bello arco iris. Sus colores procedían de lejanos océanos que sobre el lomo de céfiros se acercaban para posarse en la curvatura multicolor. Eran los arrebatos de las jorobas  de sonajas cansadas de verde abasal.

Al contemplar la bella curvatura,  el corazón de los waqapinos, chacareros dedicados al cultivo del maíz, se agigantaba como la sombra del panal proyectada por  los picos elevados de Ishke Cruz, guardián eterno de Marka Hirka.

En noches lóbregas,  la ciega salía de su choza  y por designio de los dioses, recuperaba la visión que le permitía recorrer la ciudad, coger cantutas en sus jardines para depositar en el altar mayor del templo virreinal  construido por los indios a exigencia del látigo de los  verdugos españoles.

Otro ramillete depositaba en el altar del patrón Shanticho o Katekilla, dios andino. Poniéndose de rodillas  deshilvanaba oraciones aprendidas durante su niñez. En el silencio nocturnal  enlutado por sombras frías, sus palabras de ceniza eran corazones que saltaban de emoción junto al parpadear de los cirios de su pecho, despertando rostros ancestrales nacidos de los trinos y  nidos jilgueros y gorriones para diseñar el altar barroco del patrón del pueblo.
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Cuando despuntaba el alba, después de sus oraciones,  se aprestaba a salir  cuando tropezó y cayó  golpeándose la cabeza. Al recobrar el conocimiento pudo observar  la brillantez de las joyas  de oro y plata, en cofres de caoba con forros de pana de color carmín granate. Una blancura parecida a la nada se tornó iris y se convirtió en la imagen  de la Virgen Purísima que extendiendo sus manos sobre su cabeza la bendijo, diciéndola:

- Hija, coge las joyas necesarias para que puedas vivir con holgura, dedicada a mi devoción. Vuelve con tus hijos, te bendigo.

Con el trinar de las avecillas, Luzmila retornó  a su choza y contó a sus hijos del  milagro y de la riqueza  indescriptible encontrada en el templo.

Un día cualquiera, a media noche, recorrieron las calles extensas de ilusiones muertas; Las estrellas, bujías de pupilas encendidas, luminaban los horizontes y la cruz imprescindible de los caminos, bajo la tumba enlutada de la noche, acurrucada  en los barrancos.

Ingresaron al templo de paredes resecas  y el instinto  de conservación se encrespó en la piel al roce del cuchillo de ser descubiertos por el sacristán o el fierro caliente de algunos trasnochadores que pasarían cerca y notaran la presencia de la luz del candil. El temor tabletea en los corazones. Son las voces de la honradez que los llama desde el fondo mismo de la honestidad.

Con las joyas entregadas por la Virgen Purísima, cargadas en  dos asnos se dirigieron a Cochapetí. Se instalaron en una chocita humilde y los siete hermanos se dedicaron al trabajo de sol a sol. Con el tiempo, compraron tierras, construyeron una mansión para la cieguita y cuando tuvieron  comodidades para vivir con prestancia, se dieron cuenta que no habían utilizado las joyas extraídas del templo; por acuerdo familiar la utilizaron para ayudar a los más pobres de la comarca.

LEYENDA

LA BELDAD DE LAS LAGUNAS
            El español don Jerónimo de Aliaga quedó como encomendero, de una extensión considerable de tierras,  desde Pira hasta Marca y de Lampas Pampa hasta las orillas del Pacífico.

            Para cumplir con la tarea religiosa de adoctrinamiento y buen gobierno de  los indios  y, más que nada, para el control eficiente del pago de tributos instala a los habitantes de los barrios Pariash, Wankur y Qorpan en la reducción de Cochapetí, ubicada en las faldas del cerro de Ishque Cruz y construyeron la capilla singular que hasta nuestros días se mantiene en pie, con un altar mayor riquísimo en retablos de estilo barroco, en medio de un espacio amurallado con piedras y barro, sobre  tumbas funerarias pre incas.

            Los primeros habitantes de Cochapetí, en las noches sin luna, notaban cierta pesadez. La voz sonaba en sus corazones y parecía la de una doncella que llamaba desde el fondo del vientre de la noche, los pobladores no podían reconciliar con el sueño, los perros aullaban y se acurrucaban en la puerta de las casas y allí mismito se orinaban de nervios, las jovencitas se cubrían la cabeza con frazadas para no escuchar ruido alguno.

            Cuando las mujeres soñolientas, al día siguiente, comentaban de este y otros hechos misteriosos, los aborígenes manifestaban  que era la voz peregrina de la jovencita de la laguna hundida, cuyas aguas recorren el subsuelo, cabalgando tropel de orificios hacia los labios del inmenso océano.

            Los nativos referían que en tiempos pasados el lugar había sido una laguna, rodeada por bosques de chachacomas y alisos habitado por pumas, zorros, venados, vizcachas, búhos y picaflores.

            A medida que pasaban los días, se notaba que los primogénitos de las familias, que vivían alrededor de la laguna, desaparecían
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cundiendo en la población preocupación  y temor.

Un día una jovencita casadera, llamada Margarita, en compañía de su novio Jonás  se dirigió a un bosquecillo cercano de la laguna; después de ofrendarse caricias y jugar sobre el champal, sorpresivamente, Jonás impulsado por una fuerza misteriosa se levantó dirigiéndose a la orilla de la laguna, se lavó las manos y calmó su sed con la bondad de las aguas heladas  y cristalinas.

Margarita, que se quedó detrás de una chachacoma, arreglándose  el vestido y luego alisando su cabello largo y suave, contempló una escena inesperada e increíble que heló su sangre.

De las profundidades del lago salió  una joven bellísima, de cabellos largos y ondulados, de ojos grandes que brillaban  como luceros, su cuerpo grácil era subyugante, alargando sus brazos que se alargaban como un bastón de  jebe cogió a Jonás,  lo aproximó hacia si, con la velocidad de rayo, estrellándolo  en sus senos  voluminosos y sensuales, dando un salto, desapareció en un santiamén, en las profundidades del lago turbulento.

Con el transcurso del tiempo, las desapariciones eran normales hasta que la especie varonil se había extinguido.

La doncella del lago, al medio día, salía a la superficie y sentándose en  la parte más alta del cerro Ishke tsaka, extendía sus brazos con ansias de abrazar un mozo en plenitud de su virilidad  y al no percibir cuerpo alguno  caían como cometa desteñida, se devuelta sobre el girasol de sus ilusiones, los pájaros se instalan en los árboles de sus penas invisibles. Se yergue indolente y extendiendo sus brazos sobre la superficie del lago  y con la mirada perdida en sus ondas que reflejaban gratísimos recuerdos, exclama:
- ¡ Desaparece para siempre¡
 Se oyó un estruendo indescriptible. Lla laguna se secó y la bella mujer desapareció.



LEYENDA

TOROS ARADORES

Don Genaro Rodríguez, durante semanas recorrió parajes diversos  buscando sus toros aradores que habían desaparecido de su potrero y nadie le daba noticias.

Mientras viaja, hunde  sus dedos,  yertos de frío, en la corteza indiferente del lomo de la silla de cuero repujado; clava sus ojos tristes en las cortezas suaves de los horizontes y hastiado de tanta maldad de los abigeos que nada saben de trabajo honrado y sin embargo y dilapidan  la propiedad generada por otros. Se apea y se sienta sobre la redondez de la piedra del camino con la esperanza de percibir los lomos de sus toros aradores sustraídos del potrero por algún abigeo y escucha, repetidas veces, la dimensión de su  propio alarido.

Una noche, plateada por los rayos de la luna llena, al retornar a su casa, se extravío y se dejó conducir por el trote seguro de su mula “Veneno”. Con el sol llegó aun pueblito desconocido. Las casas estaban embanderadas, la gente se dirigía a una casita ubicada en la parte alta de la población.

Don  Genaro, instintivamente siguió  a la multitud. Con la confianza encontrar noticias buenas. Distingue a la distancia reses degolladas que cuelgan de los horcones, una corazonada le invade y piensa que sus toros aradores sustraídos  están colgados, para ser convertidos en potajes para tanta gente festera. Recuerda  que en su pueblo , los días de fiesta patronal, embanderan los parques, las casas y sus hombres danzan al compás de bandas de músicos. La vida con sus ojos terribles, crepúsculos de bronce, dejan de mirar el pasado y se posan en el presente para disipar sus penas  con la algarabía de la fiesta.

Sin darse cuenta del tiempo transcurrido, llegó  al borde del patio rodeado de  mujeres, sentada en poyos  de piedras, se servían caldo de gallina humeante.
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Se apeó, amarró  su mula  en un horcón y se sentó. Una bellísima mujer le alcanzó un plato de caldo  y otra dama le ofreció una sonrisa y rocotos picados en un platito de cristal.

Al final del banquete, hace amistad con mucha gente, declarado huésped ilustre se dirige hacia  un toril levantado en un extremo de la población campesina. Por unos escalones se dirige a la tribuna construida con tablas de eucalipto.

Contempló estupefacta el espectáculo. Estaba presenciando una tarde taurina con derroche de sol, colorido de vestimentas y bravura de toros y toreros en medio de alegría  multitudinaria. Los aplausos, de rato en rato, son cortados por silbatinas y pifias.

Cuando el silencio se apoderó y se puso tenso el público, un joven gallardo vestido de negro cabalgando un brioso alazán ingresó al ruedo y  dio varias vueltas  por el coso y deteniéndose  en un ángulo, anunció con voz clara e imponente: ¡Señores y señoras¡ A continuación, se van a lidiar  tres toros bravísimos de la propiedad del Sr. Manuel Huamán, que está con nosotros, para quien pido un caluroso y prolongado aplauso.

Abrumado por las ¡urras¡ y aplausos, don Manuel se levantó de su asiento y batiendo los dos brazos  saludó al público que lo ovacionaba.

Cuando concluyó la ovación, ante el asombro multitudinario, la figura elegante se elevó como globo y desapareció en el corazón de las nubes que ondulan en la bondad del azul cielo.

Después de la fiesta patronal del pueblo que le acogió con mucha bondad, don Genaro cabalgó  a su noble “Veneno” y se alejó, muy contento, arreando sus aradores  empapados de sudor y gloria.



LEYENDA
ALMA GANÉ

Al amanecer el 25 de diciembre, los “Negritos de Cochapetí” recorrían las calles, exponiendo la coreografía de su danza tradicional, para llegar  al templo y efectuar la adoración del niño recién nacido.

Seguido por los festeros y curiosos, los negritos ingresaron al templo y después de recorrer la nave  danzando la “Adoración “al compás de arpa, violines, trompetas, saxo y entonando canciones alusivas a la navidad:

Entremos al templo santo
con los ojos humillados
a orar arrodillados
ante Dios de blanco manto.

 Cerca al altar mayor, donde se encontraba ubicado el anda del nacimiento, los negritos se aprestaron a efectuar la adoración; pero, se llevaron una gran sorpresa, porque en lugar indicado nada existía.

Mientras tanto, Eduardito que todos los años bailaba de “dama” o “marica”, muy temprano  salió al campo  a dejar sus chanchitos  en el oconal de Ulipuquio, para que pasten.

Cruzó el callejón de siete vueltas donde hay un eucalipto centenario que cuenta tantas historias y lágrimas corridas por las acequias. Es plebiscitario y es testigo, pero mudo y callado, llora en silencio. 
   
Si embargo, esa mañana, el eucalipto al ver pasar delante suyo a Eduardito, devoto del Niño Jesús, le dijo:

- ¡ Hijo , te espera una gran sorpresa: El nacimiento del Niño Jesús, en vivo¡¡…Cuidado con alarmarte, todo lo arruinarías.

Asustado, callado y mudo de espanto al escuchar  que un árbol le había hablado, se alejó del lugar azuzando a sus chanchitos que ocequiaban los llakchus y gruñían  satisfechos.

Rasgando las paredes de los cerros suben las nubes de diciembre, como azules algodonales, volando van hacia los picos más altos.

Eduardito sintió que una voz surgía de las aguas del puquial, invitándole  acercarse más a prisa. Corrió, dejando disperso a sus chanchitos, arañando con sus cabellos hirsutos los cristales de la  menuda garúa.

Distinguió, con sus ojitos de halcón, que en una cueva, ubicada cerca al manantial que surte de líquido elemento a la población de Cochapetí, se encontraba un niñito desnudo pataleando, tiritando de frío, rodeado de cirios, animales y angelitos.

Un sonajero infinito alienta su corazón en una vocación que no puede callarse. La belleza del nacimiento en vivo  impulsa su afán religioso que se completa con su mágica visión. Se amontona la emoción y explota:

- ¡ Achallao!  ¡ que bonito¡

Al instante sintió una explosión y la visión  se convirtió en un nacimiento de esculturas bellísimas. Sus chanchitos se convirtieron  en parte del nacimiento.

Retornó presuroso, al pueblo, y en el trayecto al encontrarse con los negritos les dijo.

-El nacimiento que buscan se encuentra en la cueva de Ulipuquio, cerca al manantial.

Desde ese instante, cada año, la procesión del nacimiento del Niño Jesús  hace su recorrido  de Uli Puquio hasta el templo:




LEYENDA
PANTANOSO

Durante la invasión de los halcones, tribus pre incas procedentes de  Huarmey que habitaban cerca de las playas del Pacífico, llegaron a una zona pantanosa y cálida, llamado por los nativos “Oqup”; Estaba poblada por alimañas e insectos causantes de la terciana o paludismo.

Concluida la invasión pacífica, los guerreros, al mando del general Waman, se abocaron a realizar trabajos de drenaje. Desviaron  las aguas del pantano hacia el río grande, Atún Mayu, y en pocos meses, la zona pantanosa se convirtió en extensa área de tierras de cultivo  de árboles  frutales, verduras, tubérculos y crianza de ganados.

Oqup de morada de alimañas, de aves multicolores y zancudos se convirtió en oasis secreto del amor con sus encantos de paladeante chirimoya. Era la imponente línea de horizontes con peculiar fauna costera de ásperos cerros y yermos que saludaban a todo forastero al verlo pasar.

Se construyeron casas, en cada parcela, rodeadas de jardines con flores multicolores exóticas de belleza y perfumes subyugantes. El paraíso estaba allí frente al Hatún Mayu de aguas cristalinas y heladas, poblada por camarones, rodeado por cerros altísimos y bajo la bóveda celeste de un cielo eternamente despejado.

Con la dominación española y la instalación de las reducciones, en Oqup se fija un lugar para la ciudad. Se hace trazos y se construye una iglesia, el ayuntamiento y casa solariegas.

Empieza el peregrinaje del mestizaje de todas las sangres de quimero linaje como arpegios de una mandola. Allí se fundieron la guerrera sangre andaluza fuerte y quemante con la árabe en fatalismo mil delirante y la indígena de incontratable pureza.

El tiempo y las sucesivas migraciones originaron  la llegada de los arrieros que hacían el trueque  de cushuros, panes, quesos y carne con chirimoyas, plátanos, membrillos, ají  y yucas.

Se produjo un sismo y destruyó completamente la ciudad, no quedando piedra sobre piedra ni huellas de la civilización meztiza construida a través de muchos siglos. Los sobrevivientes ya no quisieron reconstruirla, acuñados por dolor intenso por la pérdida de los seres queridos  abandonaron el lugar y se ubicaron en las partes altas  y se convirtieron en pastores de cabras, que, periódicamente y de acuerdo a las temporadas de lluvias, se mudan de un lugar a otro. Son errantes buscadores de felicidad.

En noches de luna, los niños se reúnen en el pampón donde los animales descansan  y  presencian el matrimonio del chivo y la cabra, los padrinos son la mula Panchita y el viejo borrego Zenaido que sonrientes aceptan el entrevero. El cerdo y la chancha son los testigos; todos felices hacen  la fiesta. Bajo los sones de los  rebuznos, balidos, berridos, gemidos, mugidos, chillidos, aullidos, bramidos, gruñidos y bufidos los novios caprinos son despedidos.

Los oqupinos que se encuentran lejos y muy distante de la tierra que les viera nacer, en sus reuniones familiares, bajo la sombra del recuerdo, repiten: “i Oqup volviera a renacer otra vez le amaríamos, volveríamos hacer música sobre su reseca piel en noches encendidas de menudas lluvias persistentes lejos del umbral de las tormentas. Si Oqup resurge, repetiríamos el rito de encontrarnos  debajo de sus chirimoyales uniéndonos en el inconstante amor hasta hoy olvidados”

LEYENDA
AUSENCIA DEL GUERRERO

Durante el reinado del curaca Qorpan, Cochapetí sufrió  continuos ataques de las tribus vecinas,  que motivó a su curaca convocar a los jóvenes de la comarca para la formación de un ejército disciplinado, capaz de vencer al enemigo en  jornadas imposibles.

Durante la temporada de leva,  desapareció misteriosamente el hijo primogénito de Qorpán. Rumi era un  muchacho con ojos de puma adolescente que cada mañana caminaba por el borde de los hondos pensamientos de su padre. Su mirada se cruzaba en las esquinas con las oscuras pupilas  de las doncellas que suspiraban al verlo y en el despertar del alba estaba impregnado en los sueños de las doncellas  ilusionadas. El hurtador de corazones había desaparecido como el rocío con la presencia del sol mañanero.

 Su desaparición del espacioso caracol de la mañana provocó que los sentimientos paternales buscaran la esencia de su bravura en los campos de batalla con la esperanza de retornar a su lar querido coronado de gloria. El ausente era un joven fornido, atleta e inteligente, cazador que se había coronado campeón  en varias disciplinas y en diferentes jornadas deportivas

Rumi, había heredado las cualidades  maternas Ella era amable, compasiva y servicial, enemiga de intrigas y enfrentamientos  guerreros con derramamiento de sangre. Por eso, al enterarse de la proximidad de la lucha, Rumi se aisló  de la comarca y se internó a  los bosques tupidos de lloques, chachacomas y alisos de Shullcán y allí fundó una ciudad en compañía de su prima Aurora.

Cuando una roca rueda por la pendiente se estremecen las nubes grises  y suspiran miles de recuerdos del umbroso bosque en escondidas guitarras moradoras de las cavernas que aprendieron del ruido de las ramas fracturadas el dolor de los adioses.

Terminada  la guerra, Qorpan retornó  con sus huestes a Cochapetí, donde encontró a sus familiares sumidos en la desgracia y atacados por enfermedades raras. La población exhalaba por sus ventanas  tímidas, a la hora del sol, el trino de los pájaros convertidos en réquiem de confidencias por los días perfectos y las mariposas volaban de nuevo tratando de ofrendar los secretos  de la flor y el viento. Las raíces que bordaron  el ser del vástago en la tierra fértil, agotadas por la espera dejaron de alimentar los frutos y simientes.

Una mañana, Rumi, con su perro al lado, su esposa e su dos hijos retornó  al hogar paterno para echarse al regazo de  su madre  y beber de sus lágrimas el agua dulce de la bondad. Pasada la sorpresa, Qorpan, de rodillas, dijo a sus progenitores:

 - Padres míos, el amor es la piedra amorfa e irregular y palpando sus aristas se convierte en paisajes con aristas de felicidad y dicha. Por la mujer que amo, desaparecí una mañana, sin decirles nada y ahora retorno después de haber recorrido las galaxias y constituido mi dulce hogar en Shullkan.

- Hijo mío, tu padre por amor a la tierra y por dignificar su reino, acaba de retornar de la guerra, victorioso y coronado de gloria. Mientras estaban ausentes, la peste arruinó nuestras propiedades y nuestra  población está diezmada por enfermedades- dijo, llorando, la mamá de Rumi.

-¡Padre mío¡ Retornaré a mis dominios, con tus emisarios, para traer víveres y semillas en abundancia para solucionar el hambre de nuestro pueblo.

LEYENDA

UTKUSH

Era una ciudad pujante, con jardines colgantes, edificios de piedras labradas y andenerías irrigadas por aguas heladas de la laguna de Shiki y el rosario de puquiales existentes en las laderas de  la orquestación de cerros.

Los árboles de  sus  parques y plazuelas  eran escondites del alba, de los pensamientos desnudos que retenían plegarias de mañanas dormilonas y cánticos del sol galopando sobre la polvareda.

En Utkush la paz reinaba y todas las actividades se centraban en sesiones de danza, campeonatos deportivos, presentación de coros polifónicos, orquestas y los  domingos de a  fin de mes se caravanas numerosas se dirigían a los bosques de Wankowato y Torkup a realizar  cacerías de  zorros, venados, pumas y osos lentudos.

Un día, cuando se celebraba  un banquete, después del matrimonio de la hija del personaje principal de la ciudad, ingresó sorpresivamente a la mansión un joven elegante con polainas, espuelas de plata, sombrero de pana de tres puntas, capa roja y barba espesa  y habló con voz impostada.

- Señores, pasaba por casualidad por este pueblo  y al escuchar música  pagana he ingresado  a  pedirles se sirvan invitarme un vaso de chicha que tengo mucha sed, por el trote del camino.

- ¡ Fuera de mi casa insolente¡ Aquí no aceptamos extraños – dijo colérico el dueño de casa.

El hombre extraño, se levantó y salió al patio y cabalgando su brioso corcel de color  blanco se alejó, dejando huellas profundas de desengaño clavadas en los corazones de los comensales.

Cuando la silueta del caballero ingresó al pueblo de Cochapetí,    -2-
se produjo un ruido ensordecedor que poco a poco fue aumentando de intensidad. Comenzó el baile desenfrenado  de los árboles en el bosque con gritos colgados del sueño, el viento agitaba los cabellos de la muerte. La gente empezó a jugar con los palitos de la estrella del destino  de la vida que los curiosos descubren después de medio siglo de investigación. El salón de festejos quedó descubierto porque la gente abandonó en busca de protección.

Ante el asombro y la impotencia, la arquitectura de la ciudad empezó a pelarse como las escamas de un pez y fue convirtiéndose en polvo. La pileta que tenía la forma de cáliz, como copa de  amargura y ternura que se ofrenda con insolente locura, se hizo trizas.

Los damnificados, que habían perdido todo en un santiamén, se dirigieron a  Cochapetí, poblado por agricultores y ganaderos prósperos; buscaban en el rincón de cada mirada la vibración del eco de la ternura  fraterna.

Recién, los soberbios, se dieron cuenta que el amor es el  aliento  que aleja  los enojos y despierta alegrías plenas. Aquellos que nunca supieron  de la bondad y la receptividad, fueron dándose cuenta que la bondad es el vehículo que transporta a la dulce locura del ensueño y al paraíso donde anidan los gorriones del amor que hace volar el pensamiento  hacia la felicidad.

Los damnificados cuando ingresaron al templo a elevar sus preces, quedaron sorprendidos. Al costado derecho de la nave ,en un nicho amplio, sobre un podio de piedra se encontraba la imagen del misterioso personaje que les había visitado. Era la imagen del caballero que había sido echado de la mansión donde se celebraba el matrimonio de la hija del  potentado de la zona.

El Patrón Shantico o Katekilla, siempre  se convertía en un caballero andante  y visitaba pueblos y comarcas para comprobar la calidad moral y ética  de los hombres, para administrar la justicia divina con castigos ejemplares.


LEYENDA
MAÑUQUITO

Don Manuel era un hombre muy extraño. Nadie sabía de su procedencia. La gente lo visitaba continuamente  por sus cualidades de “Qatipador”. Cuando fumaba estaba quieto y desmenuzaba los puchos del cigarro que se desprendían en la palma de sus manos; vagaba con las sombras y luego descifraba los  misterios, con ansiedad, el insomnio de los perdedores que deseaban saber del destino de sus pérdidas. El siempre daba respuestas y orientaciones alentadoras.

Su casa estaba repleta de productos agrícolas, ganaderos y artesanales donados por sus clientes. El no cobraba por su trabajo, recibía  con gusto el obsequio generoso de sus clientes.

Adivinaba la suerte de las personas, era un consejero acertado y orientaba a los perdedores a localizar  sus pérdidas, indicando los lugares donde, posiblemente, se encontrarían.

            Un día, al final de la tarde, cuando cansado y rendido, hizo un esfuerzo para concluir su faena de barbecho, alzó el látigo y descargo un chicotazo estrepitoso sobre el lomo de sus yuntas.

            Saltaron los bueyes logrando tirar con fuerza la reja de acero del arado que arrancó del corazón de la tierra un bulto raro envuelto por tallos y hojas del kikuyu. Cogió el extraño bulto, se sentó sobre una piedra y procedió a limpiarlo, empujado por un extraño presentimiento.

¡Sorpresa¡ De pronto , el bulto oscuro y duro se convirtió en la efigie de un niño recién nacido que adoptó un cromatismo asombroso. Sus cabellos eran negros y ensortijados, sus ojos verdes, la piel  rosada y su lecho se convirtió en una joya de filigrana.

Mañuco, rozando oníricamente, sus labios sobre sus pies helados consagró su devoción en la hiel y vino del cristianismo y pensó terminar la faena para dirigirse a su casa y preparar un nacimiento. Había transcurrido el mes de diciembre y faltaban pocas horas para celebrar las vísperas del advenimiento de Niño Jesús.

            Desató sus yuntas y abriendo la herida profunda  y sagrada de la noche, depositó a sus bueyes en el potrero y se dirigió a su casa. Contó a su esposa e hijos sobre el  hallazgo portentoso y con ayuda de su familia, preparó un  pesebre artístico sobre una mesita; y sobre el lecho mullido de algodón deposito el cuerpo pétreo del Niño Jesús.

            La noticia del hallazgo corrió como reguero de pólvora y al día siguiente, su casa era visitada por centenar de cristianaos que dejaban cerca al nacimiento regalos diversos: Cirios, juguetes, víveres, vestiditos para el niño, la virgen y San José.

A la hora de la procesión solicitaron a don  Mañuco les permita conducir  al niño hacia el templo para la celebración de la misa. El milagro fue difundido por doña Amachita, mujer consagrada al servicio de Dios y con aceptación de los fieles. ella les dijo:         “Como el mundo está perdido, nuestro divino ha realizado el milagro de la aparición  del Niño Jesús  esculpido en piedra. Allí está esperando  el reconocimiento de los fieles”.

 Desde aquel el 25 de diciembre, sobre el nacimiento de piedra la ternura se desliza como resplandor que envuelve el sublime silencio que entibia el corazón donde habita el alma. Ternura que suaviza la entraña más fiera del pagano, llenándola de dulzura.

Todos los años, la procesión del niño, del templo  al paraje de Ullcu tanan y viceversa, hace estremecer los cuerpos de los  devotos y vibrar las almas de los fieles que recorren largos pasadizos de anocheceres y amaneceres hasta el instante  de su conversión en polvo en viaje  a las estrellas de la redención.


LEYENDA


EL CONQUISTADOR

            En la parte superior de una pampa inmensa, donde apacentaban millares de  animales, se levantaba una ciudad bellísima, con plazas, calles y adoratorios. Su nombre era Warankayoq, que en castellano significa ciudad con un millar de habitantes.

            En esta urbe, Qorpan que jugaba con los palitos de las estrellas de su destino, quiso perennizar su vida para que los historiadores descubran y difundan su grandeza, años después para consagrar al pájaro carpintero que construyó  su nido en el cactus erguido de Warankayoq. Para  vigilar  la modernidad de la ciudad donde nació decidió construir su mansión señorial, con un mirador de mil metros de altura, en honor  al número de habitantes de esa ciudad.

            Cuando la maravillosa obra arquitectónica, dirigido por arquitectos cuzqueños, estaba por concluirse, se presentó un extraño personaje, con cuerpo de caballo; tronco, cabeza y  extremidades superiores de hombre. Su mejilla estaba poblada por una barba espesa, su cabeza soportaba un casco de bronce y llevaba en la mano una arma mortífera, conocida como Illapa.

Este extraño ser que cargaba una cruz  de plata que colgaba sobre su pecho, sostenida por una cadena al cuello, a su llegada a Warankayoq, pidió sumisión y respeto a su persona sino querían ser exterminados como perros con rabia.

Transcurrido centurias, los habitantes de Warankayoq se levantaron en armas, exigiendo su liberación y un destino mejor.

- Nosotros nacimos libres como los pájaros y  con esfuerzo hemos construido esta ciudad, para vivir con dignidad y dejar como herencia a nuestros hijos.- Protestó  Qorpan.

El extraño centauro que con sus manos de lucifer había roto mil espejos para dispersar la imagen de un pueblo engañado y mantenerlo confundido, apuntó su arcabuz hacia  la construcción imponente y disparó. El contacto del gigantesco plomo produjo un sonido aterrador  fue expandiéndose  por los horizontes y el edificio se hizo polvo, esparciéndose sus elementos por los horizontes.

El centauro, galopó por toda la ciudad.  sus potentes patas con cascos, que llevaban herrajes pesados, aplastó viviendas, destrozó jardines,   convirtió campos de  sementeras y socavones de minas en charcos de dolor y sangre. Las bellas ciudades forjadas a base de sacrificio y sapiencia fueron enterradas, dejando sobre su superficie una cruz con brazos eternamente  inertes.

Los cuerpos se batieron en desigual reto, millar de pétalos y lágrimas cubrieron los muertos, luego un grito prolongado se  extendió, dibujando en los extensos horizontes de millones de tímpanos:¡Adelante guerreros, paso de vencedores¡

En el lugar donde se iba a construir el mirador, expresión de la cultura milenaria de los incas, hoy se levanta una cruz gigante en la extensa planicie.

 Pareciera que dos brazos fríos y tensos  protegieran los jardines naturales y construcciones modernas con toques modernos e intrusos.

Se conservan los encantos del rústico camino que avanza hacia la encrucijada de la ciencia, el arte, la cultura y el derecho. Circundan aquel paraje idílico de Warankayoq los  viejos árboles, juncos y geranios sonrientes, chamizas y pajonales incendiarios. Junto a ellos esta el amor a mi raza.



LEYENDA

MELLIZAS

Una anciana que tenía más de ciento veinte años, vivía con sus dos biznietas  mellizas que tenía veinte años de edad. Los hijos y nietos de la anciana habían muerto atacados por la peste bubónica que había azotado la región con la aparición de piojos negros y voraces.

En sus quehaceres, las niñas se turnaban. Mientras una de ellas pastaba las ovejas y pajareaba las sementeras, la otra cocinaba, atendía a la abuelita, lavaba ropas,  se encargaba de la limpieza del hogar y alimentaba a los animales menores.

La abuelita que tenía acumulada experiencias, todas las noches, a la hora de acostarse,  llenaba la mente de sus bisnietas con consejos, pensamientos y pasaje ilustrativos.

En el campo, al medio día, Qantu, mientras sus ovejitas  rumiaban bajo la sombra de los alisales, se arrimó al tronco de un árbol añoso y se dispuso  ingerir  los alimentos de su fiambre, consistente en cecina frita, huevos duros y papas sin presagiar  que allí cerca estaba acechando, oculto entre los matorrales el felino salvaje; Allí, detrás de los roquedales, descansan los ímpetus, los deseos locos, ansiosos, secretos, esperando que la distracción de su presa.

Fue sorprendida por la presencia inesperada de un mozo fornido, quien sin decir palabra alguna la tumbó sobre el champal decidido a violarla. En esos instantes, como rayo, el “pichis” que le ayudaba a cuidar las ovejas,  se abalanzó al cuello del violador, quien al tratar de desprenderse de su atacante, tropezó y cayó al piso, golpeándose la cabeza sobre una piedra.

La bella Qantu,  huyó desesperada, creyendo que su atacante había muerto; pero cuando se dirigía a su casa, al voltear, vio que su agresor con la cara y el cuerpo  cubierto de sangre corría tras  ella, gritando.

-       Detente maldita, que voy a hacerte dichosa.

Desesperada, incitó a sus ovejas y tras corrió por la planicie escampada. Alcanzada fue tumbada, desnudada y violentada. Al rato, Juancho se dirigió a la acequia que corría canturreando, se lavó la cara, se aliso el cabello y lanzando una sonrisa a la muchacha que se encontraba acurrucada  debajo de un rosal, como pajarillo asustado, se internó en el bosque.

Transcurrido varios meses, María, la hermana, al notar el vientre abultado de Qantu la pregunto que es lo que había sucedido. Ella le narró los episodios de su desgracia y recomendó que tuviera mucho cuidado, para evitar lo que a ella le sucedió.

En su turno, María pastaba sus ovejas y sentada al borde de una acequia junto a un estanque, surtidor de agua para las chacras de su bisabuela, hilaba un blanco vellón. Juancho, el violador se presentó  y la saludó como si nada hubiera sucedido con su hermana. Increpado le dijo que era una cosa natural que una mujer y un hombre, a cierta edad, mantengan relaciones sexuales para que la especie no desaparezca.

 -¡ Hoy te haré feliz a ti mi preciosa¡-diciendo se acercó y la cogió del brazo queriendo atraerla hacia su pecho.
- ¡Suéltame animal¡- diciendo se alejó, pretendiendo huir.

Juancho la alcanzó  y le arrancó la blusa y trató de tumbarla, instante en que María  sacó de su cintura un puñal filudo que llevaba escondido para defenderse en estos casos.

- Ayyyy maldita ¡- diciendo, Juancho se agarró el vientre  de donde manaba sangre a borbotones y cayó de rodillas. En esa  posición, quedó convertido en piedra.


LEYENDA


WANKAKUNA

Cuando se recorre el camino de herradura, serpenteante y juguetón, de “Palli“ a  “Qeropuquio”, se llega a una planicie de “Purway”, donde nuestra visión se topa con una escena natural impresionante,

A la luz de la luna, hasta las inocentes sombras de los eucaliptos parecían fantasmas a los ojos febriles del caminante, cuya imaginación vuela al influjo  de las expresiones dancísticas, amenizadas por un conjunto musical de la zona.

Don Heraclidas, chacarero curtido de la quebrada de San Miguel, estaba parado frente a una indiscreptible y grandiosa expresión escultórica corporativa asombrosa de la fiesta del carnaval. En una colina estaban un músico con su arpa, dos violinistas ubicados a sus costados y frente a los músicos danzaban jovencitos de ambos sexos  en compañía de algunas personas mayores. Formaban un círculo alrededor de una “yunsa” adornada con globos, banderitas, alforjas de hilo de algodón multicolor, sombreros, calzados y frutas de  calidad y sabor  diversos. Es un monumento en homenaje al árbol.

Las letras de un huayco dicen lo siguiente:

Incomparables y bellísimas piedras alargadas:
Si mi amor se convirtiese en talco las empolvaría
Si mi amor se convirtiese en lluvia, las bañaría.
Si mi amor se convirtiese en chicha las embriagaría.
Si mi amor se convirtiese en fauno las poseería.

Los ancianos lugareños cuentan que, en noches de luna llena de fines de febrero, las esculturas pétreas adquieren vida y la fiesta se torna  amena, alegre y de mucho colorido; el romance es contagiante, las interjecciones y gritos de emoción son contagiantes. Esta algarabía dura hasta el instante en que la luna     
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se oculta tras de los horizontes lejanos, siempre en cuando no es interrumpido por algún  viajero intransigente o el alba sorprende con sus radiantes rayos de luz.

También cuentan que una pareja de enamorados, entre las piedras, estaban haciendo el amor y cuando se inició la ronda del carnaval  fueron incorporados al festival. A partir de esa noche el grupo escultórico aumento con dos elementos.

Sobre su yegua paloma, don Heráclides contemplaba la escena festiva. Semejaba una estatua ecuestre pensante, a lo mejor  estaba confundido. De todos modos, inquieto, no obstante estar inmóvil.

Se dice que la salud es un don puramente ideal: que todo ser humano está siempre enfermo de algo. Puede parecer exageración, pero tiene dosis de verdad.

También se dice que pocas veces se tiene dos enfermedades a la vez, que estas tratan de excluirse  unas a otras. Quizás esto sirva de consuelo a don Heráclides.

Don heráclides, robusto hombre de campo, de altos ideales y de amplio sentido común, era comparable al roble por su dureza y al junco por su elasticidad. Quizás por eso, estaba parado frente a un espectáculo hecho para gente común amante de sus costumbres y tradiciones. Es un cúmulo de piedras alargadas y para el era un espectáculo sorprendente de carnaval encantado por obra y gracia de un genio  que quiso perennizar una expresión vernacular, convirtiendo  escenas vivas en esculturas corporativas de universal expresión.

Lloró, en su casa, sobre su cama, allí donde había soñado placenteramente con  la fiesta de carnaval, donde últimamente había  bailado y tomado chichita espumante con  Bertila, su primera enamorada de  cuando tenía 12 años de edad. Su aventura fue tan grande y lloró hasta el cansancio.
LEYENDA


SEMILLAS DE PAPA

            Rosalía, anciana de setenta años de edad, vivía en una chocita en compañía de sus hijos y nietos. La habitación era sala, dormitorio, comedor y cuyero.

Una madrugada, a la hora del desayuno, doña Rosalía Yacupoma, de ojos vivaces, sienes pobladas de canas y joroba prolongada, aprovechando la presencia de toda su familia, dijo:

-¡Hijos¡ desde la muerte de Uldarico, mi esposo, hace dos años, la mala suerte se ha apoderado de nosotros. Esta vez la gusanera ha sido causante para la pérdida completa de la cosecha de papas ¿Que será de nosotros? - dijo, llorando con amargura.

-   ¡Mamita¡ no te pongas mal, trabajaré, durante  el presente mes, como ayudante de albañil  y reuniré dinero para comprar semillas de papa, para la próxima siembra - dijo Gabriel, el hijo mayor, acercándose y sellando un beso lleno de ternura, en la frente de Rosalía.
-   Y yo, mamita, llevaré  a nuestras ovejitas a la chacra para la majada - agregó Cirilo, el pequeño huérfano de la familia.

Los primeros días del mes de setiembre. Uldarico partió de viaje, arreando un burro de carga. Su destino era San Marcos, un distrito de los Conchudos. Tendría que trasmontar las cordilleras Negra y Blanca para lograr su objetivo.

Después de una larga caminata, después de trasmontar la Cordillera Blanca, por el túnel de Cahuish, al medio día, llegó a un lugar denominado “Mesa”, pampa rocosa que, a distancia, semejaba una mesa rectangular.

Dejó suelto al burro para que paste y extrajo, de su alforja de lana de algodón, su fiambre  consistente en charqui de res, canchita, queso y se dispuso a comer, apoyado en una piedra.
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De pronto, en medio del campo desolado, donde el ichu silva y los cóndores revolotean en el infinito, aparecieron  dos jóvenes guapísimas. Una  de ellas era gordita, de ojos  grises y estaba vestida con traje amarillo; la otra, morena de ojos negros y profundos, llevaba puesta un vestido azul de seda. Se acercaron y se sentaron cerca de  Uldarico, quien se llenó de pavor pensando estar frente a dos pushanyas, mujeres que aparecen lugares desérticos y se llevan a sus víctimas al infierno.

-   ¿A dónde va joven?- interrogó la de vestido amarillo.
-   ¿Podemos compartir tu fiambre ¡ dijo la segunda.
-   Acérquense y sírvanse – diciendo, les alcanzó trozos de chaqui, que las señoritas no se sirvieron,

Enteradas del motivo del viaje de  Uldarico, al mismo tiempo, las aparecidas dijeron:
-   Joven, no es necesario que haga un viaje largo y penoso, nosotras  solucionaremos  su problema. Lo haremos porque  eres un hijo bueno con tu viejita linda, que sufre mucho.
         El viajero, se distrajo para constatar la presencia de su jumento que pastaba plácidamente,  moviendo su cola como si fuera el péndulo de un reloj ; y cuando quiso proseguir la conversación, las extrañas mujeres, ya no estaban.
 En el lugar donde estuvieron sentadas, se encontraban dos sacos de papas. Al acercarse notó que un saco contenía  papas amarillas y el otro papa blanco arenoso. Claro, no sabía si se trataba de una casualidad, un milagro o simple coincidencia.
Un rayo le iluminó cuando palpó los dos sacos de semillas de papas de buena calidad y pensar que había dudado de las  dos extrañas. En la noche había tenido un sueño estrafalario, en un lugar extraño, descampado. Esparciendo semillas  calificadas en los camellones de la chacra de su adorada madre. Quiso despertar, pero estaba cargando los sacos en la espalda de sus burritos. Despertó nervioso y desazonado.

En la mañana, mientras desayunaba, había estado pensando en el diálogo con las dos extrañas  y guapísima mujeres.

LEYENDA

ASIAQ

En el borde del camino  de Cochapetí a  Jaqa, en épocas muy remotas, existía una laguna de aguas cristalinas y transparentes  que alimentaban, permanentemente, extensas tierras comunales de Cochapetí.

En la orilla de esta prodigiosa laguna, que era como un oasis en una inmensa extensión, descansaban cientos de animales que, después de beber de la fuente saciadora, descansaban bajo la sombra  de las chachacomas añosas y otras especies frondosas. Las reses al rumiar, desataban un concierto de rara melodía  originando la danza de las plantas y el canto de los pajarillos.
 Los jóvenes y adolescentes  pastores se disputaban los lugares próximos a la compuerta, donde se lavaban sus mejillas rosadas, se peinaban sus blondas cabelleras negras haciendo resaltar sus mechones que caían sobre su frente. De tanto en tanto los jóvenes se acercaban a las doncellas y alimentaban el fogón de sus corazones con el soplo suave del amor con intensidad primaveral.
Cada año nuevo, en noches de luna llena, de las entrañas de la laguna salía un torillo con cuernos de plata, cuyo bramido se perdía en las fisuras de las conformaciones rocosas, provocando un temblor que daba paso a una orquestación divertida.
Fuera de la laguna, el torillo, sumido en un abatimiento íntimo, se convertía en estatua de piedra imponente, que era venerada por los pastores del lugar. El olor a pajonal era tan intenso como la neblina brumosa que cubría los bosques distantes y todo convidaba a la meditación  y entrega espiritual.
Al amanecer, con los primeros rayos del lucro, el torillo negro de piedra explotaba dando origen a una infinidad de torillos pequeños, llamados illas o dioses de la fertilidad ganadera, que durante una hora, eran tomados con mucha delicadeza como si fueran amapolas de  la sangre de una plegaria en el huerto del silencio, dolía en el corazón como una rosa escarlata con crepitaciones de olores de siglos. Luego los pastores  y ganaderos, con la illa debajo de sus brazos, se retiraban envueltos por el manto del silencio sepulcral. Transcurrido el tiempo, las illas que no habían sido cogidas desaparecían como el resplandor de los rayos.

Cada año se repetía este fenómeno y para los nativos era un acontecimiento singular que les llenaba de gozo por la proximidad de la fecundidad  agrícola y ganadera de los que lograban apoderarse alguna illa, hasta que en una oportunidad, apareció por el paraje, una mujer extraña, haciendo averiguaciones y ante la presencia de los pastores desapareció como una exhalación.

Desde tiempos inmemoriales se repetía este singular acontecimiento y pocos eran  los afortunados que lograban poseer la codiciada Illa, fuente de riqueza y bienestar material y espiritual.

El acontecimiento descrito tuvo su final trágico con la presencia de la mujer extraña, cuyo origen nadie  supo.

Se encontraba sentada, oculta por un matorral, esperando el prodigio de la Luna Llena, cuando de las entrañas de la laguna salió un torillo con cuernos de plata, cuyo bramido se iba perdiendo en las crestas puntiagudas de los horizontes que se sumergían en las entrañas del inconmensurable Océano. Un fuerte temblor dio paso a las escenas que durante siglos venían repitiéndose.
Cuando el torillo  empezó con la mutación la mujer extraña salió de su escondite y poniéndose de rodillas, exclamó:

¡ Achallao¡

Al instante, se produjo una explosión y la laguna  desapareció, quedando de ella un puquial inmundo y apestoso, conocido por su pestilencia por Asiaq.

LEYENDA

SANTA CRUZ

      Cada año, el 14 de setiembre, en Waqap se celebra la fiesta de Santa Cruz, con mucha pompa y asistencia de los residentes en las ciudades importantes de la Costa y de la  Sierra peruana.

Las viejitas que acuden a la misa mayor, celebrada por un sacerdote que llega a esos lugares una vez por año, concluído el acto litúrgico se sientan en la banca de madera de la plazuelita y trasmiten a sus familiares un portentoso acontecimiento sucedido hace muchos años.

 - Los animales dañinos de los vecinos de don Anselmo Gilio, cometían daños en sus chacras de maizales. Las recomendaciones, súplicas y sanciones no impedían que  los vecinos evitaran que sus animales  sigan dañando las sementeras de  los viejitos Anselmo y y anastasia. Después de haber meditado, durante sus momentos de insomnio, doña Anastasia, a la hora  del desayuno, sugirió a su anciano esposo reparar las murallas de su propiedad para evitar  daños y disgustos con los vecinos que además eran parientes.
A sus ochenta y cinco años de edad, dejando en un rincón de su casa el cansancio que le dolía minuto tras minuto, convirtiendo su fatiga en bestia de instintos humanos, con vigor de adolescente, don Anselmo empezó a trozar los árboles que habían crecido en los linderos de su alfalfar.
Concluida la faena, deseoso de retornar a su dulce hogar, empezó a separar las ramas trozadas de los árboles, unas para leña y otras para  vigas, cuando percibió que en el piso  se encontraba una cruz, formada por  dos ramas. Intentó separar las ramas y no logró porque se encontraban unidos fuertemente, por el sumo  desprendido de una de ellas.
Cuando decidió realizar el último intento de separar las ramas  noto la aparición de sangre en las extremidades de  la cruz.

La mañana risueña ya se había ido y las tardes se deslizaban sobre la pendiente de inmensa tristeza sobre el polvo de la vida y las hojas secas de las ilusiones. cuando trató que en la superficie de la cruz se nota  muestras desangre fresca y tibia. Y cuando se retiraba, agustiado de su impotencia, tropezó y cayó sobre la cruz, manchándose la cara y la camisa con sangre tibia .

Cuando doña Anastasia llegó al lugar  encontró a su esposo pálido y cubierto de sangre, apoyado en el muro reparado, pensando que su esposo habría sufrido un accidente pidió auxilio, muy desesperada.

Al percibir, dentro de su inconciencia , los gritos y llantos de su esposa, Don Filogonio reaccionó y trat´ponerse pies. Estaba muy débil y cansado, posesionándose adecuadamente en el muro de piedras, empezó a narrar lo sucedido.

Las flores silvestres del pampón saludaban la noticia con una sonrisa, las manos inquebrantadas del anciano que reflejaban el crisol de la jornada, los trinos cosquillan los tímpanos de verde esperanza del instante sublime. Ambos se arrodillan junto a la cruz y llaman a los vecinos para que ayuden trasladarla al templo del caserío.

La noticia del milagro  se deslizó como luz golosa sobre la población jaspeando el brillo de la religión cristiana. Las lágrimas vertidas  con alegría se convirtieron en agua vendita con forma de cáliz, refractando el compromiso de celebración permanente.

La gente se reunió y después de dialogar con don Filogonio y su esposa decidieron llevar la gigantesca cruz, en procesión, a la iglesia  y ese día 14 de setiembre los entronizaron como patrono del pueblo.

Los brazos de la cruz son almohadas hechas fe y  en cada procesión nos une con el beso eterno del amor.




JOSEPH RODRÍGUEZ

      Durante la Invasión española, las tierras de las vertientes del pacífico fueron distribuidas en repartimientos, lo que no sucedió en Cochapetí. Los naturales  enterados de la presencia de personajes  extraños, con barbas rubias, abandonaron sus tierras agrícolas y se refugiaron en los montes, juntamente con sus animales.

      El español Joseph Rodríguez que había llegado por esos lugares, durante  los primeros años de la conquista,  gestionó ante la corona española la custodia de las tierras de Monasterio, Añaq Jirka, Canchucro, tutuspampa y torkup  que no habían sido repartidas por la falta de indígenas.
Joseph Rodríguez  logró  del Corregidor Tomás de Urdinola, el 13 de diciembre de 1714, apropiarse de un 80 % de las tierras pertenecientes a los ayllus de Corpan, Huancur y Pariash, aduciendo que eran sobrantes  de la distribución  de los repartimientos.

            En 1945, el personero de la comunidad de indígenas, don Juan de la Cruz Sánchez Rodríguez, descendiente de Joseph Rodríguez, recibe de su padre el expediente real de custodia de la comunidad, lo trascribe en cuarenta y nueve páginas, se presenta ante el notario Alvarado y logra protocolizarla, rescatando después de cuatro siglos las tierras usufructuadas, indebidamente,   por los gamonalillos de turno.
De esta manera, la comunidad de Cochapetí recuperó las tierras de sus ancestros, usurpadas por los españoles.

            Posteriormente,  en una asamblea, que se llevó a cabo un día domingo  de Bajada de Reyes, la comunidad acordó  recuperar
las tierras, previa notificación a los poseedores y ante el silencio cómplice de los terratenientes,  en otra asamblea , el pueblo acordó posesionarse de las tierras de sus antepasados. Los comuneros acuñadores de la justicia, refrescados por las garúas de la unidad,

A repique de las campanas del pueblo,  se reunieron en la plaza  principal y bajo la dirección de don Juan de la Cruz Sánchez Rodríguez se dirigieron hacia las zonas ocupadas, donde pastaban millares de reses distribuidos por sectores, bajo el cuidado de pocos repunteros.

      La comunidad, organizada por cuadrillas, requisó los animales y los condujeron al coso público de la comunidad,  para exigir a los dueños el pago por daños y usufructúo de los pastos que pertenecían a la comunidad campesina de Cochapetí.

      Cuando el sol empezaba a sumergir su cabellera ígnea en la gigantesca piscina del Océano Pacífico, los comuneros deshidratados por el sol quemante del día y el trajín incesante por senderos estrechos bordeados por espinas diversas empezaron  hollar las pampas cubiertas de verde y fresco pajonal de Cruz Pampa.

      Cuando los ganados pastaban placenteramente y los comuneros, apoyados en troncos de árboles y rocas cubiertas de musgos blandos, ingerían sus fiambres, se escucho una voz sugerente.

      Don Josué Moreno, mozo fornido, parado sobre una roca habló con voz potente:

- Paisanos, les sugiero no conducir los animales levantados al coso público, porque los terratenientes pueden acusarnos de abigeos, ante las autoridades y muchos de nosotros iríamos a parar a la cárcel. Sugiero que los degollemos y nos distribuyamos la carne proporcionalmente.

      Ante la consulta del Presidente, la comunidad respondió:
-       Síiiiiiii…
-       En menos que canta un gallo, desaparecieron las reses y en la inmensa pampa, ninguna huella delatora quedó.
-LEYENDA
QOYLLUR QAQA

      En las alturas de Cochapetí, entre las lagunas de Shiki y Qewllanka, se encuentra una pampa de área  circular, cuya soledad nos recuerda al fogón sin brazas. Los seres vivos huyen de ella para retornar a la soledad del misterio.

      El mensaje oral de las generaciones nos dicen que en años remotos, en esas alturas, se produjo un aluvión de aerolitos, cuyas huellas existen patentizadas en hoyos profundos y en  medio de estos hoyos, como un monumento al misterio cósmico se encuentra una roca de fisonomía distinta a las existentes en el lugar.

La muerte ronda al visitante, pegando cada suspiro a cada hebra de su destino y no hace más que suspirar frente a la conformación rocosa extraña, conocida por los lugareños como Qoyllur Qaqa, “la de roca”

      A tres kilómetros  a la redonda, no existen señales de vegetación; todo está concentrado fuera de su lindero circular: bosques frondosos con vegetación arcaica, animales gigantes cuyos alaridos delirantes acarician los tímpanos de cristales y rocíos, adormeciendo encendidas llamas de fibras congeladas de la soledad andina.

      Frente a Qoyllur Qaqa, la muerte de cuclillas llora; también, el crepúsculo esquivo se calla. ¡Hay ganas de no haber tenido corazón! 
     
      En  el mes de marzo, sólo cuando hay lluvia de aerolitos en el cielo, los ancianos  que sobrepasan los cien años de edad , se acercan para ofrendar la sagrada  coca, sacrificar los carneritos más finos y gordos o entregar los productos agrícolas de mucha calidad.

      En días soleados, la superficie de Qoyllur Qaqa brilla como estrella, debido a que posee escamas metálicas finísimas de extraño metal que no se mancha ni pierde su brillo. Las partículas vegetales y todo corpúsculo arrastrados por los vientos pasan a una distancia considerable sin caer a su superficie, porque hay una capa  finísima de cristal transparente que lo protege.

      Cuentan  que, en tiempos remotísimos, una pareja de recién casados se propuso pasar su luna de miel en Qoyllur qaqa. Llegado el momento, la pareja avanzó, remojando con sus pasos los trinos en la planicie del amor y tejiendo sinfonías en el telar del viento. Se abrió una  verde avenida  con flecos de árboles de flores y frutos extraños, que conducía a una mansión de belleza indescriptible.
      La pareja envuelta por un halo de luz resplandeciente ingresó a un  amplísimo corredor adornado con esculturas de mármol.
      Cuando ingresaron a un salón amplísimo se pudo percibir las notas embriagadoras de música encantadora y la invasión de un perfume extraño y penetrante.

      La multitud, muy extrañada, se quedó pasmada contemplando la escena paradisíaca, cuando, a la media noche, el ambiente se tornó día y se pudo observar la cercanía de una nave, que parecía un cóndor gigante con chalina blanca y cresta bermellón que mviendo, con suavidad sus alas, aterrizó.

      Se dio doce vueltas alrededor de la roca y fue elevándose poco a poco. La pareja, con brazos en alto, decía: ¡Adiós hermanos!

      La multitud, muda por la sorpresa y la emoción, primero se arrodilló y rezó, luego embriagado por la emoción entonó canciones, lloró y lanzó huájillas, hasta sumirse en el éxtasis.

      Transcurrido los años coexistidos, la comunidad evoca ancianos calendarios.


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